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viernes, noviembre 22, 2024

DISYUNTIVA TEÓRICA DEL BUEN VIVIR. Por Alfredo Pérez Bermúdez*

A propósito del renacer de la Universiad Amawta Wasi

En el año 2008 el Ecuador aprobó la nueva Constitución de la República que se encuentra vigente. En ella se asocian los derechos de la naturaleza como el prurito constructivo de una nueva forma de convivencia ciudadana para alcanzar el Buen Vivir.

Desde entonces se han elaborado diversos referentes teóricos que ubican en un ambiguo nivel las costumbres de una antigua buena vida en los Andes de Sudamérica. El leitmotiv: la búsqueda transformadora de los enfoques del desarrollo y de las prácticas del mundo industrial, capitalista y consumista dominante, así como producto de la reformulación de eventos o paradigmas teóricos en la coyuntura del desequilibrio general del pensamiento progresista.

Tales referentes se basan en la genealogía semántica y sociológica de dicho enunciado, el cual es la traducción mecánica de las palabras Sumak Kawsay en el idioma Kichwa, sin considerar la existencia de disimilitudes ontológicas y epistémicas de origen.

Hoy se habla del “Buen Vivir o Sumak Kawsay” en seductores discursos políticos y académicos. Sin embargo, la conjunción o pone de manifiesto la superposición de una sola verdad histórica, anclada a presupuestos externos e internos de dos realidades culturales paradigmáticas distintas: la de Occidente europeo y de los Andes de Sudamérica, afectando los imaginarios culturales de las identidades locales.

La prefiguración teórica sería la locación semántica/etnológica y sociológica del término más usado o sea el Buen Vivir, legitimado jurídica y políticamente, anexándose a ello los componentes ecológico, el decrecimiento económico, la democracia participativa y lo ancestral cultural, e incluso, la teología de la liberación, según consta en ciertos escritos. De tal manera que el concepto del Buen Vivir parece dominar o absorber al de Sumak Kawsay y ya no importa referirse a éstos de forma indistinta, pues se supone el logro de “un núcleo semántico compartido” (Belotti, 2014: 42) que ha de reconocerse como una nueva episteme frente al bloqueo imaginativo de la teoría crítica al modelo neoliberal.

El extremo de la superposición llega a su límite, cuando se cree que los indicadores socio-económicos definen el Buen Vivir o Sumak kawsay, desde variables monetarias, y que su patrón medible es la felicidad que tiene la gente en las diferentes espacios en que se desarrolla su vida.

Lo cierto es que la felicidad, como estado de ánimo y medida del bienestar individual y social, está atada a una bastarda e histórica serie de valoraciones objetivas y subjetivas inherentes al sistema colonizador/civilizador, más que al deseo autónomo, personal y colectivo de bien estar de los pueblos milenarios.

En este contexto, y para mediar la proyección histórica del Buen Vivir, es interesante la propuesta de Boaventura de Sousa Santos (2010) sobre la necesidad de anteponer a la epistemología del monoculturalismo hegemónico del norte, una “epistemología del Sur” aunque este autor no aclare de cuál epistemología se trata ni en qué región y sociedad o cultura se ha generado tal o cuales conocimientos y ciencias que ésta supone.

El estado del arte de la desemejanza entre estos paradigmas, es la existencia de conceptos que abarcan grandes y definitorios contenidos, los mismos que se resumen en el criterio de que son dos sistemas cognoscentes basados: a) en presupuestos teórico/ideológicos, en el caso del Buen Vivir; y, en lo práctico/conciencial, en el de la Sumak Kawsay.

Aspectos teóricos fundantes del Buen Vivir

Todos reconocemos la existencia de un prototipo civilizatorio que logró la universalización de sus conocimientos como factor vital de su histórico hegemonismo. De hecho, este  tiene sus principios fundante en la gran cadena del ser, prevista en la filosofía heleno/judeo/cristiana y el modernismo.

Desde Sócrates, Platón y Aristóteles, la consideración del alma como prurito del ser, es decir, de la fuente de movilidad del espíritu humano tenía que manifestarse como la vida placentera y dichosa, lo justo y la justicia, el conocimiento, la sabiduría, la razón y la felicidad.

