EL GOBIERNO DE CORREA EN LA MIRADA DE LAS IZQUIERDAS
OJOS QUE NO VEN (6ª. PARTE)
Mario Unda
La izquierda, entre la protesta social y el temor al golpismo
La democracia… La ilusión y el desencanto, tan cercanos. En el contexto mundial de la crisis de la deuda, la primera carta de intención que firmó Hurtado con el FMI en 1981 inició la implementación del modelo neoliberal y, con él, los incumplimientos de las promesas articuladas alrededor del “retorno a la constitucionalidad”.
Neoliberalismo y protesta social
No era un cambio pequeño: era todo un cambio de modelo. Los intentos de industrialización fueron abandonados por una reprimarización de la economía, que era lo que prometía obtener divisas para pagar la deuda externa. El Estado debía ahorrar, de modo que las inversiones y las políticas sociales fueron afectadas y, prácticamente, abandonadas. La economía quedó en manos “del mercado”.
Los retrocesos fueron inmediatos y visibles: las “políticas de ajuste” y los paquetazos echaron abajo con rapidez inusitada las ganancias en las condiciones de vida de los primeros años del “retorno”. La participación perdió el sentido de democratización que tenía en la conciencia social y quedó convertida en la pasividad clientelar del “beneficiario” frente a la política pública.
Tras un momento de desconcierto, el descontento social se transformó en protesta organizada. Los primeros pasos los dio el movimiento sindical, expresado en el Frente Unitario de los Trabajadores, dando así inicio a un ciclo de protestas que marcó el resto del gobierno de Hurtado (y que se extendió hasta el gobierno de Borja, aunque ya notoriamente debilitado)[i].
Las huelgas del FUT fueron la primera resistencia popular al neoliberalismo, y a ella se sumaron otros sectores sociales, organizados o desorganizados. Las demandas apuntaban no sólo a ventajas sectoriales para los trabajadores asalariados, sino al intento de frenar la implementación del modelo neoliberal (los programas de ajuste). La movilización alentó también la percepción de otros horizontes: desde los sindicatos de base se presionaba a las centrales sindicales por un programa más radical, la unidad de los trabajadores y la democratización de las organizaciones provinciales y nacionales. El gobierno respondió con represión, estados de emergencia, militarización y con la amenaza de la ley de seguridad nacional.
Al final, el movimiento fue derrotado. Puede ser que el carácter aún reciente de la “democratización” haya conspirado contra una mayor adhesión a las protestas. Puede ser que, aunque las clases dominantes aún no estaban plenamente unificadas en el programa neoliberal (lo que lograrían poco después), el Estado aún estaba fuerte como último guardián del orden. Pero también los errores y vacilaciones políticas de la conducción del FUT influyeron en el resultado.
Los errores, sobre todo su incapacidad (más bien: su negación) para permitirse ser el recipiente de la unidad del pueblo que se fue constituyendo en la movilización, en la resistencia y en la lucha. Las dirigencias jamás pensaron en una construcción democrática del movimiento sindical, mucho menos en abrir esos espacios para que acogieran a la confluencia popular, y eso pesó en la desmovilización y en el aislamiento posterior del movimiento obrero.
Hay que tener en cuenta que, en el Ecuador, la dinámica de constitución del movimiento popular como confluencia de las protestas sociales se ha producido siempre teniendo por eje al movimiento que en cada momento ha estado más organizado, ha contado con mayor capacidad de movilización y con propuestas que, de un modo u otro, han acogido los sentimientos de las clases subalternas[ii].
Pero la sola confluencia, si no cristaliza y sedimenta en formas organizativas más estables de unidad, se dispersa apenas comienza el reflujo. Cuando la dirigencia del FUT rebautizó a las huelgas nacionales como “paros nacionales del pueblo” trataba de dar cuenta de la conformación de un sujeto que era más amplio que los obreros sindicalizados y los trabajadores afiliados a las centrales sindicales; pero todo quedó en el cambio de nombre.
Las vacilaciones políticas, en cambio están relacionadas con las vicisitudes de la izquierda entre la movilización de las masas y el temor al golpismo.
