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viernes, noviembre 22, 2024

EL ABORTO, EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI Y QUÉ SIGNIFICA SER DE IZQUIERDAS

Carlos Fernández Liria: Ha estado circulando por la red un supuesto artículo mío que era, en realidad, un comentario colgado en facebook a raíz de las declaraciones del presidente Correa en contra de la despenalización del aborto. Fue un amigo mío quien me pidió permiso para colgarlo en su página y a mí no me pareció mal, porque de hecho lo que ahí decía es lo que pienso (aunque convendría explicarlo más despacio). Sin embargo, he quedado espantado con lo que se ha entendido de mi comentario. Así es que pienso que no me expliqué bien. Voy a apuntar ahora algunas aclaraciones, porque el asunto en sí mismo sí me parece de lo más importante.

En primer lugar, mi comentario en facebook no iba contra Correa -si bien sus palabras fueron machistas, meapilas, prepotentes y, a mi entender, miserables-, sino contra muchos de los que lo estaban criticando. En concreto, mi rabia se dirigía contra aquellos que llevan tanto tiempo reprochando a Correa -e incluso a Evo Morales- su falta de sensibilidad indigenista. No es que me parezca bien esta falta de sensibilidad (si es cierta), pero lo que no entendía es que por una vez que Correa se alinea férreamente con el indigenismo, entonces ya no nos parezca bien. Pues, al fin y al cabo, Correa sí tenía razón al increpar a las feministas de su partido preguntando que cuándo se había planteado una medida semejante en la campaña electoral. No se había hecho, y no se había hecho porque la población ecuatoriana no vota eso. El indigenismo católico de la población -y otros indigenismos no católicos o pseudocatólicos, no digamos ya el evangelismo- no vota la despenalización del aborto. Nos guste o no nos guste, tampoco en Venezuela los votantes chavistas votarían esa despenalización. En suma, a mí lo que me estaba tocando las narices era que con un esquema ideológico completamente irreal se estuviera acusando a Correa de haber traicionado a su pueblo y en especial a la mujer ecuatoriana. Yo quizás sí podía decir eso -pues ya se sabe que soy un lunático kantiano que habla siempre de lo que debe ser y no de lo que es-, pero me parecía mucho morro acusar a Correa de traicionar a un pueblo que en eso está masivamente de acuerdo con él.

Por eso, en mi aludido comentario de facebook, proponía un ejercicio para la reflexión. “No todo va junto -decía-: uno no tiene que dejar de ser un meapilas para ser un (más o menos) keynesiano. No es la primera vez que me encuentro con esto. Cuando estuve en Chiapas, en los años 1991 y 1992, había mucho debate en la población indígena sobre el tema del aborto. El motivo es el siguiente: había un movimiento indígena revolucionario vertebrado sobre todo por los sacerdotes del obispo y teólogo de la liberación Samuel Ruiz, quien valientemente les prestó públicamente su apoyo. Los sacerdotes acababan en la cárcel cada dos por tres y los indígenas salían masivamente en manifestación. No eran otros, por supuesto, que el EZLN que se levantaría contra el ejército mexicano el 1 de enero de 1994. A la sazón, el presidente del Estado de Chiapas era un cacique asesino mafioso y corrupto del PRI, llamado Patrocinio González (que luego pasó a ser ministro del interior). La rivalidad con Samuel Ruiz era noticia todos los días. Patrocinio metía sacerdotes en la cárcel y Samuel clamaba desde el púlpito a miles de indígenas zapatistas para que organizaran la resistencia (y bien que lo hicieron un año después). Pues bien, a lo que iba: ¿qué se le ocurrió a Patrocinio González para separar a la izquierda laica del zapatismo? Pues, sí, emprender una iniciativa legal para despenalizar el aborto. Toda la Iglesia mexicana puso el grito en el cielo y Samuel Ruiz se vio obligado (quiero creer que él no era antiabortista) a encabezar las marchas provida de Chiapas. Fue bochornoso. Para muchos en la izquierda fue una línea roja. Fue una curiosa situación, en la que la izquierda se vio apoyando al cacique criminal contra los zapatistas de Chiapas, que siguieron al obispo de forma masiva”.

¿Qué es lo que fue bochornoso? ¿Qué el obispo de la liberación encabezara las marchas provida con el (proto)EZLN detrás? ¿Entonces fueron los zapatistas los que tuvieron un comportamiento bochornoso? ¿O fue bochornoso que la izquierda intelectual y laica dictaminara desde la Universidad que se había traspasado una línea roja y que, por tanto, había que alinearse con un cacique criminal y corrupto del PRI que planteaba despenalizar el aborto? A mí que no me lo pregunten. Al contar esto, yo no pretendía simplificar el problema, sino hacer ver que era más complicado.

Pero cuando el otro día se colgó mi dichoso facebook, bajo el título “Algo hemos hecho radicalmente mal”, muchos se apresuraron a decir que si no sería que lo que hemos hecho tan mal algunos es haber prestado tanto apoyo a presidentes autoritarios y caudillos estatales en lugar de apoyarnos en las revueltas populares, la defensa de los comunes y la comunidad horizontal y participativa. ¿Pero es que en eso de despenalizar el aborto dan mejor resultado los comunes que los presidentes electos? ¿No eran los zapatistas el modelo de revolución horizontal no estatalista (“no queremos tomar el poder”, “nuestro camino no pasa por el Estado”, eso de “mandar obedeciendo”, eso de “crear comunidad”, eso de la “autonomía indígena”, etc.). No, no dan mejor resultado. El problema, aquí, no ha sido Rafael Correa. Y mucho menos Rafael Correa aplastando la voluntad popular indígena. Muy al contrario, al expresarse así se ha limitado a hacerse eco de un clamor muy indígena. El mismo ha hablado como un indígena. ¿O es que el catolicismo no es una voz indígena legítima?.

