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martes, diciembre 17, 2024

La Patria siendo la avenida Patria a lo Quito

Crónica sobre sus ciudadanos de a pie

La Línea de FuegoPor: Tatiana Sandoval Pizarro

La “Patria” de los artistas desde el parque “El Ejido”

Desde 1982 hasta hoy estoy yo trabajando. Ya no es lo mismo que antes

Rodolfo Piedra

La Línea de Fuego
Rodolfo Piedra, el pintor que inició la Patria con su arte. Foto: Tatiana Sandoval Pizarro

Entre tantas pinturas de sus amigos artistas se encuentra Rodolfo Piedra, el pintor que inició la Patria con el arte. Ese día no ha llevado sus cuadros. Con sus ojos claros y su boina color café en esa tarde fría, no pierde el tiempo y saca su celular para dar a conocer el proceso y el final de sus obras, que ha plasmado en varios lugares como el Hotel La Floresta, donde tiene dos murales. Reniega, porque no puede manejar bien su teléfono.

—Me da iras —exclama, con su voz, que es bastante bajita a causa de un accidente.

En los contactos de WhatsApp va poniendo las fotos y vídeos que solo duran hasta un segundo. Él piensa que duran más y dice:

—No quiere caminar esta cosa —se ofusca, hasta que le explico lo que pasa.

Él se siente encantadísimo de que le hagan fotografías. Le muestro las que le hice y queda contento. Antes de dar la entrevista, apunta a que esta “salga alhaja”.

—Veamos, intentemos, quiero que me conozcan y lo que diga lo diré con corazón.

En 1982 inició a estudiar arte en la “Casa de las Culturas”. Estuvo dos años. Fue el más adelantado en su clase. Nos sentamos y reinicio la grabación en la que se escucha de fondo la música folclórica, que es el sonido más recurrente en “El Ejido”. No dejo de admirar las manos de Rodolfo, que son la muestra fiel de su trabajo como pintor.

—Me llamo Edison Rodolfo Piedra Terán. Ese don de la pintura y de la plástica es dotado primeramente por Dios que le llegó a mi madre, que era artista-pintora. Ella fue compañera de Oswaldo Guayasamín en la Escuela de Bellas Artes de Quito. Yo le seguí a ella. Soy el cuarto de los doce hermanos que éramos. Mi padre trabajaba en el Ministerio de Finanzas. A mi padre le encantaba tocar la guitarra y era buenazo para cantar tango. A mi madre le gustaba la plástica, tocar el piano y también era balletista. Yo, de pequeño, a los ocho añitos, veía ese entusiasmo de los dos que me causaba una alegría, porque era el conocimiento del arte. Me dediqué a ver cómo pintaba mi madre. Veía que venían turistas de Venezuela, de la Argentina, de los Estados Unidos a comprar las obritas que hacía mi madre. Así fue como me involucré con el conocimiento de mi madre y me puse yo también pilas. Dije: “mi madre va a ser mi profesora del arte” —, recuerda, y continúa su relato.

—Mi hermano mayor tenía un trío hermoso. Cantaban lindo, una belleza. Mi hermana Esperancita Piedra ganó un concurso en la emisora Tarqui. Ella ganó el segundo puesto en Música Internacional. Era compañera de la Paulina Tamayo, quien ganó el primer premio en Música Nacional. Mi otro hermano hizo un grupo musical. El Jinsop era cantante del grupo de mi hermano. Eran cinco integrantes. De pronto Don Medardo y sus Players le contratan de bajista a mi hermano. De ahí vienen los Hermanos Baca, que lo ven que es muy bueno y se va a trabajar con ellos en la noche —.

Rodolfo echa de menos los primeros años en los que comenzó a vender sus obras en “El Ejido”. Señala que entonces se veía mejor al arte, pues en los nuevos tiempos ya es mirado como algo más comercial. Peor después de la forma en que la COVID-19 afectó la economía y bajó todo. Su voz se esfuerza por subir el tono y su extrañeza por esta época es notoria. Retoma el tema del arte en su familia:

—Todos somos artistas en mi casa. Mis otros dos hermanos están más arribita, ahí están con los cuadros de paisajes que son más grandes. ¿Qué más les puedo hacer conocer dentro de la familia Piedra de artistas? Ah… en la Universidad Católica, ahí también me dediqué a hacer teatro. No me duró mucho ese ambiente teatrero. Me alejé. ¿Qué más…? Se fueron unas tres obras de arte de mi madre a los museos de Roma. Yo he sido siempre viajero. Me ha gustado irme siempre a las provincias, pero del país no he salido. Han salido mis obras nomás. No he salido, porque he estado muy ocupado, pinta y pinta —.

