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jueves, noviembre 21, 2024

OPINIÓN| ¡Esas izquierdas, otra vez!

Aviso a nuestros lectores: este texto es una respuesta al Comunicado publicado el pasado 3 de abril: https://bit.ly/2VFWXDP


Por Jorge Oviedo Rueda*

La izquierda en el Ecuador se viene derrumbando desde que en el 2006 decidió sumarse al apoyo de la candidatura de Rafael Correa sin antes haber definido un planteamiento programático que le diera autonomía y personalidad. La equivocada tesis de que serían gobierno dentro del gobierno de Alianza País se desmoronó en el mismo discurso de posesión del primer período de Rafael Correa en el que les advirtió que aquellos que habían llegado con “agenda propia” podían regresarse por dónde habían venido.

La izquierda “boba” representada por la fusión FADI-Socialismo se rompió al poco tiempo del triunfo, quedándose adentro aquellos que aceptaron la similitud de sus concepciones reformistas (Rafael Quintero, AVC y otros pequeños grupos de la izquierda oportunista de siempre) y aquellos que, siendo lo mismo, decidieron sumarse a la oposición de la derecha (Ayala Mora, MPD y otras hierbas de la entonces atomizada izquierda ecuatoriana). Después de la Asamblea Constituyente del 2008, el gobierno correísta se vio obligado a ajustar las tuercas en su interior para neutralizar a una facción que le reclamaba por su estilo confrontativo y “autoritario” representada por figuras fundacionales del proyecto como Alberto Acosta o Manuela Gallegos. Ni en estos momentos iniciales del proceso, ni en etapas posteriores hasta el fin del período de Correa, tanto esta “disidencia” como los otros grupos de la izquierda hicieron planteamientos programáticos de fondo que orientaran a los sectores populares a luchar por un proyecto diferente al planteado inicialmente por Correa y, por ellos mismos, pues, para todos era una cuestión de “estilo”. Esa izquierda no tuvo reparo en coincidir con la oposición de la derecha que sí defendía en su accionar el proyecto neoliberal. Lo acepten o no, esa “trucha” oposición solo sirvió para fortalecer el proyecto de dominación de la derecha y no para abrir nuevos caminos en la lucha del pueblo por combatirla.

En un artículo escrito en noviembre de 2019 yo decía: “Moreno debió haber dado continuidad al modelo que logró implantar su antecesor en los diez años precedentes. Los hechos, desde entonces, demuestran que Lenín Moreno no estaba capacitado para sostener sobre sus hombros esa responsabilidad histórica. Optó por traicionar al proyecto correísta y entregarse al poder transnacional y a la derecha empresarial ecuatoriana“.

Pero ¿cuál fue el modelo que implantó la Revolución Ciudadana durante el período que tuvo vigencia? Para decirlo rápido fue un modelo pro socialista cuyo fundamento fue la implementación práctica de una heterodoxia económica tendente a crear las condiciones para transitar, primero a una sociedad pos neoliberal y posteriormente a un socialismo de mercado que terminaría, en lo que sus ideólogos llamaron, un bio socialismo, queriendo con ello decir que llegaríamos a construir una sociedad en la cual el ser humano estaría sobre el capital. El modelo propuesto por Rafael Correa, para tener asidero histórico, buscó enlazarse con la tradición progresista de la historia ecuatoriana por lo que “Conceptualmente Correa planteó dar término a la trunca revolución alfarista lo que equivalía a modernizar el capitalismo ecuatoriano.” Esa visión histórica es lo que hace de Correa y su proyecto el jalón más importante de nuestra historia después de la epopeya liberal de Alfaro y sus montoneros.

