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jueves, mayo 2, 2024

La tribu rebelde: el feminismo ecuatoriano en la salud pública

Por Hugo Noboa Cruz


*Adaptación periodística de una propuesta presentada en el marco del taller de Historia de la Salud de la Universidad Andina Simón Bolívar, el 26 de octubre de 2021, bajo el título: Invisibles, valientes y rebeldes, con el legado de Matilde Hidalgo, las mujeres irrumpen en la salud.


Esta es la historia de un grupo de mujeres que a la luz del ejemplo de lucha de una solitaria Matilde Hidalgo, desafiaron al Estado, a las instituciones y a las personas influyentes de la época, para poner sobre el tapete de la discusión colectiva temas tabú que cuestionaban directamente a las ideas predominantes sobre la salud pública. De esta manera se anticiparon a lo que se conoce como Movimiento de la Medicina Social. Este grupo de mujeres –empleando el lenguaje de Edmundo Granda- pudiera considerarse como una tribu rebelde.

El legado de Matilde Hidalgo

En pocos días, el 21 de noviembre de 2021, se cumplirán cien años de la graduación como médica de Matilde Hidalgo Navarro (Loja 1889? – Guayaquil 1974), en la Universidad Central del Ecuador, luego de sus estudios y licenciatura realizados en  1919 en la Universidad del Azuay, actual Universidad de Cuenca.

Sin embargo, Matilde no fue la primera médica en lo que hoy es el territorio ecuatoriano, una idea que para nada es una herejía histórica. Antes, cientos y quizá miles de años atrás, parteras y mujeres sabias de las medicinas ancestrales, kichwas, shuaras, sáparas o tsachilas, ya cumplían ese papel.

Cuando llegaron pobladores africanos a las costas de Esmeraldas y migraron luego al Chota[1] y a todo el país, trajeron también con ellos su sabiduría médica. Incluso, como una muestra de un encuentro intercultural, las pocas mujeres europeas que vinieron junto a los primeros conquistadores o las primeras mestizas criollas, acumularon los saberes que supieron guardar por generaciones, sobre todo en sectores populares. Estos conocimientos fueron transmitidos oral y pragmáticamente a sus hijas. Las mujeres siempre fueron las primeras médicas en los pueblos de todo el mundo, hasta que la academia les arrebató ese papel.

Efectivamente, la academia en la Medicina, que permitió la formación de un indio como Luis Chushig en la Real Audiencia de Quito del siglo XVIII, negaba sin embargo ese derecho a las mujeres, incluso a las blancas europeas. Así fue hasta que Matilde Hidalgo, en 1910, se atrevió a romper con este esquema, convirtiéndose en un símbolo médico y del feminismo en el Ecuador. Sin embargo, después de la solitaria y valiente Matilde Hidalgo, debieron pasar varias décadas más hasta que otras mujeres comiencen a actuar colectivamente, en defensa de sus derechos e irrumpieran en la salud pública, o mejor dicho, en la salud de los públicos.

El siglo XX mostró connotados personajes de la salud pública ecuatoriana, como Isidro Ayora, Ricardo Paredes, Pablo Arturo Suárez, Luis A. León, Enrique Garcés, Juan Tanca Marengo, Plutarco Naranjo, Miguel Márquez, Eduardo Estrella, Edmundo Granda, entre otros. Sin embargo, no ha ocurrido lo mismo con las mujeres. De allí que es pertinente preguntarse: ¿Por qué la sociedad ecuatoriana tiende a invisibilizar a las mujeres de la salud, incluso a la misma Matilde Hidalgo?

En la sociedad patriarcal se tiende a ocultar el papel de otros personajes que no sean médicos, hombres, blanco-mestizos y con visión europea o estadounidense. Simplemente, las enfermeras, otros profesionales y trabajadores de la salud, los agentes comunitarios de la salud o las medicinas alternativas parecen no existir. Parece que nunca hubo un Taita Marcos[2], o que las parteras urbanas y rurales, mestizas, afrodescendientes o indígenas, no existen en la historiografía médica. Además, se tiende a visualizar solo a personajes individuales, como que surgieran solos, de la nada, sin un contexto colectivo e histórico, donde los protagonismos individuales se diluyen en el esfuerzo de varias voluntades unidas. Se invisibiliza a las comunidades, al activismo anónimo por la salud y la vida, y la gran diversidad cultural.

