La comedia como tragedia
El caso Bonil – Delgado no tiene nada de cómico. Es el triste asunto de dos personas perseguidas, uno por el oficialismo y otro por los opositores de Rafael Correa, que no será resuelto sino exacerbado por la fiscalía, cuya intervención solo puede convertirlo en tragedia. Será, es, un craso error que no solo le va a costar caro al oficialismo, sino que al mismo tiempo servírá para justificar la denigración de Tin Delgado. Es una barbaridad en todo sentido. Lo que necesitamos, todos, es tomar un respiro, retroceder y mirar lo que sucede con un poco más frialdad, cosa que intervenciones como la del Secretario de Comunicación (todos sabemos quién es y qué objetivo tiene) no van a lograr, porque solo inflaman las pasiones. Sí, hablamos del humor, pero este es un juego muy serio donde la risa es nada más que un arma para debilitar el enemigo político o un campo de batalla donde a la fuerza se busca imponer el ‘respecto a la autoridad’.
De acuerdo que humoristas como Bonil y John Oliver no son comediantes sino comentaristas políticos que utilizan el humor, pero reaccionar con mano dura no solo es torpe, si eres oficialista es contraproducente. Aun cuando sea cuestionable la actitud de Oliver frente a los países de la ‘periferia’ digamos, cuyos líderes son por tanto ‘burlables’ (me pregunto si se metería con Netanyahu), pelearse con uno de los pocos comentaristas progresistas de EE.UU. es absurdo. Es un error más en el catálogo de decisiones ‘cuestionables’ del régimen tanto en términos tácticos como éticos. ‘Un asunto de locos’ como recién lo llamó una amiga.
El problema del caso Bonil Delgado es otro, sin embargo, porque aquí la sombra del racismo está de por medio y porque no estamos hablando de extranjeros sino de una posible víctima en la forma de Tin Delgado, ex héroe de la selección nacional de futbol y de cierta forma representante de la gente afro-ecuatoriana.
Asambleistas ideales
Puede que Delgado no sea un asambleísta ideal, hay varios que caben en esa categoría. Pero no nos engañemos, tampoco es la primera vez que deportistas o personajes de la farándula son utilizados para ganar escaños en la Asamblea: recordemos a Rolando Vera y Silka Sánchez, para solo mencionar dos entre los muchos. Y si bien es claramente populista utilizar a esta clase de gente con el singular propósito de ganar votos, es igualmente claro que la práctica no va a terminar con la salida de este gobierno.
Sería sensato buscar la forma de resolver el problema, pero dudo que la respuesta radique en prohibir a los ‘no formados’ aspirar a ser políticos, o en establecer un ‘consejo de participación’ para decidir sobre los méritos de posibles candidatos. Al final los electores deciden quién les va a representar y esta es la mejor, aun cuando sea imperfecta, opción. La democracia electoral puede tener deficiencias, pero un valor que sí tiene es permitir a gente de toda clase y procedencia llegar a debatir y participar, aun cuando sea de forma marginal, en la elaboración de políticas nacionales. La democracia no siempre es bonita.
La dificultad surge cuando una u otro de estos personajes se exponga a la luz pública y sus debilidades sean expuestas, lo que en el presente caso del Asambleista Delgado nos hace preguntar si esas debilidades deben ser objeto de burla por parte de caricaturistas u otros. La respuesta depende del caso y la persona en cuestión. Los políticos que verdaderamente ostentan el poder son un blanco admisible: Evo Morales, a pesar de ser una persona relativamente sencillo dentro del espectro político, claramente mereció ser burlada por sus declaraciones respecto al supuesto vínculo entre la homosexualidad y las hormonas utilizadas en los grandes criaderos de pollos. Otros políticos, presidentes o no, son también blancos legítimos cuando sean creídos/as o prepotentes, o bufones como Álvaro Noboa. Desinflar egos políticos es imprescindible para la democracia.
Hay límites, no obstante, o por lo menos debe haber límites en la clase de sociedad a la que la mayoría de nosotros aspiramos. Debemos preguntarnos si es blanco legítimo la persona que por factores externos, (el racismo, la pobreza por ejemplo) sufre de una falta de confianza o auto estima baja, o que nunca tuvo la oportunidad de estudiar o formarse en el arte de la retórica. Yo diría que no lo es, y que esto sí es el caso de Tin Delgado, hombre que tampoco es creído ni prepotente y, como la gran mayoría de Asambleistas de cualquier clase o partido, formados o no, no ostenta ningún poder real en su partido o en la Asamblea.