“Hasta cuando el precio del petróleo cayó bruscamente Correa cumplió al pie de la letra su programa de modernización del capitalismo. En ese esquema se explica la construcción de la red vial, los multipropósitos de la costa, las hidroeléctricas de todo el país, las escuelas del milenio, la reforma del Estado, la modernización de los servicios públicos, la reforma educativa, la creación de nuevas universidades y proyectos monumentales como la Refinería del Pacífico y Yachay. El protagonismo del sector público le daba proyección de futuro a su obra, haciendo suponer que las bases estructurales sentadas durante su gobierno podían hacer evolucionar el proceso hacia horizontes de mayor radicalidad política y económica. Esa obra realizada, sin precedentes en la historia del país, convierte a Rafael Correa en el más eficiente líder que la derecha ecuatoriana ha tenido en toda su Historia, muy por arriba de Velasco Ibarra, Camilo Ponce Enríquez o Galo Plaza Lasso. Su obra tiene el incalculable valor de ser el pago de la deuda social que la oligarquía tenía con el Ecuador. A esto es lo que las élites llamaron “socialismo” que, evidentemente no lo era, pero era izquierda en relación a sus intereses de clase.

Para quienes no estamos cegados por el odio ni por intereses egoístas esta es una valoración justa del proyecto histórico de la Revolución Ciudadana y su líder Rafael Correa, que tiene mayor trascendencia si se lo entiende en el marco del progresismo latinoamericano que, sin ser ni una propuesta radical ni anticapitalista, se ha convertido en una piedra en el zapato de las fuerzas de dominación regional y mundial. Quién lo quiera valorar con el lente del radicalismo revolucionario tiene que demostrar sus opiniones con las armas en la mano, porque no es suficiente hacer un refrito de conceptos traídos de aquí y de allá para atacar concepciones idénticas a las que ellos mismos defienden como es el caso de “esas izquierdas” que han hecho públicos sus argumentos de por qué no apoyarán a Andrés Aráuz en las próximas elecciones del 11 de abril.

La crítica de “estas izquierdas” a Rafael Correa pierden sustento político y teórico desde el momento que critican a un líder reformista exigiéndole como si fuera un líder revolucionario. Jamás Correa ha hecho una declaración reclamándose revolucionario y acaso socialista, jamás en su ideario he visto una afirmación antisistema o contra la gran propiedad de los medios de producción. La dimensión histórica de Rafael Correa está en la claridad que tiene de su papel en la historia que no es otro que ser el eslabón que conecte el reformismo con las concepciones revolucionarias, transformadoras y antisistema. 

“Esas izquierdas” no entienden la dialéctica de la Historia y piden más de lo que la misma Historia puede dar, con el agravante de que ninguno (a) de los que firman la carta son hombres o mujeres de armas tomar, capaces de demostrar en la práctica lo que su radicalismo de papel afirma. Los procesos históricos no son cuestión de “estilos”, son confrontaciones brutales de intereses contrapuestos que para resolverse tiene, obligatoriamente, que intervenir la violencia revolucionaria para contener y derrotar a la violencia reaccionaria. El arte de la política consiste en saber cuándo el que está arriba puede ser derrotado por el que está abajo. Si esa intuición histórica no existe en los actores insurgentes de la lucha, todo su esfuerzo está destinado al fracaso. No por algo se dice que la política no sólo es una ciencia, sino un arte. 

La tercera posición o la nueva izquierda 

Resulta curioso comprobar cómo en una importante parte de reflexiones que se han hecho, no solo en el Ecuador, sino en todo el continente en estos últimos diez años, se habla ahora de un nuevo progresismo. Se descalifica al progresismo histórico de Lula, Mujica, Krishner, Evo, Correa adjetivándolo como un “progresismo conservador”. Nada, de un plumazo se quiere poner de lado la inmensa trascendencia histórica de este fenómeno. ¿Es justa esta posición? Me parece que no es capaz de entender cuál es el sentido de la historia, con lo cual quiero decir, es profundamente antidialéctica. 

Digamos, en primer lugar, que todo progresismo es conservador porque esa es su naturaleza. Al plantearse quitarle una tajada al pastel de las élites no se está planteando ninguna revolución, simplemente es un acto de aproximación a un nuevo nivel de equidad, dentro del sistema y, se suponía, sin ningún escándalo; pero las élites no lo tomaron como un acto de justicia, sino de amenaza a sus intereses. El progresismo conservador se convirtió, entonces, en un paso hacia adelante de las mayorías sociales marginadas. Una vuelta de tuerca en la lucha, pasando de ser conservador a ser menos conservador, lo que significa, desde cualquier ángulo, un triunfo del proceso de cambio que está viviendo la sociedad humana. Negarse a empujar este proceso significa no comprender cual es el sentido de la Historia.