Es por ello que tuvieron que pasar varios años –hasta mediados del siglo XX- hasta que un puñado de mujeres médicas irrumpió en la escena pública pese al prejuicio patriarcal. Fueron las fundadoras de la Sociedad de Médicas del Ecuador y con su accionar plantearon temas que hasta ese entonces permanecían ocultos bajo la etiqueta de tabúes, como la planificación familiar o la anticoncepción, la salud sexual y reproductiva y el aborto (las mujeres hasta entonces eran consideradas fundamentalmente como reproductoras). Esto derivó más tarde en el enfoque de género en salud. Estos son temas relevantes para la historia de la salud pública ecuatoriana, tanto como el control de epidemias o la incorporación de las vacunas en el arsenal sanitario.

Las mujeres siempre fueron las primeras médicas en los pueblos de todo el mundo, hasta que la academia les arrebató ese papel.

El feminismo médico, un camino contracorriente

La Sociedad de Médicas del Ecuador se conformó en la década de 1960, teniendo como invitada de honor a una ya madura Matilde Hidalgo. Entre sus fundadoras estaban: Beatriz Narváez, Enriqueta Banda, Blanca Castillo[3], Betty Proaño, Piedad Endara, Honoria Bejarano, Ligia Salvador, Elina Garcés, Elisa Calero, Martha Carcelén, Olga Vallejo, María Limaico, Lucina Velasco, entre otras.

 

Matilde Hidalgo y médicas/La Línea de Fuego
En el centro, Matilde Hidalgo, en un homenaje que le rindió la Sociedad de Médicas del Ecuador.

Matilde Hidalgo les decía que eran las herederas de las luchas por la igualdad de las mujeres, al menos en el campo de la salud. Por ello, les invitaba a que sean excelentes médicas y mejores que los hombres, pero les decía también que deben ampliar su visión del mundo, que estudien historia y filosofía, que se formen políticamente y hagan lo mismo con las nuevas generaciones, sobre todo en el campo de los derechos de las mujeres. Les decía que no dejen de compartir sus conocimientos y su trabajo con la gente más humilde del pueblo.

Con el tiempo, no todas escogerían temas relacionados con la salud sexual y reproductiva. Por ejemplo, Betty Proaño, una de las intelectuales del grupo, optó por los estudios sobre población. Otras migraron a Venezuela junto a decenas de médicos hombres ecuatorianos, a buscar mejores oportunidades durante el boom petrolero que se dio en dicho país. Beatriz Narváez, según Gladys Llanos, tuvo un papel importante en la introducción de la vacuna oral de poliomielitis en el Ecuador.

Una de las más desafiantes y jóvenes, Olga Vallejo, se decidió por la Traumatología, una especialidad hasta entonces dominada por hombres, además que estuvo siempre presente en las luchas gremiales hasta el fin de sus días. Por su parte, Elisa Calero escogió la Cardiología y alcanzó un gran prestigio sin abandonar el arte de la talla de la madera, pasión heredada de su padre.

Cemoplaf/La Línea de Fuego
Piedad Endara y Lucina Velasco de Cemoplaf, y Betty Proaño de Cepar, en algún evento internacional sobre población y salud reproductiva, en la década de 1970.

Así, cada una destacó en el campo que eligió, aunque muchas fueran invisibles. Las amigas, que habían causado tanto escozor entre algunos de sus colegas hombres, siempre se mantuvieron unidas, aunque actuaran en distintos ámbitos y aunque hubo un conflicto cuando los cuatro consultorios de planificación familiar de la Sociedad de Médicas en Quito pasaron a constituirse como Cemoplaf en 1974[4].

Hay que considerar que para cuando surgió esta iniciativa de la Sociedad de Médicas, a mediados de los años sesenta del siglo 20, ni siquiera existía el Ministerio de Salud Pública. Con Cemoplaf, Piedad Endara, Ligia Salvador, María Limaico y Lucina Velasco de Cárdenas profundizaron la lucha por los derechos de las mujeres, desde su perspectiva, en pro de dar acceso a la anticoncepción femenina, sobre todo en los sectores populares urbanos y rurales. Esto dio inicio a la lucha por los derechos sexuales y reproductivos. Así nació el Centro Médico de Orientación y Planificación Familiar (Cemoplaf) en Quito[1], que posteriormente se extendió a varias provincias con la complicidad de otras mujeres médicas. Más tarde se sumó al equipo Teresa Álvarez, trabajadora social que estudió abogacía para enfrentar los desafíos institucionales, incluido el acoso de los grupos conservadores y las barreras que ponía el Estado.