Un mundo discriminatorio
De todos modos Delgado ha sido el objeto de burlas. Y sospecho – vale recordar que no estamos hablando solo de Bonil: los videos y comentarios circulaban en Facebook antes de su caricatura – que se debe en parte a un racismo subconsciente, conclusión basada en el hecho de que en este país, como otros han observado, las estructuras del racismo son muy profundas, y muchas veces imperceptibles. No le tacharía de racista a Boníl, pero al mismo tiempo dudo mucho que esté totalmente libre de todo rasgo discriminatorio, que no haya interiorizado algunos aspectos negativos de un entorno en donde los negros, los afro-ecuatorianos, son rutinariamente despreciados. Sería incluso un milagro.
Pero en eso no creo que esté solo. Somos todos parte de un mundo en el que las actitudes discriminatorias contra mujeres, indígenas, homosexuales, negros (y otros) son rampantes: sean inconscientes, libremente expresadas o disfrazadas de científicas. Y no es que me siento superior, no me excluyo de la tendencia.
Para algunos, sin embargo, la cuestión no es de discriminación sino de la libertad de expresión y, más la culpa del propio Delgado por haber aceptado ser candidato cuando no contaba con la formación necesaria para ejercer el oficio. Martín Pallares, escribiendo en El Comercio[i] opina que:
“Delgado pudo haber pasado a la historia del Ecuador como lo que es, o mejor dicho como lo que era hasta que alguien pensó que su presencia en una papeleta electoral podría ser útil al momento de contar votos.”
Pobre análisis me parece, sugerir que Delgado fue utilizado y no tuvo capacidad de decisión propia, e, implícitamente por supuesto, que no debe aspirar a más: es futbolista, no es suficiente? ¿Por qué quiere salir de su lugar? Sin duda Pallares me dirá que formo parte de un:
“…operativo ideológico (que) se sustenta en un principio que pertenece al más puro y duro pensamiento colonial: las personas que pertenecen a grupos sociales que han sido afectados por las históricas injusticias del sistema deben tener prerrogativas y privilegios que los otros no tienen.”
Bueno, acepto la acusación si esa ‘prerrogativa’ o ‘privilegio’ implica que los afro ecuatorianos no sean burlados porque no hayan gozado de las oportunidades o la formación exquisita disponible a gente de la clase de Pallares, clase que además ha sido el principal responsable del sometimiento de los negros ecuatorianos durante los siglos de los siglos, amen.
Pregunto entonces: ¿no tiene derecho Delgado de postularse, de ser elegido Asambleista si piensa que puede ser buen representante del pueblo, que puede, y aspira, ser más que un buen futbolista, aun cuando se equivoque? Y aquí hay que tener cuidado, porque siempre existe la posibilidad de que no se haya equivocado; todavía es temprano para estar seguro, y además hay que darle otra oportunidad. No lo veo aceptable reírnos de Delgado, porque es ser humano y porque burlarse no es la mejor forma de reaccionar frente a una pobre actuación en la Asamblea.
La mejor respuesta
Sinceramente creo que la mejor respuesta que Delgado podría plantear frente sus críticos es mejorar el trabajo, comprobar que sí se puede, que no fue un error aceptar la nominación y demostrar a gente como Martín Pallares que él y la gente afro en general sí tiene la capacidad de ser más que buenos futbolistas o atletas (Jaime Hurtado fue la excepción que compruebe la regla). Por mi parte espero que Delgado tenga la fuerza personal para hacerlo y no escudarse en la discriminación racial, real o no… cosa que, salvo en algunos instancias fulminantes, resulta muy difícil de comprobar o admitir. Lo que es más, un fallo contra Boníl no convencerá a nadie, todo lo contrario, debido a la percepción generalizada de que las cortes estén en el bolsillo del ejecutivo, ni conviene a nadie porque una mayor polarización del debate solo servirá a ocultar el tema de fondo: el racismo y cómo combatirlo.
