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jueves, noviembre 21, 2024

EL PROGRESISMO Y LA IZQUIERDA LATINOAMERICANA EN UN CONTINENTE QUE SE MUEVE. Por Eloy Alfaro*

Inicio este artículo después de ser parte de varias movilizaciones en el mes de noviembre del 2018: la primera organizada por el movimiento indígena ecuatoriano que atravesó todo el país pidiendo al gobierno de Lenín Moreno se respete el mandato ciudadano y se prohíba las actividades mineras en las áreas previamente definidas. La segunda cuando los estudiantes se levantaron en contra del anuncio del Gobierno: reducir el presupuesto para la Educación Superior en el 2019.

Dos días después de la protesta por el presupuesto universitario, Andrés Manuel López Obrador es posesionado como presidente de México para el próximo sexenio. Antes y después de su posesión, muchos intelectuales hacen sus análisis más o menos objetivos, más o menos justificados sobre lo que le espera a México con el nuevo presidente, más o menos optimistas.

A partir de estos hechos, me detengo a reflexionar sobre otros temas que son portada en este, que es un continente que no se detiene, que está en constante movimiento, su gente, sus organizaciones, sus luchas, están presentes, más allá de los políticos y los gobiernos. Aquí las reflexiones.

Presupuesto para educación no para represión

Los Universitarios de Cuenca deciden cerrar la calle para manifestar su inconformidad con el Gobierno y los ajustes al presupuesto. Me uno a los estudiantes, cargado de un acumulado de práctica de lucha y resistencia. Inmediatamente me llama la atención que son muy pocos y noto desorganización en la toma y aplicación de las decisiones al momento de enfrentar el desalojo en plena calle.

El balance de la jornada desde los mismos estudiantes, es poco optimista. Hacen su análisis para explicarse las razones de ello. Lo fundamental es que ninguno de ellas y ellos había estado antes en una acción como estas, “somos hijos de la políticas de Correa” dicen. Durante la década de gobierno de Rafael Correa, las marchas y cualquier acción fue reprimida, criminalizada y proscrita. La Universidad de Cuenca fue cooptada por los aliados del gobierno y la gente dejó de salir a la calle durante una década. De ahí que, la mayoría de estos jóvenes eran niños o adolescentes cuando inició el gobierno y no heredaron la experiencia de la lucha callejera que vivieron sus padres y abuelos para detener el neoliberalismo y la privatización de los servicios públicos.

En el balance de la acción de protesta, a los estudiantes les preocupa que a la mayoría de los universitarios, no les preocupe la reducción del presupuesto, creen que la mayoría no entienden como les afecta, ni porqué. Los pocos más conscientes que tomaron la calle, no pudieron luchar contra la apatía y el individualismo de los muchos. Está claro que en la Universidad cada quien escoge si participa o no en la protesta y eso está bien, pero en este caso no eran conscientes de la situación del país. Eso ya está mal.

Es democrático tomar la decisión de participar o no y esto pasa por opciones políticas. En este caso, entre los estudiantes había la opción, la democracia, pero no la política, esa ni siquiera estaba entre sus opciones. Democráticamente la mayoría decidió quedarse en los jardines de la universidad o ir a clase o no ir.

La expresión más clara de la democracia neoliberal, despolitizada, vuelve al individuo en seguidor, mientras que democracia con política vuelve al individuo en pensador, es decir crítico de la coyuntura en que se encuentra. Este es otro resultado de la década Correísta, una democracia despolitizada, llena de seguidores. Eso no es democracia, es un limbo. Resultado de esto es que las personas no saben, ni entienden la utilidad de la acción en la calle, ni de la toma de posturas colectivas, no interiorizan su derecho a ser y opinar. Como resultado se delega las decisiones y la política, al rector, congreso, a los ministros o al presidente.

