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sábado, noviembre 23, 2024

Gustavo Garzón: el vacío que deja un desaparecido, no se llena con disculpas

Por Rommel Aquieta Núñez*

Es 1990. Rodrigo Borja Cevallos funge como presidente de la república del Ecuador, desde hace dos años. Los movimientos subversivos Alfaro Vive Carajo (AVC) y Montoneras Patria Libre (MPL) -catalogados como terroristas desde 1983 por los gobiernos de turno- han quedado desmembrados y arrasados por las fuerzas policiales y militares del Estado. Los grupos especiales antiterroristas y sus estructuras de represión creadas por el febrescorderismo (1984-1988) bajo la Ley de Seguridad Nacional, han cambiado de nombre, pero aún trabajan bajo la consigna por la cual nacieron: aniquilar cualquier tipo de oposición al régimen, aniquilar al “enemigo interno”.

Entre 1984 y 2008 la Comisión de la Verdad en Ecuador registró 118 casos de violaciones a los derechos humanos. Las víctimas de dichos casos -varios de ellos colectivos- sumaron un total de 456 personas, de lo cuales 17 casos registrados fueron por desaparición forzada. El caso de la desaparición de César Gustavo Garzón Guzmán, es uno de ellos.

La mañana del 9 de noviembre de 1990, Gustavo Garzón salió de su domicilio ubicado en el tradicional barrio de San Juan en Quito. Fue a la biblioteca para trabajar en su tesis de doctorado en literatura y letras. En el transcurso del día y hasta la noche, recorrió la ciudad capital como acostumbraba hacerlo, no solo físicamente y a pie, sino también dentro de su escritura. Fue de norte a sur y viceversa, acompañado de amigos y quizás también de personajes y criaturas pérdidas entre el poder o el desamor, a los que su potente trabajo literario se encargó de dar vida en sus obras.

Tres meses antes, el 7 de septiembre de 1990, Garzón había salido de prisión. Allí pasó un año acusado por delitos que las autoridades judiciales de la época nunca pudieron probar. Fue sobreseído tras afrontar varios juicios en su contra por presunta participación en el asalto a un banco y por tenencia ilegal de armas. El escritor y militante de Montoneras Patria Libre, fue detenido en Quito en agosto de 1989, por haberse encontrado armas en el vehículo en el que viajaba. Tras su detención, según consta en el Informe de la Comisión de la Verdad de 2010, fue conducido al Servicio de Investigación Criminal de Pichincha (SIC-P), donde fue torturado.

Luego de su liberación y ya de regreso en casa, autos de vidrios polarizados vigilaron constantemente la vivienda de Gustavo, según cuentan varios de sus familiares. En la madrugada del 10 de noviembre, luego de acudir a una reunión con amigos en la discoteca Son Candela, la ciudad por la que tantas veces caminó de un lado a otro, lo devoró. Desapareció. Tenía tan solo 32 años cuando no se supo nunca más de él.

Las fechas y los sentidos que renacen

32 años han pasado también desde aquella madrugada, la misma edad que tenía Gustavo Garzón, cuando todo ocurrió. 32 años llenos de silencios, de encubrimientos, de dudas, pero también de una incansable lucha por no olvidar, por encontrar respuestas, justicia y verdad.

La investigadora social argentina Elizabeth Jelin, especializada en temas de memoria y represión política, sostiene que “el calendario oficial de un país es un espacio privilegiado que permite traer el pasado al presente. Sin embargo, las marcas del calendario no cristalizan de manera automática ni tienen un mismo sentido para todos”. En Ecuador el calendario oficial no tiene memoria histórica cuando se trata de recordar casos como el de Gustavo. Este calendario no revela hechos traumáticos del pasado, sino que más bien olvida, silencia, no recapitula, por el contrario, instaura visiones institucionalizadas e impone sentidos específicos y doctrinarios.

Este 10 de noviembre, por ejemplo, para millones de ecuatorianos será un día más, pero para Clorinda Guzmán, la madre de Gustavo, este será un 10 de noviembre para reafirmar que el amor no se detiene, que la justicia solo se consigue luchando y que olvidar es imposible cuando la memoria se vuelve una herramienta capaz de iluminar con su llama aún en la más terrible oscuridad.

El 7 de octubre de 2021, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), declaró al estado ecuatoriano culpable de la desaparición forzada de Gustavo Garzón, dictando medidas de reparación y obligándolo a reconocer su responsabilidad, manteniendo activa la investigación sobre el caso y buscando enjuiciar a los culpables y responsables.

La sentencia incluyó dentro de sus medidas de reparación que se realicé un evento público donde el Estado reconozca su responsabilidad internacional por la desaparición del escritor. Para Clorinda Guzmán el momento llegó y el evento tuvo lugar este 10 de noviembre en el auditorio del Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL), en la ciudad de Quito. En este evento denominado “32 años sin Gustavo”, el estado debió disculparse públicamente y asumir su culpa y responsabilidad.

