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domingo, noviembre 24, 2024

La lectura nos hará libres… si desarrollamos el hábito de leer

Por Eduardo Molina Morán *

El Currículo es un documento que denota el proyecto educativo del Ecuador para el desarrollo y socialización de las nuevas generaciones. Contiene una multiplicidad de términos provenientes de las ciencias de la educación, conocidos por la mayoría de los profesionales del área; por tanto, no suele explicitarse sus definiciones debido a que está redactado en un lenguaje pedagógico estándar. Aunque la intención es comprensible, también debe reconocerse que, al ser la Educación una ciencia, puede estudiarse de acuerdo con distintas teorías que no siempre resultan convergentes en sus filosofías, conceptos y métodos; por ejemplo, la noción de pensamiento crítico exhibe sendas definiciones y prácticas según la teoría constructivista o la educación liberadora de Paulo Freire.

Este artículo analiza concienzudamente el «Hábito de la lectura» y su ejercicio, comenzando por mostrar que el currículo ecuatoriano alude en cerca de 50 ocasiones al término «hábitos», en cinco áreas diferentes. La mayor parte de las referencias se concentra en Ciencias Naturales, específicamente vinculadas a los hábitos de vida saludable. En segundo lugar está Ciencias Sociales, que comprende los hábitos, costumbres y juegos culturales. El tercero se presenta en los Objetivos del Currículo, cuando se mencionan los hábitos autónomos de consumo y producción artística, científica y literaria. En cuarto lugar, en considerable menor proporción, se menciona el hábito lector dentro del área de Lengua y Literatura. Y el quinto, apenas en una ocasión, al hábito de razonar matemáticamente.

¿Placer por asignatura?

La evidencia sugiere que la categoría «hábito lector» es competencia exclusiva del área de Lengua y Literatura. Cabe señalar también que el documento no expone definición alguna de este concepto, aunque en distintos pasajes se esbozan algunas de sus facetas. Por ejemplo, en la página 202 se indica que “más importante que estudiar definiciones formales (…), es el despertar en el estudiante el placer por la lectura (…) y que el objetivo más importante es forjar lectores con hábitos y gusto por la lectura (…)”. Además, en el nivel Bachillerato se dice que el estudio de la Literatura “se orienta a (…) reforzar la motivación intrínseca por el disfrute de textos literarios y el hábito lector” (p. 1230). Estas citas dejan entrever que el hábito lector alude a componentes como el placer, el gusto, el disfrute y la motivación intrínseca.

En la práctica se reitera la responsabilidad del Área de Lenguaje. Como ejemplos están el programa Yo leo, o la Fiesta de la Lectura, tradicionalmente dirigida por sus maestros. Pero esta celebración anual no suele surgir como una necesidad institucional de destacar a sus niños lectores, sino que se trata de una actividad obligada por el Ministerio de Educación (Mineduc). Ante los ojos de un lector consumado, estas actividades se caracterizan por su artificialidad y “deber ser”, es decir, parecen más una festiva exaltación y aspiración a la conducta lectora, que una efectiva rendición de cuentas de los procesos y resultados pedagógicos; aunque desde la perspectiva de los “no-lectores” se manifieste una sincera satisfacción por el objetivo cumplido.

Por otro lado, la sociedad nos muestra escenarios más crudos sobre este asunto. El Índice de Lectura en Ecuador –según mediciones realizadas hace más de diez años, ya que no hay cifras actualizadas- se ubica en 0,5 libros al año por persona, uno de los más bajos en Latinoamérica, no se diga a escala mundial. Asimismo, se estima que el 80% de los profesionales consiguen sus títulos pagando a otros para que elaboren sus tesis de grados, porque no están habituados a la tarea investigativa (lectura); o porque, aunque posean un buen nivel de lectura, deciden no enfocarlo en dicha labor por premura del tiempo. Sumado a eso, la pandemia evidenció aún más el problema cuando el Mineduc tomó la medida emergente de aplicar proyectos integradores durante el confinamiento, difundiendo sus manuales para que los profesores, padres de familia y alumnos los lean y apliquen; situación que derivó en un pandemónium, porque la mayoría no lograba descifrar los documentos, obligando a desplegar en las redes sociales explicaciones y tutoriales para una mejor interpretación. Esta dura realidad hizo recordar que años atrás los resultados de las pruebas PISA de la UNESCO recomendaron no descuidar el fortalecimiento de la comprensión lectora.

