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ORGANIZAR A LOS PESIMISTAS: UN DIÁLOGO AUSENTE por Napoleón Saltos Galarza

 02 agosto 2014

 

…la respuesta comunista (…) significa: pesimismo completo. Desconfianza en el destino de la literatura, desconfianza en el destino de la libertad, desconfianza en el destino de la humanidad europea, pero sobre todo desconfianza, desconfianza y desconfianza en todo entendimiento: entre las clases, pueblos, individuos. Y sólo una confianza ilimitada en la I.G. Farben y en la pacífica modernización de la Luftwaffe.

WALTER BENJAMIN[1]

 

En tiempos de cambio, la lucha se presenta como el enfrentamiento encarnizado entre los militantes del partido del progreso y los militantes del partido del pesimismo. De un lado, la proclama de que la “revolución avanza” sobre los kilómetros de asfalto de las autopistas o sobre los boquetes de las minas a cielo abierto, con el balsámico de las tecnologías limpias. De otro, el silencio dolorido y hasta la impotencia de quienes regresan la mirada a las heridas de la Madre-tierra, al embaucamiento de las mentes y los corazones en la religión del progreso, a la cárcel para los luchadores; y saben que la tarea es contener la marcha incontenible hacia la catástrofe anunciada, aunque no saben cómo.

Uno de los campos claves es la resistencia ante el extractivismo. Todavía allí se contiene “la última instantánea de la inteligencia”, en la firmeza de Sarayacu, en la solidaridad de Intag, en la ilusión de los Yasunidos. Aunque allí mismo todavía pueden quedar rezagos de intentar servir a dos amos: a la vida y al pago por la vida; o persisten los límites del anacoretismo. 

Pero no es el único. Hay búsquedas incipientes de resistencia desde las luchas de género en el punto trágico del aborto; desde las luchas de los trabajadores para evitar el derrumbe de los restos de los derechos colectivos; desde la agonía de unos pocos “intelectuales orgánicos” por encontrar salidas al laberinto pendular de un progresismo suplantado por el retorno al orden. Todos coinciden en una plataforma: el pesimismo ante la catástrofe anunciada.

Por hoy la reserva del cambio reside incluso en la duda de los antiguos devotos del progreso: algunos bien informados empiezan a salir del encanto carismático y a volver la mirada piadosamente a las masas, al pueblo borroso y al futuro. El rey empieza a mostrarse desnudo, no ante la mirada inocente del niño, sino ante la mirada experimentada del informado. No se trata de “la historia de una muerte anunciada”, sino de la posibilidad de detener la “catástrofe anunciada”.

Al entrar en momentos de definición, las posiciones se polarizan. El partido del progreso consolida su bloque, construye alianzas orgánicas con las fracciones del capital por encima de un bonapartismo inicial, reordena el puesto en la economía mundial, depura sus filas, endurece la represión ante las disidencias, refuerza la publicidad. Y allí se encuentra con su viejo espejo, el bloque oligárquico, pero ya no en un acuerdo de grupos-pandillas, sino a través de la mediación de la racionalización del Estado. Y con ello puede reencontrarse con los dioses expulsados, el retorno del FMI, del BM, los TLCs con Europa, el auxilio de Goldman Sachs, la disciplina tranquilizadora de la bendición del capital financiero-extractivista mundial. Crea sus nuevos templos y ritos en las ciudades del conocimiento o en las misas sabatinas. La adhesión pasa de la militancia en el programa y en la utopía borrosa del cambio, a la militancia en el “proyecto”, en el mal menor, en “lo posible” por hoy: el tiempo de las etapas.

Y en el otro lado, las respuestas individuales, de grupo: la secta de los iniciados, para escucharse la propia verdad; quizás sí una parte de la verdad, pero impotente. Aunque crecen descontentos, incertidumbres vagas, borrosas, diluidas, desde abajo.

La tarea es organizar los pesimismos, contener el tiempo de la catástrofe, enfrentar a la Medusa que presenta varias cabezas desde adentro del régimen o desde la acción directa de los grupos poderosos locales y transnacionales.

No es todavía el tiempo del Mesías, apenas el tiempo del Bautista, el tiempo de la crítica y el arrepentimiento, no sólo de los que habitan en el templo, sino también de quienes se han mantenido fuera. Ese momento decisivo en que el Ángel de la historia regresa la mirada al pasado, mira el desastre y puede intentar contener la catástrofe que se viene si continúa el camino señalado, las autopistas del poder. Ese momento en que puede brotar la creatividad, con nuevos rostros y palabras que regresan desde las raíces. Si no somos capaces de reaccionar a tiempo, el futuro puede ser catastrófico.

