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10 mayo 2013
El editorial de este diario del 8 de mayo, que se refiere a la presencia del Partido Socialista y sus últimos acontecimientos, me lleva a presentar algunas observaciones en esta columna.
Mi reconocimiento por la condena a la agresión de que fui objeto cuando con otros delegados y militantes del Partido Socialista-Frente Amplio, fuimos impedidos de ingresar a la sede de su Congreso Nacional. Justo es aclararlo, empero, que los agresores no fueron militantes socialistas, sino un grupo de maleantes llevados por dirigentes encabezados por Rafael Quintero, para agredir a quienes tenemos posturas críticas de su conducción partidaria y del Gobierno.
Me parece, sin embargo, inadecuado el calificativo de “trifulca” en el partido, en cuyos ochenta y siete años de vida, ha habido debate y discrepancias, incluso enfrentamientos ideológicos fuertes, pero no reuniones a puerta cerrada, exclusión de compañeros, peor aún violencia y agresión. Es evidente que se trata de una lamentable excepción.
El Partido Socialista no tuvo importancia solo en el primer cuarto de siglo pasado. Ha tenido gran incidencia en la vida de la sociedad, la política, la educación y la cultura en toda nuestra historia, desde entonces hasta los inicios del siglo XXI. Y esa incidencia no debe medirse solo en los resultados electorales, sino también en su acción dentro de las organizaciones de trabajadores, indígenas, campesinos, jóvenes y otros movimientos sociales.
El editorial acierta al afirmar que existe un “proceso de demolición” de la institucionalidad en el país. Hay, en efecto, una política oficial de promover la división y la dispersión de las organizaciones tanto del sistema político, como de la representación social. Resulta paradójico que hasta el único partido, el socialista, que apoyó al Gobierno desde la primera campaña electoral, haya resultado disminuido, dividido y marginalizado bajo este Régimen.
No vemos que se esté gestando una nueva institucionalidad que exprese mejor a la ciudadanía, sino que crecen el caudillismo y la clientela, en vez de la defensa de los principios y un compromiso doctrinario. Se impone un radical replanteamiento de la política, a nivel de todo el ámbito nacional.
En lo que al Partido Socialista se refiere, impulsado por su corriente crítica y revolucionaria, debe emprender una reestructuración orgánica e ideológica, una vuelta a las fuentes, a su relación directa con los movimientos sociales, a su trabajo de educación política de la juventud. Más allá de enfrentarse por la legalidad de una directiva nacional, debe poner en marcha un proceso de auténtico replanteamiento, que permita levantar a la organización política revolucionaria, desde las bases. Si se llega a eso, las agresiones, el garrote y los gases lacrimógenos serán solo un mal recuerdo.
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