Afortunadamente, quien declaró que la opción menos costosa para la crisis venezolana son unas elecciones completas, con tutoría de Naciones Unidas, ha sido José Mujica. Si lo hubiera dicho otro mortal, la izquierda boba del continente lo habría acusado de ser agente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), de hacerle el juego al imperialismo yanqui o peor aún, de ser parte de la conspiración mundial de la derecha en contra de los procesos revolucionarios. (Seguramente no faltará algún asalariado de los gobiernos populistas de la región que lo acuse de padecer demencia senil).
La reflexión de Mujica es tan simple como responsable: frente al cataclismo que se avecina en Venezuela, hay que proteger a los más vulnerables, aquellos que sufrirán las peores consecuencias en una eventual conflagración, a un pueblo que no tiene ni arte ni parte en la delirante disputa geopolítica que se juega en ese país, pues de eso precisamente se trata.
La confrontación entre unos republicanos gringos voraces y codiciosos y una cúpula militar mafiosa no es suficiente para disimular el trasfondo del conflicto. Desde hace más de un siglo, exactamente desde que se convirtió en país petrolero, Venezuela ha sido un botín dentro de la insaciable competencia entre las potencias mundiales. Con la diferencia de que ahora no existe una oposición entre sistemas antagónicos (cómo sí ocurrió con Cuba en los años 60) sino entre capitalistas angurrientos. Ya no se pelean el socialismo soviético con el capitalismo occidental. Más bien, la situación venezolana se parece, mutatis mutandi, al conflicto imperialista que derivó en la Primera Guerra Mundial y que terminó con el despedazamiento de Medio Oriente y el consecuente reparto del petróleo entre empresas europeos.
Ni siquiera el chavismo pudo abstraer a ese país de esta triste condición. Rentismo, reparto de prebendas para asegurar lealtades, caudillismo, corrupción… el modelito operó con eficacia mientras subsistió la bonanza. La clave fue siempre la misma: proveer de crudo al mercado mundial. La única diferencia era quién repartía y a quién repartía. La alteración de esta norma es la que hoy desata el enfrentamiento: como bien afirma Mujica, los gringos no van a dejar que unos chinitos advenedizos manejen el petróleo de la nación caribeña. El gobierno de Donald Trump se ha impacientado.
En esas condiciones, el mayor desafío es cómo devolverle la soberanía al pueblo venezolano, cómo neutralizar una contienda entre intereses ajenos y deslegitimados, cómo evitar una guerra estúpida. Hasta ahora, las voces más sensatas han abogado por cualquier vía pacífica que implique un rechazo a la injerencia extranjera (en primer lugar gringa, pero también china y rusa), al gobierno despótico de Maduro y a la autoproclamación de Guaidó.
En una situación desesperadamente caótica, y con una total intransigencia de parte y parte, Mujica habla de un proceso electoral con supervisión externa, aunque “atropelle la soberanía y la autodeterminación”. Poco costo al lado de una guerra.
*Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum – Cuenca. Ex dirigente de Alfaro Vive Carajo.
Al fin alguien que hable en forma acertada sobre Venezuela, la mafia madurista esté vendiendo petroleo a los gringos por intermedio de los chinos; por otro lado la oposición interna de derecha e izquierda ya no tolera el desgobierno de la mafia narco-fascista y la facción de derecha ha conseguido apoyo de los gringos republicanos que ya no toleran más a sus competidores chinos y quieren sacarlos del negocio. Ante esta situación lo que propone Mujica es correcto.
La opción de la democracia directa tambiés esaría en la mesa de negociaciones, en lo que, el pueblo venezolano y no ajenos, es el que necesariamente debe decidir su destino.
Frente a la posición sesgada de los bandos, donde la ideología les importa un bledo, obviamente que el pronunciamiento de Mujica es lo más apropiado.