La resistencia al trabajo innovador de este puñado de mujeres, no se hizo esperar. Recibieron condenas de la Iglesia Católica y de otros cultos, a la vez que insultos y vejámenes por parte de grupos conservadores, incluso de sus propios colegas médicos. En algunas ocasiones incluso necesitaron protección policial para cumplir con su trabajo[2]. Hasta socialistas y comunistas las criticaron, “por responder a una política de control de la natalidad del imperialismo”[3], reflexión enmarcada en la aplicación de la Alianza para el Progreso y en una época en la que se descubrieron estrategias de esterilización masiva y sin consentimiento de mujeres indígenas en Bolivia.

Pero las críticas, lejos de amedrentarles, las volvió más fuertes. Sabían lo que hacían, usaban los recursos de las organizaciones estadounidenses y sus capacidades tecnológicas, pero estaban convencidas de impulsar un proceso nacional autónomo, con ética, que beneficiaba a las mujeres y que contrarrestaba la ninguna o poca respuesta del Estado en este campo.

 

Teresa Álvarez, Piedad Endara y Lucina Velasco de Cárdenas, de Cemoplaf, junto a un grupo de profesionales y promotores, en uno de los tantos eventos sobre salud sexual y reproductiva (1977).

Así, Lucina Velasco, carismática educadora, fue la primera médica afrodescendiente graduada en el Ecuador, lo que representó una doble afrenta para el patriarcado aristócrata blanco-mestizo: médica mujer y negra. Fue una de las primeras directoras de Cemoplaf, y junto a Piedad Endara trabajó también en un servicio público de salud, en La Colmena Alta, uno de los barrios populares de Quito más inaccesibles para las autoridades, los políticos tradicionales y la aristocracia quiteña.

Por su parte, Ligia Salvador compartía su tiempo entre el directorio de Cemoplaf y la planta central del Ministerio de Salud Pública, donde cumplió importantes funciones en salud infantil, especialmente en el programa de control de diarreas. Formó a otras colegas médicas salubristas y fue una de las responsables de la introducción de la rehidratación oral en el país, considerado uno de los hitos de la salud pública moderna.

En cuanto a María (Maruja) Limaico, además de su consultorio particular servía en Cemoplaf cómo médica y directora. Libre, como sus colegas, fue una de las primeras defensoras del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y sobre la reproducción. Defensora del aborto y de la despenalización del mismo, sufrió varias veces las consecuencias de ese compromiso.

Y estaba Piedad Endara, hermana menor de César Endara, fundador y dirigente del Partido Socialista (1926) y del Partido Comunista (1931). De él recibió influencia ideológica y el apoyo de los volúmenes de Medicina traídos desde Europa por su librería. Piedad, aunque sin afiliación política, se consideraba desde su época estudiantil como una comunista. Admiraba mucho a Matilde Hidalgo.

Matilde Hidalgo y Piedad Endara. ¿De qué habrán conversado maestra y pupila en sus varias reuniones?

De joven, Piedad Endara hizo lo que pocos médicos se atreverían a hacer incluso hoy: vivió y trabajó nueve años en la parroquia rural de Bolívar, en la provincia del Carchi, con todas las carencias que en los años cincuenta había en las poblaciones rurales. Fue por lo tanto una de las precursoras de la medicina rural (junto a Aurelio Fuentes en San Lorenzo, Esmeraldas, entre otros). A caballo y por estrechos senderos iba a atender partos o a enfermos en las cálidas poblaciones del Chota y de Caldera, en los páramos de García Moreno, en Monte Olivo o en las lejanas ‘colonias’ (los caseríos más alejados que lindaban con la provincia del Napo, hoy parte de Sucumbíos). Allí nació una de sus hijas y se criaron las dos, luego de la separación de su pareja. A su regreso a Quito, Piedad trabajó siempre en Cemoplaf y en el Centro de Salud de La Colmena, donde fue Pediatra y directora del Centro de Salud, hasta su muerte a los 60 años, en 1986.

Más adelante, nuevas colegas médicas lideradas por Gladys Llanos, han dado continuidad a la Sociedad de Médicas del Ecuador, enfrentando no pocas dificultades. Esta entidad cumplió ya un papel importante, pero los desafíos persisten.

 

Cemoplaf, a pesar de sus dificultades económicas, se mantiene. En el año 2021 cumplió 47 años de vida jurídica. Otros profesionales, sobre todo mujeres, han tomado la posta de Piedad, Lucina, María y Ligia, y en algunos casos, han sido las hijas las que han continuado con el legado de sus madres.