El correlato de esto es que, los estudiantes marchando a nivel nacional, lograron su objetivo. Como siempre la lucha dio resultado. Sin embargo, mientras en la Asamblea se eligió al tercer vicepresidente en actual gobierno (los dos anteriores, uno preso y la otra acusada por corrupción), deja pasar –y de esa manera se aprueba- sin votación el presupuesto para el 2019, con lo cual el gobierno de Lenín Moreno retrocede en sus pretensiones presupuestarias frente a la educación superior, pero a su vez elimina los subsidios a los combustibles para 2019, con lo cual agrava la crisis social y política y traslada el problema – de la educación superior – a otras áreas sociales. Se rebajan salarios a funcionarios públicos. Mientras el nuevo vicepresidente se posesiona y es recibido con aplausos, los trabajadores del país, anuncian medidas frente a esta desesperada pretensión de recursos de parte del gobierno.

Después de una década de gobierno de Correa, Lenin Moreno es su continuación, las políticas de uno y de otro, con matices y formas distintas son un retroceso a los avances en derechos de todo un pueblo. Las medidas que le faltó tomar a Correa las toma Moreno. Juntas, las medidas de los dos gobiernos son una forma de neoliberalismo solapado, es lo que en esta parte del hemisferio algunos intelectuales afectos a estos supuestos gobiernos de izquierda y algunos comunistas llaman progresismo. Está claro que las medidas son necesarias para profundizar el capitalismo de Estado.

En su debilidad, Lenín Moreno disminuye la presión en un lado, pero abre otro frente, quizá más complejo, está vez amenaza la población en su conjunto. Moreno, heredero de la “Revolución Ciudadana” que fue el nombre “progresista”.

de Rafael Correa para su política pública, no quiere tomar el toro por los cuernos. No hace nada significativo para recuperar los miles de millones de dólares de la corrupción del gobierno de Rafael Correa del que él fue vicepresidente. Hay varios de sus cercanos colaboradores presos, procesados o fugados, pero la plata aún sigue escondida en paraísos fiscales, en bancos locales, caletas o fachadas. Todo el mundo lo sabe excepto el presidente. Mientras tanto la rebaja de salarios y eliminación de subsidios a la gasolina son para rellenar el hueco económico que deja la corrupción. ¿Hasta cuándo el pueblo pagará lo que los políticos se llevaron?

Esa debilidad, evidencia que la democracia sin política que Moreno propicia, es más débil que la corrupción que no combate. Cuando Moreno empiece a hacer las cosas bien, es decir recuperar la plata de la corrupción, la gente le tomará en serio. Todo esto, en un continente que se mueve.

Izquierda latinoámericana y referentes políticos

En Latinoamérica, los referentes de lo bueno han dejado este mundo en las dos últimas décadas: artistas como el Gabo o Benedetti, revolucionarios como el Comandante Fidel y músicos como la Negra Sosa, los aliados de la naturaleza, la libertad y las diversidades se van y nos dejan su legado y un vacío. Nos quedan los referentes del enemigo, de la intolerancia y de aquello que no queremos, entre ellos: Daniel Ortega y su esposa; Jair Bolsonaro y Mauricio Macri, Nicolás Maduro, Cristina Fernández y Rafael Correa con su vicepresidente, son la evidencia de las cosas que no debemos hacer y aún están en nuestras retinas.

Frente a ese panorama, con nostalgia pienso “cuanta falta le hace Fidel a la izquierda”. Desde que se alejó de la Política por su salud y edad, su figura como referente de la política de izquierda en el continente y el mundo disminuyó. Con la muerte del comandante de los combatientes del 26 de Julio, la izquierda perdió un referente. El vacío de liderazgo y de referencia que deja Fidel ha sido difícil de superar. Ningún presidente o líder latinoamericano contemporáneo ha tenido el talante y la fuerza discursiva, de legitimidad y visión política como la tuvo Fidel.

Tal fue su influencia en el continente y el mundo que no hay líder, de Centro, de Derecha, de Izquierda, artista, intelectual o activista que no haya visitado, conversado, intercambiado conceptos o disputado percepciones del mundo, con el comandante de la Revolución Cubana Fidel Castro en los últimos cuarenta años.

Desde Mitterrand, Pinochet, Allende, Evo Morales, Rigoberta Menchú, García Márquez, comandantes guerrilleros, Manu Chau, pasando por Calle Trece, Paco de Lucía, el Rey de España, El Papa y varios Premios Novel, entre muchos este servidor conversaron con Fidel. Su figura de combatiente revolucionario y jefe de uno de los movimientos armados que marcaron la historia del mundo, pesó y marcó la práctica política de izquierda.

