LA BANALIZACIÓN DE LA CULTURA, PARA VARGAS LLOSA
Revista semana www.semana.com
21 Abril 2012
En su nuevo libro, ‘La civilización del espectáculo’, que se lanza esta semana en Hispanoamérica, el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa hace una dura radiografía de la creciente frivolización que se ha ido tomando a las sociedades contemporáneas.
Para Vargas Llosa, esta es la civilización del espectáculo. Es decir, en un mundo en el que lo más importante, en su escala de valores, es el entretenimiento. “Divertirse, escapar del aburrimiento es la pasión universal”. Un ideal de vida que él reconoce como legítimo- no se considera ningún puritano y acepta que una sociedad necesita divertirse-, pero no está de acuerdo con que el entretenimiento se convierta en el valor supremo porque eso conlleva a la banalización de la cultura, a la generalización de la frivolidad y, en el campo específico de la información, a la proliferación del periodismo irresponsable que se alimenta de la chismografía y el escándalo. Ahora, los chefs y los modistos tienen el protagonismo que antes tenían los científicos, los compositores y los filósofos. Las estrellas de televisión y los grandes futbolistas ejercen la influencia que antes tenían los profesores, los pensadores y -mucho antes- los teólogos. Convertir el entretenimiento pasajero en la aspiración suprema de la vida humana es para él un ideal absurdo e irrealizable: “La vida no es sólo diversión, también drama, dolor, misterio y frustración”.
Origen
Luego de las privaciones de la Segunda Guerra Mundial y la escasez de los primeros años de posguerra en las sociedades democráticas de Europa y América del Norte, siguió un periodo de desarrollo en el que las clases medias crecieron, se incrementó la movilidad social y surgió una sociedad de
bienestar. La característica de esa sociedad fue una gran apertura en las costumbres, principalmente en el campo sexual, hasta entonces muy limitado por las iglesias y las organizaciones políticas tanto de derecha como de izquierda. Ese espacio creciente de libertad y abundancia fue ocupado por el ocio que estimuló la creación y proliferación de industrias del entretenimiento, promovidas por la publicidad “madre y maestra mágica de nuestro tiempo”. Así empezó de una manera sistemática, en capas sociales cada vez más amplias, un “mandato generacional” de no aburrirse, de divertirse evitando lo que perturba, preocupa o angustia. “Eso que Ortega y Gasset llamaba ‘el espíritu de nuestro tiempo’, el dios sabroso, regalón y frívolo al que todos, sabiéndolo o no, rendimos pleitesía desde hace por lo menos medio siglo y cada día más”.
La cultura ‘light’
La democratización de la cultura, un hecho deseable y positivo, paradójicamente ayudó a forjar “la civilización del espectáculo”. En las sociedades democráticas y liberales era un imperativo apenas lógico que la cultura, a través de la educación y la subvención, estuviera al alcance de todos. Sin embargo, ese loable propósito trajo consigo en realidad el no deseado efecto de lo que Vargas Llosa considera un “adocenamiento de la vida cultural, donde cierto facilismo formal y la superficialidad de los contenidos de los productos culturales se justificaban en razón del propósito cívico de llegar al mayor número de usuarios”. La cantidad se sacrificó a expensas de la calidad. E implicó, además, la desaparición de la alta cultura, necesariamente minoritaria por su complejidad y su naturaleza exigente. No por azar la literatura más representativa de esta época es una literatura light, esto es, ligera, fácil, cuyo único propósito es divertir. Desaparecen -o son despreciadas- las grandes aventuras literarias y la experimentación al estilo de Joyce, Faulkner o Proust. Advierte Varga Llosa: “Atención, no condeno ni mucho menos a los autores de esa literatura entretenida pues hay, entre ellos, pese a la levedad de sus textos, verdaderos talentos como -para citar sólo a los mejores- Julian Barnes, Milan Kundera, Paul Auster o Haruki Murakami”. Lo que condena, de nuevo, es la preeminencia de la literatura entretenida como valor absoluto. La masificación de la cultura y la ampliación de su acepción hasta el punto en que “todo es cultura”, lo convirtió en una amalgama que la desnaturaliza: “Todo lo que forma parte de ella se iguala y uniformiza al extremo de que una ópera de Wagner, la filosofía de Kant, un concierto de los Rolling Stones y una función del Cirque du Soleil se equivalen”.
Periodismo
Claudio Pérez, periodista de El País, escribe, sobre la crisis financiera de 2008 en Nueva York, lo siguiente: “Los tabloides de Nueva York van como locos buscando un broker que se arroje al vacío desde uno de los imponentes rascacielos que albergan los grandes bancos de inversión, los ídolos caídos que el huracán financiero va convirtiendo en cenizas”. Vargas Llosa lee esta crónica y no encuentra un mejor ejemplo que resuma lo que es para él la civilización del espectáculo: una muchedumbre de fotógrafos, de paparazzi con las cámaras listas, que espera capturar la imagen del primer suicida que sea la prueba gráfica y espectacular de la crisis financiera.
Pero a su juicio, el caso en el que más se ha visto distorsionada la función crítica del periodismo por la frivolidad y “el hambre de diversión” es el de WikiLeaks de Julian Assange. En él se han visto todas las intimidades -y las pequeñeces- de la vida política y diplomática. Y ahí, el periodismo se despojó de toda su respetabilidad y seriedad. El periodismo escandaloso es “el hijastro” de la cultura de la libertad. Con un agravante: no se puede hacer nada porque censurarlo sería una “herida mortal” a la libertad de expresión. “La prensa sensacionalista no corrompe a nadie; nace corrompida por una cultura que, en vez de rechazar las groseras intromisiones en la vida privada de las gentes, las reclama”.
Sexo
La banalización tiene consecuencias, no sólo en el campo de la cultura, sino en todos los campos: la política, la religión, las relaciones humanas y la vida sexual. En 2009, la junta de Extremadura (España), en manos de socialistas, organizó, dentro de un plan de educación sexual para escolares, “talleres de masturbación para niños y niñas a partir de los 14 años”. Esta campaña tuvo el lema “El placer está en tus manos”. La objeción de Vargas Llosa a esta campaña no es de índole moral. Simplemente le parece que la masturbación no puede ser enseñada, se descubre en la intimidad, pertenece a la esfera privada. “Destruir los ritos privados y acabar con la discreción y el pudor que, desde que la sociedad humana alcanzó la civilización, han acompañado al sexo no es combatir un prejuicio sino amputar la vida sexual”. Y, por extensión, acabar con el erotismo, volverlo fútil.
¿Hay salida?
En ciertos apartes de su libro Vargas Llosa ve irreversible esa tendencia a la frivolización y considera que la cultura, tal y cómo él la conoció, va a desaparecer. Se siente como una suerte de dinosaurio en el mundo actual. Aunque los dinosaurios -dice- pueden arreglárselas para sobrevivir y ser útiles en tiempos difíciles. Sí, podría haber escapatoria. La historia no está escrita, no es fatídica, cambia. Walter Benjamin, mientras los ejércitos nazis avanzaban, escribía un libro sobre Baudelaire. Karl Popper, por los mismos años y huyendo del totalitarismo, aprende griego clásico en Nueva Zelanda -al otro lado del mundo- para estudiar a Platón y escribe un libro capital: La sociedad abierta y sus enemigos. “Benjamin y Popper, el marxista y el liberal, heterodoxos y originales dentro de las grandes corrientes que renovaron e impulsaron, son dos ejemplos de cómo se puede resistir la adversidad, actuar, influir en la historia”.