¿Puede haber un progresismo revolucionario? No. Es una absurda contradicción. El progresismo siempre será conservador y cuando todos los factores de la historia se acumulen en la artesa de la lucha, entonces será revolución, no progresismo. Entonces será ecologismo y anti extractivismo, o colectivismo o socialismo a secas. No ahora, mañana, cuando hayamos creado las condiciones históricas para ese cambio, después de haber agotado todas las posibilidades del progresismo conservador.

Esto es lo que ha comprendido con lúcida claridad un intelectual latinoamericano como es Bonaventura de Souza[v], otrora admirado por los principales dirigentes de esta izquierda que ahora le niega su apoyo a la nueva figura del progresismo conservador ecuatoriano, Andrés Aráuz. Souza escribe que por qué negarle el apoyo a Aráuz que “es de izquierda” y así colaborar para derrotar a la derecha. “Esas izquierdas” no lo pueden entender, porque no entiende la dialéctica de la Historia y no entender la dialéctica de la Historia significa padecer una ceguera de clase casi imposible de curar.

No ver el ejemplo de Bolivia es negarse conscientemente a comprender la realidad. Arce y Choquehuanca entendieron que había que empujar el carro del MAS para alcanzar sus metas con el MAS, no contra el MAS, ejemplo de que cuando se tiene una concepción político-teórica definida, no hay porque negarse a vivir, como los glóbulos rojos viven en la sangre, al interior de un proyecto progresista. Hacer eso es garantizar la dirección revolucionaria a un proyecto progresista conservador.

Yaku en su laberinto 

“Esas izquierdas”, al igual que algunos “filósofos” que andan sentando cátedra por el mundo sobre la crisis del dualismo capitalismo-socialismo, no ocultan su irrefrenable deseo de ser reconocidos como padres legítimos del formidable repunte del movimiento indígena-popular que se materializó en el apoyo de cerca del 20% del electorado a la candidatura de Yaku Pérez Guartambel. Pero, creo que no hay padres ni madres de este avance formidable de la conciencia popular porque, en estricto sentido, es resultado de una forma de vida alternativa que todavía persiste en nuestras comunidades originarias y que comienza a aflorar como una reacción instintiva para eludir el cerco destructor que el capitalismo imperante les impone[vi] y, acaso, si se quiere hurgar en las causas de este fenómeno, volver la vista a la labor ideológica desplegada por el progresismo correísta durante sus diez años de duración, que una mirada equilibrada no puede desconocer. Esa labor intangible que llevó a la conciencia nacional a entender que detrás de figuras “respetables” y “decentes” como las de Nebot, Lasso o Fidel Egas se escondían vulgares pillos de la política y la economía, nadie puede negar que fue obra del correísmo y que ahora se refleja en su imparable repunte electoral y que yo no dudo es más importante que toda la red vial y la obra material que hizo el correísmo.

De ahí que adquiere alto sentido lógico que Bonaventura de Souza Santos muestre su sorpresa de que “esas izquierdas” se nieguen a apoyar la candidatura de Andrés Aráuz que, siendo un tipo diferente de líder, representa el nuevo eslabón del progresismo ecuatoriano que se irá concatenando progresivamente hasta configurar la infinita espiral de la Historia.

Desde Ñukanchik Socialismo -pequeño núcleo de reflexión teórica-, publiqué el 17 de marzo del año en curso un artículo titulado Yaku en su laberinto en el que analizo la participación de Yaku Pérez Guartambel en la primera vuelta electoral del 7 de febrero y en el que advierto el alcance y las consecuencias de lo que él llama la “nueva izquierda” en el Ecuador, parte de la cual son, según se puede deducir, “esas izquierdas” que han definido el voto nulo y se niegan a respaldar en la segunda vuelta al progresismo ecuatoriano y a su nuevo líder el economista Andrés Aráuz Galarza.