Quizás entonces este 10 de noviembre de 2022, no debería ser solo una fecha más para la sociedad ecuatoriana, sino una que todos debamos tener en cuenta, una para jamás olvidar. Una donde queda claro que las políticas terroristas de Estado son reales, que existieron y existen. Una que nos recuerde que en el Ecuador las personas siguen desapareciendo todos los días y que este país es nada más y nada menos que el líder, entre 17 naciones de la región, con causas pendientes en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, con un total de 11 casos sin resolver todavía y habiendo sido condenado 37 veces hasta la fecha por vulnerar derechos humanos, según datos oficiales del órgano internacional.

Los desaparecidos por los que nadie responde

Si alguien, si una persona cualquiera, si alguno de los lectores de este artículo, no conociera nada sobre el caso del escritor ecuatoriano en mención, quizás las cifras estadísticas del Ecuador en la CIDH, podrían comenzar por detonar en su cabeza la imagen misma de su desaparición. Quizás podrían entender entonces que en este país las cifras de personas desaparecidas con el paso de los años se han trasformado en un dato aterrador, uno que pocos no quieren nombrar y que otros intentan problematizar para darle la importancia real que requiere.

Según estadísticas generales del Sistema de Registro de Personas Desaparecidas – DINASED, con corte a junio de 2022, existe un total de 336 casos de personas desaparecidas actualmente en investigación. Según la Fiscalía General del Estado desde el año 2019 hasta octubre de 2021 el número total de denuncias por personas desaparecidas fue de 23.657. De aquellas denuncias, en un reporte enviado a La Asociación de Familiares y Amigos de Personas Desaparecidas en Ecuador (Asfadec) en marzo de 2022, por parte de la propia Fiscalía, se revela que 2.937 personas aún se encuentran desaparecidas.

Existe una inconsistencia y muchas contradicciones entre los datos presentados por los distintos entes gubernamentales – Fiscalía y Ministerio de Gobierno- que se encargan de registrar estadísticamente y seguir los casos de personas desaparecidas en el país. Este hecho lamentablemente deja en un limbo de incertidumbre y vacíos a todos aquellos que siguen reclamando por los que hoy no sabemos dónde están.

La falta de trabajo coordinado interinstitucional revela que no existe una intención real por atender esta problemática de suma importancia para la sociedad. Las autoridades estatales solo han generado más dudas que certezas respecto al tema, mientras que, para los familiares y amigos de los desaparecidos, en este país hacen falta muchos espacios de debate amplio, sobre todo entre las altas esferas del poder, donde se promueva una discusión crítica capaz de despertar socialmente una demanda urgente de respuestas claras.

Para los familiares el vacío que deja una persona desaparecida es más que una estadística o un caso abierto que se investiga por años, muchas veces sin hallar respuesta alguna. Es más que una foto colgada en el pecho o un reclamo constante por justicia en calles y plazas. Para ellos especialmente un desaparecido representa escarbar en la memoria y denunciar el olvido. Involucra un ir y venir entre el pasado y el presente, formando conexiones y generando experiencias. Es un tejido de redes solidarias, de abrazos y manos hermanas que poco a poco se unen por las historias de aquellos otros que sienten y viven lo mismo.

Disculpas Gustavo Garzón
Estado Ecuatoriano pidió disculpas públicas por la desaparición de Gustavo Garzón. /Foto: Inredh-Elyssa Ledesma

Los familiares de los desaparecidos ocupan un lugar central a la hora de abordar las demandas de justicia y verdad. Su dolor mezclado con su rol de liderazgo en la denuncia por la falta de atención hace retumbar el ayer y pone en jaque al presente. El pasado reciente se revela para la sociedad como algo traumático cuando se habla de fechas que y de casos como el de Garzón o muchos otros miles de procesos que siguen adelante los familiares de personas desaparecidas que todavía claman justica.  Todos tienen un mismo hilo conductor, uno donde la esperanza todavía se conjuga con la incertidumbre.

Repensar los sucesos del ayer con la finalidad de recordar que, como una urgencia social dentro de un contexto político nacional tan marcado por la violencia, está prohibido olvidar, es hoy una tarea y un compromiso ciudadano casi cívico. En este contexto el caso de Gustavo Garzón tiene enraizado en sí mismo la historia no solo de un escritor, sino también de un hijo, de un amigo, de un soñador, como muchos otros que esperan ser encontrados.  Garzón encarna el sentido y el compromiso de una lucha por la verdad y la vida. Luego de 32 años este escritor puede entonces ser radiografiado dentro del recuerdo de sus familiares y amigos no solo como un defensor del rol social del escritor, o como un crítico severo de las estructuras sociales, o acaso como un militante comprometido con la construcción de una nueva sociedad, sino como la muestra latente de que es posible encontrar la verdad, aunque para ello haya que atravesar muchos obstáculos y dificultades.