Es de esperar por tanto que los dos lados se den el tiempo para pensar, que los perros guardianes del oficialismo dejen de perseguir a Boníl, que los anticorreistas rabiosos dejen de atacar al Tin, y que Delgado mismo reflexione sobre lo que realmente conviene a él y los afro ecuatorianos del país. Después de todo el racismo es cosa muy seria, sobre el que hay poca discusión porque nadie quiere ser tachado de racista, yo tampoco, y sobre el que debe haber debate muy serio y muy profundo. Solo espero que después de este lamentable proceso de acusaciones y contra acusaciones, cuando los ánimos se hayan calmado, que sea posible discutir, debatir y decidir qué es y no es el racismo y cómo vamos a enfrentarlo, porque en el contexto actual resulta imposible hablar sin ser tachado o de Correista o racista.
Punto final: admito ser inglés, y que a pesar de ello me gusta reírme – incluso a comediantes ingleses de los que aseguro a quien quisiera saber que sí hay varios – pero ser sincero nada del caso Boníl Delgado me parece divertido; tengo un sabor muy amargo en la boca.
[i] La inmolación del ‘Tin’ Delgado, El Comercio, 19 febrero 2015. http://www.elcomercio.com/opinion/politica-asamblea-agustindelgado-futbol-cordicom.html
[…] Fuente: lalineadefuego.info […]
La verdad es que el comentario, aunque me parece muy inteligente, todavía no encuentra el hilo conductor de un problema inexistente: creer que si se critica a alguien por lo que hace (o no hace) es un “ataque” a sus condiciones ancestrales genera el supuesto de que si ese acto (u omisión) hubiera sido cometido por una persona sin esas condiciones ancestrales, no hubiera sido sometido a la crítica, lo cual no se ha demostrado, ni siquiera planteado, es en realidad, impensable.
Desde esa perspectiva, parece que en este caso, el racismo no está en quien supuestamente ofende, sino en la intimidad del ofendido, una especie no rara de complejo de inferioridad del que nos es difícil desembarazarnos a pesar de lo mucho que a veces podamos ascender en las escalas de los privilegios sociales.
Según se observa, el problema no es en realidad, racial, sino político, el tema no es que una persona haya o no tenido una “formación exquisita”, cualquiera sea su origen, el problema es la vanidad de esa persona que sin intentar reconocer sus propias limitaciones, se atrevió a lanzarse al ruedo sin darse cuenta que ya no es una persona común, sino el representante de una corriente ideológica que además, está ejerciendo gobierno, por lo que lo menos que se hubiera podido esperar, es que se hubiera preparado para hacerlo: hubiera estudiado el texto, si fuera posible, hasta memorizarlo en todas sus pausas, como se sabe que lo hace cualquier persona responsable a la que avergûenza el ridículo.
Cierto que hay muchas personas que afirman que “quien tiene dinero habla como quiere”, muy cierto, pero eso no es permiso para hacerlo, es solo una expresión de cinismo con que a la manera de los gatos, se intenta cubrir con prepotencia un error criticado, pero de ninguna manera un aporte al racismo positivo o negativo.
Digámoslo en términos concretos: en su larga vida deportiva, este deportista debió sufrir críticas de todo tipo, básicamente, porque no creo que haya nacido un perfecto deportista, pues de lo que conozco, la grandeza, inclusive en el deporte es el resultado de mucho sudor, inclusive lágrimas y hasta sangre, y cuando se comete errores, inclusive los grandes deportistas también son criticados: ¿Alguien se atrevería a acusar esas críticas de racismo? Claro que si, pero no por el hecho de la crítica, sino como una tergiversación a la crítica, pues ningún error se genera en los gránulos de cromatina, sino en las malas apreciaciones, malas interpretaciones y malas decisiones y ya se sabe: “errores no corrigen otros”
Vale decir: cuando se es una persona pública, lo menos que podemos esperar es que se critiquen nuestras actuaciones; por lo que cuando se intenta acallarla solo nos queda el sabor a un intento de impunidad, ¿porqué? ¡Vaya usted a saber!
Gracias David. Te responde cuando he tenido tiempo para ponderar lo que me dices. De todos modos puedo decir que me agrada que hayas tomado el tiempo para responder, y que espero que el debate pueda seguir en este nivel. Saludos Gerard