02 de marzo 2016
No, los refugiados no delinquen más que los demás. Lo dicen los datos, desmintiendo el relato xenófobo y obligando a Europa a reflexionar sobre sus miedos.A dos meses de distancia de la terrible Nochevieja de Colonia, que recordaremos como la triste noche de la violencia contra las mujeres, quizás podamos hacer algunas consideraciones sobre el papel de los medios de comunicación y sobre cómo la política ha instrumentalizado el suceso de la peor manera. Parto de un estudio llevado a cabo a por la policía criminal de Braunschweig: en Alemania el número de refugiados que violan la ley es, proporcionalmente, el mismo que el de ciudadanos alemanes que cometen delitos.Esto significa que en condiciones bastante diferentes en términos de integración, de posibilidades de ocupación, de vivibilidad, de condiciones económicas, de vida familiar, corresponde una misma propensión al delito.
Me explico mejor. Nuestra percepción (también la italiana) del número de extranjeros en suelo nacional resulta exponencialmente mayor respecto a su presencia efectiva. Del mismo modo, estamos convencidos de que un extranjero tiene una propensión al delito exponencialmente mayor respecto a un ciudadano italiano o europeo. Quizás nos hemos hecho esta idea porque nos los imaginamos desesperados sin nada que perder. Sin embargo, perder tienen muchísimo que perder, porque para llegar lo han arriesgado todo y ahora su vida tiene un valor inestimable que preservar a cualquier precio. Para desmentir este lugar común, el estudio llevado a cabo por la policía alemana es de fundamental importancia: nos cuenta que, no obstante el hecho de que sus condiciones de vida sean bastante peores, los extranjeros presentes en Alemania cometen delitos exactamente igual que los ciudadanos alemanes.Esto quiere decir que el objetivo primordial de quien llega a Europa no es delinquir sino integrarse y reconstruir una vida social que en sus lugares de origen se ha visto menoscabada a causa de guerras y persecuciones. Con este propósito, aconsejo buscar en la Red y ver dos reportajes fundamentales sobre la “jungla” de Calais y de Dunquerque grabados por Diego Bianchi (Zoro) y emitidos por Raitre en el programa Gazebo en enero pasado. Sorprenderá descubrir cuánta dignidad logramos mantener los hombres pese a ser tratados como bestias.
Luego, a pesar de que sea extremadamente difícil hacerse una idea libre de prejuicios acerca de lo sucedido en Colonia, debemos esforzarnos por reunir todos los datos para llegar a una conclusión que acaso podrá parecer banal, pero que es la única posible: los que han cometido actos violentos en grupo no han sido extranjeros sino personas. No es indicativo el color de su piel, no lo es su lengua o su cultura. No es fundamental ni siquiera comprender cuál es su religión sino saber cómo viven y analizar su grado de integración. Sí, porque la inmensa mayoría de los extranjeros acusados de actos violentos y de violación vive en Alemania desde hace años, y del mismo modo que los “foreign fighters” enrolados por el EI, son individuos marginados o con los cuales no se ha producido nunca proceso alguno de integración. Luego nosotros no somos víctimas inocentes o simples espectadores sino artífices de la marginmación.
En días pasados, contraviniendo una regla no escrita que en general se observa en Alemania y que impone a los jueces un perfil bajo durante un proceso, Ulrich Bremer, el magistrado que se ocupa de los hechos de Colonia, ha concedido una entrevista al diario Die Welt. Creo que lo ha hecho con la intención de orientar el debate hacia posiciones de sentido común. De acuerdo con Bremer, habría sólo tres extranjeros recientemente llegados a Europa entre los denunciados. Y las denuncias se habrían producido sólo después de que los medios empezaran a hablar de violaciones y violencias. Si por un lado las denuncias de los periódico han tenido el mérito de dar valor a quienes no se habían atrevido a hablar hasta aquel momento, por otro han dado rienda suelta a una oleada de racismo difícil de encauzar.
Después de los hechos de Colonia, no hay duda de que Europa ha visto reforzarse las posturas contrarias a la acogida. Suecia amenaza con rechazar a 80 mil refugiados, traicionando su propia historia. Dinamarca retendrá bienes y dinero a cambio de acogida. Las voces que piden la suspensión de Schengen se hacen cada vez más apremiantes, sin comprender que si el miedo lo es a delitos como los cometidos en Colonia, el problema no se resuelve mandando fuera a quien llega o cerrando las fronteras, sino dirigiendo un trabajo serio de integración. Y si el temor estriba en los ataques terroristas, en lugar de levantar muros, lo que haría falta es parar los capitales que arman sin obstáculo alguno el brazo de quienes, aterrorizándonos, nos hacen a todos enemigos.