Las sociedades humanas, viven todas las luchas por el poder y esa es su desgracia. Autoridades, autócratas, jerarquías y oligarquías arremeten a colectivos humanos naturalizando la gobernabilidad de unos contra otros.
Aparecen instituciones, leyes y mecanismos de legitimación para que las personas acepten ser gobernadas desde la grandilocuencia del poder. El pensamiento libre en contraposición considera que el poder nace de la naturaleza del Estado para limitar e incluso reprimir los anhelos y manifestaciones de la libertad.
El poder político se reserva el derecho a la coacción (amenaza física o psíquica) y a la coerción, es decir, el empleo de la violencia física como medio para lograr un fin que se considera política o socialmente necesario. En el pensamiento de Maquiavelo la política es actividad humana relacionada con el poder pero al margen de la moral o la religión. En el renacimiento, la política no era disciplina autónoma: el poder proviene de Dios, que autoriza y da validez a las decisiones humanas. La sociedad burguesa (Maquiavelo era uno de sus principales exponentes filosóficos), terrenalizo a Dios en la imagen del Estado y en el Príncipe Maquiavelo reflexiona en la república como la mejor forma posible de gobierno que permite a los ciudadanos para que se identifiquen y se sientan implicados en los asuntos comunes.
La vulgarizada expresión de Maquiavelo “el fin justifica los medios”, no postula cualquier fin, sino aquel que contribuye a la preminencia del príncipe, en los momentos en los que la república está sufriendo una crisis. La frase indica la dirección para conservar el poder. Se vale mentir a la población para hacer consistente el objetivo. También los fines éticos o humanistas, serán direcciones del gobernante para mantener el puesto.
En la última crisis nacional donde en un mismo periodo caen dos vicepresidentes se pone en evidencia que quien actúa como Maquiavelo no son los defenestrados, sino el que preserva asido a su trono (perdón digo su silla) la condición de gobernante. Quedan dudas en lo ocurrido y en el devenir, porque un moralismo lacerante e hipócrita se apodera del ambiente en un país que conoce hasta la saciedad, que los diezmos y primicias de herencia colonial, son la más común y democrática práctica política, en la estructura del Estado. Nunca en nuestra historia, dejo de recibirse el famoso 10% de todo contrato, convenio, compra, consultoría y eso fue antes de Correa, con Correa y después de él.
Ciertamente no se justifica la práctica por ser una costumbre establecida pero llama poderosamente la atención que se tenga que recurrir a un recurso sagrado del bandidaje de todos, para hundir al adversario interno en las luchas por el poder ¿acaso desde ahora en adelante todos los políticos renunciaran a las cotizaciones, diezmos, donaciones y formas de financiamiento? O es que de ahora en adelante estar en un partido político va a ser un verdadero acto de catequesis cívica, donde la moral inquebrantable regirá los destinos patrios? Nos parece que algo huele a podrido en reino de Dinamarca, nuestro pequeño Tahuantinsuyo.
Otro dato curioso; el imperialismo norteamericano el mismo que alimentó siempre la corrupción de caudillos como Batista; Somoza, Videla, Pinochet ese mismísimo imperio, hoy es el adalid contra la corrupción y más si va dirigido contra quienes de verdad o mentira levantaron su voz teñida de rojo y justicia.
Que quede muy en claro que la búsqueda de fortuna influye tanto en la consecución del poder como en su conservación. Y el gobernante ha de ser consciente de que hoy puede que los vientos le sean favorables, pero en un corto plazo todo se puede invertir
Démonos espacio para reflexionar que desde el poder se está construyendo una nueva industria cultural, que asume una supuesta ética anticorrupción desde el poder corrupto del mismo Estado para controlar el pensamiento. Cultura moralista y punitiva que actuará como anestésico social para distraer al pueblo de los negocios millonarias que se aprestan a celebrar consagrando la explotación laboral y el saqueo de los bienes de la nación.
Para los seres libres y acráticos, que no luchan por el poder sino contra el poder, queda claro: la acción revolucionaria debe urgentemente recomponerse y la izquierda tiene que auto depurarse desinfectando a oportunistas y ladrones reales y potenciales, volviendo a la ética única y revolucionaria de dar la vida por los oprimidos y no buscando con locura hacerse del poder para enriquecerse usando la palabra revolución.
Y más importante, debe primar como principio del cambio social lo contrario al principio maquiavélico que es que debe prevalecer la consistencia medios fines. De otra manera la revolución y el cambio social está condenada al fracaso.