Como intenté hacer comprender en mi comentario, el asunto es que no todo tiene que ir junto. Uno no tiene que dejar ser un beato católico para ser un (más o menos) keynesiano de izquierdas. En el paquete de la izquierda europea van incluidos (más o menos) el anticapitalismo, el feminismo o la liberación de los homosexuales. Pues, bien, en Latinoamérica no. No va de suyo que un anticapitalista será feminista y no será homófobo. Incluso puedes encontrarte con paradojas curiosas, como la que he contado de Chiapas en 1990: la derecha del PRI emprende una despenalización del aborto y la izquierda (zapatista) sale a la calle a protestar. Al fin y a al cabo, en Latinoamérica, el catolicismo -bajo la forma de teología de la liberación- ha sido una fuerza revolucionaria muy poderosa. Pero un católico no suele abogar por la despenalización del aborto. Por otra parte, quinientos años de catolicismo impuesto a sangre y fuego se han visto coronados con cincuenta años de evangelismo lobotomizado, muy financiado por la CIA con la intención precisamente de combatir la teología de la liberación, es decir, la posibilidad de que el catolicismo tuviese, pese a todo, una vertiente emancipatoria. Eso no ha impedido una gloriosa revolución bolivariana, como no impidió la revolución zapatista. No ha impedido, por supuesto, que las clases populares de Ecuador o Bolivia votaran masivamente por un programa antineoliberal. Pero es una estupidez pensar que todo el mundo dejó en ese momento de ser homófobo, machista o partidario de la penalización del aborto. Lograr este otro objetivo no puede ser responsabilidad de Correa o de Chavez (o, ahora, de Maduro). Aunque por supuesto sí tienen ahí grandes posibilidades en su mano (sin duda una palabra de Chávez habría cambiado mucho el panorama), el primer problema es que seguramente ellos mismos piensan al respecto de una modo cercano al catolicismo. Y sobre todo: nadie les votó por ser feministas o militantes del LGTB y mucho menos para que despenalizaran el aborto.

No digamos ya cómo se plantea este mismo problema cuando, en lugar de irnos a Latinoamérica no trasladamos al mundo árabe. Ahí nuestros esquemas europeos sobre lo que empaquetamos como de izquierdas o de derechas, se vuelven completamente estériles.

Una cosa es el patriarcado (o la homofobia) y otra cosa es el capitalismo. No son aspectos de la misma cosa. Son cosas distintas, que tienen orígenes distintos, causas distintas y remedios distintos. Eso no quiere decir que no haya, por supuesto simbiosis muy funcionales al capitalismo, al patriarcado, a la homofobia o a las tres cosas a la vez. Pero las luchas pueden perfectamente desligarse y sorprende, incluso en Europa, que hayan tendido a ir unidas. ¿Tenía que ocurrir necesariamente que un revolucionario neoliberal como Gallardón, fuese a la vez un meapilas franquista conservador y retrógrado, un fascista, y encima de todo, un machista y un homófobo, y que, además, estuviese en contra de la despenalización del aborto? El caso es que sí, en España, todo eso suele ir junto en el mismo paquete, pero se reconocerá que no tiene por qué ser así y que, a veces, no es así. Más allá de la disciplina de partido, puede haber justicieros neoliberales que no sean nada conservadores, de hecho, los hay. Mucho más si salimos de España y nos adentramos en Europa. Pero si, además, salimos de Europa, esos paquetes en los que metemos lo de izquierdas y lo de derechas, se nos deshacen por todos lados. Y mucho más aún si estamos convencidos de que la última palabra o la más sabia de ellas la tienen, por ejemplo, “los pueblos indígenas”, o el islam, el catolicismo, o el pastor evangélico del Templo.

Y aquí es a donde quería llegar. Porque todas esas cosas de izquierdas, sin embargo, en un cierto sentido muy concreto y definido, sí forman parte de un mismo paquete. Lo que pasa es que, mira por dónde, no suele ser un paquete muy respetado por el pensamiento de izquierdas (aunque hay desde luego excepciones, entre las que, desde luego, me cuento). Ese paquete se llama Ilustración. Sí que hay una forma muy clásica y con un enorme peso histórico de lograr que anticapitalismo, feminismo y LGTB vayan en el mismo paquete: se trata de vertebrar todo eso con las condiciones de posibilidad de lo que la Ilustración llamó “ciudadanía”. Y por lo tanto, vertebrar tales cosas en un edificio político coronado por los derechos humanos y constituido como un imperio de la ley, es decir, como un Estado de Derecho. Pero entonces hay que confiar en los conceptos de progreso y de civilización. Hay que, ante todo -es lo que Luis Alegre y yo no hemos parado de repetir-, reclamar como propios del “paquete de izquierdas” esos conceptos y, por lo tanto, denunciar y demostrar que bajo condiciones capitalistas toda esa realidad política no es más que un espejismo. No constituye ningún progreso “descubrir” América y esclavizar o exterminar a los indígenas que la habitaban. Eso no es extender la civilización o profundizar en ella. Pero sí lo es prohibir la esclavitud o legislar el derecho de la mujer a votar. O legislar contra la homofobia o la discriminación de la mujer. O, ya que estamos, despenalizar el aborto.

Contra ciertos planteamientos indigenistas muy comunes en Latinoamérica, hay que repetir una y mil veces que lo que es imperialista no es extender los derechos humanos, sino violarlos.

