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lunes, mayo 6, 2024

LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA EN EL CAMPO DE LA SALUD EN CONTEXTOS DE CENTRALIDAD POLÍTICA. por Tomas Rodríguez león

Equidad y ciudadanía son fundamentos actuales y, aunque visibles, no parecen estar vigentes en el campo de la salud. Sin desconocer el  impulso a la inversión social  en la dimensión asistencial, se revelan pobres desempeños codificados en  resultados con indicadores de morbilidad en déficit. Al ser  comparados  los indicadores con el  periodo precedente de poca inversión, no  presentan modificaciones sustanciales.

Garantizar un acceso oportuno en el cuidado de la salud ha sido un proceso  que puede ser  destacado como logro. El  abordaje en la atención sanitaria y la atención de los grupos más vulnerables,  inspira la acción sanitaria actual. Pero el proceso ha estado marcado por un fuerte protagonismo de la oferta que ha descompensado la simetría necesaria con la demanda, esta última, desbordada, se ha desorganizado y no ha generado respuesta ciudadana. La búsqueda de ampliación de ciudadanía  en la y para la salud, se ha truncado en tanto que la asimilación del derecho como obligación paternal del estado no activa las responsabilidades de auto cuidado y solidaridad.  Derecho sin obligaciones u obligaciones sin derechos, son la antípoda de  ciudadanía.

El sector de la  salud no encuentra  los dispositivos de  participación porque el marco teórico  asimilado por técnicos entrenados, se dispersa y poco se ejercita, en tanto  se confronta con centrales decisiones publicas (¿políticas?) especialmente diseñadas para la respuesta unidireccional que  en casos  alegóricos llegan a la sustitución de la participación con la obligatoriedad  de otra participación,  la  de los actores endógenos del sistema sanitario que hacen mingas diversas o campañas reiteradas  ante la mirada nada protagónica de la comunidad y sus lideres que solo examinan  que el derecho “se cumpla”.

A todo nivel,  las voces de los  usuarios se vuelven  acusatorias contra trabajadores y profesionales a quienes se endilga la responsabilidad de sus males. Sin interlocución, el método para forjar sujetos motrices de reforma o revolución ya no existe. Una ruptura que encubre los efectos históricos y actuales del sistema se pone en boga, la cultura del silencio impera y los profesionales callan aunque no otorgan, resultando que la urgente construcción de solidaridad, condición  básica  para humanizar los servicios de salud, se desagregue.

Lesionada la relación  profesionales de la salud -pacientes, se recarga mas el sesgo, con una pretendida  reforma penal que evidencia la anulación del coloquio y anuncia  la  presencia de una masa no protagónica   que lanza piedras, no contra el sistema aun  intacto de inequidad, sino contra los trabajadores. Resolver el acumulado de atraso y rezago se convertirá en acción expresa y delegada a un estado santo protector  que hará del tema sanitario una fuente de sostenibilidad política pero  técnicamente sin sostenibilidad, porque la salud de la población es resultado de entornos saludables y aprendizajes solidarios en los que la interlocución es básica.

También la consistente amenaza y práctica de traer médicos extranjeros contribuye a los silencios.

Los trabajadores del sector y las autoridades de salud tampoco cuentan con escenarios de participación o espacios de deliberación y concertación que podrían aportar a la modelización de  la programación sanitaria. Ningún referente conceptual es debatido o consensuado.  La planificación, ejecución,  monitoreo y evaluación de los programas son de práctico cumplimiento y siempre apegados a  referencias matrices que prescinden del debate epistemológico, porque retardarían las urgencias técnicas y sus mandatos. El pretexto se hace contexto.

Hasta las estrategias que se promueven desde los organismos multilaterales OPS OMS son muy adaptadas para tributar al fortalecimiento institucional  del estado y la difusión de verdades verticales. En un concepto oficial de participación ciudadana se sustituye a las variables clásicas de la promoción y  la pedagogía sanitaria por propaganda que confunde promoción de la salud, con promoción de los servicios de salud. La democracia, descentralización, enfoque local, referentes irrefutables en el desarrollo de  capacidades para el  auto-cuidado y el ejercicio de  control sobre el estado de salud pierden peso y significancia. En la misma perspectiva, el control social ciudadano al no vigilar al sistema sino a los actores y al no cuestionar las políticas del  estado, retorna con fuerza al desactualizado concepto de población beneficiaria, con el agregado político de población agradecida.

En consecuencia, el desarrollo de conocimientos para la  corresponsabilidad  que debe servir para mejorar los estilos de vida en  nuevas relaciones de producción no anuncia su arribo. El modo de producción sanitario es el mismo en su estructura que el precedente y las relaciones sociales de producción en la salud no se han modificado. Los esquemas de  estratificación social jerárquica se mantienen e incluso son más jerarquizados, pero a diferencia que lo que ocurre en el estado liberal clásico, la verticalidad la asume el estado con presión al espectro social en la evidencia de un nuevo binomio: adherentes-opositores.

El resultado se pone de manifiesto; pese a los esfuerzos desplegados, el país  no es un país saludable. La prevalencia de enfermedades típicas del subdesarrollo sigue marcando la pauta,  mientras la condición sanitaria de las poblaciones no ha mejorado sustantivamente. Por lo que es urgente que  un nuevo modelo humanizado político, ético y estético emerja  con  procesos sociales participativos y  críticos en modelos de gestión incluyentes, creadores de democracia  consensuada  e interlocución total, donde además,  la vigilancia y observancia ciudadana  se dirijan preferentemente  contra la corrupción y la ineficiencia.

El cambio de rumbo impone no solo actualizar   modelos que privilegien formalmente el primer nivel de atención y la sustitución operativa del asistencialismo medicalizado, es urgente re posicionar el concepto de participación como fundamento de  democracia activa directa y profunda que restituya el dialogo y la fraternidad entre  proveedores de salud y pueblo organizado. La ciudadanía en salud será conciencia solidaria y cultura  preventiva o no será, porque una demanda pasiva y desmovilizada construirá solo, una masa clientelar que renuncia a la actoría social  por un rol  apendicular del poder y su condición de sujetos sociales protagónicos por el cambio se verá reducida a  la complacencia, elemento que al perder criticidad no  fomenta factores protectores y ambientes positivos de auto cuidado, cuidado y vigilancia.

La socialización de los servicios de salud como una estrategia global de desarrollo, no puede ser entendida solo como gratuidad, y menos como gratitud. La revolución en salud implica cambios superlativos. Revolución es construir un sujeto social de nuevo tipo, es construir un nuevo modelo mental en donde el amor a la vida, la ausencia del dolor,  la solidaridad y el compromiso colectivo son factores sostenibles, implicados en una nueva concepción de salud como derecho y no como piedad, caridad o posibilidad discrecional de la sociedad o el estado. Es pasar a construir actores del cambio revolucionario y no masa pasiva y conforme.

Mala práctica, es la ruptura del ejercicio plural en el destino del cambio deseado.

La importancia de la salud radica en la  asimilación de la educación, la transición epidemiológica  será posible con  un pueblo movilizado, con conciencia  buscando   bienestar, con  autoestima social  intacta, un pueblo inconforme porque un pueblo revolucionario es un pueblo digno.

Esto es realizar ciudadanía en salud. Esto es una necesidad para la acción.

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