“Esa multitudinaria participación popular en el crimen del Ejido debe ser explicada.”
EL ASESINATO DE ALFARO
Por Pablo Ospina Peralta
Siempre se conoció a los asesinos. Algunas, pero por supuesto no todas, de las responsabilidades legales de los autores materiales fueron establecidas en el voluminoso juicio que siguió al brutal asesinato. Toda la responsabilidad política, moral y material, de los usufructuarios y organizadores del asesinato fue establecida en las repetidas denuncias de liberales radicales, de socialistas y de conservadores desde apenas ocurridos los hechos. La interpretación histórica del episodio también se trazó desde el principio, en sus grandes líneas: el arrastre fue el colofón trágico y reaccionario de una transformación política profunda, la revolución liberal, que había encontrado sus límites sociales y se había convertido en pura dominación plutocrática. Alfaro siempre intentó servir de bisagra articuladora y de fórmula de entendimiento entre los grupos populares y medios radicalizados con las oligarquías terratenientes y bancarias de la costa y la sierra, que en conjunto protagonizaron la revolución liberal. Cuando las oligarquías ya no necesitaron y cuando temieron los peligros de ese matrimonio de conveniencia, terminaron con el experimento recurriendo a una carnicería.
El detalle sobre el que quiero insistir es que las oligarquías dominantes organizaron y usufructuaron del asesinato, pero no fueron ellas las que lo hicieron con sus propias manos. El asesinato, el arrastre y la terrible hoguera en la que terminó, fue una “pueblada”. Los cálculos del momento estimaron la multitud que acompañó con gritos y palos el brutal cortejo, en aproximadamente 5.000 personas. En ese momento, Quito tenía 50.000 habitantes. Trasladada a nuestros tiempos, equivaldría a una manifestación de 200.000 personas. Incluso si reducimos a la mitad la cifra por la presencia de curiosos, caminantes espantados y por las exageraciones de cualquier mala observación, la cantidad de participantes es inmensa. No fueron solo quiteños sino personas venidas de los alrededores de la capital.
Esa multitudinaria participación popular en el crimen del Ejido debe ser explicada. Los discursos del centenario han tendido a considerar o sugerir que fueron grupos de personas manipuladas, acarreadas o pagadas. Gente sin voluntad propia: mercenarios o seres miserables que no sabían lo que hacían. El verdadero pueblo de Quito no participó sino que miró horrorizado los acontecimientos.
Hay dos graves fallas en semejante interpretación. Una de concepto y otra empírica. La falla de concepto, es que se trata de una forma de pensar típicamente aristocrática que desprecia las motivaciones de las muchedumbres y que considera sus acciones poco menos que el reflejo de los más bajos instintos animales de quienes no han alcanzado el refinamiento de la civilización y la racionalidad. Seres capaces de hacer los más perversos crímenes por un plato de lentejas. No hay duda que pueden existir algunas personas capaces de tales hazañas pero no las suficientes para explicar manifestaciones de la magnitud y la trascendencia de este asesinato. Así como en la actualidad no se puede explicar el apoyo popular a Rafael Correa por la ignorancia, la manipulación y la compra de conciencias, como suponen quienes desprecian los valores y la conciencia popular, tampoco podemos explicar el asesinato de Alfaro recurriendo al mismo expediente.
La falla empírica dela interpretación basada en la suposición de que solo hubo algunos pobres diablos comprados, es que a lo largo de toda la primera mitad del siglo XX, el pueblo de Quito y de la sierra en general, mostró consistentemente, una y otra vez, que era, en su inmensa mayoría, seguidora fiel de la oligarquía conservadora. El asesinato de Alfaro no fue un relámpago aislado en cielo sereno. Cuando en 1932 se produjo uno de los episodios más sangrientos de la historia ecuatoriana, la guerra de los cuatro días, las tropas liberales estaban compuestas por guarniciones del ejército, mientras que los defensores conservadores acantonados en Quito eran casi todos civiles. La poderosa hegemonía política conservadora sobre los sectores populares y medios de la sierra norte y central está en la base de una gran parte de la explicación de la historia ecuatoriana del siglo XX. Es uno de los fundamentos por los cuales la reacción pudo conservar el comando del país durante las turbulentas décadas del tránsito a una sociedad plenamente capitalista.
Descifrar el acertijo de la capacidad de liderazgo popular en manos de los sectores más reaccionarios de la sociedad es algo que todavía pesa, como una herencia incómoda e inescrutable, en la política ecuatoriana. ¿Por qué socialcristianos, roldosistas o prianistas son tan populares? No avanzaremos mucho si desviamos la mirada y negamos lo que no nos gusta del mundo. No somos más revolucionarios si alzamos la frente orgullosos defendiendo la pureza inmaculada y revolucionaria de un pueblo imaginado al mismo tiempo que negamos la existencia de voluntad propia en el pueblo realmente existente. La primera tarea de cualquier revolucionario y de cualquier historiador moderno, que no se interesa en querellas de la historia tradicional, sino en la manera en que el pasado nos puede servir para cumplir nuestras obligaciones con el presente, consiste en mirar los hechos y los procesos sin mistificaciones tranquilizadoras. Alfaro murió en una pueblada, con auténtica participación de los sectores populares de Quito y sus alrededores. Y eso debe ser explicado.
Interesante, sin embargo sería bueno que el artículo continue con la explicación del porqué los sectores populares participarron en el arrastre