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lunes, diciembre 23, 2024

Ecuador: conmemoración del Bicentenario en medio del abismo histórico

Por Juan Paz-y-Miño Cepeda

Ecuador conmemora el Bicentenario de la Batalla del Pichincha del 24 de mayo de 1822. Fue el acontecimiento que dio fin al proceso de la independencia del país, iniciado por la Revolución de Quito, el 10 de agosto de 1809.

Ese proceso tuvo distintas fases: la primera, entre 1809 y 1812 se caracterizó por el establecimiento de dos Juntas de Gobierno criollas, la convocatoria del Congreso Quitense, la aprobación de una Constitución que se llamó “Pacto Solemne”, la defensa del Estado de Quito y la derrota militar de ese Estado. Todavía se expresó la fidelidad al rey de España, aunque también quedó definido el principio de autonomía, soberanía y gobierno propio. La segunda fase, entre 1812 y 1820 fue la del restablecimiento del poder de las autoridades españolas, con el férreo sometimiento de Quito, a pesar de las aisladas resistencias que persistieron. La tercera, entre 1820 y 1822 arrancó con la Revolución de Guayaquil el 9 de octubre de 1820, la formación del ejército liberador del país y el triunfo de las fuerzas patriotas al mando de Antonio José de Sucre en Pichincha, frente a las tropas realistas al mando de Melchor de Aymerich. A los pocos días, la Audiencia de Quito pasó a formar parte de la Gran Colombia, la nación ideada por Simón Bolívar, en la cual permaneció ocho años, hasta su separación, el 13 de mayo de 1830, para formar un nuevo Estado con el nombre de República del Ecuador.

La Batalla del Pichincha dio continuidad al triunfo de Boyacá y preparó la derrota de las fuerzas reales en las batallas de Junín y Ayacucho. En ella participaron tropas que provenían de distintas regiones sudamericanas, de modo que fue una batalla “internacionalista” o mejor latinoamericanista, como fueron las dos últimas, que liberaron a Perú y Bolivia. De modo que hay suficientes razones históricas para conmemorar la gesta de Pichincha y comprenderla como resultado de un impresionante esfuerzo sudamericano por alcanzar la independencia. Y, desde una perspectiva aún más amplia, el proceso de las independencias latinoamericanas tiene que ser considerado como un acontecimiento de alcance mundial, pues gracias a ello fue posible romper con el colonialismo europeo, en una época de ascenso del sistema capitalista. Esa ruptura con el colonialismo es el gran bien logrado por la independencia, a pesar de que después no se realizaron transformaciones sociales de fondo y que, inevitablemente, se instauraron repúblicas oligárquicas en manos de la clase criolla promovida por las independencias. América Latina fue la región que por primera vez en la historia universal contemporánea acabó con el colonialismo.

Por los estudios e investigaciones actuales, cada vez conocemos mejor la dinámica de los procesos independentistas latinoamericanos. La participación social es un fenómeno complejo, pues al mismo tiempo que entre los pobladores hubo razones para inclinarse por la defensa de las autoridades reales, también las hubo para que otros sectores apoyaran a los próceres patriotas, revolucionarios, militares y caudillos que encabezaron las luchas independentistas. Además, conocemos mejor la participación de las mujeres. Entendemos las conexiones de las “provincias” hispánicas (en verdad colonias, a pesar de quienes defienden el hispanismo) con la crisis de las monarquías ibéricas. Y, sin duda, las geopolíticas desplegadas por Gran Bretaña y Francia para alentar y apoyar a las fuerzas revolucionarias, con el propósito de quebrar el poderío mundial que había alcanzado la monarquía española. Igualmente sabemos del interés de los EE.UU. por asegurar su presencia en todo el continente a través de la Doctrina Monroe. De modo que estudiar la historia de las independencias en América Latina es necesario para comprender no solo ese pasado histórico sino cómo se vincula con el presente, pues durante 200 años se ha tratado de volver reales y concretos los ideales de libertad, independencia, soberanía, representación, republicanismo, constitucionalismo, igualdad, democracia, felicidad de los pueblos, precisamente nacidos durante el proceso de nuestras independencias, aunque hasta hoy no logran consolidarse en la vida real de las sociedades latinoamericanas.

Hace prácticamente una década atrás, cuando buena parte de los países latinoamericanos constituyeron Comités del Bicentenario para conmemorar las gestas de inicio de los procesos de independencia, caracterizados sobre todo por el establecimiento de las primeras Juntas Soberanas, hubo coincidencia con el primer ciclo de gobiernos progresistas. Los ideales heredados de la época independentista podían guiar las conmemoraciones, pues incluso eran fuertes las esperanzas por el mejoramiento de la calidad de vida y trabajo de las poblaciones, así como por el cambio social general, sobre la base de un nuevo poder capaz de imponer intereses populares a las elites económicas y políticas tradicionales, privilegiadas por los caminos neoliberales anteriores. Hoy la situación latinoamericana es distinta: predominan gobiernos conservadores, que expresan los intereses de las derechas políticas y económicas, han recuperado o consolidado la vía empresarial-neoliberal y, con ello, han agravado las condiciones sociales, en cuanto a la vida y el trabajo. Ecuador no ha escapado a esta reconfiguración y desde 2017 ha experimentado el restablecimiento del camino neoliberal, ahora incluso con tintes oligárquicos.

Resulta, por tanto, una paradoja y una contradicción que desde el Estado se hable con el lenguaje y los conceptos abstractos del idealismo republicano, democrático igualitario y liberal, mientras el país ha sido encaminado, durante los últimos cinco años, a un abismo histórico, en el que predomina la desazón general, la inseguridad cotidiana y la desesperanza por el futuro, ya que la desinstitucionalización nacional se ha profundizado, la economía ha quedado orientada al beneficio de las elites empresariales conservadoras y concentradoras de la riqueza, se profundiza el deterioro de los bienes y servicios públicos, se ha puesto en riesgo la seguridad social, galopan las ansias privatizadoras y, contradiciendo toda experiencia histórica,  se cree que el mercado libre y el emprendimiento privado serán las fuerzas que logren las soluciones sociales y la modernidad que los ecuatorianos desean.

De modo que conmemorar el Bicentenario de la Batalla del Pichincha, bajo las condiciones descritas, tiene dos perspectivas: de una parte, resaltar un acontecimiento que logró la ruptura definitiva del coloniaje, recordando los ideales que forjó el proceso independentista; de otra, reforzar la conciencia social sobre el hecho de que no es posible concretar y actualizar los ideales nacidos en el pasado siguiendo la senda trazada por el modelo empresarial-neoliberal y que, por tanto, es preciso construir un proyecto social y económico distinto, que privilegie los intereses más amplios.

Hoy en Latinoamérica predominan gobiernos conservadores, que expresan los intereses de las derechas políticas y económicas, han recuperado o consolidado la vía empresarial-neoliberal y, con ello, han agravado las condiciones sociales, en cuanto a la vida y el trabajo. Ecuador no ha escapado a esta reconfiguración y desde 2017 ha experimentado el restablecimiento del camino neoliberal, ahora incluso con tintes oligárquicos.


*Juan Paz y Miño es doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Santiago de Compostela; doctor en Historia por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE); y licenciado en Ciencias Políticas y Sociales (PUCE).


 

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