Y, en fin, eso es a lo que yo me refería que habíamos hecho rematadamente mal en la izquierda: regalar “el paquete de la Ilustración” al enemigo, creernos el cuento de que el capitalismo y el Estado de Derecho son compatibles (e incluso que son lo mismo en dos aspectos distintos); dejar que nos robaran el concepto de progreso y el concepto de civilización (para aplicarlos a la reproducción ampliada-acelerada de capital y al imperialismo genocida); empeñarnos en tener una idea mejor que la ciudadanía (para inventar la pólvora y descubrir al camarada, al hombre nuevo, al militante, al trabajador voluntario, al indígena tribal y comunitario, etc.); permitir que el enemigo se apropiase de todas las conquistas legislativas que tantas luchas populares, tanta sangre y tanto sufrimiento causaron (hay gente en la izquierda a la que incluso la enseñanza púbica estatal le parece cosa del enemigo y que se empeña en defender una enseñanza basada en los comunes, que al final resulta ser una especie de enseñanza privada para pobres); etc., un sin fin de cosas como estas es lo que hemos hecho mal. Y sobre todo, algo hemos hecho rematadamente mal (como ya decía en el facebook en cuestión): no saber encontrar la manera de que nuestro “paquete de izquierdas”, el paquete de la Ilustración, estuviera en condiciones de competir con el catolicismo, el evangelismo o los hermanos musulmanes en la lucha por la hegemonía cultural. Sin duda, hemos logrado éxitos impresionantes, sin embargo. Los logros del LGTB en el mundo entero son inconmensurables, por mucho que aún quede tanto por hacer. Lo mismo puede decirse de la liberación de la mujer. Por ejemplo, hace cincuenta años, el derecho al control patriarcal de la virginidad de la mujer en España era incuestionable. Eso ha cambiado radicalmente: hoy ninguna mujer se casa virgen, ni nadie pretende exigírselo. No poder llamar progreso o civilización a esa conquista, a esa increíble victoria -y a tantas otras-, me parece miope y suicida.

Y aprovecho ya, antes de dar la palabra a Luis y a Dani, para hacer una aclaración sobre otro malentendido que también he oído, porque hay gente que me ha preguntado que si -habida cuenta de que se había traspasado una “línea roja”- había retirado mi apoyo a la revolución bolivariana o si por lo menos estaba desengañado del “chavismo”. Esto sí que es un buen disparate. En el año 2006 publicamos Luis y yo un libro –Comprender Venezuela. Pensar la democracia– en el que afirmábamos algo que a mucha gente le pareció que era una mera exageración retórica que no había que tomarnos en cuenta. Decíamos que las victorias electorales de Chávez eran el acontecimiento político más importante y más interesante desde la revolución francesa. Por mi parte, lo sigo pensando. En primer lugar, porque creo que no hay nada más interesante en el mundo que la idea de una república en estado de derecho. Y en segundo lugar, porque en toda la historia de la democracia, no había ocurrido jamás que los pobres ganaran las elecciones (catorce veces seguidas, además) sin que semejante resultado electoral no fuera seguido de un golpe de Estado, una invasión o una guerra que diera al traste con el orden constitucional. O si se quiere ser más preciso (para los que alegan que los pobres también votan a la derecha): lo que no había ocurrido nunca es que la oligarquía de un país perdiera las elecciones (catorce veces, además) y se viera obligada a seguir sometida al orden constitucional. Esta insólita y grandiosa excepción se la debemos sin duda a Chavez y al pueblo venezolano. Otras excepciones siguieron a ésta, como la victoria de Evo o la de Correa. Nunca hemos tenido por delante una experiencia más interesante: la de lograr que el Estado de Derecho funcione al margen de la dictadura económica capitalista. Nunca hemos tenido un espectáculo más bello: el de un pueblo que hace morder el polvo a la oligarquía por vía electoral (sin matanzas, sin guerra, sin montar una carnicería y un estado de excepción). Es lo más parecido que hemos tenido en la historia a un verdadero Estado de Derecho.

Pues, en dos palabras -no voy a repetir aquí lo que Luís y yo ya hemos publicado mil veces-, lo que no es de recibo es llamar Estado de Derecho a este modelo “europeo” en el que se respeta el resultado electoral siempre que ganen las elecciones los que, de todos modos, ya tienen de antemano el poder económico. Esto de que llamemos democracia y orden constitucional a un paréntesis entre dos golpes de Estado, en el que se está seguro de que no se va a atentar contra los intereses económicos del capital, es una tomadura de pelo. No se puede llamar democracia a un sistema en el que tienes derecho a presentarte a las elecciones, pero no a ganarlas (porque, si las ganas, te tragas, por ejemplo, una guerra civil y cuarenta años de dictadura).

Otra cuestión es cómo va la cosa. ¿Se ha logrado realmente que el estado de derecho de la revolución bolivariana no esté secuestrado por los intereses económicos de la oligarquía que, sin embargo, perdió las elecciones? ¿Cuál es el diagnóstico, diez años después? ¿Cuál va a ser el futuro del Socialismo del siglo XXI? ¿Qué pasará ahora con el revocatorio que se planea contra Maduro?

