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domingo, diciembre 22, 2024

ESPECIAL: “Salir del armario”, de la turbulencia al equilibrio

Por Jorge Basilago*

Hay miradas oblicuas, sesgadas, prejuiciosas; y miradas sinceras y frontales. Hay miradas que acarician o abofetean. Miradas que buscan comprender y otras que jamás se plantearán intentarlo. Por detrás de cada mirada se intuyen las fronteras y censuras de quien observa; por delante, otras historias anuncian nuevos horizontes a descubrir. Como seres sociales que somos, habitamos una región a menudo inhóspita, delimitada por las miradas ajenas y la propia: a tumbos entre ambos extremos, intentamos construir ese “algo” especial llamado identidad.

“En mi adolescencia fui a un colegio de mujeres, aunque yo siempre me sentí un niño; hasta tuve una novia, pero las autoridades se enteraron y presionaron a mis padres para que me retirasen de allí”, relata el abogado Giovanny Jaramillo, un hombre trans de 54 años, activista de larga trayectoria en la causa LGBTIQ+. “Terminé de estudiar por la noche, que era el único espacio que teníamos: a las personas diferentes, como yo, había que ocultarlas”.

“Antes de comenzar mi transición médica no podía verme al espejo, porque sentía que no quería seguir envejeciendo como alguien que no soy”, nos cuenta María Juana Maldonado, Joya, una joven artista, gestora cultural y DJ trans quiteña de 27 años. “Un momento clave y hermoso fue sentir la euforia de género, lo contrario a la disforia; me había maquillado, llevaba un vestido y estaba a punto de ir a una fiesta: me miré antes de salir y me vi hermosa. Sentí esa euforia de saber que por fin era realmente yo”.

Dos generaciones diferentes y dos experiencias que multiplican sus matices en miles de casos semejantes. La construcción de una identidad, sobre todo de género, es siempre una labor delicada. Pero lo es más todavía cuando la opción elegida no se somete a la heteronormatividad hegemónica: invisibilizadas y discriminadas, la población trans afronta un largo calvario para acceder a servicios de salud que merecen por derecho, ante la ceguera –real o fingida- de las autoridades políticas, sanitarias y de la mayoría de la sociedad. ¿Con qué ojos seremos capaces de sostener sus miradas?

Ojos que impulsan

“Siempre necesitas de otros ojos para darte cuenta de algunas cosas que te están pasando”, sostiene Nico Gavilanez (23), psicólogx, trans no-binarie y coordinadore de la Unidad de Salud Trans ‘Tayra Evelyn Ormeño’. Durante toda transición sexo-genérica, la contención de los afectos –familiares y amigxs- es un impulso indispensable para la propia convicción; y también para suavizar la montaña rusa emocional que implica: “Al inicio yo no contaba con redes de apoyo que entendieran mi proceso y empecé a autohormonizarme. Estaba feliz, pero luego tuve muchos cambios de humor, me puse agresive y se me hizo muy difícil gestionar todo lo que sentía. Solo cuando mi mamá notó esto y me ayudó, pude iniciar el tratamiento adecuado”, recuerda Gavilanez.

Algo menos pendular fue la situación de Giovanny Jaramillo. En especial, porque los tratamientos hormonales o quirúrgicos eran infrecuentes por entonces para los hombres trans. Criado en Luluncoto, en una familia de clase trabajadora, con cinco hermanxs cisgénero –cuatro mujeres y un varón, él descubrió y expresó su identidad en tiempos en que la diversidad sexual era penalizada con prisión en el Ecuador. “Pero nunca sentí, dentro de mi entorno familiar, algún tipo de rechazo o discriminación. Sabían que yo era diferente, pero nadie hablaba en forma negativa del tema. Creo que el amor de mi padre y mi madre fue tan grande que supieron manejarlo, aún sin entenderlo del todo”, elogia.

