La corrupción, a más de ser una enfermedad endémica y posiblemente incurable, se ha mostrado como un discurso interesado que oculta las maniobras de la clase política dominante y ha sumido a la gente común en una inercia de la que difícilmente podrá salir, precisamente porque este discurso desmoviliza a la sociedad y excluye a quienes desearían confrontarla de verdad.
La idea fuerza que hoy se maneja en el imaginario social es que la clase política latinoamericana que construyó el denominado “Socialismo del Siglo XXI” no es más que una serie de vivarachos que aprovecharon su llegada al poder para robar a manos llenas. Argentina. Brasil, Venezuela y Ecuador estarían llenos de esta caterva de saqueadores del erario público; porque son estos países los que aparecen en los titulares de cada día, estos y no otros; solo de vez en cuando sale a la luz Perú, Honduras o Guatemala, y casi nunca Panamá ni Estados Unidos, en donde las declaratorias de quiebra cubren las espaldas de los ladrones y el porcentaje de coimas es el mismo.
Si recordamos la historia podremos atisbar casos vergonzosos que nos muestran cómo cada gobierno ha tenido su mano negra y que los angelitos de hoy fueron los ladrones de ayer. Del 25 al 30% ha sido el porcentaje histórico de coimas, sobreprecios y peculados. Ningún gobierno pasado se queda sin su rabo de paja. Verdad que este porcentaje se torna impresionante en época de vacas gordas y en manos de neófitos en las triquiñuelas, porque para descubrir lo que se ha descubierto han contribuido dos elementos: la torpeza de los advenedizos al poder y la viveza de quienes ya conocen como son los negocios y saben dónde y cómo buscar las pistas de los saqueos.
Ya vamos a cumplir dos años con el discurso de la corrupción y, coincidencia o no, se profundiza cuando se da garrote al pueblo, como lo pasado con el alza de la gasolina, cuando las huestes gubernamentales decidieron frenar la tensión social presentando denuncias de corrupción en la Fiscalía General del Estado y no importa que la fiscal encargada salga al ruedo gritando que no hay cama para tanta gente. Digo, no hay gente para tanta investigación, pero el problema no es la gente sino la ley, pues por ley un fiscal solo puede iniciar una investigación de corrupción luego de un informe de la Contraloría General del Estado en el que se diga que hay indicios de responsabilidad penal y aquí salta el contralor encargado para decir que hay unos cuantos cientos de informes sobre corrupción en donde se establecen indicios de responsabilidad penal, pero no dice dónde están o quién los tiene. Así el carrusel sigue su curso con una sociedad embobada mirando como los caballitos giran y giran, no importa si a la izquierda o a la derecha porque siempre vuelven al mismo lugar. Mientras tanto el proyecto de “Ley de Extinción de Dominio” sigue durmiendo el sueño de los justos en la Asamblea Nacional.
Los economistas se suman en fila al discurso y aseguran que la corrupción hace necesarias las medidas tomadas y que vendrán otras para poder enrumbarnos por el buen camino. El círculo queda cerrado y cuando alguien quiere saltar al ruedo para dar pelea de verdad aparecen los amigos, los hijos, la madre y todos los allegados para decirle que por dios no se meta en eso, que va a salir manchado, que la política es sucia y que no hay nada que hacer sino agachar el lomo y seguir trabajando para el bienestar de la familia. Así el susodicho quijote deja de soñar en dar una batalla real y deja que el discurso siga ocultando el verdadero interés del poder: quedarse solo en el pináculo y llevarnos por el sendero de la derecha sin que digamos pío.
Y a propósito de corrupción, ¿alguien sabe cómo, a cuánto y a quien se vendieron las gasolineras más rentables de Petroecuador? Será bueno tener el dato listo para publicarlo cuando sea necesario subir el precio del diesel.
Le falta decir que lo más revolucionario sería un gobierno libre de corrupción.