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Rodolfo está a punto de cumplir los 72 años. Foto: Tatiana Sandoval Pizarro

—Estoy a punto de cumplir 72 años. Yo soy toleño. Conocer La Tola era conocer todo el ambiente de aquí de Quito. Esa era la historia de lo que era Quito hace unos 50 o 60 añitos… Ahora todo ha cambiado, pero los artistas tenemos que seguir luchando por crear, ahora que hay facilidad de las tecnologías. Pero en vez de la tecnología, lo lindo es hacer lo que uno siente, ese es el artista —.

La técnica de Rodolfo es el óleo. Él detalla que domina mucho a la espátula, los pinceles y sus aceites. Cree que la Patria ya no es igual que antes, porque ha bajado el turismo y parece que el parque se ha vuelto demasiado comercial. Rememora que hizo una asociación con otros pintores. Iniciaron con siete, luego subieron a treinta. Los estudiantes de artes de la Universidad Central del Ecuador también bajaban al parque y el espacio se llenaba de obras. Hasta donde recuerda Rodolfo, la asociación estuvo conformada por 130 artistas.

Entre un sinnúmero de obras que ha hecho Rodolfo, se le vienen a la mente las que ha realizado en el Hotel Flores.

—Todo ese hotel está llenito de mis obras, habitaciones, corredores… Antes había mucha difusión cultural, ahora está un poquito bajo, no sé por qué. Será por la pandemia, la cuestión económica, no sé…

Después de indicarle que estudio Comunicación Social en la Universidad Central del Ecuador, Rodolfo comenta entusiasmado que su sobrina también estudia la misma carrera en esta universidad y que está en segundo semestre. A pocos minutos de terminar la grabación, me dice:

—Ya ahí tiene como unos cuarenta minutos —.

Fuera de audio, declara con alegría que lo pueden llamar: “Rodolfo, Rufito o Rufón”.

—Mi bonita linda vendrá por acá para presentarle a mi sobrina —se despide.

El alma se siente eternamente agradecida con esta entrevista. En el mismo lugar está otra artista, amiga de Rodolfo. Él le deja el puesto para que ella relate su trabajo artístico.

Me gustaría hacer cuadros sobre política, pero no se venden

Acenet

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Acenet estudió en la Facultad de Artes de la Universidad Central del Ecuador o la Fauce. Foto: Tatiana Sandoval Pizarro

Se llama Acenet, así tal cual firma sus obras. Nunca antes había escuchado este nombre que es bíblico. Acenet puede escribirse de distintas formas, más el suyo es como lo están leyendo. Ella estudió en la Facultad de Artes de la Universidad Central del Ecuador o la Fauce.

—Pude haber estudiado Minas y Petróleos. Era muy buena en Matemática, pero la carrera es muy cara —.

Sin ese impedimento económico, hoy Acenet no estaría más de cuarenta años en “El Ejido”.

—Ya hubiese tenido mi propio pozo petrolero —ironiza y le pone chispa a la tarde en la que parece a punto de venir el típico aguacero de Quito.

Refresca los tiempos para traer recuerdos. Así, me entero de que donde ahora es el Instituto de Idiomas de la Central, antes funcionaba el Colegio de Artes Plásticas. Desde ese tiempo ella viene formándose como artista. Su abuelo era músico y daba clases.

—Se supone que por ahí pudo surgir el gusto por la creatividad —revela.

Sus manos tienen pizcas de pintura y en cada palabra que pronuncia, son ellas las que hablan de su vida como creadora.

—Lo que yo realmente estudié es escultura. Desde pequeña me gustaba coleccionar unas piedras. Yo me iba al río y llegaba a la casa con los bolsillos llenos de piedras. Las colocaba en un lugar especial y ahí las tenía. Cada piedra tenía un color especial (marrones, grises…). Mi mamá me decía: “¿Pero, para qué estás amontonando basura?”. Le decía a mi mamá: “Eso me gusta y ya, déjeles nomás ahí”. Mi mamá siempre respetaba y dejaba ahí las piedras hasta que llegó mi hermana, la última, quien empezó a jugar con ellas y se perdieron.

En pintura hay muchas técnicas: óleo, acuarela, témpera, collage, etc. A Acenet lo que le gusta en el presente es reciclar el plástico para aprovecharlo de otra manera y hacer obras contemporáneas relacionadas más con la ecología. Esas obras no las trae a “El Ejido”, porque son sus experimentos. Estos pueden exhibirse en exposiciones individuales cuando se da la oportunidad.

—Uno siempre está experimentando en cosas distintas —reafirma.