La legitimidad de combatiente revolucionario le daba autoridad que ninguno de los que hablaban con él, teníamos. Por eso, en medio de tanto corrupto que a cualquier cosa llama revolución, él con su palabra firme y certera hace falta para esta izquierda que se desvía. La izquierda no tiene todavía otro líder con la altura moral y ética que lo iguale por eso lo necesita.

Después del humillante fin de los “gobiernos progresistas” (Argentina, Brasil, Ecuador, Nicaragua), perseguidos y apresados por corruptos me queda una certeza, la izquierda corrupta, la izquierda no crítica de su propio proceso, la izquierda de escritorio, la no ética, la izquierda que persigue y encarcela el pensamiento crítico y a obreros y campesinos, la izquierda que magnifica a sus líderes y los endiosa, esa izquierda, es derecha. Eso es lo que hemos vivido en Ecuador después de diez años de gobierno de Correa, quien desde el inicio de su gestión se hacía llamar su majestad y en toda su gestión se hacía rendir culto y obligaba a la fuerza que lo respeten. La izquierda que permitió eso, pisoteando a los que no estaban de acuerdo, es pura derecha. Todo esto, en un continente que se mueve.

Centro América, AMLO y el muro de Trump

Todos están a la expectativa por los efectos que tendrá un gobierno progresista en la frontera de los Estados Unidos con Danald Trump, como uno de los gobiernos más retrógrados de la historia de este potencia. Imagino que AMLO con todo lo que ocurre en el continente y en su país (caravanas de migrantes, narcotráfico institucionalizado, pobreza resultado de TLC con USA y Canadá, etc) marcará la diferencia con sus antecesores y mirará al resto del continente y no sólo a USA. Siguiendo las palabras del Sub Comandante Marcos, que alguien le explique al Presidente que el norte de México está al sur del continente.

Después del asesinato y desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, al mundo le quedó claro que México es una gran fosa común, producto del narco, y la violencia del partido que gobernó por ochenta años, el Partido Revolucionario Internacional (PRI). A AMLO le toca ser esa piedra en el zapato de la justicia corrupta que con impunidad, no sanciona a los responsables de todas las masacres (políticos, empresarios, ex presidentes, líderes, periodistas, etc) y todo lo narco permea los espacios del Estado. Para eso es importante distanciarse de la política guerrerista contra la violencia organizada. Eso no ha dado resultado en ninguna parte del mundo. AMLO debe ser más inteligente que la violencia que impulsan los anteriores gobiernos.

López Obrador asume el gobierno, cuando todos los ojos del mundo y sobre todo de la izquierda están sobre él. Pero por la coyuntura que le toca vivir, él es testigo del triste desenlace de la corriente “progresista” que por tres lustros estuvo presente a lo largo del continente y cuyo balance determina que varios ex presidentes de “izquierda” están procesados o perseguidos por corruptos y sobre todo, que las condiciones de desigualdad instauradas en el neoliberalismo hayan crecido. Es decir 15 años después de gobiernos progresistas, la pobreza y desigualdad siguen intactas. Aprendimos que eso que llaman progresismo, que no lastima al capitalismo, ni sus expresiones, impulsado por el centro o la izquierda, es una forma suavizada de derecha. López Obrador tiene el inmenso reto de marcar distancia de esta historia reciente y primero, tratar de perseguir y sancionar la corrupción para no terminar en la cárcel y luego construir políticas orientadas a reducir las desigualdades. En México 50 millones de personas viven en situación de calle. Esos indicadores debe cambiar.

Si se cuestiona a Venezuela y Nicaragua por los niveles de represión y crisis interna, no significa que el resto de Centro América o el continente vivan un capitalismo hermoso. La diferencia está en que hay formas distintas de administrar la pobreza.