Sostengo que a ningún analista se le ocurre ubicarse por arriba de las izquierdas seculares, hacer tabla rasa de nuestras luchas, de nuestras tradiciones, ni pretenden sacar de la copa de un sombrero de mago a esa “nueva izquierda”, apelando a la debacle civilizatoria que, cual un hoyo negro cósmico, se traga fatalmente todo lo bueno y lo malo de nuestra vida, sino que propone un debate para encontrar los caminos que nos conduzcan a nuevos y más seguros puertos. Sin embargo de lo cual hay una corriente que así lo pretende y que dice estar detrás de este repunte electoral del movimiento indígena en el Ecuador.

Dicen que enfocan los problemas del mundo y de la región desde lo que ellos llaman la “filosofía tetrádica andina”[ix] que viene a ser “un giro ontológico y epistémico a lo propuesto por el mundo occidental” o, “un segundo paradigma pues la izquierda y la derecha son parte de un mismo patrón constitutivo” convirtiéndose en “un cuestionamiento a los mitos fundantes y a toda la estructura que configura el auto denominado “sistema occidental”, lo que significa un “cuestionamiento a todas las teorías e instituciones creadas históricamente por el helenismo hasta nuestro tiempo, esto es, el Estado, la democracia, el sistema de partidos políticos, la economía extractivista, la justicia, la religión, la educación, el desarrollo.

Ni más, ni menos. Una especie de talibanismo epistémico que pretende refundar la vida de la sociedad humana sobre la base del “pensar-sentir” desplazando el “logos” o principio fundante de la civilización occidental. 

Esta “nueva izquierda” es la que pretende desconocer la realidad histórica de la izquierda latinoamericana en estos últimos años del siglo XXI y de todos los tiempos, porque una cosa es analizar los errores cometidos, señalar sus limitaciones, plantear nuevas alternativas, superar los errores y otra desconocer la historia a título de que las “matrices” de la cultura occidental están equivocadas. Una “solución de continuidad” de la Historia en los términos que plantea este nuevo fundamentalismo andino no puede ser aceptada, salvo que se tenga conciencia de que su realización práctica en la Historia significaría un genocidio cultural que exterminaría de raíz la cultura blanca-mestiza que, durante quinientos años, ha sido parte de nuestra vida.

¿Saben “esas izquierdas” que firman la declaración de no apoyar a Andrés Aráuz que este es el derrotero conceptual que se verán obligadas a seguir?, ¿entienden que una propuesta de esa radicalidad no es viable en la práctica política?, ¿qué la crudeza de la lucha entre intereses antagónicos no puede ser resuelta, hoy por hoy, de un solo machetazo como se hizo en las revoluciones proletarias o campesinas del siglo XX?, ¿entienden que el momento de la violencia revolucionaria tiene que ser preparado meticulosamente y que el único espacio en el que se lo puede hacer es el progresismo conservador? ¿entienden que hay que ir con la Historia y no contra la Historia?, ¿qué el reformismo no es transformación revolucionaria?, y si lo entienden ¿por qué niegan su propio reformismo, siempre conservador, nunca revolucionario? 

Un modelo no rentista y no extractivista es una aspiración correcta de los pueblos que buscan alternativas al capitalismo, pero tiene que ser declarado antisistema sin reservas y sin temores. ¿Por qué no lo podemos hacer todavía?, porque no están preparadas las condiciones históricas para ello. 

Ñukanchik cree que hay que trabajar en él, pero plantearse su realización inmediata demuestra un voluntarismo inconsciente o un calculado artificio político para hacer que cualquier proyecto de izquierda fracase. No puedo dejar de preguntarme ¿qué habría sucedido en el supuesto de que Pérez Guartambel hubiera ganado la presidencia? La incapacidad para gobernar bajo los supuestos que proclama hubiera puesto a la nación al borde de la disolución y una verdadera opción de izquierda hubiera sido enterrada quizás para siempre. Las únicas que habrían sacado provecho habrían sido las eternas fuerzas del orden. 

Me pregunto ¿por qué “esas izquierdas” no apoyan a Aráuz?, ¿por qué, si no son antisistema, se niegan a apoyar a un nuevo líder del progresismo ecuatoriano? La política no es una cuestión de “estilos” En ella se juega el destino de los pueblos. 