Yo no lo sé. Pero sí creo que, pase lo que pase, lo que más vamos a echar en falta es lo que podríamos llamar un verdadero Estado socialista consolidado. Se han creado Misiones, Consejos comunales, Universidades bolivarianas, redes bolivarianas, organizaciones bolivarianas populares… pero no se ha podido crear un Estado bolivariano, un Estado socialista. En uno de sus últimos discursos, el presidente Chávez se preguntaba ¿dónde están las comunas? No sé, pero ¿dónde está el Estado? Podríamos definir un Estado socialista como un estado democrático en el que los derechos civiles, políticos y sociales básicos no dependan del impulso   político   (o no) de un eventual gobierno de izquierdas sino que se hallen consagrados como tales derechos fundamentales y amparados (con carácter incondicional) por las correspondientes instituciones de garantía. Es decir, el equivalente de lo que gozan los partidos de la oligarquía en todos los Estados capitalistas. El capitalismo no está vendido a los imprevistos electorales. Está blindado institucionalmente, empotrado en los aparatos estatales, protegido legal y constitucionalmente. Es España lo sabemos ahora mejor que nunca, desde que el PSOE y el PP se pusieron de acuerdo en plenas vacaciones de agosto de 2011 para reformar la Constitución y poner a los bancos por encima de cualquier vaivén electoral. Eso mismo, pero en su versión socialista, es lo que tenía que haberse logrado tras tantas legislaturas con la sartén por el mango.

Daniel Iraberri:

Sí, pero las furias antiestatalistas de ciertos sectores de la izquierda no facilitaban la cosa. Yo creo que la manía anti-Ilustración de la izquierda ha hecho muchísmo daño en el propio proceso bolivariano. A lo largo de todos estos años hemos tenido que oír cosas tales como que el chavismo se apoyaba en una burocracia estatal corrompida y que este equilibrio de fuerzas impedía avanzar la revolución. Hay una izquierda negrista, antiestatalista, que ha inoculado en el proceso bolivariano un diagnóstico fatal respecto a casi todos los problemas. Me refiero a esa cantinela antiestatalista que siempre encumbra algo así como la democracia de los comunes y la imaginación de la multitud frente a cualquier esfuerzo de consolidar las instituciones de siempre, las instituciones propias de un Estado de Derecho: el parlamentarismo, la división de poderes, la sanidad universal, la educación pública, la policía, etc. Luis y tú, cuando escribisteis Comprender Venezuela, pensar la Democracia, decíais que la oposición fundamental no era democracia participativa / democracia representativa, sino democracia frente a dictadura de los poderes económicos. El problema de nuestros sistemas parlamentarios no es que sean parlamentarios, sino que no es verdad que sean sistemas parlamentarios: son dictaduras económicas disfrazadas con una fachada parlamentaria. Lo que vosotros defendíais era que había que concentrarse en construir un verdadero aparato de Estado, no en abandonar esa tarea como imposible y sustituirla por las Misiones. Pero había cierta izquierda que estaba siempre dispuesta a identificar lo vivo, lo espontáneo, lo horizontal, lo creativo, lo popular, en suma, lo “de izquierdas”, en las Misiones, y a considerar en cambio cualquier forma estatal como un obstáculo destinado a ser abolido en el proceso a mayor o menor plazo. Por lo visto, había que inventar algo mejor que la asamblea legislativa. No bastaba con hacerla funcionar de verdad. Había que inventar algo mejor que la policía… no era posible proponerse que obedeciera a las leyes y trabajara para que se cumplieran. Entre los intelectuales que han acompañado al proceso bolivariano ha habido mucho enamorado del poder constituyente al que le horrorizaba cualquier cosa constituída. Enamorados de la potencia, horrorizados por los actos. En suma, ha habido un verdadero cáncer antiestatalista que no ha sido de ninguna ayuda para avanzar en lo que verdaderamente era un reto tan difícil como imprescindible: la constitución de un verdadero Estado socialista que pudiera resistir cualquier embate electoral (lo mismo que el Estado capitalista resiste cualquier oscilación electoral). Pero hay una izquierda que no quiere ni oír hablar de nada que suene a Estado, ni aunque sea socialista, porque algo les convenció -no sé leyendo a quién- de que el Estado, el Derecho y el capitalismo eran momentos equivalentes de la misma ignominia. Identifican Estado con burocracia y dictadura sobre el pueblo, sin advertir que existe una posibilidad que puede ser muy difícil, pero que es la más bella y la más irrenunciable que puede plantearse la humanidad: la posibilidad de una sociedad en estado de derecho, en estado de Ley, la posibilidad -podríamos decir para resumir- de una verdadera República.

Esta posibilidad asombrosa se abría frente a la revolución bolivariana, una revolución en la que, como dices, los pobres habían tomado el poder por vía electoral. Era un experimento insólito, que la humanidad llevaba esperando desde los tiempos de Sócrates o Platón: la posibilidad de que la ley emanada del pueblo estuviese realmente por encima de cualquier otro poder, también de los más ricos o influyentes. Era el proyecto de la Ilustración: la construcción de una sociedad de ciudadanos en estado de derecho, es decir, la construcción de una sociedad en la que incluso los más poderosos estén sometidos a los dictados de las leyes que emanan de la argumentación y contraargumentación entre los ciudadanos. Es increíble que la construcción de este milagro haya interesado relativamente poco en cierta izquierda muy extendida. En la izquierda de corte estalinista, porque se desconfía del Derecho como de un subproducto burgués. En la izquierda “negrista” o “spinozista” de los “autónomos”, porque se desconfía del Estado por las mismas razones. La fórmula “estado derecho” interesaba poco a la izquierda. Aquí Chávez fue siempre más clarividente: sabía que la fortaleza del proceso bolivariano residía en un Estado de derecho socialista, no en un socialismo que inventara algo mejor que el Estado de derecho. Pero la tarea era muy difícil. Emprender una reforma en profundidad de la administración pública era una tarea colosal y tremendamente conflictiva. Supongo que grandes sectores de la burocracia estatal corrupta se habrán estado frotando las manos viendo que el objetivo se desplazaba hacia las Misiones, hacia un intento de duplicar el aparato de Estado desde abajo, en lugar de poner patas arriba el aparato mismo del Estado.