El éxodo producto de los fallidos modelos de “desarrollo” capitalistas. Las madres, los niños, los trabajadores e indígenas que avanzan en las “caravanas” de Centro América hacia Estados Unidos y venezolanos hacia el sur, con su sola presencia en las carreteras del continente, le están mandando un mensaje al mundo. Le están gritando fuerte y claro que la forma capitalista (extractivista, corrupta, agresora de derechos y vulneradora de la vida, que el llamado progresismo y democracia electorera y extractivista fracasó por inhumana.

Para esas voces, para esa verdad que camina por el continente, no hay muro que la detenga. Antes que la primera caravana saliera de Honduras, su mensaje ya llegó a todo el mundo desarrollado. Trump no tardó y mandó a poner más ladrillos al muro y ni así logró pararlos. Ellas y ellos con sus pasos permanentes, le dicen al mundo que su vida es la denuncia más clara de ese fracaso, sus pasos por las carreteras, son la voz de los sin voz, el grito de millones y millones que creen en otra vida posible y por eso salen de sus países y dicen ¡¡¡Basta!!! Todo esto, en un continente que se mueve.

Por una Colombia más humana, sin guerra y con equidad.

Con Iván Duque como presidente, Colombia se consolida como un país de derecha sostenido por la impunidad institucionalizada. Después de cuatro meses en el Gobierno, este presidente que fue puesto como candidato por Álvaro Uribe, tiene un 70% de desaprobación. La misma derecha oligárquica – la más inteligente, la que no quiere seguir siendo cómplice – se da cuenta que falló al poner a ojo cerrado a un títere como candidato y ahora presidente. En los cien primeros días de mandato de Duque, la cosa está tan fea, que hasta los mismos que votaron por él, le han dado la espalda. Por eso, en Colombia, todo el mundo dice que él es, subpresidente, “porque no da pa´mas”.

Y es que, en este país quien maneja los hilos del poder es Álvaro Uribe Vélez, quien por más de dos décadas ha consolidado formas institucionalizadas de corrupción e impunidad. El Estado, a pretexto de inversión o invocando la seguridad (por la amenaza de la guerrilla) ha protegido a las autoridades acusadas de corrupción y de crímenes atroces.

La forma más burda de ello es que, en el gobierno de Duque, todos los políticos y empresarios que fueron acusados de sobornos, corrupción, paramilitarismo, narcotráfico, violación, crímenes de lesa humanidad y todo tipo de abuso, ahora ocupan un alto cargo público: fiscal, procurador, ministros, comandante de Policía, embajadores. Uribe entendió que la mejor forma de blindarse contra la justicia es estando en el poder, manejando al títeres tras el telón. Por ello, a todos quienes lo protegen –corruptos y paramilitares como él- les ponen en cargos públicos con poder. A eso, los políticos en el Senado le llaman democracia y Colombia se mofa de ser el país de Latinoamérica casi sin dictaduras.

De ahí que, cada día Colombia amanece con un nuevo titular que abochorna a la sociedad colombiana. Se puede afirmar que la impunidad como política de Estado torturó, violó, mató y desapareció a la política y la democracia en Colombia. Como resultado, en cuatro meses, el 70% de la población desconfía más que nunca del Congreso y de Duque. La pregunta de fondo es ¿cuánta impunidad y cuánta corrupción puede aguantar el pueblo colombiano, hasta que todo el Estado se hunda?

Después de los acuerdos de La Habana, el Estado colombiano puso un epitafio al proceso de Paz y no ha movido un dedo para consolidar los acuerdos con la ex guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC). Todos los temas sobre reparación a las víctimas y la restitución de tierras robadas y despojadas a campesinos y que se encuentran en manos de políticos, multinacionales y ganaderos, el Gobierno no quiere tocarlos.

Muchos, en la era Duque, prefieren que los ex guerrilleros sigan concentrados en las zonas veredales (campamentos) y no cumplir con los compromisos de entregar compensaciones, así permitir que se reinserten los ex combatientes.

Duque se olvidó de la Paz. No le interesa hablar con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) para una salida política al conflicto de medio siglo porque parar la violencia paramilitar y narcotráfico eso no es negocio, no gana con eso.