Diversas investigaciones han determinado que la “salida del armario”, aunque resulte evidente para los más allegados, comprende cuatro etapas: descubrimiento y develación; turbulencia; negociación; y, equilibrio. Estas no siempre se presentan en el mismo orden, a una edad similar ni con idénticas consecuencias; pero en todos los casos “el acompañamiento familiar oportuno hacia una persona que se encuentra en transición de género, reduce notoriamente las posibilidades de caer en estilos de vida que implican riesgo y además fortalece la salud mental y la resiliencia”. Por el contrario, entre quienes no reciben esa contención, son más habituales los casos de angustia, depresión, insatisfacción y estrés postraumático.

“Los chicos trans, que cuentan con más apertura y ayuda de sus familias, han vivido transiciones más exitosas porque tienen acceso a un trabajo, han podido estudiar y avanzar en ciertas cosas; pero no pasa lo mismo con las mujeres trans, que son mucho más marginadas y discriminadas”, opina Gavilanez. En función de esa realidad, parte de la población transfemenina ha estado –o aún está- ligada al trabajo sexual como alternativa de subsistencia; o bien se desempeña en empleos informales y escasamente remunerados que le impiden proyectarse humana y profesionalmente. “Hay muchas personas que quieren estudiar para tener mejores posibilidades laborales, pero no lo consiguen. Y detrás de la falta de oportunidades, la salud mental está bastante afectada”, añade.

Identidad de género/La Línea de Fuego
La construcción de una identidad, sobre todo de género, es siempre una labor delicada.

Ojos que marginan

“Claro que se sufre por ser trans, pero no por el hecho intrínseco de habitar un cuerpo distinto, sino porque socialmente se nos complican muchas otras cosas”, especifica Fabián Tello (17), transmasculino, estudiante de antropología y actual director del Proyecto Transgénero. La posibilidad de utilizar el espacio público según sus propias inquietudes o necesidades parece utópica para las personas trans: desde dar un simple paseo hasta la atención sanitaria, todo luce restringido para ellas. Y atado a esta circunstancia, el hecho de encontrar pareja, formar una familia y tener una vida apacible –sin padecer comentarios o actitudes transfóbicas callejeras-, también se les dificulta e incrementa su sensación de angustia y soledad.

El abrazo y la comprensión colectiva de “lo diferente” no son nada frecuentes. La mayoría vive episodios de marginación y violencia por parte de sus afectos más cercanos, como un modelo a escala del (mal)trato social que reciben. Un estudio del Consejo Nacional para la Igualdad de Género (2017) destaca que, “en el ámbito familiar”, este grupo ha experimentado distintas formas de discriminación como: control (75%), rechazo (69,4%), imposición (69,9%) y violencia (72,5%). “Pasé de tener privilegios masculinos a sentirme insegura en las calles; son desigualdades que no tienes en cuenta hasta que las vives”, reflexiona Joya Maldonado. “Nuestra feminidad es mal vista, pero nos matan por ella; nadie se merece las agresiones verbales y físicas que sufrimos”.

La psicóloga y activista Diane Rodríguez (39), fundadora de la Asociación Silueta X y la Cámara LGBT de Comercio del Ecuador, entre otras organizaciones, lleva en su cuerpo las marcas del rechazo y el desconocimiento. Expulsada de su hogar en la juventud, tuvo que dedicarse por un tiempo al trabajo sexual y llegó a ser la primera asambleísta alterna trans del Ecuador, en 2017. Entre los 19 y los 21 años, seducida por la tendencia de la época y los imprecisos consejos de sus compañeras, se aplicó siliconas en su rostro, cuerpo y piernas, además de consumir píldoras anticonceptivas como forma de hormonización alternativa. Un cóctel transicional que, admite, le ha dejado “secuelas renales, hepáticas y reproductivas”, entre otras, que no le han impedido ser madre por segunda vez este año.

A fuerza de resultar parciales, algunas resonantes conquistas de las diversidades sexo-genéricas -como el reconocimiento del género y el cambio de los datos registrales en la cédula de identidad– también dejaron secuelas que todavía se busca corregir. “La campaña ‘Mi género en mi cédula’ no logró lo que buscábamos, que se apruebe el género universal; es decir, que todas las personas (sean cis o trans) tuviesen la categoría ‘género’ en su cédula, en lugar de ‘sexo’. El hecho de que permanezcan dos cedulaciones nos coloca nuevamente en la otredad: no se nos reconoce en equidad de condiciones con el resto de la ciudadanía, seguimos siendo ciudadanos de segunda”, argumenta Tello, quien además encuentra una distorsión “adultocentrista” en el hecho de que solo las personas mayores de edad puedan realizar esa modificación en sus documentos.