Es importante reconocer la tipología de vida establecida por Aristóteles (2014): a) la vida voluptuosa orientada al goce de los placeres corporales; b) la vida activa dedicada a la acción de lo público/político; y, c) la vida contemplativa, dedicada al conocimiento teórico con base a la intuición como elevada virtud del alma humana.

Esto, porque lo contemplativo y lo activo tuvo serios alcances epistemológicos durante los siguientes siglos en la civilización occidental, lo cual se volvería axiomático, pues si la contemplación sería el esfuerzo personal para tener la mente y el corazón en Dios en actitud de oración y humildad, la acción haría realidad la contemplación, la esencia de las cosas de Dios, el móvil de la razón y la causa final del saber; dualidad que generará un conocimiento interpretativo del universo, dos modelos cognitivos de la realidad: uno teórico y otro práctico; el uno vinculado con los objetos universales, inmutables y eternos como la física y la matemática; y, el otro, a las cosas que están sujetas al cambio, al obrar humanos y la voluntad, como la economía, la política y la ética. (Rodríguez Z. 2010).

Así, el conocimiento será el resultado de dicha dualidad. Y será en éste donde se resuelva la búsqueda de Eudaimonia (“eu” = buen; “daimon” = suerte, destino), es decir, el Vivir Bien, el mismo que solo puede tener lugar en un espacio y en una estructura económica determinada, que arraiga el concepto de orden distributivo de la población como modelo ideal de convivencia, bajo el apetito de la producción de bienes y servicios; esto es, la polis, donde se afina la razón y se define la estratificación de los modos de vida, en que a unos les corresponde la educación, la filosofía, la política y la justicia, que expresa la relación conocimiento/poder, es decir, el poder en sí y la gobernanza en sí; y, a otros, la dependencia en el Estado ideal, de acuerdo a la división del trabajo en los espacios de representación citadina, donde se edificará el ethos constructivo que ha de sostener económica y políticamente al Estado.

Será pues en este espacio, donde el individuo y por tanto la sociedad en la ciudad viva apropiadamente y se desarrolle de manera eficaz, es decir, que viva feliz, como causa y efecto del obrar bien y el conducirse bien para alcanzar la vida buena, considerando que a ésta le es propio un cúmulo de bienes que le pertenecerán tanto al cuerpo como al alma (Aristóteles, 2014).

Así, el enfoque aristotélico del Buen Vivir, pone a la fortuna y a la prosperidad o “los bienes exteriores” (Ibid.) en relación con el conocimiento de la naturaleza de las cosas, de la adquisición de ciencia, sabiduría y cultura, mediante un largo aprendizaje o lucha constante por el saber, siendo que éste ha de desembocar en la satisfacción mayor, estando de por medio el uso de la razón sustentada en la ciencia para aprender de la vida en su complejidad a vivir en moralidad, mientras que el bien es el refinamiento del ser, aunque atrapado en la conciencia de las formas, de los objetos, siendo el mismo humano solo forma/objeto que buscará la verdad captando ideas que se volverán verdades o realidades ideológicas, es decir, en creencias de la mente/objeto.

Dilatación histórica de los pruritos aristotélicos

Ahora, si como refiere Alain Touraine (2016: 39), el fenómeno cognitivo de la antigua Grecia y de la Edad Media se extendió hasta el siglo XVIII, “es decir, hasta el momento en que se difundió desde Gran Bretaña el modelo dominante de la sociedad industrial” (Touraine, 2016: 39), cabe pensar que en el ideal de El Siglo de las Luces no estuvo ajeno a los pruritos del Buen Vivir y por cierto del Bien Común.

Lo paradigmático es que, luego de varias evoluciones culturales, cuya base de desarrollo están marcadas por profundas y complejas etapas de crecimiento y decadencias, Occidente consolidó el enfoque racional de las ciencias exactas, de progreso y de desarrollo, configurando una ontología social específica, es decir, una forma de vida de la gente en el planeta.