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Los cuadros que expone ese día son de distintas técnicas. El caballo es solo óleo, las mariposas son únicamente aerógrafo. Hay otros que combinan óleo y acrílico. Sus principales compradores siempre han sido los extranjeros. Las obras que antes llevaba al parque eran más artísticas. Pintaba mujeres con instrumentos musicales o abstractos vinculados con la música.

–Siempre la música me llamaba la atención, porque yo digo: la música siempre entra por los oídos y por qué no puede entrar por los ojos. Entonces yo pintaba eso con colores referentes a un ritmo o melodía de la música clásica. Yo pintaba esos cuadros, porque estaban representando música.

Acenet, quien vive al sur, en San Bartolo, cuenta con pesadumbre que ahora ya no tiene ese público extranjero que tenía en otros tiempos. Cuando el aeropuerto estaba en la ciudad, la mayoría de los extranjeros se hospedaban en el Hilton Colón y este fue el pretexto real de ubicarse en “El Ejido”, analizando también que los europeos tienen más formación artística. El público que en la actualidad va al parque a buscar cuadros, lo que quieren es algo que combine con las paredes de sus casas, con los muebles o que tape algún hueco. Esto saca a la luz que la gente no adquiere una obra con un criterio artístico.

—Entonces… chúticas, como no hay quien compre, uno tiene que ubicarse más o menos en eso. Algunas de mis obras tengo que hacerlas comerciales, aunque me da cosas hacer eso. Pero es un asunto de subsistencia y se ve metido uno en eso. Al público que no es culto no le importa el concepto, el color, no le importa nada. Lo que le importa es que sea bueno, bonito y barato.

Hablar de horarios de trabajo con Acenet es sencillamente no tener un horario. Puede trabajar de día, de noche, más de ocho horas sin descanso. La avenida Patria representa mucho para ella, pues es el espacio donde continúa difundiendo su trabajo artístico. A este nivel de la conversación se le aparece la figura del Estado, al que cataloga como “un cero a la izquierda” en la difusión cultural y artística en todos los ámbitos.

—Ni siquiera hay políticas de Estado que puedan hacer algo por el arte. La cultura no es rentable para los políticos, nosotros para ellos no existimos —profiere Acenet con coraje.  

—¿Usted cree que nuestro país estaría así si hubiera apoyo a la cultura? —. Es el cuestionamiento abierto de esta artista con respecto a la inseguridad que se vive en el país, ya que los jóvenes no tienen oportunidades y espacios para ejercer su capacidad creativa.

—Con arte, hoy nuestros jóvenes no estarían cometiendo crímenes, sino dándonos lecciones de creatividad.

¿Cómo se podrían discutir esas palabras tan precisas, en un Ecuador cuya violencia es la explosión de la desatención social del Estado?

—El artista nunca dejará de estar descubriendo algo distinto…

El diálogo se interrumpe cuando un señor, que es guía turístico de una mujer asiática, se acerca a Acenet para preguntarle por el costo de la pintura de las llamas. La artista contesta:

 —USD 220 —.

Él “contraataca”.

—¿Nada menos? —.

Ella le dice que sí hay una rebajita, que hasta en USD 180 le deja esa obra. El hombre dice que ya regresa. ¿Será que sí, será que no?

Sí, el sujeto vuelve con la mujer asiática y otro extranjero que la acompaña. El cuadro de las llamas, que llevaba ocho meses sin venderse, por fin sale. A Acenet le tomó 15 días hacer este óleo. El cuadro, que por trabajo cuesta USD 300, fue vendido en USD 180. Esto es tocar fondo con los artistas de “El Ejido”. Muchos de sus cuadros no se cotizan por lo que ellos trabajan, sino por el precio que el comprador les pone. De hecho, otro de sus compañeros también acaba de aceptar la venta de un cuadro, cuyo costo real es USD 80 por un valor final de USD 30. Quizás, para ellos, el objetivo es que sus obras no se sigan maltratando por el sol, la lluvia y el traslado. Muchas ya no tienen el mismo brillo después de tantos meses sin venderse.

—Cuando se traían las pinturas con marco, lo que pasaba era que se las sacaba más rápido, pero el precio de la obra con todo y el marco no resultaba —refiere Acenet.

Los gringos no han dejado de acercarse y decir “¡waoh!”, a todas las obras que ven. Es el turno de otro artista que tuvo el anhelo de imponer una marca en los Guinness World Records con sus obras que embotellan barcos en un tiempo mínimo. A él lo han entrevistado varios medios de comunicación, entre ellos el programa “América Vive”, que fue a su taller para realizarle el reportaje. ¿De quién se trata?

