Nosotros los sobrevivientes sabemos del silencio en todas sus versiones, ¡subversiones¡ Ya lo recuerdo, muchas pretendían obligarnos a “cantar” y otras nos motivaban al grito fundamentalista en alto. El miedo era el recurso de ellos y de nosotros. Para los nuestros era la advertencia prudente frente a la trampa de los torturadores, para ellos, las palabras dadas o calladas eran las claves para hacernos reventar. Defender los sueños con el miedo escaso y la palabra exacta.
Esa manera de vivir despiertos nos educaba a todos en las maneras del silencio y en los fundamentos de la palabra, cada quien con sus pausas (hablo de los militantes) estaba obligado a largas escuchas venciendo el cansancio, porque aprendimos que era siempre mejor escuchar, es decir otra forma de prepararse para actuar. El aplauso era sospechoso, porque ponía fin al coloquio, hablar impulsivamente sin saber lo que se dice, era mala palabra y conducta inapropiada, las palabras tenían que sembrar, por eso eran semillas. Era plantar el verbo en la acción para caminar acompañados, era la discreta prudencia del amor entre el miedo y el entusiasmo.
Nuestro silencio elemental, primordial, con la palabra necesaria, se deslizaba y se movía urgente, era el silencio en reflexión preludio de un verbo móvil, palabra con retorno al silencio reparador. El silencio nuestro hablaba resistente ante la tortura y la injustica o estallaba en consignas épicas contra la opresión, una especie de bulla o escándalo cercano y solidario.
Hablar con sentido, callar con sentires. Éramos seres misteriosos con esencia, muchas veces en clandestinidad injusta, fondo preparatorio para el ruido de la guerra, porque la revolución, literal y literaria se ensayaba entre lo dicho y el sueño como forma de poesía que merecía otra suerte. Y a pesar de todo esto, no había tristeza, llanto casi nunca, alegría siempre.
Reunidos los bandidos sin pausas, forjábamos el miedo saboteador y terrorista a los gendarmes pequeños y grandes, promovíamos la ruptura del silencio con la emergencia de la revolución y de ese susto nos nutríamos para ir a testimoniar a los oprimidos el mensaje nuevo.
Escrito en Buenos Aires y luego de dialogar en el metro con un ex guerrillero del ERP
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