UNA REFLEXIÓN SOBRE LA VIOLENCIA ELECTORAL
Abril 04 de 2017
Evoco el título del bello filme de Denys Arcand, lastimosamente, no para analizar esa magnífica película que narra la historia de un padre –profesor socialista- desahuciado por el cáncer, mismo que se encuentra con su hijo que había toma distancia de este por algunos años. El hijo del profesor para paliar su relación fracturada y viéndolo en dicha situación irreversible, le afirma su interés por buscar ayuda médica en Estados Unidos de Norteamérica, pero decide, finalmente, llevarlo -porque el padre no quiere salir de su natal Quebec- a una casa de campo con la singularidad de que llama todos los amigos del padre, a los cuales no había visto desde hace veinte años para pasar juntos los últimos momentos de su vida, en medio de discusiones interesantísimas sobre política y filosofía de la vida.
Con dicha aclaración, este artículo plantea más bien una lectura sobre los sucesos de violencia que han sido mostrados en estas últimas semanas en los medios y en redes sociales. Es cardinal añadir aquello pues se puede dilucidar cómo dichos eventos fueron construyéndose como acontecimiento sobre el cual hacer mención. De tal modo, fuera de una fenómeno mediático (los smartphones son los primeros en donde ocurre y circula la realidad) creo que entraña cuestiones más complejas, y por supuesto, más difusas, que no deben ser leías al calor de la coyuntura ni exclusivamente como un fenómeno político.
Entonces, esto evidencia posibles aunque no tan claras explicaciones sobre la fractura histórica del Estado-nación, primero latinoamericano y segundo, ecuatoriano. Afirmo esto pues las acciones de los sectores oficialistas y de oposición apelan a una constante no resuelta en nuestro país, y es la de la domesticación de los individuos bajo las plataformas de un ciudadano ideal. Ideal no en el sentido de Occidente, sino entendido específicamente en la lid electoral. Así, hay algunos episodios de violencia, no necesariamente fáctica, que exponen el contexto en que venimos procediendo desde algún tiempo. No obstante, voy a describir dos hechos ocurridos en los últimos días que pueden ser probados o e su defecto, discutirse en este texto.
Nosotros los ecuatorianos…
Creo que uno de los constitutivos más fuertes de la identidad nacional (término absolutamente irresoluble) es haberse edificado no en aquellos mitos fundacionales como los pueblos centroamericanos en la etapa de la preconquista y posteriormente en la de la República. Aquellos mitos de fundación en América se truncan en la debacle del proyecto bolivariano, muerto Simón Bolívar (1783-1830), la desbandada militar y política aparece y cada oficial de las huestes grancolombianas quiere erigir sus republiquetas. En nuestro país, Juan José Flores (1800-1864) es el ejemplo más execrable de dicho proceso, posteriormente, el nombre de cada República se debió en parte, a cierto apego de los militares por sus líderes (Bolivia, por ejemplo), cuestión que en nuestra tierra, dejó abierto a la imaginería científica decimonónica. Ulteriormente, las guerras y fracturación del territorio ciñeron de un tipo identidad cimentada en la confrontación con el enemigo foráneo (Perú, he ahí que en nuestro caso el mito de unificación es mayor al de fundación), y subsiguientemente, la semidiáspora a la fuerza a finales del siglo XX, generado por el feriado bancario que obligó a emigrar a miles de ecuatorianos, que sin responsabilidad alguna, soportaron dicha abominación.
En esta línea, aquel constitutivo al que me refiero es evidentemente el desarraigo. Un desarraigo permanente que no ha logrado ser revertido. Así, dicha identidad nacional se unifica en el desarraigo, y actualmente se exhibe con mayor fuerza dichas cuitas. De ahí que los incidentes de racismo publicados y expuestos por parte de simpatizantes de CREO, son demostración de aquello. Es decir, el partido de fútbol que disputaba la selección ecuatoriana como parte del proceso de eliminatorias que lo llevará al mundial en Rusia 2018, es una metáfora distante que hasta hace algunos años juntaba a los ecuatorianos, después de que se firmara la paz con el Perú en 1998 (otra vez desarraigados de territorio como lo fue en el año de 1941), ahora se dirige al garete.