Dicho enfoque está asociado a los nombres de Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, René Descartes, Francis Bacon y Isaac Newton, del modernismo europeo, cuyos descubrimientos científicos ubicaron a la teoría del universo y el mundo como grandes máquinas, con formas métricas, constantes y rígidas, mientras que el hombre (atrapado en el Ser y viceversa), será susceptible de programación formativa y funcional, en el marco de la estructura geométrica del lugar o entorno de experimentar las relaciones humanas y espaciales.

Debe considerarse entonces que el lenguaje científico de Occidente, especialmente cartesiano y newtoniano, actuó cual acelerador histórico del tiempo y el espacio, permutados en condición de destrucción creativa como diría Henry Lefebvre (2014), constituyéndose en la grand narrative (Lyotard, 1991) que legitimó proyectos políticos o científicos al transformar la filosofía en política militante. (Quevedo, 2001).

De tal modo que el sueño de la sociedad del Buen Vivir se ve sujeto, en términos teóricos, a un direccionamiento cognitivo de origen eurocéntrico, presupuestado ahora en lo Constitucional como alternativa al desarrollo capitalista, lo cual está produciendo nuevos ensayos positivistas respecto del tema, cual entropía conceptual que no puede salir de las entrañas del mesianismo, la filosofía griega y el modernismo mecanicista.

Aspectos reflexivos en torno al desarrollo y el Buen Vivir

Dicho brevemente lo anterior, el itinerario del Buen Vivir está marcado por un materialismo con respecto al progreso y desarrollo de la sociedad, el mismo que está sitiado por el modelo de la economía clásica y sus paradojas, siendo que las manías de los indicadores pretenden demostrar la situación en que vive la gente, considerando que la industrialización podrá sustentar y optimizar el empleo de la fuerza de trabajo y mejorar los ingresos y por tanto los gastos en el hogar, es decir, mejorar las condiciones de vida.

Hasta ahora, los cálculos econométricos han sido la única forma de identificar las condiciones de vida y superar la pobreza en los países históricamente colonizados, evidenciándose en la gestión pública un paternalismo y asistencialismo sobre rubros específicos como salud, educación y vivienda, sin recapacitar en torno a que el desplazamiento de los valores comunitarios primigenios y la alienación del mundo espiritual, han afectado al estar bien de las personas más que la carencia de bienes y servicios físicos. (Medina J, Meinert G. et al (2001).

Hoy sabemos que las inferencias, intervencionismos e imposiciones del desarrollo desde la economía clásica, desde los organismos financieros externos (BID, BM, otros) e internos para la gestión pública, no han resuelto los acuciantes problemas sociales e individuales, tanto de las comunidades de origen en sus espacios de representación, mucho peor en el área urbana que supone la ilusión del desarrollo industrial.

El ingreso (el salario) y el consumo, per se, no conlleva la prosperidad o la felicidad de la gente, no obstante, los esfuerzos por darle un mejor sentido a la calidad de vida en las sociedades occidentalizadas, recurriendo a aproximaciones diagnósticas que señalan las tendencias de la razón pública.

Los depositarios del conocimiento medible y cuantificable del bienestar o de la vida buena, tienen como única herramienta o dominio metodológico lo intuitivo, lo bibliográfico y las conveniencias econométricas. Bajo estas herramientas, la primacía del ser ocupa el espacio conductual en la concreción del Buen Vivir como elección, admitiendo que este es cuantificable y puede ser objetivado mediante la evaluación de “la felicidad como variable que da cuenta de ese Buen Vivir de las personas y la sociedad” (Ramírez, 2017).

Así, las encuestas sobre el empleo, desempleo y subempleo (ENEMDU); de los ingresos y gastos de los hogares urbanos (ENIGHU); de las condiciones de vida (ECV) o de algún mapa o gráfico de porcentajes de felicidad, suponen la forma de definir la existencia de la buena vida en la población.

Se presume en ello el “bien perfecto” aristotélico anclado unidireccionalmente en la contemporaneidad como un resorte a la visión de la vida en el mundo indígena de nuestras tierras americanas, lo cual es considerado “pertinente para nuestras condiciones socio-históricas (pues) se sustenta también en los principios de razón pública”. (Ramírez, 2017).

