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jueves, noviembre 21, 2024

La ética humana en la pandemia

Por Tomás Rodríguez León*

La historia humana tiene más miradas retrospectivas que presentes y, sin embargo, es su presente y no es su antecedente lo que la ha vuelto más vulnerable. Desde el siglo XX con dominios e invenciones hemos creado  la luz eléctrica, sobrevivido a dos guerras mundiales,  estamos capacitados para desatar un holocausto nuclear,  creemos que podemos retomar la normalidad después de las pandemias. El mundo se tambalea, los equilibrios sanitarios espantan, los equilibrios ecológicos nos estremecen y a ellos se suman los que  atañen a la sociedad y sus injusticias. Llegamos al límite de lo insoportable pues ahora nos aprestamos   a cambiar la esencia biológica de todas las especies vivas (manipulaciones genéticas, clonación, suicidios asistidos y otras peregrinaciones).

Y  en el  mismo andamio en que jugamos la vida plural,  nos deleitamos inadvertidamente viajando hacia todos lados en carreteras  de comunicación que aproximan voces y confirman distancias.  Mientras quedamos absortos frente a las viejas preguntas de la filosofía,  hoy  desestimada.

Estas revoluciones  complejas,  hijas de descubrimientos hipermodernos, marginan a grandes filosofías y como nunca filosofía y medicina se divorcian a pesar de su origen común y esto porque el mundo médico se va para el mercado y la filosofía  no se atreve a asumir el reto de no ser contemplativa y trasformar el mundo (Marx),  los  siglos precedentes que llegaron con  esfuerzo de pensadores y precursores poco importan.  Ahora para cualquier  nuevo sujeto postmoderno es posible prescindir  de la filosofía clásica y de la  ética   para  instalar una visión actual de la  moral. La ciencia, hija de la filosofía como saber extremo, sufre su feliz orfandad asesinando a su progenitora. La vida, sustento de todo pensamiento, pasa por este camino de la reflexión a la utilidad, en un nuevo e inmediatista escenario de hedonismo vulgar.  El pensamiento es derrotado por la acción que valida solo los presentes, anulan pasados y sobre todo porvenires,  y así,  el problema fundamental de la filosofía que es la vida, deja ser un destino de preocupación ontológica para ser una consecuencia con dudosas intenciones y sobre todo múltiples  incertidumbres.

A la nueva instancia planetaria  que circunda con ciencia veloz y con más velocidad de muerte pandémica,  le urgen  sometimientos totales y   pruebas de vida   exigidos a la academia y a los  estados  nacionales irrisorios que mal administran colectividades humanas. Pequeños gobernantes claman por que las trasnacionales de la muerte, de la farmacología, el diagnóstico y el pronóstico  vengan al país y  lo organicen todo.  La nueva ética de la excelencia se aventura a exigir “rendición de cuentas”; rendición de cuentas imposibles si la universidad  abandona su autonomía y construye  operadores, peones de una ciencia depredadora que  exige dejar de pensar para ponerse a trabajar.

El resultado:  un nuevo ensayo de la ceguera  que quiere hacernos olvidar la aventura costosa y difícil de la  vida en la Tierra,  donde cada especie  que sobrevive  nos mira con ojos de demanda y de miedo porque cada especie ya no sufre la muerte  natural y cíclica de la existencia, sino la fatídica muerte  eventual de toda su especie. ¡Cuántas especies habrán desaparecido a lo largo del siglo XX, cuantas muertes tocará esperar por esta y otras pandemias venideras  para el asustado siglo  XXI  y, sin  embargo, refugiados existenciales  sabemos que cada forma de vida  tenía  un papel que jugar, que  cada quien  tenía  su lugar asignado . Ninguna, nadie era inútil. Y sin embargo  ya no están.

Así pues,  si no es la reflexión filosófica y la academia de roles epistemológicos muy supuestos  quienes asumen o lo deberían  hacer el direccionamiento del pensamiento humanista y protector de la vida en todas sus manifestaciones ¿Quién lo hará?

El retorno a la reflexión obliga a enfrentar realidades emergentes. No hacerlo  es reducir no tan solo espacios funcionales, sino capacidades de respuesta y auxilio a la vida plena donde el principal actor es el ser humano que se beneficia de un  legado de 4 000 millones de años con solo 200 000 años

En el mundo  actual se asigna  responsabilidades  y culpas locales que  ya no  son las tradicionales. Los  exterminios,  las epidemias, las “purificaciones étnicas”, las poluciones urbanas, que eran fenómenos puntuales y ligados a una porción del globo terráqueo, ahora tienen  impactos multiplicadores en cajas de resonancia que se distribuyen a todas las geografías como efecto o mal ejemplo. Unos se acostumbran a ver la muerte y otros aprovechan para el enriquecimiento vil y también letal

Si antes las civilizaciones  nacían y morían  en un ciclo casi natural por correlación de fuerzas en batallas competitivas  y otras  civilizaciones se levantaban triunfantes, nadie  podía imaginar el “fin de todos los tiempos” sino solo como un acto divino (la cólera de los Dioses), y no como un efecto de la actividad humana. Tal vez lo peor está por venir, porque un segundo año de locura epidémica que  para maldita la suerte no ha detenido ni guerras ni maldades contra el planeta solo nos podría estar advirtiendo que llegaran otras.

Estos tiempos nos recuerdan El libro del Apocalipsis  y no por creyentes. Juan predice  el fin de los días de la Tierra,  pesadilla  que  consolidó el miedo doctrinario de los creyentes  y el desafuero herético de los ateos.  Sin embargo, es hoy cuando con la capacidad autodestructiva del hombre y su capacidad desbastadora del planeta nos han llevado a una nueva realidad donde se confisca a los Dioses su poder para hacer  posible el apocalipsis  más cercano y más humano. Se confisca también a los Dioses el rol protector pues por la misma inminencia del apocalipsis que se anuncia, la humanidad tiene un nuevo deber ético, antes solo reservado a lo divino, aquel de cuidar del Gran Todo y ser el Guardián de la Tierra. Se ha confiscado por siempre a los Dioses la ley moral de cuidar de la vida. Antes  Dios tenía la potestad, la tarea de castigar a los hombres que se olvidaban de acatar este mandamiento. Pero esta gran humanidad no ha dicho basta.

El nuevo humanismo es por el contexto y  emergencia, generador de una nueva axiología que emerge con menos sentido místico y más terrenalidad pragmática, obligado a generar una militancia protectora no para recibir el apocalipsis sino para evitarlo. En este esquema se reproduce la lucha entre el bien y el mal, más próximo a la terrenalidad y más lejano a la moral teológica. El humanismo actual más que ateo se propone omitir la divinización del cuidado o extender el libre albedrio otorgado por Dios o auto asumido por el hombre. El actual papel del Homo Sapiens como conquistador de la comunidad terrestre, es ser humano y ver al ser humano en todas partes.

El problema del cuidado de la vida por otra parte asume la obligatoriedad de un esquema archí humano, un esquema de gestión, porque es necesidad dar respuesta eficiente y oportuna en lo ético. El cuidar la vida como verbo de acción, pasa de la oración a la gestión en sus diversos planos; gestión política, gestión ambiental, gestión social, que resumidos en un continente bien determinado, es tema de denominación moderna,  concepto de lo  global. Un tema de administración de la vida y el planeta.

El mundo se tambalea, los equilibrios sanitarios espantan, los equilibrios ecológicos nos estremecen y a ellos se suman los que  atañen a la sociedad y sus injusticias.


*Tomás Rodríguez León, máster en gerencia de salud pública, especialista en salud y educación; magíster en epidemiología. Docente universitario.

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