Después del fin del conflicto con las FARC, en Colombia se han asesinado a más de 500 líderes campesinos y defensores de derechos humanos que denuncian a autoridades corruptas, que se oponen a construcción de represas que amenazan pueblos, que solicitan al gobierno educación y salud, que buscan desarrollo para sus familias, que quieren justicia para sus problemas o simplemente ya quieren Paz. Por eso les matan. Ya no están las FARC para culpar a alguien de todos los líderes asesinados y de toda la corrupción del gobierno de Duque. Es evidente que en muchas regiones de Colombia no hay Estado, ahí el más bravo se impone con las armas, nadie protege el ejercicio democrático de los líderes que cumplen roles propios en sus comunidades. Hasta ahí si llegan individuos pagados por multinacionales, empresarios, ganaderos, narcos o políticos para asesinarlos, pero el Estado no.

Está claro que el sub-presidente prefiere que siga el extermino de líderes sociales y por ello guarda un silencio cómplice ante esos hechos. Los ministros de Duque, ocupados en desvirtuar las múltiples acusaciones (de corrupción, paramilitarismo y narcotráfico) que pesan sobre ellas y ellos no les importa lo que ocurre con líderes campesinos o indígenas en la Guajira, las selvas del Cauca o los páramos de Nariño.

A los pocos días de iniciado el gobierno de Duque, todas las universidades públicas (trabajadores, profesores y estudiantes) iniciaron un paro que duró más de 70 días. Los últimos gobiernos, incluido el de Duque se negó a cubrir la brecha financiera que la universidad pública tiene por más de 10 años. Las universidades estaban a punto de parar por el recorte del presupuesto. Durante el paro, en las principales ciudades del país la universidad pública hizo sentir sus argumentos a un gobierno que no sabía que responder a estudiantes y profesores y a una sociedad que dejó de creer en Uribe.

Finalmente, la universidad logró que el gobierno de caricatura de Duque se comprometa a entregar los recursos. El saldo de la violencia con la que respondió la policía colombiana a los estudiantes y profesores fue: 70 días de paro, varios detenidos, destrozos y un estudiante que perdió el ojo por un disparo de la policía.

Y es que al parecer en Colombia, para el pueblo todo es caro: la educación cuesta un ojo de la cara; la paz una pierna o un brazo; la ética, fosas comunes llenas de campesinos; luchar contra la corrupción, asesinatos con cianuro para los que denuncian. Y eso que Colombia no es, ni la Venezuela de Nicolás Maduro, ni el Brasil de Jair Bolsonaro, ni la Nicaragua de Daniel Ortega y su esposa; gobiernos a los que Colombia dice, no quiere parecerse, por progresistas, auspiciadores del narco terrorismo y Castro Chavistas.

El proceso de paz con las Farc ha sido para Colombia como quitarse un velo de los ojos, ahora se puede ver a los políticos tal cual son, ya no tienen a la guerrilla para echarles la culpa de todos los males del país. La guerra fue un velo útil para las oligarquías y los políticos en el poder. Mantener el conflicto y el desangre significaba esconder las realidades de una sociedad que se construye con un Estado casi ausente en el territorio nacional, con pueblos alegres en medio de las balas, con mujeres y hombres que construyeron país a pesar de todos los armados que les rodeaban, con una naturaleza que se conservó casi intacta en zonas de control de guerrilla y ahora las multinacionales destruyen.

Pero sobre todo lo que la guerra no dejó ver, es la emergencia de un proceso social legítimo con voz y actores propios, que surge desde los lugares que describió Gabriel García Márquez en sus novelas, lugares silenciados por el olvido, con gente que vence las desgracias a punto de sonrisa, tan distantes que hasta el viento llega cansado. Este proceso surge de ahí, de espacios ausentes del radar de la malsana política nacional, del asco a la política tradicional y la oligarquía en el gobierno, cómplice del narco tráfico. Surge del cansancio de una sociedad que se hartó de la guerra y de sus gobernantes.