El resultado ha sido que la población ha ido perdiendo cada vez más la confianza en las leyes. Uno no puede ilusionarse por la producción de leyes si observa que luego no hay forma de hacerlas cumplir. Por ejemplo, la Constitución de 1999 ya establecía en su artículo 115 que “la propiedad estará sometida a las contribuciones, restricciones y obligaciones que establezca la ley con fines de utilidad pública o de interés social”. Sin embargo, esta subordinación constitucional de la propiedad privada a la utilidad pública no ha logrado impedir que los comportamientos especulativos eleven por ejemplo el precio de la vivienda hasta unos límites que generan dramáticas consecuencias sociales; no ha logrado impedir que las grandes redes de distribución y comercialización acaparen productos (incluso de primera necesidad) y generen situaciones de escasez sin que eso implique la expropiación inmediata; tampoco la legislación penal ha servido para meter en la cárcel a los acaparadores; tampoco ha servido para llevar a la cárcel a todos los burócratas corruptos que parasitan los recursos del Estado. Se han organizado, sí, programas sociales de emergencia (las Misiones), pero se ha hecho para atender necesidades que eran competencia de Instituciones del Estado que siguen sin rendir cuentas por su escandalosa dejación de funciones. Ni siquiera se ha podido aplicar el peso de la ley a los burócratas corruptos que han parasitado también estos programas sociales.

Sin duda, sin duda que era un tarea dificilísima. Pero no por eso hay que cambiar el diagnóstico. Si en vez de apelar al eterno punto de fuga que caracteriza el trazo pictórico argumentativo del spinozismo negrista, a saber, que “la multitud proveerá” (proveerá ausencia de conflictos, solución a los problemas, a los delitos, a la propiedad, al trabajo, a la justicia, panes, peces, etc.), vamos a los procesos concretos, materiales, lo que se ve en procesos como los de Venezuela es precisamente el drama de la falta de Estado. Es tan evidente que clama al cielo. No creo que esto sea demasiado imputable al chavismo. (Aunque algo responsables sí son, y esto es más bien un elogio: cómo no van a serlo, cualquiera que haga algo políticamente relevante pasa a ser responsable de los logros y de los errores, el derecho a fallar hay que ganárselo; en España, por ejemplo, la izquierda todavía no se ha ganado ese derecho, por eso no se le puede imputar nada). Los marxistas republicanos somos defensores de la edificación de una arquitectura institucional, estatal y jurídica republicana, y por eso pensamos que el gran problema del Proceso comenzó desde el momento en que se desistió de apropiarse hasta el final del Estado. La verdad es que aquí no hay quien pueda dar lecciones: haber expulsado de la administración a toda la oligarquía anterior, por completo, habría sido imposible sin una guerra civil. Y con esa oligarquía… imposible. ¿Qué se hizo en vez de limpiar el Estado para que fuese verdaderamente una herramienta de transformación? Cualquiera que haya seguido con un mínimo de atención lo que ha ocurrido en Venezuela desde hace muchos años no puede tener la más mínima duda: la impotencia de cara a librarse de la anterior administración (pues asumir el coste de una guerra civil, con EEUU desestabilizando cualquier situación, es probablemente inasumible, y entonces igual es que la cosa no tiene remedio y punto, pero una cosa es lamentarse de que no haya tenido remedio y otra poner las ideas a la altura del error o de la impotencia) se solucionó con dos cosas: dinero (del petróleo), y retórica. Con ambas cosas se creó una especie de “estado comunal” paralelo, ultrasubvencionado, que logró solucionar la mayoría de los problemas que no podía resolver un Estado heredado podrido hasta la médula. En vez de sistema nacional de salud: misión barrio adentro, etc. Las misiones fueron un invento maravilloso del chavismo, y realmente han cambiado la vida de los venezolanos. Todas. Bueno, algunas más que otras. Y todo se puso al servicio de una retórica muy comunitaria, se crearon miles de proyectos de economía cooperativa, comunitaria, etc. Se vertieron chorros de dinero encima de todo lo comunitario, lo asambleario, lo barrial, lo horizontal. Y sí, se solucionaron muchas cosas con eso, cómo no.

¿Cuál es el problema? Pues bien sencillo: que si en el período constituyente, cuando tienes el entusiasmo revolucionario, el apoyo popular, la hegemonía, el ejército, incluso cierta capacidad para expulsar a la oligarquía a base de fuerza revolucionaria (y sí, un poquito de terror jacobino), no lo aprovechas para construir un entramado institucional, jurídico, político, estatal, lo suficientemente sólido, que haga completamente irreversibles los cambios incluso si la oposición gana las elecciones, si no consigues eso, al final has construido una casa de barro. Evidentemente Venezuela es un proceso vivo, ¡y lo que le queda! Y queda mucho por hacer, pero el desgaste es evidente, y ni siquiera los venezolanos, con el ejemplo de curro político absolutamente increíble que han dado al mundo, ni siquiera ellos, digo, son tan fuertes como para sostener a base de pura voluntad y puro entusiasmo, dos décadas de revolución. Si es que es imposible inventar la pólvora, joder… o aprovechas la revolución para instituir las condiciones materiales de la reforma (sí, claro, efectivamente, el Estado de Derecho, es decir, un Estado al que ningún poder privado le haga ni cosquillas y donde las leyes establezcan un carril del que ya no se pueda salir), o aprovéchala para ser muy muy muy feliz mientras dure, porque el enemigo no está todo el día con pájaros en la cabeza y sabe perfectamente que la verdad está en la espada y el trono. Y no deja de ser una de las razones de que siempre perdamos… Y que siempre perdamos no deja de ser una de las razones de que tengamos estos discursos, tan guays, por lo demás. Porque el momento constituyente mola que te pasas, y lo constituido (la policía, los jueces, los impuestos, las leyes, las victorias parlamentarias, las derrotas parlamentarias…) es mucho más aburrido, dónde va a parar.

