LA ERA MEDIÁTICA DE PAPAS Y PRÍNCIPES
Carol Murillo Ruiz <www.lamalaconcienciadecarolmurillo.blogspot.com>
La beatificación de un Papa muerto y la boda real británica son sucesos que pareciera interesan muchísimo en países saturados de quimeras mediáticas. Pero lo absurdo es que muy pocos aquí, en el circuito de nuestro criollismo colonial, dicen lo que esos actos también significan: la vigencia de dos instituciones terriblemente decadentes en un mundo (occidental) casi democrático y casi laico: la monarquía y la iglesia católica. La fanfarria mediática y política –sí, política, porque nadie me va a decir que lo que vimos solo es farándula- nos muestra cómo las tansnacionales del boato y la estupidización social universalizan modelos de belleza y santidad que solo legitiman los supuestos deseos de la masa. Un Papa mediático (Juan Pablo II) y una pareja inglesa (Guillermo y Kate) se montaron en el imaginario virtual de lo moderno para recuperar, tal vez, el peso que sus instituciones fueron perdiendo por sus abusos públicos.
Es bueno advertir que los análisis se quedan en la magia que significa que un hijo o nieto de Reina se case con una plebeya o beldad de clase media; porque así el idilio puede calzar en el viejísimo cuento de hadas y su final feliz. O en lo carismático que era Juan Pablo II cuando paseaba en su papamóvil. Pero nunca en la validez del trono en la cuna del capitalismo moderno o en la pereza moral de los dos últimos Papas cuando se hablaba y se habla de pederastia en los subsuelos católicos.
No obstante, el “olor a santidad” de Juan Pablo II era tan fuerte, según Ratzinger, que la era moderna no podía ser impasible y había que beatificarlo más rápido que a la misma Teresa de Calcuta.
La era moderna, tan recelosa a la hora de aceptar sucesos insólitos o místicos, devota de una postura más cercana a la sospecha y a otros nuevos miedos, ha visto en el acto de beatificación un modo de reacercamiento a uno de los dogmas más caros del rito católico: el milagro. Es obvio que decir la “era moderna” peca de una abstracción arbitraria porque si bien el catolicismo ha visto mermado su influjo y devoción en millares de creyentes, otra centena de sectas ha acaparado para sí la fe sin condicionamientos específicos; incluso muchas de esas sectas han tomado a la TV como instrumento de enganche y adoctrinamiento. Entonces la era moderna no es tan terrenal como podría pensarse, y no porque no haya asumido la connivencia de la fe y el dogma del milagro, sino porque mantener nuevas formas de credulidad resulta un negocio que reivindica de alguna manera el legado de Pablo de Tarso.
Pero el primero que comprendió la era mediática fue el propio Juan Pablo II. Y henos aquí presenciando su beatificación a través de la microonda que él tanto amaba. Así, el boato de la misa campal subsume y oculta, por ejemplo, los aquelarres de sexo prohibido. Pero no importa. La doctrina enseña que todo se perdona y todo se paga (en el cielo).
Más allá, la monarquía re-vive en la boda también mediática de un par de bellos jóvenes. La farandulización de los episodios privados -de la gente que gobierna el mundo- parece salvar el cuento de hadas… o sea, un trono sin refutaciones políticas y económicas. Entonces, sacudido de todo elemento perturbador, el acto nupcial semeja una escena cinematográfica donde todo ha sido dispuesto para verlo y olvidarlo; velando su mensaje de poder y vigencia de valores aparentemente ajenos a la era mediática; porque la inglesa es una monarquía constitucional, es decir, concierne a todos los que miran en la TV a una plebeya y a un príncipe en el altar… con el permiso del Primer Ministro Cameron…
Los actores y actrices de la era mediática -papas, reyes, reinas, príncipes, duquesas, beatos…- auguran muchos capítulos de distracción global… ¿Es posible tanta ficción?
Publicado primero en Revista Q No. 14