Esto que se llama “La Colombia Humana” tiene vida propia y por eso no le pertenece a nadie. Por indetenible asusta a la clase en el poder, que ahora, con las armas de la paz, debe enfrentarlo pues amenazada su permanencia. Este proceso social surgió para quedarse. Así lo demostró, cuando en el 2018, quedó a pocos votos de la presidencia. Gustavo Petro encabeza este movimiento, es su cara visible y principal orador. Estudiado, ex combatiente, profesional y político, él también es producto de este movimiento. La capacidad movilizadora de sus palabras son la gota que faltaba para derramar el miedo de la oligarquía que ha gobernado Colombia. Y es que Colombia tiene algo en su identidad, que cada cierto tiempo con una fuerza tectónica ve emerger líderes desde los subsuelos de la historia. Líderes acompañados por masas de negros, indios, mujeres, trabajadores, estudiantes, amas de casa e intelectuales, pero con esa misma intensidad las oligarquías los han mandado a matar (Gaitán en 1948, Galán 1989, Pizarro, 1989) para que no les disputen el poder; y como siempre, todo queda en la impunidad.

Finalmente se puede decir que lo mejor que les puede pasar a los colombianos en los actuales momentos es, la Colombia humana, que es como dice el Sub comandante Marcos: “el síntoma de que algo va a pasar”. Todo esto, en un continente que se mueve.

Chile: resistencia Mapuche y acceso libre a la educación

En el 2011, Santiago y las principales ciudades de Chile se encontraban trastocadas por la importante movilización estudiantil que en las calles exigía educación de calidad y sin costo. Decenas de miles de secundarios y universitarios tomaron las calles todo el verano con un único propósito: acceso libre a la universidad, que en Chile, aun siendo pública, es pagada. Coincidió mi presencia académica mientras las universidades estaban tomadas por los estudiantes, que controlaban todas las áreas de las universidades públicas del país especialmente en Santiago, asares del destino, como huésped en la residencia universitaria, fui testigo de todo ello.

En la Universidad Pedagógica, al que la jerga Santiaguina la llama “piedragógico” por su frecuente resistencia a la acción policial, cohabitan dos grupos de estudiantes que mantienen el paro y la toma. Son aquellos “los cabros pacíficos”, convencidos de la lucha de masas, de grandes movilizaciones para presionar al gobierno y los otros, convencidos también, pero de la lucha callejera son “los encapuchados”, jóvenes estigmatizados por arrojar bombas incendiarias a centros comerciales, carros lujosos y enfrentarse a la Policía, pero están juntos ocupando la universidad, por una causa común.

Durante mi estancia en los días de paro, converso con unos y otros. Mi habitación está dentro del campus y por eso me siento uno más de los que ha tomado la universidad. Convivo. Pongo mi cuota para la olla común. Salgo con ellos a las marchas y también me encapucho. Pero sólo unas horas antes de tomar el avión de vuelta a Quito, la líder de los encapachados accede a ser entrevistada. “Elvira” lleva el cabello azul y morado, es madre de un niño de 3 años con el que va a clase, “somos inseparables”, dice.

Entonces empiezo por ahí, le pregunto:

– Dónde está su hijo

–  “Con la abuela”, responde. “Es que no le puedo traer acá, los caravineros son unos conchatumadre y le pueden hacer daño”.

Tiene un anillo color naranja que nunca se lo quita “eso me recuerda a mi hijo Daniel”, dice. La beca de “Elvira” le permite dos comidas diarias en la universidad, ella y su hijo se alimentan de ahí. “La beca es lo único que tengo para alimentar a mi hijo, con la reforma educativa las becas desaparecen, por eso no me queda otra que estar aquí. “Cachai que perder la beca es dejar sin comida a Daniel”. Además me cuenta que ella, al igual que miles de estudiantes, después de clase van a trabajar “cargando bulto en lo centro comerciales, limpiando edificio, en la mecánica, haciendo de guardia o limpiando el subte, uno hace lo que se puede”.

Todos trabajan para pagar el préstamo conseguido para estudiar en la universidad. Pero la mayoría de ellos, al final del día, de la semana o del mes, no ve el dinero producto de su trabajo. Quienes les contratan pagan directamente al banco o aseguradora que hace el préstamo. Cada hora, cada semana, cada mes trabajado, reduce un poco la inmensa deuda que cada estudiante chileno debe asumir si quiere tener una carrera profesional. Trabajan para descontar la deuda. “Nunca estoy segura de que me estén pagando lo correcto, porque nunca veo el dinero. Para tener la beca de comida debo estudiar, para estudiar debo garantizarme un trabajo para demostrar que puedo pagar los estudios”.