Reconocimiento y valoración del paradigma andino

Aclarar la situación de superposición del término aristotélico del Vivir bien al de Sumak Kawsay indígena se torna  inexcusable, en la medida en que: o se mantiene oculto el legado de los Andes y se sigue el camino de las hibridaciones desde el mismo eidos constructivo de Occidente, o se liberan sus conocimientos con fines de autenticidad aportativa, no solo a la teoría crítica, sino a un cambio paradigmático del pensamiento y de practicidad en lo social y en las ciencias.

Como se refirió al inicio del presente artículo, la conjunción o entre los términos Buen Vivir o Sumak Kawsay, no puede ser determinante en la categorización de la buena vida, ni puede hacerse costumbre en el análisis científico social y antropológico, pues son dos realidades paradigmáticas cognoscentes distintas.

La distinción solo podría relativizarse si se liberara al paradigma andino de las prisiones del colonialismo histórico y moderno, potenciando nuestro patrimonio epistemológico, para dar a la razón herramientas nuevas a fin de que evolucione, en el marco de una nueva dialectización experimental, como sugiere Gastón Bachelard (1989: 192).

Tal liberación, requiere de un estado dialógico, propositivo, que opaque las relaciones hegemónicas de poder, en un ámbito de interpoliticidad para un posible estado social abarcante, de múltiples opciones unitarias emergentes y efectivas o sea de una sensible democracia intercultural.

Significará desclasificar un imaginario que revela la verdadera dimensión de lo que se ha dado por llamar Sumak Kawsay, redimiendo la visión Andina del espacio/tiempo/mundo y su representación geométrica, mítico/simbólica, lingüística y “filosófica”, cual Axis mundi identitario, como entidad que resume un todo holístico y no solo su simple traducción al castellano como Buen Vivir.

Habrá que considerar que las sociedades/cultura de los Andes de Sudamérica, nos retrotraen a sistemas cognitivos relacionales de matriz cosmológica, que desembocan en prácticas de producción material y simbólica, ejerciendo comunitariedad e individualidad, libertad y emancipación frente a las ataduras de las conflictivas connotaciones del acervo constructivo de Occidente.

Debemos reconocer los códigos milenarios de representación primordial, iconográfica, existente en nuestros territorios, cual brújulas de todo ordenamiento subjetivo y material del espacio social, productivo y arquitecturado (Lozano, 2016), en que subyace una visión práctica/conciencial, como entidad sinérgica del potencial cultural del Ande sudamericano.

Hemos de considerar los principios de correspondencia, reciprocidad, complementariedad y ciclicidad, derivadas de la visión del tiempo/espacio, cual tetraléctica de nuevas lógicas equivalentes y frugales, como un antídoto frente a los dogmas e ideologías sobre usadas, en muchos de los casos, para proyectos políticos totalitarios.

Estos principios son la convergencia de la epistemología compositiva de Sumak Kawsay, matricialmente figurada en la simbología proporcional generativa del “Gran Atractor” (Guerrero, 2004), llamada Tawa Pacha, obteniendo una visión multisemántica que trasmite un ideario de sensibilidades o valores múltiples, o sea, un sentipensamiento (Oviedo, 2016) correspondiente a episteme-doxa, que no aterriza en el referente ama quilla, ama shua, ama llulla (no mentir, no robar, no ser ocioso), sino en un buen pensamiento, un buen sentimiento y un buen caminar por los destinos comunitarios de la vida.

Un objetivo que empieza por desentrañar y relativizar el concepto del Buen Vivir, nacido en el seno de la cultura civilizatoria de Occidente europeo y no obstante, revitalizado como herramienta conceptual positiva, alternativa a la visión de progreso y desarrollo capitalista; y, por otro, recuperar y justipreciar la episteme cultural de la hasta ahora ocultada práctica sensible o vida dulce, afable, en plenitud, de los Andes: la Sumak kawsay.

Como brevemente hemos visto, el Buen Vivir aparece como un constructo intelectual y de Estado con miras a un nuevo desarrollo social material al que le sería inherente el bienestar y la felicidad; mientras que desde la visión originaria de los Andes la valoración de Sumak Kawsay conlleva aspectos complejos de representación que pueden conducirnos a estructurar niveles serios de descolonización del pensamiento y de prácticas decoloniales del poder y la dominación.

*Escritor, catedrático e investigador. alfrepz@gmail.com

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