Primera parte
En las elecciones de este 24 de marzo, en San Fernando, barrio residencial aledaño al tradicional Osorio, hizo falta las comidas en las afueras. No había tortillas, ni hornado, ni chochos. Cabe indicar que desde el lunes también en algunas esquinas de Quito y en las puertas de algunos colegios quizá hagan falta los cevichochos o quizá ya desde el lunes se repongan las vendedoras y vuelvan a sus esquinas a pesar del golpe que la naturaleza, como dice el alcalde quiteño, se ensañó con ellas, pues hacen parte de la gente de este antiguo y desconocido barrio de Quito devastado por el deslave del viernes 22 de marzo.
Osorio es un barrio de origen indígena, fueron los empleados de una hacienda, al estilo huasipungo; que creció en las laderas del Pichicha, por sobre la avenida Occidental o Mariscal Sucre. Son históricas también las chocheras de Osorio; constituyen un batallón indígena que todas las mañanas bajan para tomarse Quito por la ahora destruida calle Manuel Valdivieso.
Hace años lo hacían con una canasta en cada brazo y una guagua en la espalda o caminado apurado para poder seguir el ritmo de su madre. En los últimos años los canastos se cambiaron por carretas y las chocheras ahora bajan en camionetas que pudieron comprar sus hijos o sus esposos con el dinero recaudado por estas aguerridas comerciantes que lograron vencer a los policías municipales que las perseguían y posicionar los cevichochos como un plato típico de Quito, a pesar de las muecas de quienes se creen dueños de la ciudad y que acaban de perder dramáticamente las elecciones seccionales.
Los caminantes que subían al Pichincha por este sector solían encontrarse con un hombre que los miraba con recelo, pero que se agrandaba y podía recriminarlos con dureza si llevaban perros sueltos o los encontraba cortando ramas de los árboles. “Amarre a los perros para que no molesten a las vacas”, les decía. Si no hacían caso, mostraba un cabestro y les informaba que él era autoridad en esa tierra. Ante la amenaza, a los recién llegados no les quedaba otra que amarrar al perro y seguir caminando.
Algo encorvado, con su poncho azul, sombrero y su cabestro amarrado en una pata de cabra, este guardián salía de los matorrales o del fondo de la quebrada para sorprender a los caminantes; los seguía de lejos si los consideraba sospechosos de ser ladrones. Pero su responsabilidad no era solo vigilar a los que llegaban, sino que lo primordial era mirar que el bosque esté limpio y que la quebrada no se tape. Era una de las últimas autoridades tradicionales, como lo tenían en la Comuna, Armero, Cochapamba o en la Florida Alta. Se tomaba el trabajo de sacar la basura que había caído en la quebrada y, si el taponamiento era más serio, avisaba a la comunidad para que se organice enseguida una minga de limpieza.
Don Leopoldo Hidalgo era nombre de este guardián que protegió a Osorio, y de paso a la clase media y media alta que se asentó en el Pinar Alto y que miraban por sobre el hombro a los “indios de arriba”. La última vez que lo vi fue hace unos diez años; estaba viejo y más encorvado, pero seguía cuidando la quebrada. Debe haber muerto hace varios años y la modernización de la ciudad no permitió que alguien lo reemplace en su tarea; así la comunidad dejó de vigilar la quebrada para que no se tapone; esta responsabilidad pasó a manos de la burocracia municipal que ahora nos dice que el aluvión fue por causas naturales.
Los barrios del noroccidente de Quito
Antes de la construcción de la avenida Occidental, en la década de los setenta, existían ya barrios históricos asentados por encima de esta nueva vía; pero, fue su construcción la que aceleró el surgimiento de nuevos barrios. El municipio quiteño alegaba que estos barrios eran ilegales y que la Occidental constituía el límite de la ciudad. Nada se podía construir por encima de esta avenida; pero, pese a la postura municipal, los barrios siguieron creciendo.
La principal forma de ocupación territorial fueron las invasiones, luego se negociaba la compra de los terrenos a sus propietarios, en la mayoría de casos eran curas católicos poseedores de verdaderos latifundios; en el caso de ser tierras baldías se presionaba para que el Estado reconozca la propiedad por posesión y, en algunos casos, se crearon cooperativas de vivienda y se adquirían los terrenos. El Municipio no reconocía a estos barrios como legales y no los dotaba de servicios básicos; pero, irónicamente, si cobraba impuestos prediales.
De pronto, ya en la década de los ochenta, apareció el Centro Comercial El Bosque, construido por sobre la Occidental. ¿Cómo se pudo construir un centro comercial en una zona restringida?
Los nuevos barrios empezaban a organizarse y, cuando se construyó el Centro Comercial El Bosque, ya se contaba con una red de barrios que, en 1983, formarían la Federación de Barrios Populares del Noroccidente de Quito (FBPNQ).
La FBPNQ
Surgió por la necesidad de defenderse frente al proyecto municipal de lo que llamaron “cinturón verde”. En principio buscó la legalización de la propiedad de las viviendas y la dotación de servicios básicos. Según el Municipio, todo lo que quedaba por encima de la Occidental sería un cinturón verde de protección de la ciudad y nadie podía asentarse ahí. La construcción del Centro Comercial El Bosque desmentía esta aseveración.
La “Fede”, como se la llamaba coloquialmente, consiguió los proyectos urbanísticos del noroccidente de Quito y constató que todo estaba adjudicado a grandes constructoras; es decir, la urbanización por encima de la occidental estaba prevista, no era ilegal; los ilegales eran los pobres que se tomaron estas tierras con buena vista a la ciudad, algo que estaba reservado para los ricos.
Los barrios históricos, de mayoría indígena, al principio miraban con recelo la proliferación de nuevos barrios sin mayor planificación y sin servicios básicos. Pronto comprendieron que las necesidades de los nuevos barrios también eran sus propias necesidades y así se juntaron a esa gran red de barrios que fue la FBPNQ.
Pronto en la Fede se dieron cuenta que no solo era la lucha por la legalización y los servicios básicos lo que unía a los barrios, también empezaron a mirar los peligros que podrían derivarse de un mayor poblamiento. Así surgió el proyecto “Laderas del Pichincha” con el que se construyeron un sinnúmero de diques, reductores de caudales, encauzamiento de quebradas y, sobre todo, los programas de vigilancia a través de los gobiernos comunitarios que forzaban al Municipio a emprender obras consensuadas en las asambleas de la Fede. El límite de la ciudad debía ser un cerco vivo que impida la tala futura del bosque, cuya custodia estaba en manos de la propia gente.
La sensibilización de las directivas barriales sobre el riesgo de deslaves y aluviones posibilitó crear un sistema de seguridad del cual también son beneficiarias las urbanizaciones de clase media y media alta que empezaron a construirse una vez que los barrios populares lograron la adecuación de las vías de acceso y el servicio de transporte. Fue la lucha de los barrios pobres los que posibilitaron la creación de nuevos condominios para la clase media.
El aluvión de Osorio no se habría dado si la estructura de la FBPNQ y sus gobiernos comunitarios se hubiesen mantenido hasta la actualidad, pero como todo movimiento social, la Fede llegó a su cúspide y empezó a declinar y, junto a ella, llegó el declive de la organización barrial comunitaria y la desaparición de las autoridades tradicionales que, sin ningún salario, nos protegían a quienes somos parte de los barrios del noroccidente de Quito.
* (Tabacundo – Ecuador, 1961). Poeta, periodista y activista de derechos humanos y desmilitarización. Actualmente es coordinador ejecutivo de Inredh y corresponsal de varias revistas internacionales especializada en derechos y geopolítica.