14 de noviembre 2016
Como lo señala Bolívar Echeverría, los ideólogos del capitalismo reflexionan de la siguiente manera: “el modo capitalista de producir y reproducir la riqueza social no es sólo el mejor modo de hacerlo, sino el único posible en la vida civilizada” Y añaden que: “una modernidad que no fuera capitalista sería un absurdo, una utopía irrealizable –y peligrosa- pues el intento de alcanzarla “llevaría ineluctablemente a un retroceso a la barbarie””. (Echeverría. Vuelta de Siglo). Al enunciado, dicho como una verdad incontrovertible por los teóricos de la escuela de Chicago, abona una práctica histórica que pretende considerar modo socialista de producción a los procesos fracasados de la URSS y los países de Europa Oriental. Procesos que, tras un legítimo intento revolucionario, degeneraron en el viejo capitalismo: La URSS renegó del socialismo –aun como membrete- y la República Popular China marcha pujante por esa senda, exaltando “lo glorioso que es ser rico”. Y es esa mercancía la que venden los teóricos neoliberales, quienes afirman que el socialismo es distribuir pobreza. O entregar a los pobres –que lo son por su molicie e incapacidad- la riqueza arrebatada a los ricos, riqueza que –dicen- la han forjado con su esfuerzo y su inteligencia.
El retroceso a la barbarie, por cierto, lo exhibe en forma obscena el sistema capitalista, cuya voracidad por territorios y riquezas del subsuelo, no trepida al cometer genocidios, empeñado en una guerra interminable contra un “terrorismo” y un narcotráfico que él mismo engendró. El horror empezó hacia la década de los 60 del siglo XX en Vietnam para trasladarse, más tarde, a África y el Medio Oriente: agresión a Afganistán; agresión a Irán desde Irak, posterior invasión de Irak y asesinato del dictador Sadam Husein; invasión de Libia y asesinato de Gadaffi, invasión de Siria con toda la secuela de muerte y una diáspora incesante de su población; complicidad y auspicio al terror sionista contra el pueblo palestino. Secuelas: centenares de miles de muertos, tierra devastada, millones de desplazados, hambre, enfermedad, desesperanza. Si eso no es barbarie, no se sabe qué lo es.
Pero este dogma no es solamente invocado por el imperialismo y sus corporaciones, y por el neoliberalismo de viejo cuño, aquél que proclama la bondad del libre mercado –acompañado de una graciosa eliminación tributaria para las empresas- sino que, sin explicitarlo –y más bien declarando su amor por los trabajadores y sus derechos y la primacía del trabajo sobre el capital- el gobierno de la “revolución ciudadana” se ha empeñado, en Ecuador, de modo agresivo, en la modernización capitalista del Estado y la sociedad. Para el efecto, ha concedido a transnacionales decenas de miles de hectáreas en distintas provincias, especialmente amazónicas, para la explotación minera a gran escala y a cielo abierto. El propósito –dicho con una ingenuidad digna de mejor causa- dar fin a la explotación minera saqueando las riquezas del subsuelo.
En su marcha imparable, arrebata a los pueblos originarios de la Amazonía sus territorios ancestrales, agrede a la Naturaleza, condena a los defensores de la ecología y deja, por ahí, algún muertito: maniatado apareció en un río el líder amazónico Tendetza, opuesto tenaz a la minería a gran escala y a cielo abierto y defensor de los derechos de su pueblo. De pasada, persigue y criminaliza, también, a los mineros artesanales, “desleal competencia” a las transnacionales. Y en el proceso incluye –no podía ser de otra manera- algunas cajas sueltas –cuya dimensión es aún incierta-: la corrupción de funcionarios petroleros que, avisados de que serían enjuiciados, abandonan el país cargando en sus alforjas unos cuantos millones fruto de sus fechorías. Y es que por algo hay que empezar. Sería, quizá, el arranque de la acumulación primaria. Y el surgimiento de una nueva burguesía ¿nacionalista? Para implementar su proyecto modernizador, el gobierno nacional de Alianza País ha endeudado al país hasta niveles estratosféricos, lo que incluye venta anticipada de petróleo y empeño del oro físico. Porque –dice- el dinero hay que gastarlo: alrededor de 300.000 millones de dólares americanos en el decenio 2007 – 2016. Costos estratosféricos de la obra pública: hidroeléctricas, refinerías, repotenciación de las mismas, carreteras. Todo con sobreprecios jamás justificados.
Así, “la vida civilizada” aconseja olvidarse de “pajaritos y mariposas” afectados por el progreso, pues las regalías que dejan las transnacionales por saquear el subsuelo, y aunque cuesten la extinción de especies vivas, sirven para unas relumbrantes escuelas del milenio –de difícil acceso para los niños y niñas de las aldeas lejanas de la Amazonía-, y para unos hospitales, relumbrantes también, aunque carezcan de médicos y medicinas.
La modernización capitalista a la ecuatoriana no cuenta, desde luego, con una evidente realidad: las metrópolis gringas, europeas y las flamantes chinas nos han asignado en su diseño de distribución del trabajo, el triste papel de proveedores de materias primas. Por lo que la ansiada modernización tropieza, inevitablemente, con ese obstáculo: no podemos salirnos y más bien regresamos con fuerza a la reprimarización de la economía.
Como esfuerzo legítimo luce aquél de impulsar el desarrollo hidroeléctrico. Y eso parecería caminar en el proyecto correista por buena senda. Queda por verse si la energía eléctrica que se venderá a los países vecinos, permitirá a los nacionales contar con energía barata. O si, como ocurre con otros bienes de la naturaleza, encarecen para el mercado nacional porque vender a los gringos es más rentable. Porque, además, habrá que pagar a los acreedores. Y la plata hay que sacarla aunque sea tomando “prestado” de la seguridad social, la cuantía de cuya deuda, ahora mismo regatea el gobierno, tras privarle del aporte constitucional de 40% para la jubilación de los afiliados. Perlas de la modernización.
Para el éxito del proyecto modernizador, dan un giro de 180 grados: firman un tratado de libre comercio con la UE, tras haber denunciado a esos tratados como nefastos y esclavizadores –que lo son- Parecería que el gran líder dice, sin decirlo, que fueron veleidades de su juventud. Proyecto modernizador que, con su cambio de matriz productiva, pone en marcha otra virtud del capitalismo: la educación superior que garantice técnicos calificados. Ellos, los elegidos por el CENECYT y el CES dizque garantizarán el ingreso de tecnología de punta, a sabiendas de que la metrópoli cuida esos secretos como la joya de la corona. Deja, pues, a un lado, cualquier alternativa filosófica y epistemológica que no sea la venida del eurocentrismo. Porque es cosa de retrógrados la sensata propuesta de los indios que claman por el equilibrio con la naturaleza, tomando de ella lo estrictamente necesario para el buen vivir. Demandando la convivencia del ser humano con ella, abandonando ese antropocentrismo que, basado en un enunciado bíblico, cree que enseñorear en ella es exprimirla hasta el agotamiento. Filosofía, epistemología y ética que desembocarán, de tener éxito, en la amenaza apocalíptica: aire, agua y tierra envenenados; suelos laborables calcinados, calentamiento global. Y eso si antes no sobreviene la locura bélica, ésa que hoy prepara febrilmente el/la heredero/a del mando imperial en la metrópoli norteamericana, dispuesto por las corporaciones que gobiernan el mundo: lo clanes Rothschild, Rockefeller y Bush. Amén