Por otro lado, recién en abril de este año, en pleno aislamiento pandémico, se habilitó a todas las oficinas del Registro Civil a escala nacional para cumplir con este tipo de trámites. Pero no fue un gesto de buena voluntad sino una determinación forzada, luego de que la Red Trans, Rural, Comunitaria y Periférica del Ecuador y la Asociación Silueta X intimaran a las autoridades con iniciar acciones legales, por incumplimiento de la Ley Orgánica de Gestión de la Identidad y Datos Civiles, ya que desde agosto de 2016 –cuando comenzó a aplicarse esa norma, aprobada en febrero de ese año-, apenas lo hacían cuatro dependencias: Quito, Guayaquil, Cuenca y Manta. “Las personas trans reciben discriminación cuando viajan en buses interprovinciales, y muchas veces no tienen los recursos económicos para pagar pasajes y alojamiento para ellas y los dos testigos que piden los requisitos; además de los USD16 que cuesta la nueva cédula. Por eso todo se atascó”, explica Rodríguez, y no se equivoca: hasta abril pasado, apenas 1777 personas habían solicitado ese servicio.

“Los nombramientos son importantes, porque lo que no se menciona no existe”, señala a su turno Tello. La autodeterminación de asumir un nombre y una identidad es tan personal como política, para este segmento de la población: en esa decisión se corporizan y reivindican las formas “otras” de ser y vivir, así como los derechos que nadie puede quitarles en tanto seres humanos. Y la convicción desactiva asimismo conflictos internos o insatisfacciones que pueden afectar el ánimo o la salud mental. “Lo mejor que podemos hacer con el género es vivirlo con conciencia crítica y entender que hay diversas formas de existir y de representar la transmasculinidad o la transfemineidad”, apunta.

“Pasé de tener privilegios masculinos a sentirme insegura en las calles; son desigualdades que no tienes en cuenta hasta que las vives”.

–Joya Maldonado, artista trans quiteña

Ojos que enferman

“Mis padres no aceptaban mi opción de género y me indujeron durante un tiempo en una supuesta clínica de reconversión, que en realidad se parecía más a una prisión: casi no me daban de comer, no me dejaban recibir visitas, querían convencerme de seguir su religión y tenía que dormir sobre un colchón echado en el suelo”, describe Zack Elías (23), enfermero trans guayaquileño y director adjunto del Centro PsicoTrans de Quito, pensado como canal de denuncia y desactivación de esos espacios clandestinos de tortura y adoctrinamiento. “En todo el Ecuador muchas personas trans sufrimos estas experiencias, o empezamos a hormonizarnos sin prescripción médica, porque no tenemos acceso a la salud”, critica.

Quizás resulte obvio afirmarlo, pero la salud pública ecuatoriana mantiene una deuda histórica con los derechos de la población trans; incluso aunque el 31% de ese sector se encuentra afiliado (INEC, cifras de 2013) al seguro social. Pero todavía hoy esta cobertura es deficitaria, o bien su accionar tiene un fuerte sesgo arbitrario y dogmático. La sensibilización de funcionarios y profesionales acerca de estos temas es muy escasa, por lo que las formas de percibir y atender los requerimientos o problemáticas de salud transicional se estancan siempre en el abordaje prejuicioso: “A mis 47 años, cuando empecé a tomar hormonas, decidí realizarme la histerectomía y la reducción de las glándulas mamarias; pero me tocó hacer todo un seguimiento para demostrar que era por cuestiones de salud, no estéticas”, revela Giovanny Jaramillo.

