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LOS SHUAR CONTRA EL ESTADO Y EL CAPITAL Por Inti Cartuche Vacacela

Enero 24 de 2017

Para el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría la vida moderna se sustenta en un absurdo:

“[…] un modo de vida en el que, en medio de la posibilidad de la abundancia, reproducirse es al mismo tiempo mutilarse, sacrificarse, oprimirse y explotarse los unos a los otros”. 

Es decir, las posibilidades técnicas y sociales actuales son tales que nos permitirían alcanzar el tan ansiado Sumak Kawsay (la vida plena de todos los seres que habitamos este planeta). Sin embargo, “la maldición de la abundancia” es que, a pesar de ello, la sociedad actual genera, consume y reproduce la riqueza social destruyendo sus dos principales fuentes: los seres humanos y la naturaleza.

Históricamente nos hemos constituido en pueblos y culturas cada uno con características particulares fruto de diversas formas de relacionar el trabajo humano con la naturaleza y de significar esa experiencia, es decir, de crear un cierto de tipo de socialidad. Pero además, como pueblos e individuos somos poseedores de una característica particular: el “Ruray – ushay”, la capacidad de hacer, construir y crear, tanto individual, pero sobre todo colectivamente. Esta, para muchos, sería la capacidad o característica que nos hace humanos y nos aleja de lo animal (aunque nunca totalmente). Por otro lado, está la naturaleza –Allpamama– como sustento material de la reproducción de los pueblos y culturas, pero también como fuente de significaciones y saberes que ha acompañado el largo proceso de producción de las diferentes sociedades humanas en la historia, y que ahora está amenazada por los efectos de la codicia y el egoísmo.

Estas dos fuentes originarias de la riqueza social son destruidas bajo el capitalismo para acumular valores. Se destruye la naturaleza y las culturas del mundo para sostener la vida opulenta de un grupo reducido de personas en el mundo. Es este absurdo, como dice Echeverría, lo que se observa cuando miramos la actual ofensiva de la minería transnacional en varios territorios de la nacionalidad shuar, la agresión a los pueblos, a sus modos de vida, y a su medio de reproducción social: la selva amazónica.

Pero la historia de la expansión del capitalismo nunca ha estado exenta  de su correspondiente resistencia, pues lo que genera riqueza (el hacer) y quienes se lo apropian están necesariamente unidos: “no hay capital, no hay acumulación posible, sin seres humanos creadores, hacedores”.

Los shuar, pueblo guerrero, han habitado soberanamente la Amazonía sur del Ecuador y nororiente del Perú desde hace siglos, mucho antes de que los estados nacionales se construyan desconociendo, como en todas partes de AbyaYala, la presencia de naciones originarias. El papel que el gobierno está jugando al apoyar frontalmente a las transnacionales mineras chinas muestra la actualidad del racismo y la colonialidad de un Estado que desprecia la presencia inmemorial de los pueblos indígenas. Cuando el presidente Correa dice que en esos territorios no existían pueblos ancestrales, no hace más que verbalizar una antigua ideología según la cual la Amazonía era territorio baldío, y por tanto disponible de explotación. Al mismo tiempo, Correa habla por esa histórica misión de los estados coloniales de América: construir una sola nación pasando por encima la presencia de los pueblos originarios.

En este sentido, la lucha de la nación shuar es directamente contra el Estado colonial, contra esa estructura de dominación que ha servido para sojuzgar a los pueblos indígenas en nombre del bien de una nación que nunca ha reconocido en la práctica la pluralidad histórica de este país. Su lucha muestra la violencia que este Estado colonial debe ejercer contra los pueblos diferentes para tratar de consolidarse y culminar ese proceso inconcluso, e inviable que dice: “un Estado-una Nación”. Al mismo tiempo, muestra la “actualidad de la plurinacionalidad”, como proyecto de superación de esas estructuras políticas que no permiten la autodeterminación territorial de las nacionalidades indígenas y de su propia historicidad. El Estado -plurinacional- como sugiere la antropóloga Rita Segato, debe ser un garante de la reestructuración y autodeterminación de los pueblos, de “la devolución de la historia y de la capacidad de cada pueblo de desplegar su propio proyecto histórico”. Y esto es justamente lo que está en juego en la lucha del pueblo shuar contra la política extractivista de este gobierno.

Además, la agresión de las transnacionales mineras chinas en territorio shuar muestran otra dimensión de la lucha, esta vez contra el capitalismo salvaje. En el mundo capitalista, según Bolívar Echeverría, la reproducción de la vida social de todo pueblo se hace posible de forma subordinada a la lógica de acumulación del capital. Los seres humanos, como individuos y pueblos, no logran autodeterminar totalmente su modo de reproducción social, sino que lo viven de forma enajenada.

“[…] porque su proceso natural de reproducción no obedece a un telos propio capaz de sintetizarlo sino a uno ajeno que es el telos ‘cósico’ del valor instalado como sujeto que se autoafirma, que se valoriza: el telos de la acumulación capitalista”. 

En palabras más sencillas, la lógica del capital no permite a los pueblos decidir libremente su forma de vida en colectivo, sino que le impone un vida que sirve mayoritariamente a la acumulación de riqueza para unos pocos. En esa lógica, la naturaleza y los seres humanos se vuelven cosas, mercancías que se compran, venden, consumen y explotan. La lucha del pueblo shuar contra la gran minería capitalista es también contra esa lógica cosificadora, es una lucha por mantener abierta la posibilidad de ser sujetos, de poder decidir los términos de convivencia histórica por fuera de las coerciones del capital, de poder seguir construyendo su historia junto a la Sachamama (selva). La resistencia shuar a la gran minería china desafía por tanto el control del capital sobre el ser humano, los pueblos y la naturaleza. Muestra que los pueblos, a la larga, no sólo somos víctimas de la agresión capitalista y del Estado colonial, sino que en el fondo somos -a pesar de los efectos de la dominación- sujetos que luchan diariamente por construir un camino que nos permita concretar nuestros propios proyectos de sociedad. Es una apuesta por la posibilidad de ser libres.

 

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