En síntesis, es interesante sopesar la contradicción del espíritu del currículo educativo de un país cuyos habitantes leen poco, y en el que se presenta el tipo de ignorancia más peligroso: presumir de un saber que no se tiene. Así, en medio de una comunidad educativa convencida de que forma lectores, resulta arduo debatir, incluso entre académicos, lo que se concibe por «Hábito Lector» y las formas de instituirlo en la población. Resulta entonces primordial, como inicio, aclarar nuestra interpretación de este concepto.

De la enseñanza al autoentrenamiento

El hábito lector se define como el autoentrenamiento diario de la lectura, que asciende gradualmente en tiempo, complejidad y temática, impulsado por una necesidad vital de conocimiento, participación y autoestética, y cuya ejecución provoca placer en el sujeto. Esta definición porta, además de las esencialidades ya referidas en el Currículo, otras como la frecuencia de la lectura, el ascenso gradual del tiempo destinado a ella, la búsqueda de lecturas de mayor complejidad, la expansión en las temáticas, la diversificación de motivos que van más allá del disfrute, y, por último, una invitación a un cambio de perspectiva que abandone la enseñanza para enfocarse mejor en el autoentrenamiento.

La característica fundamental de todo hábito es que se forma mediante el entrenamiento. Toda acción, por mínima que sea, debe repetirse de modo que en cada reiteración se vaya puliendo. Así, la disposición a leer, la preparación del ambiente, la lectura propiamente dicha, la relectura, el subrayado, el uso del diccionario, la toma de notas, la pausa para reflexionar sobre lo leído y la consulta de otras fuentes son, entre muchos más,componentes de un todo que consigue automatizarse. Si bien esta conducta es inicialmente dirigida por otro, cuando el detonante de su actuación nace del propio individuo, se suma la conciencia al entrenamiento, convirtiéndolo desde ese momento en autoentrenamiento.

Este ejercicio conduce al lector en formación a respetar la frecuencia diaria de la lectura, pero también a aumentar la carga de tiempo destinada a ella, en una práctica que debe complementarse con espacios de discusión y participación. Es decir, es importante que todo lo leído se discuta y valide, y el mejor entorno para ello es la participación ciudadana. En la medida en que los estudiantes intervengan en foros, asambleas, mesas de diálogo y demás espacios de reflexión común, demostrarán sus conocimientos, convicciones, visiones y propuestas. Todo ello impactará primero en una elevación de su autoestima, estética y goce; y, posteriormente en un afinamiento del hábito lector, buscando textos de creciente dificultad y expandiendo las temáticas de interés. De esta manera, los alumnos se percatan de que la lectura resulta ser un medio para activar políticamente, multiplicándose los motivos que lo llevan a leer y que van más allá del placer.

La lectura como hábito liberador

 

Estos aportes difieren en muchos aspectos con el currículo nacional y pugnan por un debate y análisis comparativo. A continuación se listan cuatro principios abstraídos del modelo propuesto que considero deseables para toda educación que pretenda instaurar el hábito lector:

  1. La formación del «Hábito de la Lectura» debe estar a cargo de un Autodidacta. Un No Lector difícilmente forjará lectores. Educar a un lector no se adhiere a la lógica de una estrategia didáctica, pues el proceso se parece más a una psicoterapia, por cuanto el tutor influye en la personalidad del estudiante a través del autodescubrimiento de sus necesidades. Enseñar a ser autodidacta exige del profesor una considerable autoconciencia y disciplina, que derivan en una independencia de criterio que puede irradiarse a los demás; ello significa que este tipo de expertos son capaces de crear currículo. Esto discrepa con la estructura pues los programas de estudio de las facultades de educación, incluso los de maestría, buscan ser compatibles con los métodos de elegibilidad y selección de cierto tipo de profesorado, preparado para instrumentalizar un currículo creado por otros; el sistema no se caracteriza por formar maestros lectores.
  2. Las asignaturas deben servir a la lectura, no al revés. El Ecuador ha tendido siempre a adoptar modelos, no a crearlos. En consecuencia, fiel a las recomendaciones de organismos supranacionales como la UNESCO, el currículo nacional mantiene el formato de las áreas de conocimiento como Lengua, Matemática, Ciencias Naturales y Ciencias Sociales. Conservar esta división es insistir en que el hábito lector es jurisdicción del área de lenguaje y literatura. Nada más falso para un autodidacta, ya que este personaje no solo lee literatura sino otros temas. Nada más insultante para un autor de libros, pues los escritores indagan, dominan y mezclan muchas áreas de conocimiento. Cuando se leen libros se aprende de todos los campos, y es el intelecto el encargado de organizarlos y sistematizarlos. El currículo actual ostenta una supremacía de las asignaturas en el que la lectura ingresa sólo si el profesor lo permite. Contrariamente, se plantea que el currículo debe concretarse mediante jornadas diarias con “Espacios de Lectura” donde todos los profesores autodidactas guíen el proceso de autoaprendizaje de sus alumnos.
  3. La lectura debe estar ligada a la formación en ciudadanía. Una persona que lea y no comparta es un ciudadano cómplice del statu quo. El famoso educador brasileño Paulo Freire dice que existen dos tipos de lectura: de contexto y de texto. La primera lee la realidad, la segunda los libros. Cuando se es receptivo a los problemas del barrio y simultáneamente se leen los diarios, surge la necesidad de actuar en beneficio de la colectividad. La ciencia pedagógica dice también que la lectura sirve para adquirir conocimientos, desarrollar el pensamiento crítico y cultivar valores. Estos tres aspectos se validan en la discusión, en el diálogo, en el encuentro respetuoso con el Otro. Dichas experiencias vuelven al estudiante más sensible con la comunidad, y le permiten descubrir el fin social de la lectura que lo disciplina aún más en su ejercicio ¿Será posible formar ciudadanos críticos y comprometidos fomentando únicamente el disfrute de textos literarios? La educación en ciudadanía que promociona la escuela convencional es inocua porque no la vincula a la lectura, le falta intensidad y aplicaciones políticas. Sus prácticas de acercamiento a la comunidad tienden a ser efímeras, por lo que a largo plazo su impacto resulta dañino para la formación en valores de los chicos.
  4. El Autodidactismo es el fin al que debe aspirar el sistema. La pandemia le dio en la torre a la educación ecuatoriana. El currículo vigente desde 2016 tuvo 5 años para demostrar que su producto, sus lectores por placer, podían llevar una educación en línea sin dificultades. Los conceptos de autonomía y motivación intrínseca evidenciaron su pomposidad dentro de una educación dependiente del maestro, en lugar de favorecedora de la autonomía del estudiante lector ¿Puede el currículo vigente formar autodidactas? ¿Está blindado ante otra posible catástrofe planetaria? Este punto sostiene que el hábito de la lectura debería moldearse desde las edades tempranas de modo que logre instaurarse al culminar la Básica Media; en la Básica Superior se lo afinaría y en el Bachillerato se tendría un lector habitual en camino hacia el autodidactismo. Pero esto implicaría cambios extremos en la formación docente y en el currículo, o simplemente tumbar todo y edificar una nueva estructura más acorde con realidades cambiantes.

¿A qué tipo de Estado o gobierno le beneficiaría impulsar un sistema educativo que empodere a sus ciudadanos a través de la lectura? El agotado discurso del derecho a la educación debe probarse con la ejecución de un modelo auténticamente trasformador. El conocido adagio dice: “Sólo la verdad nos hará libres”. Pero me permito complejizar esta frase, por cuanto hay sociedades o corporaciones totalitarias que determinan qué es verdad y qué debe leerse. Para que aquello no se le pase por alto al mundo, es importante estar sumamente habituado a leer: leer para entender, para investigar, para autoeducarse, para encontrar la verdad, para transformar… Leer para liberarse. Lograr que el ejercicio de la libertad sea un hábito, supone hacer que la lectura, como necesidad vital, también lo sea. Sólo la lectura nos hará libres.

Fiel a las recomendaciones de organismos supranacionales como la UNESCO, el currículo nacional mantiene el formato de las áreas de conocimiento como Lengua, Matemática, Ciencias Naturales y Ciencias Sociales. Conservar esta división es insistir en que el hábito lector es jurisdicción del área de lenguaje y literatura. Nada más falso para un autodidacta, ya que este personaje no solo lee literatura sino otros temas. Nada más insultante para un autor de libros, pues los escritores indagan, dominan y mezclan muchas áreas de conocimiento. Cuando se leen libros se aprende de todos los campos, y es el intelecto el encargado de organizarlos y sistematizarlos.


*Eduardo Molina Morán es investigador educativo. 

*Fotografía tomada de Worldvision-Bolivia 


 

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