El trabajo de estas médicas generó hitos y procesos innovadores, aún antes de que se fortalezca el movimiento latinoamericano de medicina social, en los años setenta y ochenta del siglo 20. Cumplieron un importante papel en la salud pública (mejor dicho, en la salud de los públicos), asumiendo desafíos que no quisieron enfrentar ni el Estado, ni las universidades, ni los médicos hombres. Este contexto histórico de las luchas feministas ecuatorianas en el ámbito de la Medicina necesariamente marca un desafío respecto a desde dónde se plantean las alternativas y soluciones a los problemas de salud pública.

Cemoplaf, a pesar de sus dificultades económicas, se mantiene. En el año 2021 cumplió 47 años de vida jurídica. Otros profesionales, sobre todo mujeres, han tomado la posta de Piedad, Lucina, María y Ligia, y en algunos casos, han sido las hijas las que han continuado con el legado de sus madres.

¿Salud pública oficial o la salud de los públicos?

En este debate planteado parece tener más sentido hablar de la ‘salud de los públicos’, tal como lo definía Edmundo Granda[4]. Salud de los públicos tiene una connotación política contra hegemónica y da cabida a diversidades de todo tipo; rompe con la visión de una salud pública única, instalada desde el Estado (y desde el poder), que ha buscado fundamentalmente garantizar la reproducción del capital, el saneamiento del flujo de las mercancías y de los seres humanos, la protección del centro político y económico, y de los grupos privilegiados. Es la salud pública oficial que ha hecho vista gorda del complejo médico industrial.

La noción de salud de los públicos, en contraposición a la de salud pública única, va estrechamente ligada a una visión de la salud y la vida que sobrepasa el papel de los médicos, de los servicios médicos y del Estado, el de de la ‘enfermología pública’.

En la ponencia Salud pública e identidad, presentada en el Foro Modelos de Desarrollo, Espacio Urbano y Salud (Bogotá, abril 1999), auspiciado por la Alcaldía Mayor de Santa Fe de Bogotá, Edmundo Granda reconoció que ya se estaban construyendo diversas iniciativas en torno a la salud y la vida (el Buen Vivir de las culturas andinas, uno de sus fundamentos), como respuesta al paradigma de la enfermedad y la muerte, a la visión única positivista en la ciencia -impuesta desde Europa y Estados Unidos- y del Estado como policía / normatizador, propios de la salud pública hegemónica. Indicaba:

“…estaba sucediendo desde hace mucho tiempo, sino que ahora esas experiencias han adoptado nombres llamativos y ‘serios’ tales como ‘Municipios saludables’, ‘Frentes por la Salud y la Vida’, ‘Consejos Locales de Salud’, ‘Organizaciones por la Salud y la Naturaleza’, etc., los mismos que actualmente constituyen ‘tribus’ que defienden su salud y que en muchas ocasiones ya han convocado y unido a otros actores y pretenden transformarse en ‘públicos por la salud’[5]. La salud pública también se ha innovado en los propios movimientos de mujeres, de derechos humanos, de defensa del ambiente, etc., que, sin ese apelativo, han aportado para la salud mucho más que los que hemos estado introducidos en el ‘estuche duro’ de la ‘enfermología pública’” (Granda E.)[6].

En aquella ponencia, Granda estructura por primera vez lo que denomina un trípode diferente para construir la salud pública[7]:

“1. Presupuesto filosófico-teórico de la salud y la vida.

  1. Un método que integra diversas metáforas, que hace variadas hermenéuticas (interpretaciones) pero con un importante peso de la metáfora del ‘poder de la vida’.
  2. El poder de la identidad: el poder del individuo, de la ‘tribu’, de los públicos o movimientos sociales que promueven la salud, conminan al Estado a cumplir su deber y entran en acuerdos-desacuerdos con los poderes supra e infranacionales” (Granda E.).

Esa visión de la salud y la vida, de la salud de los públicos y de los públicos por la salud, conjuntamente con otros procesos de reflexión – acción que se desarrollaron en Latinoamérica (García, Laurell, Márquez, Franco, Granda, Breilh, Arouca, Fleury, entre otros), como la determinación social de la salud o la epidemiología crítica, dan lugar a un mejor entendimiento de los procesos de salud colectiva y de la medicina social, que no reducen las explicaciones a la lineal causa – efecto, ni a supuestas tríadas ecológicas (agente, huésped y ambiente).