Las vicisitudes de la izquierda
La izquierda, que había sido descolocada por la democracia, volvió a ser descolocada por la protesta social. Recordemos que, al ser tocada por el proceso de “retorno”, la izquierda reformista había reforzado su tendencia de adaptación a la democracia liberal representativa. Pero la izquierda socialista, en cambio, entró en crisis: no resistió la tensión provocada por la relación compleja entre socialismo y democracia, por la tendencia, que pronto se volvió mayoritaria, de identificar “la” democracia con la democracia liberal, y por el alejamiento del socialismo del horizonte inmediato de la acción política (y de su discurso ideológico).
En estas condiciones, el “retorno” desató su estallido, su pérdida de influencia social, su abandono de horizonte político, su retroceso ideológico. Las izquierdas radicales habían comenzado el período de los años 60 y 70 recuperando la perspectiva estratégica del socialismo como ruptura, lo concluyeron en medio de la fragmentación final de todas sus organizaciones y viendo cómo muchos de los pedazos volvían sobre sus pasos y redescubrían los postulados reformistas que habían cuestionado hasta poco tiempo antes; un movimiento que llevó a muchos hacia la socialdemocracia y el desencanto.
En este estado la encontró el ascenso de las luchas obreras y populares de resistencia al neoliberalismo. La radicalización del movimiento obrero no pudo encontrarse plenamente con la radicalización juvenil y estudiantil que se expresaba en las izquierdas revolucionarias.
Pero también fue el fracaso político de las izquierdas reformistas, sobre todo del partido Comunista. Enfrentadas a la movilización social, clamaban por el fin de las huelgas, alegando que se ponía en peligro la democracia, que se estaba abonando el campo a la oligarquía, que se alentaba el peligro de golpe de Estado y el retorno de las dictaduras. Enfrentadas al reclamo de unidad desde la base, atacaron las iniciativas unitarias de los sindicatos; buscaron desprestigiarlas y desactivarlas arguyendo que se atentaba contra la unidad de las centrales sindicales. Enfrentadas a la demanda de construir espacios organizativos que expresen la unidad del pueblo en la movilización, cerraron tercamente cualquier posibilidad por defender el control burocrático que ejercían en las centrales.
Derrotadas las huelgas, la clase dominante desató la represión contra el movimiento obrero. No fue una represión sangrienta; tampoco fueron afectadas las cúpulas de las centrales sindicales. Fue un ataque a la estructura de base del movimiento, los sindicatos de fábrica: dirigentes despedidos, algunos de los cuales no volvieron a encontrar trabajo en muchos años, o nunca; “quiebras fraudulentas” de empresas, que volvían a ser reabiertas con otra razón social y otros trabajadores; finalmente, el temor,… El golpe de gracia lo daría más tarde el socialdemócrata Rodrigo Borja, con la reforma al Código del Trabajo ante la pasividad de los dirigentes reformistas.
La derrota del movimiento de protesta popular fue, al mismo tiempo, la derrota del movimiento obrero y de la izquierda socialista. El modelo neoliberal encontró el camino más libre para imponerse. Pero la resistencia tomaría otros cauces y encontraría modos para enfrentarlo.
[Continuará. Próxima entrega: La izquierda en la oscura noche neoliberal]
[i]Durante el gobierno de Hurtado se realizaron 4 huelgas nacionales; 7, en el gobierno de Febres Cordero; y otras 4 en el gobierno de Borja (Juan Paz y Miño: “Empresarios y trabajadores”; ver: http://unidadsiporelcambio.wordpress.com/2009/04/20/juan-paz-y-mino-empresarios-y-trabajadores/). La primera huelga nacional del FUT se había realizado durante el gobierno de Rodríguez Lara; la segunda, durante el Triunvirato.
[ii]En los años de 1960 y 1970, ese fue el movimiento estudiantil, sobre todo el universitario, la FEUE. En los primeros 80, fue el movimiento sindical; entre 1995 y 2001, fue el movimiento indígena. Hoy hay un vacío porque ese papel quiere ser usurpado desde el Estado por un proyecto de modernización capitalista
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