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jueves, noviembre 14, 2024

ECUADOR: OBSCENIDAD O TRANSPARENCIA. por Fernando Vega

ECUADOR: OBSCENIDAD O TRANSPARENCIA   
Fernando Vega
Ex Asambleísta Constituyente

Indagar por el significado y la etimología de las palabras, no es solo útil como ejercicio de enriquecimiento lingüístico sino que ayuda a penetrar con perspicacia en las realidades que dieron origen al lenguaje y comprender la evolución de sus significados. Tal cosa ocurre con el término “obsceno”. Su nacimiento tiene lugar en la Grecia clásica y ligado al teatro y expresa aquellos acontecimientos que, para no herir la sensibilidad del público, sucedían fuera del escenario de la representación teatral; algo que ocurría “fuera de la escena” y que era luego narrado por los actores de la tragedia, como ocurre, a modo de ejemplo, en la tragedia de Edipo Rey de Tebas de Sófocles: el terrible acto de Edipo de sacarse los ojos, o el suicidio de su madre Yocasta, no son representadas ante los espectadores, ocurren fuera de la vista de los asistentes.

A partir de allí la “obscenidad”  ha evolucionado en varias direcciones, de manera especial con el significado de  algo “indecente, sin pudor, que ofende los sentidos”. El contenido de lo obsceno, sin embargo está sujeto a los usos y costumbres de las distintas culturas por lo que en cada pueblo sus leyes morales y aún civiles determinan aquellas realidades que ocurren en la vida, pero que no deben exponerse porque resultan impresentables o grotescas para la sensibilidad pública y por lo cual están prohibidas, no de realizarse, puesto que de hecho se dan, sino de ventilarse públicamente. Una deriva muy específica de lo que acabamos de decir la encontramos en la definición de la Real Academia de la Lengua: “Obsceno (adj) que ofende al pudor, especialmente en lo relativo al sexo”.

Sin embargo, la definición mencionada, por muy real y académica que sea, tiene un tufillo a la moralidad reduccionista y burguesa que llegó a recluir todos los pecados al ámbito del sexto mandamiento y circunscribir el pudor a las partes pudendas del ser humano. Será por lo tanto prudente sospechar, superando el dicho reduccionismo, que la obscenidad sea un ataque a la sensibilidad humana, no solo en lo “relativo al sexo” sino en todos los aspectos de la vida personal y social y que el “pudor” tampoco debe ser recluido al santuario de la intimidad sexual, sino que, así mismo tiene que ver con todos los aspectos de la dignidad humana y de la convivencia social y política, que puedan ser tratados con irrespeto e “impudencia”.

Ahora bien, resulta que en el siglo pasado y a caballo de las libertades liberales, fueron cayendo poco a poco todas la trabas a la obscenidad y en aras de la libertad artística y de expresión, las oleadas de civilización occidental: en la radio,  la televisión, el cine y todo material impreso y nos hemos  acostumbrado a contemplar actos y escenas antes prohibidos por la moral conservadora de un mundo regido por la religión. Pero a pesar de ello, aún ahora los Estados regulan los límites permisibles para la superación de la obscenidad, cuando obligan, por ejemplo, a las televisoras a pasar ciertos programas de fuerte contenido de violencia y sexo, a pasarlas en horarios tardíos fuera del alcance de los niños y a establecer censuras. En todos los países del mundo la pornografía infantil está proscrita y penada en su práctica y en su divulgación.

Retomando las sospechas, debemos afirmar los significados de la obscenidad no se agotan en el ámbito de la sexualidad, aunque el uso del lenguaje los refiera principalmente a ello. La obscenidad genera la necesidad de opacidad sobre ciertos acontecimientos de la vida privada e incluso pública, de allí que las relaciones internacionales, la política y aún la historia no están exentas de obscenidad. Algunas muestras al canto: Una es la historia de los vencedores y otra la de los vencidos, haciendo de la verdad de éstos últimos, obscena, impresentable; los famosos cables de wikileaks son una muestra de la obscenidad diplomática de todos los Estados, y muy especialmente de los Unidos de Norte América; los gastos reservados del señor vicepresidente Alberto Dahik, eran tan obscenos, que luego de ser revisados por el contralor debían ser incinerados.

Y es que la política en general es radicalmente obscena. Sin ir muy lejos, la partidocracia nos acostumbró a la práctica de la obscenidad, del doble discurso, de la incoherencia. Una cosa es la que se decía y otra muy diferente la que se hacía. El lado visible de la historia y de los acontecimientos se ventilaba en los medios de comunicación, pero el lado oculto, reservado, era privilegio de las castas dominantes, de los banqueros,  de los ministros y del gobernante de turno y de los secuaces del Fondo Monetario Internacional. Cuando el Presidente Gutiérrez declaró sin ambages que ahora le tocaba el turno a él, su familia y sus partidarios, de hacer  lo mismo que hacia la plutocracia, el Ecuador entero demandó un baño de verdad y clamó por la transparencia. ¡Bienvenida la Transparencia! Con razón en la Constitución del 2008 consagró un capítulo para crear una nueva Función del Estado ecuatoriano: “Función de Trasparencia y Control social”.

