En una alocución ampliamente difundida en las redes sociales, el presidente francés Emmanuel Macron empieza señalando que el mundo está en guerra. Y no solamente contra el coronavirus, sino contra las incontables lacras que genera el capitalismo: desigualdad, contaminación, desempleo, pobreza…
Las guerras, en su horror e inhumanidad, tienen la virtud de decantar a los buenos estadistas, sobre todo aquellos que saben dimensionar la tragedia. Únicamente así se pueden tomar decisiones coherentes, viables y, sobre todo, racionales.
Frente a la pandemia del coronavirus hay gobiernos y gobernantes que no se percatan de la magnitud del problema. Como los nuestros. El desorden y la improvisación han llegado a tal extremo que pudieran conducirnos a un colapso nacional. Aunque los acontecimientos evidencian que vivimos una situación parecida a una guerra, el régimen actúa con una inoperancia que asusta.
En la guerra, las mentiras son un recurso indispensable para el poder. Tienen dos objetivos: en primer lugar, evitar la angustia y el desánimo de la población. Es lo que se conoce como frente interno. En segundo lugar, confundir al enemigo; no se puede emitir información, por más verídica que sea, que pueda ser utilizada en perjuicio propio.
A menos que el coronavirus tenga conciencia e inteligencia, la segunda opción queda descartada en la situación actual. El gobierno ecuatoriano ha exhibido la necesidad imperiosa de mentir. No queda de otra tratándose de una guerra que está perdiendo, pero lo ha hecho desde la más pedestre espontaneidad. No existe un discurso oficial medianamente convincente. Hay tantas voces, y tan desarticuladas, que no se sabe a quién creer. Y los recambios de funcionarios y funciones han sido tan sorpresivos que únicamente contribuyen a la incertidumbre general. Ya van tres cabezas visibles al mando del COE nacional: Alexandra Ocles, Otto Sonnenholzner y María Paula Romo.
En esas condiciones, es imposible no solo aplicar una estrategia eficiente para combatir la pandemia, sino definir uno de los elementos centrales de esa estrategia: los mensajes oficiales. Aunque mientan, al menos deberían hacerlo de manera inteligente y planificada. Al contrario, los exabruptos de los altos funcionarios se multiplican a diario.
La semana pasada, la ministra Romo, en uno de sus informes diarios, decía que la noticia positiva del día era que los contagios confirmados se habían incrementado de 10.000 a 22.000 casos gracias a la aplicación de las pruebas. Sin darse cuenta, la ministra confirmaba una mentira y anticipaba otra. Corroboraba que durante mes y medio el gobierno no había dicho la verdad sobre la situación, pese a las evidencias que observábamos a diario, sobre todo en Guayaquil. Pero también adelantaba que no existía ninguna garantía para que la información futura fuera cierta. ¿Una simple actualización de datos era suficiente para neutralizar la pandemia? ¿Aparecería algún rato revelando los datos reales de los fallecidos, en medio del dolor y la indignación generales?
La última perla la aportó el secretario de la Presidencia, Juan Sebastián Roldán, con su malhadada entrevista en la cadena CNN. Tratándose de un medio de comunicación tan influyente a nivel mundial, ¿no se les ocurrió planificar meticulosamente la utilización de ese espacio para posicionar un mensaje oficial al menos creíble? ¿No disponían de un funcionario más inteligente y más versado en esas lides mediáticas, a fin de revertir favorablemente la previsible inquina con la que les iba a tratar el periodista? Fernando del Rincón ya había adelantado su talante en una áspera entrevista que le hizo a la ministra Romo hace unos días.
Resultado final: las mentiras que quiso posicionar el gobierno se disolvieron como helado al sol.
¿Recuerdan 1999?
El gobierno ecuatoriano ha exhibido la necesidad imperiosa de mentir. No queda de otra tratándose de una guerra que está perdiendo, pero lo ha hecho desde la más pedestre espontaneidad. No existe un discurso oficial medianamente convincente. Hay tantas voces, y tan desarticuladas, que no se sabe a quién creer.
*Juan Cuvi, máster en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum – Cuenca. Ex dirigente de Alfaro Vive Carajo.