Por hoy el rostro de la catástrofe se presenta como el riesgo de perder la tranquilidad de la dolarización. Hasta los impíos iniciales empezaron a creer en la bondad de la dolarización: la única ancla para la racionalización de la economía. Todo funcionó bien en el tiempo de la abundancia, mientras nuestro país y “nuestra” América podía surfear en la ola rentista de la subida de precios internacionales del petróleo, de las conmodities y en el mar abierto por la emergencia de los BRICs.

Los gobiernos “progresistas” podían mostrar sus pergaminos antiimperialistas en un distanciamiento temporal del eje Norte-Sur y en la nueva dependencia del eje Este-Oeste. Hoy no se ha agotado totalmente la ola, pero el capital mundial ha sabido controlarla, aprovecharla, ordenarla bajo su lógica. Y los gobiernos, incluido el nuestro, regresan a los mercados financieros tradicionales, regresan a la disciplina de los organismos financieros transnacionales, del FMI-BM, pero no lo hacen bajo la antigua forma de una deuda pasada, con excepción de Argentina, sino de una deuda futura.

El tiempo de la escasez exige virajes, agotar las reservas, buscar nuevas deudas y abrir las llaves de la emisión de dinero, así sea virtual. Una fractura entre las palabras y las cosas: la propaganda oficial se redobla, el control de las opiniones adversarias se refuerza con ropaje legalizado, para que el ruido tape los vacíos. Y sin embargo allí surge el fantasma, multiplicado por el rumor de los de abajo.

Y entonces empieza el otro riesgo: la pérdida electoral del 2017. El 23 de febrero prendió las alarmas en el Palacio. La única salida es el Mesías “reloaded”, la reelección indefinida, el poder carismático y la fe en el líder salvador e insustituible; aunque la fe se haya debilitado. Una especie de jansenismo profano: seguir manteniendo las formas, quizás desde allí regrese la fe.

La catástrofe real está en el riesgo del eterno retorno, el tiempo cerrado, en círculo, la repetición de los ciclos. Está en la ley descubierta por Agustín Cueva sobre los ciclos del poder político en el Ecuador: los ciclos del pacto burgués-oligárquico. No es la “ley del péndulo”. Es el agotamiento de oportunidades de cambio. Periódicamente en nuestra historia ante el poder oligárquico surge una burguesía modernizadora que puede llegar a impulsar reformas democráticas. Puede levantar a la escena algunos sueños de los de abajo: el poder constituyente para “refundar” la República, el Plan A para dejar el petróleo en tierra y proteger la biodiversidad y la vida en la Amazonía, la declaración del Estado plurinacional. Puede establecer una alianza con sectores sociales.

Y periódicamente esa burguesía modernizadora, una vez consolidada en el poder, ocupa el viejo puesto de la oligarquía, vuelve a las alianzas con las oligarquías locales y transnacionales. Y los sueños se diluyen, como el agua entre las manos, regresa el Plan B, las enmiendas constitucionales ajustadas a los intereses inmediatos de grupos. De nada sirve el intento de algunos creyentes de repetir las canciones. Y otra vez empieza la resistencia, en una especie de condena prometeica, con el fuego de los dioses en las manos, pero sin posibilidad de llegar a la cumbre.

En la tragedia griega, los dioses enceguecen a los que quieren castigar: el poder no quiere ver los signos de la catástrofe y más bien propala la nueva estrategia de la “banalidad del bien”: todo acto del poder, los discursos en las Cumbres, las inauguraciones de vías, los doctorados honoris causa, las cocinas eléctricas, la detención de los “prófugos” políticos, se convierten en pruebas del cambio. Por orden de la CORDICOM ninguna de esas pruebas puede ser silenciada.

El tiempo del Bautista no puede existir sin el tiempo del Mesías; aunque ahora el anuncio de la “buena nueva” tiene todavía la forma del Apocalipsis. El tiempo de unir a los pesimistas de adentro y de afuera del templo; todavía queda un poco de tiempo para juntar el pesimismo de la razón con el optimismo del corazón.

[1] BENJAMIN Walter, El surrealismo, la última instantánea de la inteligencia europea. 

 

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