Un proyecto político de la envergadura del progresismo latinoamericano está más allá de los errores que puedan cometer sus líderes, porque se sustenta en el empuje de las masas, pero solo puede tener éxito si en su interior vive y se fortalece una dirección verdaderamente revolucionaria.  El modelo ecologista, anti extractivista que propone esta izquierda no es posible en los momentos actuales. Negar que el correísmo es un fenómeno de masas en el Ecuador es simplemente hacerles el juego a las élites de siempre y a los intereses del capitalismo corporativo mundial. 

Ñukanchik Socialismo ha trabajado incansablemente en este último tiempo en reflexionar sobre estos temas y casi todos (as) los que firman esta carta saben que hemos argumentado lo mismo que Boaventura de Souza con respecto al proceso político del Ecuador, pero ninguno (a) se han dado por enterado. Ahora que una figura señale el pensamiento sociológico en Latinoamérica no coincide con ellos, ponen el grito en el cielo. En lo personal me importa muy poco. En mi lucha dentro de la izquierda ecuatoriana aprendí siempre a estar en minoría, pero nunca a claudicar. Con Gandhi repito: “Incluso si estás en minoría, la verdad es la verdad.”

Hoy, como siempre, Ñukanchik Socialismo sigue proponiendo el debate que, si se quiere avanzar, tiene que ser entre interlocutores que pensando desde una misma corriente teórico-política no piensan idéntico. Al final. Seguirán vivas las ideas más fuertes en este infinito proceso por alcanzar la verdad.


“Esas izquierdas”, al igual que algunos “filósofos” que andan sentando cátedra por el mundo sobre la crisis del dualismo capitalismo-socialismo, no ocultan su irrefrenable deseo de ser reconocidos como padres legítimos del formidable repunte del movimiento indígena-popular que se materializó en el apoyo de cerca del 20% del electorado a la candidatura de Yaku Pérez Guartambel”.

*Jorge Oviedo Rueda es ensayista, historiador, profesor universitario y editorialista.

 

Referencias:

[v] https://alicenews.ces.uc.pt/index.php?lang=1&id=33452

[vi] La vida comunitaria se desarrolla al margen de las elucubraciones teóricas y, con simplemente vivir y reproducir su vida, luchan contra el capitalismo, dándole la razón a los alcances teóricos de neomarxistas como John Holloway que afirman que el capitalismo se ha comenzado a fisurar precisamente en estos espacios de herencia ancestral y no en las fábricas clásicas del sistema. O a ideólogos contestatarios del imperio como Noam Chomski que sostiene que las comunidades aborígenes parecen estar destinadas a salvar a la humanidad.

[vii] Muchas artículos y ensayos he publicado sobre este tema a lo largo de esta última década. Ninguno de los dirigentes de esta nueva izquierda se ha dado por enterados, empobreciendo y ocultando el verdadero debate político-teórico en el Ecuador. En lo personal no tiene ninguna importancia, me interesa más el juicio de la Historia que la opinión de los ciegos por conveniencia. Si el lector tiene interés en esos materiales puede revisar la revista digital de ALAI, (https://www.alainet.org/es), donde encontrará buena parte de los mismos o este mismo portal que archiva gran parte de mi producción teórica. O entrando en mi blog: nucanchisocialismo.com 

[ix] Oviedo Freile, Atahualpa Makarius: TERCER SISTEMA: LA PROPUESTA INDIGENA.

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PENSAMIENTO CRÍTICO
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1 COMENTARIO

  1. Muy cansino su articulo, como siempre defendiendo al correato.

    Solo voy a comentar esa frase:

    “Me pregunto ¿por qué “esas izquierdas” no apoyan a Aráuz?, ¿por qué, si no son antisistema, se niegan a apoyar a un nuevo líder del progresismo ecuatoriano? La política no es una cuestión de “estilos” En ella se juega el destino de los pueblos. ”

    No señor, el problema no es el “estilo” al comienzo tambien creia lo mismo y conste que yo perteneci a dos de los grupos que apoyaron a Correa, el problema es que son fascistas y mafiosos como lo han demostrado en 14 años de gobierno. YA BASTA.

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