No creo que en Venezuela hayan faltado cooperativas, experiencias asamblearias, poder popular, ni nada de eso. De hecho, la intervención estatal de PDVSA, recuperar el principal recurso económico de la nación y ponerlo al servicio del pueblo, es algo que se hizo desde el Estado, aprovechando el boicot del paro petrolero, pero con ese dinero se financiaron las misiones. ¿Qué es más sólido e irreversible, PDVSA o las Misiones y su carácter popular? Esa me parece una buena pregunta (que no estoy capacitado para responder). Otra buena pregunta es ésta ¿qué forma de propiedad y explotación se le habría dado a PDVSA desde la concepción negrista-spinozista de los comunes? No sé, en varias discusiones -también en facebook- les hemos planteado una pregunta que creíamos precisa, si “habrá policía en la democracia radical de la multitud y las pasiones alegres” y nos han contestado que les parece una pregunta metafísica indigna de respuesta. Supongo que con estas otras preguntas será aún peor.

Cuando estuve en Venezuela, un tipo bastante listo que era economista y había estudiado en mil países, y había estado ya de ministro con Chávez y siempre ligado a cargos de economía, vivienda, productividad, etc., me explicó todo el asunto de la economía cooperativa, el hostión que por desgracia (él lo había apoyado con una enorme fe y esperanza) se habían dado, y el drama de, por concesiones a la retórica asamblearia y participativa, no haber podido poner suficientemente en marcha una economía estatalizada con sectores fuertes, orientados a la diversificación de la producción del país, controlados por el Estado, capaces de impulsar un tejido productivo suficiente para Venezuela: por debajo de un determinado nivel de desarrollo del tejido productivo, la soberanía política tarde o temprano acaba mermada. Y Venezuela tiene un grave problema histórico de producción, puesto que la suerte que supone su condición de reserva petrolera mundial no se ve compensada con una diversificación suficiente de la economía, de modo que sigue siendo una economía profundamente importadora, vaya, es que se importa hasta la harina de las arepas. Evidentemente este desequilibrio tampoco le es imputable al chavismo, puesto que es fruto de un siglo de colonización y explotación salvaje por parte de petroleras internacionales y una oligarquía local profundamente antipatriota, a la que nunca le interesó el desarrollo del pueblo venezolano, sino simplemente asegurar su cuota en la extracción de las plusvalías de las rentas del petróleo, mientras el país se empobrecía y se desestructuraba cada vez más. Revertir décadas y décadas de desestructuración económica y social es algo que requiere una determinación política y una eficacia que quizá sencillamente sean incompatibles con tiempos políticos cortos. Yo no lo sé, no sé si se podría haber hecho algo más o algo mejor.

En fin. Lo que quiero decir es que por lo visto si eres ministro de economía en Venezuela, y quieres llevar el país a algún sitio donde la gente tenga trabajo y harina para las arepas (además de poder popular) por lo visto las infinitas concesiones retóricas a lo popular son más un obstáculo que un apoyo.

Y sí, claro que por lo demás hay corrupción en la administración y no sólo en la heredada, sino también en la chavista. Pero ¿y en las asambleas, y en los proyectos comunitarios, y en las misiones? Es que no me fastidies… Si intentas montar un Estado heredas el Estado anterior y además necesitas cuadros. Y si no tienes cuadros técnicos te los inventas o los importas. Y si aún así te falta gente (gobernar un país, por lo visto, es muy complicado, y ni la multitud provee soluciones mágicas ni la multitud es en sí misma y por sí misma un antídoto especialmente eficaz contra cosas como la corrupción), pues te la vuelves a inventar (eso que decía Lenin de que tuvieron que poner un “barniz” bolchevique a cuadros del zar o a cuadros que no eran ni cuadros). Y si son unos ladrones, pero son los tuyos, pues les vigilias todo lo que puedes. Y si mientras está Chávez no le tiembla el pulso a la hora de expulsar a gobernadores, cargos, etc, pero en cuanto no está Chávez todo el mundo (también la multitud, vaya) se desperdiga y cada uno va a lo suyo, pues qué le vas a hacer. Si es que es muy difícil, montar una República es jodidamente difícil. Tan difícil que si miramos a la historia casi diríamos que es imposible. Es que aquí debajo de la luna las cosas son un rollo, imperfectas, una chapuza. Y claro, lo que siempre acaba fallando es el Estado: porque es lo único real. Los anti-estado tienen un montón de ejemplos que echarnos a la cara en cuanto a estados que no han defendido lo público y los comunes o que directamente han sido sistemas de expropiación sistemática de los comunes. Yo no sé qué ejemplos de democracias radicales de la multitud y los comunes fracasadas podemos echarles en cara porque no sé si eso ha existido alguna vez (en este lado de la luna, en el otro, seguro). Creo que jamás una “democracia radical de la multitud y los comunes basada en las pasiones más alegres” ha estado ni siquiera cerca de fracasar, y creo que eso ya dice mucho.