Entiendo entonces la estúpida ironía del exitoso modelo económico chileno, que se sostiene en la precarización laboral de los jóvenes. El trabajo de miles de estudiantes como Elvira es fundamental para sostener el modelo neoliberal. Si el Estado chileno asume los costos de la educación, no habría miles de jóvenes que entreguen su vida trabajando para pagar sus estudios. No habría mano de obra barata sin seguridad social, sin prestaciones, sin sindicalización, ni horas extras. No habría por tanto manera de sostener el libre mercado y el modelo chileno se hundiría. La obligatoriedad de pagar la universidad es también la obligatoriedad de trabajar para pagar la deuda. En Chile, para ningún gobierno es posible pensar una universidad sin costo, y no lo es, porque ponerlo en práctica significa que todo se vaya abajo. “Para la economía es fundamental que los estudiantes tengan que trabajar”, dice Elvira, “por eso todos los cabros pobres salimos a pelear a la calle, nadie nos va a dar esto sin lucha por eso nos encapuchamos. Para nosotros es pelear o morir”.

Después de una década de luchas y resistencias, en el 2018, las peticiones de los estudiantes chilenos siguen siendo motivo de movilización y lucha, ellos continúan tomando calles y plazas. También el Estado – con los carabineros reprimiendo y golpeando adolescentes- mantiene la misma política frente al financiamiento de la educación superior. La violencia represora del gobierno Chileno es la evidencia de la crueldad del modelo neoliberal imbricando en toda la gestión, la sangre, el cuerpo, la piel y política pública del Estado y la sociedad chilena.

Manifestantes y Estado después de décadas de lucha reivindicativa son la muestra que son un hueso duro de roer. Ninguno da un pie atrás. Esa tozudez cultural a mi parecer es herencia araucana que aún pervive en pueblos como los Mapuche. Este pueblo encabeza la resistencia india más antigua del continente es una lucha de frente contra el Estado chileno durante décadas para la mayoría de la sociedad “lo mapuche” como les dicen, fueron casi invisibles.

Fue en la última década que su lucha ha sido conocida y acompañada por importantes sectores chilenos. Pero la gota que derramó el vaso fue el asesinado de Camilo Catrillanca por parte de la Policía. Durante varios días en Santiago y varias ciudades miles de chilenos se enfrentaron con la policía e interpelaron al gobierno, la justicia y el Congreso.

Por siglos, los Mapuches enfrentaron solos a la maquinaria militar del Estado, por ello toda esa solidaridad y apoyo a la lucha que ocurrió recientemente, es histórico. Ahora este país tiene otra razón para movilizarse.  Con los Mapuches Chile reacciona tarde, pero reacciona. Todo esto, en un continente que se mueve.

Estado y Gobiernos progresistas

Después de casi dos décadas de los llamados “gobiernos progresistas” en Latinoamérica, el Estado capitalista como estructura construida por y para gobernar desde la derecha está más firme que nunca. Estos gobiernos son la evidencia de que no importa quien llegue al poder, lo que importa es que gobierna desde una estructura construida para que el Estado sea administrador tanto de políticas públicas progresistas, como de las más rancias lógicas capitalistas.

Los gobiernos progresistas plantearon sus entendidos sobre el Estado, basados en ideas propias o prestadas de varios intelectuales y académicos de las universidades latinoamericanas (CLACSO, FLACSO) que ellos financian. No cuestionaron el Estado como tal, con sus propuestas buscaron perfeccionarlo, enriquecerlo, ampliarlo, mejorarlo. No hay problema en que se construyan y planteen nuevos entendidos sobre el tema, el problema radica en que, levantan sus propuestas en la misma base del Estado capitalista anterior, el supuesto Estado de derecho. No destruyen ese modelo antiguo, no lo derriban para levantar uno distinto, no hay Estado socialista, gobernaron sobre el mismo mañoso y corrupto capitalismo, pero ataviados con membrete y boina de revolucionarios. Eso da como resultado una caricatura de revolución. Esos políticos de izquierda, muchos se han ido ya, pero los académicos que los amparan siguen ahí.