El partido de fútbol contra Colombia, no fue una fiesta en la cual se participó para de algún modo paliar cualquier frustración cotidiana, sino que se convirtió en el patrón de dispositivos que continúan presentes y se activan de acuerdo a las necesidades políticas. Por un lado, un candidato de derechas que intenta capitalizar políticamente con su presencia en un espacio popular y por antonomasia, desacralizador de cualquier poder, no mide lo problemático que resultó su estancia en dicho sitio, por lo que endilga su error a personas que no tendrían capacidad económica de comprar una entrada de las más costosas para dicho encuentro. No solo se discute si aquellas personas podrían o no costearse dicho ticket, sino que hay nuevamente un rezago muy fuerte en los espacios destinados que sirven para diferenciarse de lo plebeyo, como son tribunas y palcos.
No conforme con tal acto, afirma sin empacho que los que lo atacaron a la salida del encuentro fueron pandilleros extranjeros. Dicha aseveración retorna nuevamente a una especie de dinámica fantasmagórica de ver en el otro, el causante de los peligros contemporáneos, a saber: violencia, prostitución, hacinamiento, hambre, precarización. En este caso, el otro es el extranjero ¿cuál? venezolano, cubano, peruano, colombiano. Consecuentemente, los nuevos bárbaros arriban desde un territorio distinto (inextricable y casi antropófago en el imaginario popular: Cuba castrista, Venezuela chavista, Colombia de las Farc) a generar una serie de acontecimientos incivilizados, abogando por una suerte de xenofobia moderada y violencia mistificada, pero que afirma lo que verdaderamente piensa el presidenciable de CREO.
En una segunda imagen -nuevamente los smartphones y su capacidad para poner a circular lo captado en las redes- es el conato de pelea entre una persona supuestamente seguidora del gobierno y el comediante popular, Carlos Michelena. Esto no es menos aborrecible que el racismo de CREO, porque manifestó lo que cierto oficialismo piensa de los disidentes. Pero lo más preocupante o increíble, es que ante lo expuesto, en las redes sociales aparecieron sentencias de: No me solidarizo con el Miche… él se lo busca por apoyar a Lasso…. porque aducían que se vendió y hace campaña por el banquero.
Esto declara lo que Sigmund Freud (1856-1939) en El malestar de la cultura, había analizado cuando estudiaba el aforismo judeo-cristiano de Amarás a tu prójimo como a ti mismo, lo amarás siempre y cuando el prójimo, piense como tú, hable como tú, huela como tú, coma como tú, de lo contrario podrías llegar a vilipendiarlo, martirizarlo e incluso matarlo. O dislates como: para qué defender al Miche, si él es un hombre de la calle, y es conocedor de la misma e incluso nos enseñaría a todos, dichas leyes. Nótese que de manera coincidente, lo popular es lo bajo, lo violento, lo enmarañado, es decir, la calle.
Entonces, el no alinearse bajo la noción de convertirse en un factótum político, supone también un ejercicio de la violencia -aun cuando aquel que expresa sea crítico- restableciendo un sentido de alineamiento obsecuente y sin capacidad reflexiva. Es como aquel ejemplo literario que siempre lo pienso, Louis-Ferdinand Celine (1864-1961), el escritor francés que concordó con el nazismo y se hizo firme creyente del mismo, nos dejó, me atrevo a decirlo sin empacho, una de las mejoras novelas del siglo XX como es Viaje al fin de la noche que nada tenía que ver con la brutalidad nazi, y que algunos años se lo leyó desde lo político como si aquello fuera muestra de su real valor y sensibilidad; en el otro extremo, posiblemente uno de los poemas más horribles en su producción literaria como fue la Oda a Stalin de Pablo Neruda (1904-1973) (de paso el poeta chileno trataba de indio a César Vallejo y sugirió la no publicación en la editorial Losada, del poeta peruano) pero por ser Neruda, que era militante del Partido Comunista Chileno había que acogerlo como un texto apolíneo.