Aunque… un momento, a nuestra izquierda “negrista”, aún se les podría preguntar ¿realmente no hay ejemplos de multitudes operando políticamente? Lo que me parece es que no les parecen buenos ejemplos por puro voluntarismo, porque en el fondo por mucha palabrería althusseriana y presuntamente materialista que exhibas, al final no puedes dejar de estar de acuerdo con unos cuantos principios mínimos que no dependen de la multitud (y que por tanto la trascienden): unos cuantos principios muy tontos, de esos que siempre les parecen individualistas, liberales, burgueses. ¿Si no por qué les parece mal, como no puede dejar de parecernos a todos, que Correa, en consonancia con el sentir de la multitud al respecto, tenga esta postura contra el aborto? ¡Cómo no íbamos a estar de acuerdo en defender ciertos principios liberales contra ciertas inercias tribales, patriarcales, criminales, de la multitud! Lo que no entiendo es por qué no se puede reconocer y asumir abiertamente: estamos de acuerdo con este principio, y con este otro, y por esta razón, etc. Me parece muy fácil, y no se te cae el carné de marxismo por hacerlo. A Marx desde luego no se le caían los anillos por defender principios republicanos y jurídicos. Siempre recurren a la multitud como piedra de toque de todo: pero donde la multitud se pone en marcha e intenta hacer una casa para todos que dure, una real, chapucera, pero sólida, ya no les parece una buena multitud. En cuanto lo constituyente consigue constituir algo, parece que se traicionara, desde su punto de vista. Me recuerda bastante a lo que hacen los neoliberales con el mercado: incluso donde más clamorosamente falla el mercado (real) ellos siempre pueden decir que lo que faltaba era mercado, porque su mercado es una utopía escandalosamente supralunar. En toda América latina tienen ejemplos a miles de tensiones dentro de procesos de transformación entre el momento estatal y el momento popular. Está Bolivia y toda la contradicción entre el indigenismo que aúpa a Evo y que luego le quiere tirar cuando éste intenta hacer carreteras (con el indigenismo y toda la izquierda poscolonial chachiguay europea e internacional estando al ladito de las ONGs ecologistas financiadas por EEUU), o Ecuador y todas las tensiones entre evangelismo, indigenismo, Estado, etc. Ahí tenemos los procesos concretos, a ver qué es ahí Estado y a ver qué es multitud. Multitud debe ser eso que Hardt contaba el otro día en El Diario (me quedé boquiabierto, es impresionante que se pueda hacer de la palabrería vacía toda una carrera, sin ser político profesional) que está en las plazas “inventando” una nueva democracia. Pues así nos va con nuestra nueva democracia súper mega novedosa: el que manda, manda. Y no se manda en las plazas, no. No si no las usas para tomar el palacio de invierno. Volviendo al caso español: por supuesto que hay que tomar las plazas, y luchar por la hegemonía, y revitalizar el pulso político de la calle en un país políticamente anestesiado desde la Transición, y por supuesto que sin una revitalización de los movimientos sociales nada de lo que se consiga hacer después tendrá sentido. Sin encontrarnos en las plazas, revivirnos como sujeto político, trazar lazos, afectos, incluso sin ser un poco felices sintiéndonos dignos en la lucha colectiva, sin todo eso nada es posible. Pero es que nunca lo ha sido, esto no es nuevo. Todo esto no se puede dejar de celebrar, pero de ahí a coger y llamarlo “una nueva manera de entender la democracia”… Supongo que si no inventas algo nuevo no molas tanto como para hablar en el Reina Sofía. No mira, es que aquí en España no había democracia, había una cáscara amable (amable a ratos, y no para todos) para un país gobernado por una casta franquista y heredera del franquismo; pero coger y llamar a eso “políticas de la representación”, “Ilustración”, y tal, y pasar el resto del tiempo intentando descubrir la pólvora con la que inventar algo mejor… No es difícil inventarse algo mejor que un estado capitalista tutelado por una casta postfranquista, ya está inventado, se llama Estado socialista de derecho, se llama democracia. En fin, hay una tradición republicana socialista que desde Robespierre hasta Hobsbawm o Ada Colau ha martilleado todo el rato con lo mismo, yo tampoco creo que podamos tener un plan mucho mejor que realizar de una puñetera vez lo que nunca nos han dejado realizar. Y sí, si lo que pasa es que no podemos tomar el palacio, pues lo que pasa es que no podemos. Pero yo con lo que no puedo es con trajes que vistan nuestras derrotas de algo distinto que derrotas. O con teorías que condenen nuestras victorias “actuales” a este lado de la luna (es decir, reales, imperfectas, perfecionables) a parecer siempre traiciones a la “potencia”. El trono, el poder soberano, siempre tiene algo de traición, pero tanto como un triángulo de tiza en la pizarra traiciona a la idea de triángulo, tanto como la materia traiciona a la forma. Si fuéramos dioses o viviéramos con los angelitos no sería un problema. Ahora bien, o aceptamos ese mínimo de traición que requiere hacer cosas políticamente reales, y trabajamos desde ello, o lo harán otros. Mi opinión con lo poco que sé de Venezuela es clara: en Venezuela no ha faltado democracia popular ni poder popular ni asambleas ni implicación del pueblo vivo en el proceso (gracias a dios de eso ha habido tanto como para montar más de una década de proceso constituyente, lo cual es realmente asombroso aunque sólo sea a un nivel puramente anímico). De eso no ha faltado. En cambio ha sobrado retórica de todo eso y ha faltado, sí, arquitectura jurídica y política republicana, es decir, Estado.

