Jueves 23 de Agosto de 2012
EN DEFENSA DE LA SEÑORA QUE RESTAURÓ EL FRESCO DE JESUCRISTO
nerdallstar
El arte es lo que la gente dice que es arte y ya. Es metadiscurso en lo más rústico de la expresión: el arte empieza a ser arte cuando una sociedad determina que eso es arte y no otra cosa. Que es arte y no arqueología, o un mamarracho ininteligible, o un ejercicio para lunáticos, o publicidad, o religión, o algo diferente. Una lata de Coca Cola aplastada, en una mesa de bar, es basura; en una vitrina de una sala de arte contemporáneo, es arte. Un óleo de la virgen en una iglesia es parte de las convenciones religiosas; pero expuesto en un museo de arte, pocos bajarían la cabeza y empezarían a rezar. Traten de encenderle una vela a La crucifixión de Paolo Veronese, en el Louvre, y cronometren en cuánto tiempo acaban apaleados, encarcelados y enjuiciados. La distancia entre creyente y vándalo es bastante delgada.
Hay diversos modos de leer el hecho. El más aceptado es que una señora octogenaria de un pueblo español arruinó una obra del siglo XIX al intentar restaurarla por su cuenta. Otra manera mucho más interesante de leer el hecho es que una señora octogenaria convirtió un fresco menor que no le importaba a nadie y en el que nadie habría reparado excepto si lo obligaban a hacerlo, situado en una iglesia que no le importa a nadie, en un pueblo que tampoco le importa a nadie y de cuya existencia la mayor parte de la humanidad no estaba anoticiada, en un auténtico artefacto artístico. Este fresco, pintado por algún don nadie en algún momento del siglo XIX y situado en un lugar poco prominente de esa iglesia insignificante de ese pueblo intrascendente, este fresco prescindible y trivial se volvió ahora un objeto atractivo, lleno de vida, interesante: algo sobre lo cual discutir, algo que examinar, algo que permite pensar, que propone nuevas reglas de juego, nuevas formas de imaginar la contemporaneidad. En algún aspecto, el arte se trata del recorrido de lo ordinario a lo extraordinario. La señora octogenaria no restauró una obra menor y superflua; más bien, creó una nueva obra. Acaso, una gran obra.
Ahora informan que un grupo de restauradores profesionales se propone hacer correr el tiempo hacia atrás: devolver al fresco el aspecto que tenía antes de la intervención de la señora octogenaria. Esa suerte de esquimal momificado desaparecerá para volver a darle sitio al rostro siempre abúlico de Jesús. Ése será el verdadero atentado contra el arte: correr a reinstaurar lo ordinario, luego de haber vislumbrado, al menos por un momento, lo extraordinario.
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Púchicas, me la ponen difícil. ¿Es de respetarse la obra original, por muy anónima, ignorada, instrascendente? ¿O es más legítimo hacer lo que hizo la señora restauradora, siempre que lo haya hecho, claro está, con buen gusto -lo cual es relativo pues depende de la óptica de quien lo aprecia? Ni idea. Saludos, Jaime Muñoz
El arte es la señora de 80 años restaurando la pintura. Es, como dice el autor del artículo, extraordinario.
El arte es vida, y si como dice el autor, este episodio artistico de la señora, le dio vida a una pintura anónima, en una iglesia insignificante, de un pueblo olvidado. Lo que deberían hacer las autoridades de ese pueblo es, un monumento a la señora, por sacar del anonimato a la pintura, darle trascendencia a la iglesia y hacer que ese pueblo salga del olvido.
no estoy segura de que dirías lo mismo si le hiciera eso a un cuadro de Guayasamín…