Yo no soy cualquier cosa

Nelson Gansino

La Línea de Fuego
Nelson Gansino hace barcos sin haberse subido a ninguno y los mete en botellas de todos los tamaños. Foto: Tatiana Sandoval Pizarro

No estaba convencido de hablar conmigo. Imagínense, América Vive habló con él. ¿Qué ganaría hablando tan solo con una estudiante de Periodismo? Él hace barcos sin haberse subido a ninguno y los mete en botellas de todos los tamaños. Nelson Gansino viaja con la imaginación y su persistencia. Esta estudiante también persistió para conocer su historia.

Nelson me dio a entender que ya lo ha contado todo a otros. Pareciera que no hay nada más que decir y que si busco los vídeos que le han hecho en YouTube, me enteraré de quién es. No estoy segura, así que lo acompaño hasta su puesto en la Patria.

Al apreciar su trabajo, me dice:

—Esas no se ven en ningún lado del mundo.

En la Patria lleva 12 años, pero como artista ya son 40 años. Vino a la Patria, porque aquí se reúnen los buenos artistas y pintores. Con mayor razón, le indigna que se confunda el arte con el comercio o el arte con artesanía. Para Nelson, el artista es el que crea, el que da vida a una cosa.

Se pueden encontrar botellitas desde USD 3 para arriba, con una diversidad de mensajes. La complejidad de la obra determina el precio. Lo que se ve ahí, de acuerdo con su narración, no es nada para lo que tiene en su taller, donde están obras realmente espectaculares que heredará a sus hijos, porque que nunca las repetirá. A ellos no les gusta el trabajo de su padre, que requiere de tiempo y perfeccionamiento. Uno de ellos mejor ha escogido “atormentarse” con los números en Físico-Matemática.

Y como no podía ser de otra manera, los extranjeros son sus compradores. Tiene un compañero que ha coleccionado sus barcos desde sus inicios, no obstante, desde la pandemia no lo ha vuelto a ver.

La Línea de Fuego

La avenida Patria para Nelson es, en una palabra, sinónimo de “vida”. La Patria es donde vive. En su taller, que queda en Quitumbe, se sofoca de lunes a viernes y el fin de semana se dirige a este lugar a quitarse el estrés con sus compañeros. Con ellos también juega ajedrez. Cuando se vuelve a topar el tema del artista, no duda en decir que este no busca causar perjuicio a nadie.

—Le pueden hacer daño, sí, pero él es noble.

Nelson se siente feliz con lo que hace y con lo que es, porque sabe que es único en el mundo. Esto no quita que lamente el abandono por parte del Estado a los artistas. Reconoce que a veces no tiene ni para los pasajes para llegar a “El Ejido” y el apoyo gubernamental no existe en lo absoluto.

Todas sus obras no llevan su nombre, sino el de su hijo, Gandy y el de su madre, Clara. Ambos ya no se encuentran en este mundo terrenal. Para él, su madre perdió la vida a causa de las peleas entre sus hijos que pretendían quedarse con la casa. No quise incomodar a Nelson, más de repente la conversación se vuelve como un desahogo.

Este no es el único episodio duro que ha enfrentado en la vida, hay otro que deseo que quede entre nosotros, no porque él lo pida, sino porque lo superado hay que dejarlo ahí. Quiero que vean al artista. Sus obras pueden ser la expresión de lo que lleva por dentro, sus palabras, la reafirmación de lo que está sintiendo.

—Uno como artista sufre y, ante estos casos, tienes que aprender a disculpar para sacar sentimientos negativos. Sólo con la conciencia limpia se puede crear —es la forma de mirar de Nelson, a quien le disgusta que sólo cuando el artista está muerto, se valore su obra. —¿Ya muerto, para qué?  —.

Nelson se tardó un año en realizar 20 obras. Se quedaba hasta la madrugada plasmando sus ideas, sus sueños.

—Si soñaba con alguna vaina, ¡pas!, me levantaba de madrugada a anotarla en una hoja de papel para pronto materializarla —dice este hombre de un hermoso cabello rizado recogido en una cola.

—Yo soy artista y así he de morir —es su epígrafe.

—Eso es compañeros, espero que les haya gustado mi plática —concluye.

Los artistas son numerosos en la Patria. Las historias no se acaban ni se acabarán si hay quien se dedique a contarlas. Este quizás sólo es un inicio de lo que se pudo contar antes, de lo que se cuenta ahora; de lo que otros contarán con otro estilo, con otras voces, en otros días; con otras formas de olfatear, saborear, mirar, escuchar y sentir a la Patria. A partir de este momento, esa Patria deja de estar en la cabeza para guardarse en el corazón. A lo Quito, la Patria sigue siendo la Patria en su paisaje urbano, artístico, sonoro, moderno, popular, de colores verdes y grises.  


La Línea de FuegoIlustración portada: Tatiana Sandoval Pizarro

La Línea de FuegoFotografías: Tatiana Sandoval Pizarro

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