La crítica hecha por Michel Foucault al poder del discurso médico es ampliamente conocida en los círculos académicos, políticos e incluso periodísticos. No es un conocimiento de expertos aquel que nos permite entender los procesos de disciplinamiento y control social que se dan a través del discurso médico y su sujeto de verdad: la ciencia.
Se sabe desde hace tiempo que la enfermedad se convirtió en uno de los negocios más lucrativos y que las corporaciones farmacéuticas son las grandes ganadoras de este espurio negocio de medicinas y vacunas que lucra con el dolor y el miedo de la población.
Las ganancias de las farmacéuticas superan a las de la industria armamentista y de las telecomunicaciones, y con la pandemia seguro su ganancia aumentó exponencialmente. Su producción abarca desarrollos científico-tecnológicos en áreas de biología, bioquímica, ingeniería, microbiología, neurociencias, física, farmacia y farmacología, medicina, enfermería, física, etc. para potencializar la producción y comercialización de medicamentos.
Como toda corporación capitalista aprovechó la globalización para maximizar sus ganancias, expandió su producción a nivel planetario para conseguir materias primas y mano de obra más barata. Las empresas farmacéuticas que controlan el mercado mundial de medicamentos llegan a 25, a través de su estratégica articulación a universidades y centros de investigación, con lo cual tiene la propiedad sobre las patentes, por medio del control de los circuitos de comercialización.
Se ha denunciado por muchos canales las fraudulentas estrategias que las gigantes farmacéuticas utilizan para asegurar su negocio y sus millonarias ganancias. Entre estos se destacan: presión propagandística de los medicamentos que fabrican como el caso del Tamiflu para la gripe A, aunque muchos han sido dañinos para la salud como la Talidomida. Explotan al máximo los medicamentos que producen sin reparar en las necesidades concretas de los enfermos y menos aún en su capacidad adquisitiva.
Han inventado enfermedades psiquiátricas para asegurar la producción y venta de medicamentos psiquiátricos, que han dopado a sociedades enteras, como la propia sociedad norteamericana. Minimizan la investigación de enfermedades que afectan a los países pobres que no son un mercado rentable, pero usan a su población para probar medicamentos, como han usado y abusado de muchas especies animales.
A través de organismos internacionales manipulan legislaciones nacionales e internacionales para beneficiar sus negocios, a costa de la salud y la vida de millones de seres humanos y de otras especies animales. Corrompen a Estados, políticos y médicos para asegurar sus ganancias.
Las principales empresas farmacéuticas son: Pfizer, Novartis, Maerck, Sanofi Aventis, Roche, Glaxo Smith Kline, Astra Zeneca, Johnson & Johnson, Moderna, BioNTech, entre otras. En el contexto de la pandemia estas gigantes farmacéuticas han aumentado su capitalización bursátil conjunta en más de 50.000 millones de dólares, solo en el 2020 mientras desarrollaban la vacuna contra covid-19. En el 2021, la alianza Pfizer-BioNTech va a tener una venta de 15.000 millones de dólares con un margen de beneficio del 30%, Moderna proyecta ingresos por 16.000 millones de dólares por venta de vacunas. El miedo al virus, amplificado por los medios de comunicación global, logró que todos los gobiernos, amparados en las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), planifiquen un plan de vacunación masiva que demanda 18.000 millones de dosis para vacunar dos veces a los casi 8 mil millones de personas del planeta. Hagan los cálculos del inmenso negocio que representa la vacunación de emergencia para estas corporaciones. A esto se suma el hecho no insignificante que esos 8 mil millones de vacunados son parte de la tercera fase experimental, de una vacuna construida en un tiempo record.
Es bueno recordar que Pfizer ha estado involucrada en varias denuncias de prácticas ilícitas en la comercialización de algunos de sus medicamentos, entre los que se puede citar a Bextra, Lyrica, Neurotin, Geodon, Zyvox, Zyprexa. En el 2009 fue sancionada con 2.300 millones por el caso Bextra y Lyrica. Pfizer se acostumbró a pagar sobornos a los proveedores de atención médica para inducirlos a recetar sus medicamentos. En el 2019 saltó otro escándalo de Pfizer, que fue acusada de ocultar que su medicamento antiinflamatorio Enbrel podría ser eficaz en un 64% contra el alzhéimer. En la red se puede encontrar muchas denuncias que muestra que, cuando la salud se convierte en el meganegocio de la enfermedad, el ser humano se encuentra en absoluto riesgo, es una pieza en los tentáculos de los intereses económicos de las farmacéuticas.
Con la llegada de la pandemia por covid-19, y la propaganda mundial sincronizada en todos los grandes medios de comunicación global acerca del peligro del virus, parece que nos hemos olvidado de las advertencias de Foucault sobre el discurso médico y su estrategia cognitivo conductual para el disciplinamiento de la sociedad, en nombre del saber científico y de la salud. Al parecer, el miedo al virus nos ha hecho olvidar la necesaria distancia crítica que tenemos que tener frente al discurso médico y su vinculación a los intereses de las grandes empresas de medicamentos. Atrapados en el miedo, hemos perdido la capacidad de preguntarnos y dudar sobre aquello que se impone como la “verdad científica indiscutible”. Atrapados en el miedo, las farmacéuticas pasaron de ser demonios capitalistas a ser ángeles guardianes de nuestra salud.
Es necesario que recuperemos la capacidad de dudar, de abrir los espacios cognitivos necesarios para decidir sobre nuestra salud y nuestra vida.
“Minimizan la investigación de enfermedades que afectan a los países pobres que no son un mercado rentable, pero usan a su población para probar medicamentos, como han usado y abusado de muchas especies animales”.
*Natalia Sierra, socióloga y académica de la PUCE.