El cementerio de los desaparecidos  

1985 sería el año en que Garzón cambiaría los espacios literarios por las utopías revolucionarias y se despediría de sus amigos de la Mosca Zumba – un colectivo de creación literaria y crítica social- para dedicarse completamente a la militancia y la lucha armada. “Una de las más peligrosas profesiones en nuestra América Latina es la de escritor; el imperialismo y oligarquía odian el pensamiento rebelde y están dispuestos a hacerlos desaparecer por todos los medios” escribió Garzón. Cuando leo esta frase sacada de uno de los apuntes de este literato desaparecido, se me viene a la mente el escritor y periodista argentino Rodolfo Walsh, pienso en el ataque que perpetraron en su contra cuando lo emboscaron y lo acribillaron a balazos, para luego secuestrar su cuerpo y al igual que a Gustavo desaparecerlo para siempre.

Me preguntó a cada momento ¿qué fue lo que realmente ocurrió? ¿cómo lo hicieron? ¿cómo lo desaparecieron? Es tan duro pensar que la familia de Gustavo pasó casi 30 años luchando para que se reconozca que fue el Estado quien lo hizo. Este hecho solo revela la frialdad y la insensibilidad de los gobiernos nacionales ante el clamor de respuestas y como reconoce Clorinda Guzmán, deja entrever que obtener verdad y justicia en este país es llevar una desgarradura interna por años, una que se va haciendo cada vez más grande y que con el tiempo solo logra transformarse en un sentimiento de vacío oceánico.

 “No podré despedirme, vos sabés por qué. Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizás te envidio, querida mía”, escribió el mismo Walsh en una carta tras enterarse de la muerte de su hija. Es quizás allí, en la memoria, en aquel cementerio como lo dijo el escritor argentino, donde todos los que conocieron a Gustavo, especialmente su familia, lo guardan y acunan hasta el día de hoy.

El caso de la desaparición forzada de Gustavo Garzón, parece en este punto no solo develar los intersticios de la vida del escritor y militante sino también la consigna de toda una época: callar la voz de los opositores, muera quien muera, cueste lo que cueste. Garzón, con su convicción política y su compromiso crítico aparece como el protagonista de esta historia evidenciando como en aquel momento de la vida política del Ecuador, caminar por el espacio público persiguiendo sueños, escribiendo cuentos e ideando utopías de cambio, representaba básicamente transitar por un peligroso margen entre la vida y la muerte.

“El escritor, como todo hombre, debe ser un hombre total, máxime cuando queremos ser dignos de un mundo nuevo, ser dignos de poder ser llamados seres humanos, en el sentido en que el Che Guevara soñara. Por lo tanto, debe saber integrar perfectamente su trabajo creador con su deber como ser social y crítico de la sociedad”, escribió Gustavo.

¿En dónde hallar su presencia humana? Hoy cuando todavía quedan vacíos, que apenas se diferencian de los enormes silencios que gritaron a lo largo del tiempo, solo se dibujan recuerdos fantasmales que pulverizan la conciencia y la memoria de los que ocultan todavía la verdad.

¡Nunca más!

Es 2022, y con mucha dificultad, pero cada vez más viva, la memoria continúa arrollando la tendencia de una sociedad que día a día se inclinó más al olvido y la amnesia colectiva. Viajar al pasado no resulta nunca una tarea fácil y aunque este caso es uno más entre los cientos que todavía necesitan esclarecerse, es también uno especial, por convertirse en faro y luz guía, para demostrarnos a toda la sociedad que lo que pasó en el ayer no es solo algo pasado, sino también un conjunto de hechos presentes y vivos que marcan las construcciones del ahora.

El caso de Gustavo Garzón y sus 32 años de historia, resultan entonces una especie de crónica del dolor, de la angustia y de la desesperación. Un ejemplo vivo de lo que no debe volver a ocurrir nunca más. Su sueño, su papel en la revolución del arcoíris, como la denominaron los militantes de MPL, su escritura y su desaparición serán por siempre una parte de la historia del Ecuador, una que le recordará al Estado constantemente que la perversión humana inmersa en sus aparatos represivos no podrá nunca ocultar la verdad.

El 7 de septiembre de 2021, la Corte Interamericana de Derechos Humanos declaró culpable al estado ecuatoriano por la desaparición forzada de Gustavo Garzón y dictó medidas de reparación que obligaron al Estado a aceptar su responsabilidad, mantener la investigación del caso y enjuiciar a los responsables. 

–Inredh


*Rommel Aquieta Núñez, papá y lector de tiempo completo. Comunicador social, periodista e investigador independiente en temas de memoria política. Magíster en comunicación mención en visualidad y diversidades.

La Línea de FuegoFotografías: Inredh-Elyssa Ledesma


 

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