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10 diciembre 2012
Hay ciertos fenómenos sociales que aparecen en similares condiciones del poder político o de la sociedad, sin que dependan de la voluntad o no de los que deciden entonces. La corrupción, por ejemplo, crece y se ramifica cuando hay concentración del poder, cualquiera sea el color o las intenciones de los gobernantes. Inclusive la corrupción de los de arriba crece a mayor concentración del poder y se vuelve el cimiento o el armazón que integra a los que hacen parte del poder político. Fue así en los Estados de Europa del Este con los regímenes de partido único o en el México del PRI que una vez establecido el cinismo como funcionamiento corriente hizo de la alta corrupción una práctica con la que se identificaban todos.
La corrupción existe en todas partes. En ciertas sociedades, sin embargo, sus valores y medios para controlarla son tales que es reducida y la condena pública de envergadura. En otras, en cambio, hace parte de la vida corriente en actos comunes, aún más en las decisiones de sus electos y altos funcionarios; las normas contra estos actos omnipresentes son simplemente de forma, se los contorna con facilidad y la impunidad reina. Cuando por cualquier razón, como en el clerical Estado islámico iraní, o en los Estados como fueron los de Europa del Este o en aquellos que guerras u otras desgracias colectivas llevan a ejecutivos fuertes, no hay excepción, la corrupción se generaliza y se vuelve práctica que integra y da cohesión a la élite gobernante. Si ese poder no es un partido tiene aún menores defensas ideológicas, éticas, programáticas o de control de los miembros sobre los dirigentes; y, por lo mismo, el poder se personaliza más, la corrupción se incrementa más. A la postre, cuando los oropeles del discurso pierden encanto, pues los hechos muestran sus contradicciones, la corrupción es casi justificación del poder y comprende cada vez a más personas, incluidas a las “ideológicas”, ya que se habrían convertido en parte de las necesidades del poder.
La concentración del poder personalizado se construye o consolida sobre una jerarquía de personas fieles a una cabeza-líder; pueden así convivir contrapuestos ideológicamente. Con esos nexos de confianza, el poder discrecionario de arriba es copiado y ampliado abajo, en nombre de las bondades de su “proyecto”. Es una jerarquía de feudalidades, el alto funcionario tiene su “señoría”. Poseer la confianza del líder da mucho poder que puede ser arbitrario.
Esto acontece cuando el poder político ya ha domesticado a la sociedad y ha atenuado el uso de la palabra, al despolitizar la política o al establecer un sistema de coerción y chantaje. El reino del PRI fue ese. Hay niveles, en la Argentina del peronismo, se da de otros modos, pero el resultado final es el empobrecimiento de la moral pública y la destrucción de las instituciones. ¿En qué parte de este proceso nos encontramos?
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