La burocracia y la inexistencia de protocolos de atención específicos son apenas el inicio de la carrera de obstáculos que debe superar quien desee recibir asistencia. Tras varios años de lucha organizada, en 2017 se consiguió presentar un manual con lineamientos de este tipo, pero en el gobierno de Lenín Moreno se lo echó al olvido. “Yo intenté iniciar mi tratamiento hormonal mediante el MSP, pero hay muchísimas trabas… hasta se basan en modelos caducos como el español, donde no te dan las hormonas hasta después de cumplir 18 años; mientras que en Argentina puedes conseguirlas a los 14-15 años si lo solicitas”, puntualiza Tello.

Expulsadas del sistema o resignadas ante la falta de respuestas adecuadas, las personas trans se ven entonces en la necesidad de encarar la transición a través de los servicios de salud privados. Pero allí el inconveniente son los elevados costos: si el camino es quirúrgico, una mastectomía oscila entre USD4000 y USD6000; una histerectomía entre USD2000 y USD3000; y una cirugía de reasignación sexual entre USD5000 y USD8000. “En los primeros seis meses, el tratamiento hormonal cuesta unos USD90 al mes; y luego unos USD40 o 50 mensuales, si es que consigues los parches de hormonas, que son importados. Pero hay que agregar la consulta del endocrinólogo (USD70-100) y los exámenes, que pueden ser bimestrales o semestrales (USD100-120). Es muy complicado hacerle frente a todo si no tienes un sueldo fijo”, detalla Maldonado.

Resignadas ante la falta de respuestas adecuadas, las personas trans se ven en la necesidad de encarar la transición a través de los servicios de salud privados.

Otro tanto sucede con aquellas parejas LGBTIQ+ que deciden tener hijos. Esa posibilidad está contemplada en la ley ecuatoriana a partir del llamado “Caso Satya”, pero tiene su lado oscuro y costoso: “Hay muchas concepciones artesanales, que se hacen porque nadie tiene USD5000-7000 para pagar la inseminación en una clínica. Pero el Registro Civil te pide el certificado de inseminación para registrar el nacimiento. Entonces esa ley se ha vuelto elitista, clasista, porque solo quienes tienen dinero podrán inscribir a sus hijos a partir del logro de la filiación homoparental”, cuestiona Diane Rodríguez.

“Mucha gente tiene la esperanza de que en uno o dos meses de uso de cualquier hormona ya se aprecien cambios en su cuerpo; se desesperan si no es así. Pero todo depende de muchos factores: de cada organismo, de la edad y de tu plan de transición”, reflexiona Gavilanez. Estas ansiedades, con frecuencia se combinan con la desinformación para generar afectaciones adicionales sobre la salud física y mental de la población trans: “De haber tenido la información adecuada sobre lo que pasaría con mi cuerpo en la actualidad, nunca me habría autohormonizado ni me hubiese puesto siliconas a los 21 años”, admite Rodríguez.

“En todo el Ecuador muchas personas trans sufrimos estas experiencias, o empezamos a hormonizarnos sin prescripción médica, porque no tenemos acceso a la salud”.

–Zack Elías, enfermero trans guayaquileño  

Ojos que infantilizan

“A uno, como persona menor de edad, lo visualizan como un ser asexuado, que a lo mejor no tiene la capacidad o la autonomía suficientes para autorreconocerse dentro de un género u otro”, analiza Tello. Infantilizar aquello que no se comparte o no se comprende, es otra de las formas que adoptan el menosprecio y la patologización de la diversidad sexual. Y es más común de lo que puede suponerse: “Tuve muchos problemas con un endocrinólogo que se negaba a proporcionarme las hormonas porque todavía no cumplo 18 años, a pesar de que cuento con el apoyo de mis padres y ellos estaban presentes en la consulta”, completa.

Las autoridades educativas, sobre todo en los niveles básico y medio, ejercen presiones semejantes sobre aquellxs estudiantes que esbozan su transición sexo-genérica, aún cuando su familia y compañerxs apoyen esa decisión. Desde obligarles al uso del uniforme que corresponda a su sexo biológico, hasta impedirles el uso de los sanitarios comunes o cuestionar su nueva identidad y los nombres asociados a ella: “Hay chicxs que quieren iniciar su transición en el colegio y los directivos les ponen ‘peros’. Básicamente sería como decirles ‘te aceptamos, pero con bajo perfil’. Dentro de la institución no puedes tener tu expresión de género ni vivirla como decidas. Es parte de un círculo de violencia tan insertado en la sociedad, que de repente no nos damos cuenta”, subraya Gavilanez.