Fruto de ese proceso latinoamericano, en el que participan varios ecuatorianos, hombres y mujeres, surgen organizaciones como la Asociación Latinoamericana de Medicina Social (Alames, 1984) o el Movimiento por la Salud de los Pueblos, organizaciones que permanentemente reflexionan sobre nuevos paradigmas, como ahora el de la salud de los ecosistemas[8] (‘una sola salud’), que pretenden romper con el antropocentrismo en las interpretaciones de la salud.

Es en esta corriente amplia donde confluye un sinfín de actores sociales comprometidos con la Medicina Social. Allí se puede encontrar la semilla de esas médicas valientes inspiradas en el ejemplo de Matilde Hidalgo, una semilla que quedó sembrada y ha fructificado, pues han surgido nuevos colectivos feministas[9] y varias activistas feministas en el campo de la salud, quienes actualmente se enfrentan con decisión a grupos conservadores en la lucha por los derechos sexuales y reproductivos y por la despenalización del aborto. Es la huella y el legado vivo de Matilde Hidalgo.

En el ejemplo de Matilde Hidalgo hay una semilla que quedó sembrada y ha fructificado, pues han surgido nuevos colectivos feministas[9], quienes actualmente se enfrentan con decisión a grupos conservadores en la lucha por los derechos sexuales y reproductivos y por la despenalización del aborto. Es la huella y el legado vivo de Matilde Hidalgo.


Referencias Bibliográficas: 

[1] La personería jurídica de Cemoplaf recién data del 12 de septiembre de 1974, con el Acuerdo Ministerial Nro. 3702, publicado en el Registro Oficial Nro. 637.

[2] Esto generó un vínculo importante con la institución policial. Cemoplaf atendió a las mujeres y familias de los policías, como lo haría luego con las Fuerzas Armadas.

[3] Recibían apoyo de organismos estadounidenses especializados en el tema, ligados a la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), el Family Planning International Assistance (FPIA) y el International Planned Parenthood Federation(IPPF). Pero a lo largo de su historia, Cemoplaf ha recibido apoyo de muchos otros organismos de diversos países o de las Naciones Unidas, y ha establecido convenios con varias instituciones nacionales, incluido el Ministerio de Salud Pública.

[4] En el documento Formación de salubristas: algunas reflexiones, presentado en el Curso Internacional Itinerante La Salud Colectiva a las Puertas del siglo XXI (Medellín, Colombia 2000), Edmundo Granda utilizó el término “salud de los públicos”, que lo reiteraría en futuras exposiciones suyas. El texto dice: “Es necesario reconocer que los distintos movimientos que dieron forma a la salud pública desde la segunda mitad del siglo XVIII tuvieron distintas proyecciones y le proporcionaron, por momentos, diversas vestimentas. Estos movimientos pudieron haber marcado con mayor fuerza un derrotero distinto de desarrollo de la salud pública, como pudo haber ocurrido con el movimiento europeo de la medicina social que tuvo vigencia entre 1830 y 1880, el mismo que reconocía que la participación política es la principal fuerza para la transformación de la situación de salud de la población. La medicina social soñaba, entonces, que las revoluciones populares transformarían la salud de los públicos a través de la expansión de la democracia, la fraternidad y la igualdad. Similares aspiraciones fueron nuevamente reinstaladas en las décadas de los setenta y ochenta en América Latina con el movimiento de la medicina social”.

[5] En esto último, citando al chileno Patricio Hevia

[6] https://www.observatoriorh.org/es/edmundo-granda-ugalde-la-salud-y-la-vida-volumen-1 “La salud y la vida” volumen 1, pág. 133

[7] En oposición a aquel dominado por la enfermedad y la muerte; a la ciencia positivista como “verdad” y; al Estado como único actor y “fuerza privilegiada para calcular el riesgo y asegurar la prevención”.

[8] Ver “Enfoques ecosistémicos en salud y ambiente”, Óscar Betancourt, Frédéric Mertens y Manuel Parra (Editores) Abya Yala, 2016 https://www.researchgate.net/publication/301283193_Enfoques_ecosistemicos_en_salud_y_ambiente

[9] Asociación Pro Bienestar de la Familia Ecuatoriana (Aprofe), Centro de Estudios de Población y Desarrollo Social (Cepar), Sendas, Surkuna, Desafío, Frente Ecuatoriano por la Defensa de los Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos, entre otros.

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