Michel Foucault (1926-1984) ha sido sin duda un pensador que ha aportado muchos instrumentos teóricos a filósofos, historiadores, antropólogos, sociólogos, científicos sociales en general. Se puede rastrear con facilidad su influencia en la intelligentia europea y americana, sobre todo en el último cuarto del siglo XX. Además de sus obras, se conocía de su homosexualidad, de su muerte a causa del SIDA, pero a nadie le importaba su opción sexual a la hora de contar con temas poco usuales por su enfoque y profundidad en el ámbito de la reflexión, como los manicomios, las cárceles, los hospitales, las prisiones, la sexualidad, etc. Se entendía que su obra teórica rebasaba con mucho sus inclinaciones personales.
En los últimos días, sin embargo, se han tenido revelaciones realmente comprometedoras sobre su sexualidad. Un amigo suyo, el ensayista, economista y periodista francés Guy Sorman, expone en su libro Diccionario del Bullshit, el abuso sexual de niños (pedofilia), por parte de Foucault, en una temporada en la que vivió en el pueblo de Sidi Bou Said, cerca de Túnez, a donde también acudió Sorman a pasar sus vacaciones de Pascua, en los últimos años 60 del siglo pasado. El autor ha reafirmado esta denuncia en estos días en un artículo titulado “Michel Foucault abusaba sexualmente de niños en Túnez”, en la prensa británica.
Sorman revela detalles escabrosos: “Los niños le corrían detrás diciendo ‘¿Y yo? ¿Y yo? ¡Llévame a mí!’. Tenían ocho, nueve o diez años. Él les tiraba unos billetes y les decía ‘nos encontramos a las 22, en el lugar de siempre’” (el cementerio de Sidi Bou Said). “Hacía el amor con los chicos entre las lápidas. La cuestión del consentimiento ni siquiera se planteaba” (Citado por Luisa Corradini, La Nación, Buenos Aires, 30 de Marzo de 2021).
Dejemos los aspectos de personalidad para los psicólogos y remarquemos más bien algunos aspectos socio-políticos vinculados a este hecho “repugnante, moralmente horrible”, como lo califica Sorman:
1) La dimensión colonial y racial del hecho (de eso sabemos bastante en América Latina): más allá de la cuestión moral, este hecho era una concreción aberrante, en la persona de Foucault, del “imperialismo blanco”.
2) Foucault nunca fue incomodado por la justicia tunecina, a pesar de que nada escapaba a su conocimiento. Nada justifica, sin embargo, el silencio de quienes lo sabían (Sorman incluido), y la cobardía de la policía tunecina que permitía que un pedófilo francés abusara de sus niños.
3) ¿La condición de “vaca sagrada” que por su obra intelectual adquiere un autor, legitima un comportamiento alejado de normas humanas, éticas, y sociales elementales? Los medios franceses conocían del comportamiento de Foucault: “Había periodistas presentes en ese viaje, hubo muchos testigos, pero nadie hizo historias así en ese momento. Foucault fue el rey filósofo. Es como un dios en Francia”, dice Sorman. ¿El hecho de ser considerado “un dios en Francia”, le permite a un intelectual cualquier tipo de comportamiento? En Francia no, pero en Túnez sí, lo cual revela el posicionamiento colonial y racista de Foucault en estos casos específicos de pedofilia con niños árabes. Sorman sostiene que Foucault pensó “que sus argumentos le daban permiso para hacer lo que quería”.
4. Sorman quiere encontrar una razón estructural para estas actitudes de Foucault y de otros intelectuales franceses (Gauguin, Gide, Celine…) y sostiene: “Francia todavía no es una democracia, tuvimos la revolución (francesa), proclamamos una república, pero todavía hay una aristocracia, es la intelectualidad, y ha tenido un estatus especial. Cualquier cosa servirá. Ahora, el mundo está cambiando repentinamente”.
Otro dato sobre Foucault, de interés para América Latina
La filósofa francesa Stephanie Roza publicó el año pasado el libro ¿La izquierda contra la Ilustración? (Fayard, 2020), en el que expone un documento de la Central de Inteligencia Norteamericana (CIA), elaborado en 1985 y desclasificado en 2010. En ese documento titulado “Francia, la defección de los intelectuales de izquierda”, la CIA hace una evaluación de Foucault y de otros nuevos filósofos franceses de aquella época, que habían tomado distancia con la Unión Soviética. En el marco de la Guerra Fría, la CIA advirtió algo que otros se negaban a verlo: que existía “un nuevo clima intelectual en Francia, una especie de antimarxismo y antisovietismo que hará difícil para cualquiera movilizar una opinión intelectual significativa contra las políticas de los Estados Unidos” (Cf. Claudia Peiró, Infobae, 26 de Septiembre de 1920).