Eso pasó con estos gobiernos que gobernaron con el mismo poder constituido por el capitalismo en forma de Estado. El Estado capitalista no busca resolver los problemas de la gente (los pobres, los campesinos, los estudiantes, las mujeres), los posterga, los administra y suaviza para disminuir la presión bajo la idea de desarrollo y progreso, mientras fortifica las asimetrías que enriquecen a la banca, los industriales y el mercado. En definitiva como decía Fidel: la izquierda que ofrece cosas que no se cumplen, irrespeta y se burla del pueblo y eso es “el progresismo”.

Toda la izquierda que se entronizó en el poder erró al entender como único referente de acción política cooptar el Estado, ocuparlo y administrarlo. El Estado se volvió un fin en sí mismo y no el medio para avanzar hacia la equidad, la justicia y el desarrollo. Tal fue el extravío de los gobiernos de “izquierda” en este tema que, en lugar de socialismo, a lo único que pudieron aspirar es a ser considerados por la historia como progresistas.

Tener el control de Estado sirvió para desterrar y poner en práctica otras formas de administración de la economía que buscaban alejarse del neoliberalismo y eso está bien. Pero en el resto de escenarios de la vida y la sociedad, el neoliberalismo como categoría civilizadora se mantuvo con fuerza. La mejor expresión de ello es la política de despolitización de la sociedad. Todos los gobiernos llamados progresistas encontraron que la organización social tenía posibilidades de incidencia real en el gobierno y que disputaban el poder del partido a cargo del gobierno, por lo que, buscaron a través de diversos mecanismos disminuir su accionar y anularlos.

En Ecuador, tras del discurso que el Estado está para resolver las necesidades de los gremios y todos los sectores sociales ya no había necesidad de organizarse y desde esa misma reflexión había que confiar en “el gobierno que obedece el mandato ciudadano”, por tanto organizarse era un desperdicio de tiempo cuando está el Estado para solventar las necesidades. De esta manera se institucionalizó la participación y se restó beligerancia criminalizando líderes y proscribiendo a las organizaciones que contradecían el orden.

El progresismo, que es una forma de gobierno que suaviza la brutalidad del neoliberalismo colonizó, violó y dominó la ética de algunas partes de la izquierda – especialmente de aquellas en el poder- y de algunos sectores de las sociedades gobernadas por ellas. Al final de esta época, la democracia despolitizada es la evidencia de la permanencia del neoliberalismo en nuestros países y en muchas mentes. Desde ahí es que se debe entender el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil y la retoma de espacios de la ultra derecha en el continente.

A modo de conclusión

El Progresismo en el Ecuador, ayudó a consolidar el neoliberalismo en los imaginarios, al naturalizarlo en las vidas y en los cuerpos, al tiempo que desmoviliza y criminaliza a sujetos críticos. Sino como se entiende que al momento de tomar la calle y protestar por la reducción del presupuesto universitario, la democracia sin política, se puso de manifiesto en los estudiantes de la universidad de Cuenca y en la desmovilización de inmensos sectores de la sociedad. Esto es producto de diez años de progresismo,  pero así son los procesos sociales, si hay que iniciar de cero otra vez, hay que hacerlo. No hay otro camino. Aún hay sectores con experiencia acumulada de las cuales aprender la toma en la calle, enfrentarse a la policía, resistir tomas o posicionar discursos.

Pero sería un error creer que las luchas son iguales que hace una década. Los actores, los medios, las herramientas y los discursos no son los mismos. Las nuevas luchas, más que nunca se hacen, caminan, huelen y construyen en femenino. Son luchas rojas, verdes, negras y también arco iris. Son discursos que reivindican los cuerpos, el árbol, las opciones sexuales y el trabajo, al mismo nivel que la lucha de clases y la toma del poder. Todo esto, en un continente que se mueve.

 

*Msc. Antropología. Gestor cultural de Paz

 

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