Luis Alegre Zahonero: Bueno, realmente creo que no puedo estar más de acuerdo con todo lo que decís. De hecho, el acuerdo es tan rotundo y las fórmulas que utilizáis me parecen tan exactas que no se me ocurre gran cosa que añadir. No sé cómo se puede dudar de lo que dice Dani sobre que el proceso constituyente y revolucionario cuenta siempre con un tiempo limitado, después del cual te quedas con las instituciones que hayan logrado cristalizar durante ese período. Antonio de Cabo, uno de los mejores constitucionalistas de este país (y, sin duda, uno de los mejores conocedores de Venezuela) solía decir que es necesario y urgente pasar del Gobierno Bolivariano (en el que las grandes conquistas se han logrado con enormes dosis de participación y entusiasmo popular y necesitando de la iniciativa y el impulso constantes del Ejecutivo) al Estado Bolivariano (en el que el orden institucional instaurado, radicalmente democrático y de fuerte contenido social, marcase ya un terreno de juego enteramente distinto dentro del cual tuviese ya que jugar a la fuerza cualquier futuro gobierno posible). Demonios, el capitalismo sí parece capaz de hacerlo. En ese sentido, en España, sí vivimos en un “Estado capitalista” (y mucho más después de la última reforma constitucional) en el que el margen de maniobra que queda para los gobiernos de izquierda o derecha es realmente escaso. Y precisamente eso es lo que, en mi opinión, no ha terminado de lograrse en Venezuela (pese a las enormes conquistas que se han logrado y que sería sin más una vileza negar). De hecho, si tuviese que poner algún ejemplo sobre esa deficiencia, el primero que se me ocurriría, mira por dónde -así damos otra vuelta de tuerca más a nuestra discusión con la izquierda negrista-, es justo el de la policía. La falta de una reforma en profundidad de la Administración pública y, en particular, el retraso en la creación de un cuerpo de policía eficaz y fiable (que no fuese una banda de malandros más en competencia con el resto de bandas de malandros) ha permitido que se mantuviese un nivel de inseguridad que está erosionando mucho el apoyo al proceso revolucionario. Suena bastante antipático y en cualquier caso poco resultón en ambientes de izquierdas defender la idea de Estado y de policía, pero un mundo en el que nadie está tan loco como para decirle a su hijo pequeño “si te pierdes busca a un guardia” termina desembocando en una “dictadura de los malandros” (que, por cierto, esos sí que son multitud) difícil de soportar.

Otra cuestión fundamental es el asunto de cómo están “empaquetadas” las ideas y las propuestas políticas. Por ejemplo, una de las cosas que más me han decepcionado personalmente de la revolución bolivariana es la escasa o nula atención que se ha prestado a reivindicaciones feministas fundamentales (como el derecho al aborto) o al derecho a la diversidad sexual. Me parece increíble, por ejemplo, que Venezuela no se haya puesto a la cabeza en la defensa del matrimonio igualitario, pero ya el colmo ha sido que hayan abundado tanto los argumentos homófobos contra el candidato de la oposición en la campaña electoral. Para mí, quizá por lo que me toca personalmente, ha supuesto un motivo grande de distanciamiento con el proceso. Y, sin embargo, sería absurdo decir que con eso han estado “traicionando a su pueblo”. Creo que gran parte de la población venezolana (incluyendo por supuesto a gran parte del electorado chavista) es homófobo y antiabortista. También es verdad que si Chávez se hubiese comprometido con esos derechos, su electorado habría dejado masivamente de serlo (la población venezolana tampoco era socialista y ni siquiera anti-imperialista hasta que Chávez explicó que era imprescindible serlo para emprender un programa de emancipación). En cualquier caso, el asunto relevante es que todas esas cosas no tienen por qué ir necesariamente juntas, en el mismo “paquete político”, tampoco en lo que se refiere al “paquete” de la derecha. Esto me parece algo tan evidente que ni siquiera entiendo cómo es posible que haga falta discutirlo. Ser neoliberal, patriota español, católico, aficionado a los toros y machista son cosas que no tienen por qué ir necesariamente juntas. Aunque a veces pudiera parecerlo, no forman un pack indivisible que te entregan con la licencia del taxi. Y, sin embargo, pertenecemos a una atmósfera o una cultura política en la que lo más frecuente es encontrar las cosas así empaquetadas. Exactamente lo mismo ocurre respecto a la izquierda. Si la tradición política que ha marcado un cierto hilo histórico en la tradición socialista europea ha podido unir derechos sociales, libertades individuales, derechos reproductivos, diversidad sexual, reivindicaciones de la clase obrera, etc., ha sido precisamente gracias a un puñadito muy pequeño de principios que te obligan a articular un programa que incluya todas esas cosas en el mismo saco. Y ese puñadito diminuto de principios es, precisamente, el que se forja en la Ilustración: los ciudadanos tenemos derechos inalienables por el mero hecho de serlo, y derechos que son individuales antes de ser ni tribales, ni religiosos, ni comunitarios ni nada por el estilo. Por ello, no se puede renunciar a que los ciudadanos tengan garantizadas unas condiciones mínimas de existencia, acceso a la vivienda, la sanidad y la educación, condiciones dignas de trabajo con unos salarios y unas jornadas laborales decentes (que permitan disfrutar de la familia, los amigos, hacer política o ir a misa el domingo, como cada uno vea). Pero, por lo mismo, no se puede renunciar a que los ciudadanos puedan disfrutar de su vida sexual como mejor les parezca (en igualdad de derechos con las opciones sexuales mayoritarias); que tengan derecho pleno sobre su propio cuerpo (también en las cuestiones reproductivas) y, por supuesto, que haya seguridad jurídica, garantías procesales… y todo ese paquete amplísimo (descomunal) de derechos que derivan de ese puñadito de principios que se ponen en juego con el lema jacobino de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

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