Con su sentido práctico por delante, lo que le interesaba a la CIA era determinar hasta qué punto esta nueva filosofía francesa –y, por supuesto, esta “nueva izquierda”– era funcional a los intereses de Washington. Y realmente lo era en el sentido de que esta filosofía propinaba duros golpes no solo al marxismo, sino a la tradición socialista que se fundamentaba y se fundamenta en proyectos colectivos de transformación del orden social en favor de los dominados, de todos los dominados.
No llamó la atención a nadie el giro a la derecha de Bernard Henry-Lévy y André Glucksman. Pero Foucault era otro asunto: ¿cómo podía ser que la filosofía anti-sistema del pensador francés, “lo más top de la subversión, el nec plus ultra de la radicalización, (el filósofo) que deconstruye todas las normas, que va al fondo” contribuyera con su pensamiento a fortalecer el orden social dado? Para colmo, otro intelectual francés, Hervé Algalarrondo señalaba que el ultra garantismo o abolicionismo penal, que se defendía en Francia en las décadas de los años 70-80 del siglo pasado, inspirado en los planteos de Foucault, idealizaba al delincuente o al marginal y dejaba sin combatir la inseguridad que afectaba antes que nada a los pobres y a los trabajadores.
Es increíble que los analistas de la CIA interpretaran el pensamiento de Foucault como una “operación de desacreditación del igualitarismo socialista echando sospecha sobre toda forma de movilización colectiva tendiente a un cambio social radical”. Foucault efectivamente se interesó por las minorías (locos, prisioneros, marginales…) y, expresamente o no, sustituyó con ellas a la clase obrera, a la militancia socialista de base. Foucault no hizo una suma social sino una resta: puso por delante problemáticas sociales de minorías que fragmentaron la lucha en una infinidad de causas (ecologistas, etnicistas, tecnófobos, etc.), o en búsquedas de “colectivos” identitarios con objetivos limitados, que tuvieron el efecto adverso de borrar, relegar o desacreditar las problemáticas sociales de las mayorías oprimidas, los ideales colectivos de igualdad y universalidad. Para Stéphanie Roza, “el abandono de toda perspectiva de emancipación colectiva en provecho de la promoción del individuo, opuesto por principio a toda institución (carcelaria, militar, religiosa, pero también escolar o sindical) cuya normatividad es presentada como insoportable, tiene algo de eminentemente liberal” (Peiró, loc. cit.).
Y, sin embargo, Foucault debe ser leído en América Latina
¿Debemos dejar de leer/estudiar a Foucault por el hecho de que haya sido un pedófilo? La respuesta norteamericana, muy apegada al “cancel culture” es que sí, que se debe separar completamente su vida de su obra, y que la vida de Foucault no avala su obra.
En América Latina, sabemos que no, que no nos sumamos a tal “cancelación” porque Foucault ofrece aún un instrumental de categorías y conceptos (por ejemplo: su idea del sistema como un mecanismo de vigilancia y castigo, su decodificación del discurso del poder, su hermenéutica del sujeto, su concepción de historia de las ideas, etc.) que pueden abrir posibilidades interpretativas distintas a las que tradicionalmente se han usado en nuestros estudios históricos o filosóficos.
Lo que cabe es una “lectura crítica” de Foucault, que no dogmatice sus ideas sino que las utilice instrumentalmente, hasta cuando/donde puedan ser útiles para una comprensión más cabal de nuestras instituciones y de su función dentro del sistema de dominio. Cuando ya no permitan una comprensión más clara de nuestros procesos habrá que suplantarlas con categorías y conceptos elaborados por nosotros mismos. El uso instrumental de las categorías foucaultianas (y de cualquier otro autor) implica no solo “tomar y aplicar” sino asumirlas como un desencadenante provisional del pensamiento, como un inicio o punta de lanza en una reflexión que a la final debe ser hecha por nosotros mismos. Si en ese camino intelectual logramos procesar categorías que expliquen mejor nuestra realidad (esa, al menos, debe ser la intención), habremos decodificado y superado los préstamos de los que partimos.
Nietzsche, Heidegger, Sartre, Foucault, nos acercan y nos alejan con sus vidas y sus obras. Como todos los mortales, estaban sometidos a determinaciones que no siempre supieron administrarlas como todos hubiéramos querido. Esas determinaciones están presentes de alguna manera en sus obras. Aprender a “leer” esas obras, decodificarlas, es lo que corresponde; no, dejar de leerlas. Lectura crítica: ¡esa es la clave!
“Francia todavía no es una democracia, tuvimos la revolución (francesa), proclamamos una república, pero todavía hay una aristocracia, es la intelectualidad, y ha tenido un estatus especial. Cualquier cosa servirá. Ahora, el mundo está cambiando repentinamente”.
–Guy Sorman
*Samuel Guerra Bravo es investigador independiente. Ha sido profesor de la Escuela de Filosofía de la PUCE. Autor de libros y artículos de su especialidad.
Fotografía: revistadiners.com.co