En estas dos imágenes, y digo imágenes porque desde hace buen rato es un arista excelente para pensar lo social -cuestión hacia la que la sociología tuvo y tiene miedo de dar ese salto, y que la antropología visual, arrojada y valiente encabeza con dichos análisis- es mirar las aporías del Estado-nación actual, cuestión que lo hizo ya, de forma extraordinaria la antropóloga norteamericana que se radicó en el Perú por uno años, Deborah Poole con su texto Visión, raza y modernidad, donde a partir de las economías visuales de Europa y el propio país andino, plantea una entrada de comprensión del Estado-nación peruano, son sin duda la posibilidad de comprensión, no digo de resolución, de lo que acaece y que las elecciones actuales de ningún modo solucionaran con relación a estas discusiones.
Lo que sí se comprueba es que bajo el mote de una actitud crítica de intelectuales del oficialismo y de la oposición, reivindican sin caer en cuenta -espero que así sea, porque si es con ese fin sería lamentable- la noción de multiculturalismo de un otro ideal, que funciona de este modo: si el sujeto indígena, afro y mestizo está con algún actor es por reivindicación, pero además porque lo suponen civilizado y consciente y porque que se busca lo mejor para él, pero abandonando su capacidad crítica sobre la historia nacional que está atestada de contradicciones y también de resistencias y luchas. Es aquello que Cliford Geertz (1926-2006) llamó historia Whig, como una historia que casi abandona el pasado y solo glorifica el presente mientras hayan ganado las revoluciones.
Nuevamente ocurre un proceso de querer civilizar al bárbaro que se lleva adentro y que su experiencia es homologable a todos los bárbaros que harán parte de su proyecto gubernativo. Claramente se puede justificar que en estas dos escenas lo que analizaba magníficamente Michael Taussig en La magia del Estado donde el racismo y la negación de lo popular, que son formas de primitivismo, ha incorporado al Estado moderno bajo la noción de progreso, pero con una condición, y esa es la magia, pues cotidianamente hay que hacer actos de prestidigitación para que aparezca lo bárbaro y lo primitivo, con el fin de comprarlos sobre los progresos y los avances de la razón.
Entonces, aquellos hechos de violencia de estas dos imágenes que describo (Lasso provocando y exacerbando el racismo y Michelena siendo invadido a golpes por un supuesto fanático del oficialismo), no pasan por una facticidad solamente, sino por una geografía simbólica y del lenguaje performado: pandilleros extranjeros y es un hombre de la calle, sumado a un sentido (¿sinsentido?) de reivindicación de la ecuatorianidad, llamando a decir que al país se lo respeta, los ecuatorianos rechazan al banquero y a los que no piensan como nosotros, (ese romanticismo por la tierra y por la sangre tan característico del nazismo). A la sazón, sin querer, las fronteras étnicas son revitalizadas, pero con una singularidad: la defensa de un grupo étnico espoleado históricamente como es el pueblo afro que carece económicamente para pagar una entrada en donde juega su selección, cae en una especie de racismo al revés, siempre en superioridad, pues bajo ese esquema se sabe que se le otorgan derechos de igualdad política pero siempre en inferioridad social.
Entonces, de lado y lado, oficialismo y sus huestes, oposición y sus seguidores, cuestionan en público lo que odian en privado, pues en ningún momento se despliega una clara postura de transparentar dichos actos por lo que representan, no por lo que políticamente se calcula. Por lo menos, la izquierda sensata dentro y fuera del gobierno debería hacer suyo lo que nos dejó Albert Camus (1913-1960) en El hombre rebelde, y es que lo que caracteriza a este tipo de hombre es la capacidad de decir No como intervención y ruptura.