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jueves, noviembre 21, 2024

No es un exabrupto, presidente

Por Juan Cuvi*

Exabrupto es una palabra, expresión o gesto manifestado de manera imprevista o brusca. A veces puede ser grosero e insultante. Suele producirse cuando media una situación de tensión o de ira que provoca una pérdida de control del sujeto. Muchas veces, quien suelta un exabrupto después recapacita y pide disculpas.

La perla misógina que acaba de soltar el presidente Lenín Moreno, a propósito del acoso sexual en contra de las mujeres, ocurrió en un contexto completamente formal y sosegado. No solo eso; el comentario pretendió ser gracioso, con ese humor tan simplón al que con frecuencia recurre el primer mandatario. No fue una salida de tono; al contrario, se trató de una opinión tan consuetudinaria que atravesó olímpicamente los filtros de la corrección política.

Tampoco fue una metida de pata, como esas a las que alude lo de citar la soga en casa del ahorcado, y de las que uno no tiene más opción que cortarse la lengua. Estas, como los exabruptos, admiten una disculpa.

Pero al presidente Moreno simplemente le afloró lo que piensa. O, al menos, lo que cree que puede manejarse con la pedestre ironía de una barra futbolera. Está en la misma línea argumental del macho reaccionario que le atribuye a la minifalda la causa de las violaciones.

Nada extraño si consideramos que Lenín Moreno proviene de un proyecto político que hizo de la misoginia y la sumisión –entre otras taras– el sustrato de su ideología. Pocos ecuatorianos recordarán la frase con la que Rafael Correa, cuando era ministro de Economía, pretendió descalificar al expresidente Gutiérrez. Dijo que él no respetaba a un presidente que le había concedido sueldo de ministra a su moza. Se refería a quien trabajó como secretaria personal de Lucio, con quien las malas lenguas decían que mantenía una relación afectiva.

La expresión, por sí sola, ya anticipaba la idea que tiene Correa sobre el rol que cumplen hombres y mujeres en el espacio público. Lo demás vino por añadidura. Las innumerables descalificaciones que hizo de las mujeres por su condición, incluidas sus compañeras de partido, son suficientes para completar un manual del más depurado machismo. Con toda seguridad, una buena parte de esos comentarios sexistas provenían de las conversaciones íntimas que mantenía en sus cofradías masculinas de Carondelet.

Esta visión retrógrada y discriminatoria de las mujeres terminó permeando e imponiéndose en la dinámica de Alianza País. Así opera el caudillismo. Cuando Marcela Aguiñaga se declaró una orgullosa sumisa, ninguna militante verde-flex hizo el más mínimo mohín. Considerando su condición de asambleísta, la señora Aguiñaga naturalizó la inferioridad de las mujeres al interior de su tienda política… de un plumazo.

Si durante tantos años Lenín Moreno surfeó por encima de estas conductas y convicciones, podemos deducir que no le generaban problemas de conciencia. O, al menos, que no le incomodaban. Los chistecitos sobre las minifaldas y las farras son del mismo calibre que el de los feos acosadores. Majaderías de mal gusto que surgen del inconsciente o de las pláticas cortesanas.

“Esta visión retrógrada y discriminatoria de las mujeres terminó permeando e imponiéndose en la dinámica de Alianza País. Así opera el caudillismo”.


*Máster en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum – Cuenca. Ex dirigente de Alfaro Vive Carajo.


La Línea de FuegoFotografía: Presidencia de la República.

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