Sin embargo, alcanzar la mayoría de edad tampoco garantiza un trato menos vertical o sectario, si antes no se superan los prejuicios morales y religiosos que impiden ver a la diversidad como lo que es: parte de la naturaleza humana. “Tuve muchas complicaciones para conseguir ginecólogxs mientras gestaba a mi hija. Todos los médicos me hacían el mismo tipo de preguntas: ‘Pero tú eres un chico, ¿cómo puedes estar embarazado?’. Nunca recibimos una atención como la que esperábamos, hasta que el último mes conocimos a la doctora que atendió el parto e hizo mi cesárea. Solo ella pudo comprenderme y tratarme tal como soy”, remarca Zack Elías, quien abandonó la hormonización tiempo atrás al igual que su esposa, Diane Rodríguez, para cumplir su sueño de embarazarse.

Pero sin dudas, la principal agresión a la salud mental y física de las personas trans es convivir a diario con el riesgo de sufrir una muerte violenta. “Nos siguen matando y nadie va preso”, reclama Rodríguez, quien desde la Asociación Silueta X mantiene actualizadas las cifras de crímenes transfóbicos, ya que el Estado no se ocupa de ese registro ni ha juzgado un solo transfemicidio hasta la fecha. “Así fuesen tres muertes al año, sería terrible. Pero las estadísticas están disparadas: desde 2017 tuvimos 15, 12, 17 crímenes por año… y en lo que va de 2021 ya llevamos 10”, advierte. Y concluye en que hay “muchísimo por hacer, porque en el Ecuador yo diría que la población LGBTIQ+ tiene apenas un 18-20% de derechos otorgados, todo en base a la lucha de la comunidad. Nadie nos regaló nada”.

Marginadxs, excluidxs de casi todas partes y siempre en riesgo, tampoco esperan ningún obsequio en el futuro: solo vivir en calma, ejercer con plenitud todos sus derechos y ser percibidxs y respetadxs según el modo en que eligieron vivir su vida. Igual que cualquier otra persona en cualquier época de la historia. “La gente tiene una noción dañada de lo trans como algo moderno, pero se trata de algo ancestral: hay esculturas trans en la cultura Valdivia, una de las más antiguas en esta región. Y en otras culturas se habla de personas ‘dos espíritus’. No es algo de ahora, no pasó por un trauma, simplemente existimos”, enfatiza Maldonado. El hecho de que esa existencia sea cada día menos traumática, dependerá de abandonar ciertos prejuicios sociales, morales y religiosos. Aprender a mejorar para llegar a verles tal como son, puede ser el primer paso.

“A uno, como persona menor de edad, lo visualizan como un ser asexuado, que a lo mejor no tiene la capacidad o la autonomía suficientes para autorreconocerse dentro de un género u otro”.

–Fabián Tello, estudiante y activista trans quiteño

*Jorge Basilago, periodista y escritor. Ha publicado en varios medios del Ecuador y la región. Coautor de los libros “A la orilla del silencio (Vida y obra de Osiris Rodríguez Castillos-2015)” y “Grillo constante (Historia y vigencia de la poesía musicalizada de Mario Benedetti-2018)”.

ILUSTRACIÓN: Chucuri


 

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1 COMENTARIO

  1. El respeto a la persona, su existencia individual y global y sus necesidades primordiales vitales, debe ser el carril para encaminar la vida de la sociedad. La comunidad trans, dentro de la comunidad LGBTIQ+, dentro de la comunidad total, es una parte de este todo que mueve la economía, la política, la educación y cada uno de los puntos de equilibrio de la sociedad y como tal, tiene sus derechos y necesita la equidad, libertad y paz que ha buscado desde épocas antiguas. Espero que al menos un inicio sea que ya no se pierdan más vidas por las diferentes circunstancias que afectan a este grupo minoritario y no por eso menos importante. Abrazos y fuerza!

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