Desgraciadamente las esperanzas puestas en la transparencia,  no han ido más allá de la Comisión de Auditoría de la Deuda Externa y de la Comisión de la Verdad para destapar las obscenidades de anteriores gobiernos y en especial del febrescorderismo. Los hechos han ido poco a poco defraudando a los que soñaban con cielos más diáfanos y aguas más cristalinas. Muy pronto aparecieron los obscenos negocios del gran hermano, que tanto lo eran que ni siquiera su propio hermano  los conocía, puesto que se escondieron tras la pantalla de empresas de papel radicadas en Panamá y aún no sabemos quién o quienes sí lo sabían en la administración pública.  Tal parece que no lo sabremos porque los periodistas que se atrevieron a destapar la olla y a repetir las confesiones impúdicas del gran hermano están enjuiciados.

Las veedurías de la participación ciudadana han quedado reducidas al esperpento de observadores voyeuristas, “mirones” que pueden ver pero no participar, sin recursos ni presupuestos, condenados a la esterilidad de la satisfacción solitaria, como ocurrió en la veeduría de los contratos del gran hermano, condenada al fracaso desde su nacimiento, sin acceso a la información, sin capacidad para demandar rectificaciones, cooptados por la oficialidad del gobierno para decir que todo estuvo bien y que si algo estuvo mal quedará como recomendación para futuros procesos. En el colmo, se contratan a vacas sagradas como el Juez Baltasar Garzón para que sacramenten desde la lontananza la metida de mano a la justicia, como un proceso ejemplar y recomendable para otras latitudes.

Podrían ponerse otros mucho ejemplos de grandes y pequeñas cosas inconfesables, pero como dice el refrán, “para muestra un botón, los demás a la chaqueta”. Porque lo preocupante es que se está instaurando en el Ecuador otra forma de impudencia que exige la utilización de un nuevo termino en estas reflexiones: “el cinismo”. Voy a ahorrar a los lectores el tedio de la etimología y la historia de esta novedad y decir simplemente lo que dicen los diccionarios: “Término que permite hacer referencia a impudencia, la obscenidad descarada y la falta de vergüenza para defender lo indefendible”(recordemos al ministro de Lucio haciendo gala de recibir coimas para invertir en bien de la Patria), y se añade: “La actitud cínica está vinculada al sarcasmo, a la ironía y a la burla” (derecho a recordar el estilo y lenguaje de las cadenas sabatinas). Creo que no hacen falta muchas explicaciones sobre el asunto, porque  el más tonto no podrá dejar de decir que el parecido de las definiciones expuestas con la realidad política del País, son meras coincidencias.

En efecto, de un tiempo a esta parte, ahora se ventilan en cadenas nacionales y en las plataformas digitales, como virtudes transparentes del gobierno, lo mismo que se vituperaba como vicios de la partidocracia. El discurso oficial lo justifica todo, coreado por los medios públicos y por los incondicionales del régimen. He aquí algunos hechos de cinismo, – aquí me permito usar más de un botón-: el papel de la Corte Constitucional en el proceso de la consulta popular; los incidentes y sentencias en los juicios contra los periodistas, la explotación del bloque 31 en el Yasuni y el plan B, las Reformas al Código de la Función Legislativa; el veto y su entrada en vigencia por el ministerio de ley de las reformas al Código de la Democracia; la calificación del Consejo Provisional de la Judicatura en el última prueba los aspirantes a la Corte Nacional de Justicia… Seguramente el lector podrá agregar otras de su propia cosecha, porque el cinismo ya es de todos… una verdadera epidemia.

Estamos pasando de una clase de obscenidad a otra, de la hipocresía al descaro,  que se impone por su desfachatez y osadía y logra el aplauso de las multitudes. Hay que reconocer que los cánones estéticos están cambiando y que hoy parece bello y hermoso lo que hace poco nos horrorizaba por su fealdad. Ya se dijo más arriba que lo obsceno está siempre ligado a una construcción cultural. Lo que antes se hacía fuera de la escena por su fealdad y corrupción, lo que  escandalizó y sublevó a los forajidos y a todos los hombres y mujeres de bien, al destaparse la olla, hoy se cocina a vista y paciencia de todos con todas las fanfarrias y parafernalias de los poderes del dinero estatal (es decir nuestro) y de la tecnología de punta de los medios de comunicación oficiales. Y si a las grandes mayorías les gusta, quienes son las minorías para oponerse. A pesar de ello soy de la opinión que he hemos de reivindicar, por lo menos, el derecho de decir: ¡No me gusta para nada lo que estamos viendo!

Lo triste y lamentable es que el cinismo está asociado indisolublemente a la tendencia a no creer ni en la bondad ni en la sinceridad del ser humano, a la subversión total de la escala de valores y al relativismo, donde todo vale. Pero no olvidemos lo que dijo el Sabio de Nazaret: “Con la vara que midas serás medido” y lo que Nabucodonosor leyó, según el libro de Daniel, escrito en la pared de su palacio: “Te han medido, te han pesado y han encontrado que no das ni el peso ni la medida”. De poco sirve pesarse y medirse en la propia balanza, para auto presentarse como el nuevo Alfaro, cuando seremos juzgados, y en breve por la historia… y también por los tribunales humanos (derecho internacional)… y, para los creyentes, por un más alto tribunal, sin jueces ad hoc y sin la ayuda de “Chuqui  seven”.

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