Enero 31 de 2017
[…] no considero a los indígenas como hombres sino como niños que no tienen bastante discernimiento para consentir ni menos para obligarse. Siervos de la ignorancia y de la necesidad, la ignorancia les hará querer lo que no quieren y la necesidad obligarse a aquello […] Todos los días estamos viendo que a un infeliz indio, un muchacho lo conduce a donde quiere y no presenta más resistencia que la de un cordero. Es libre de naturaleza, es esclavo de condición, hombre y niño. Por otro lado veo que protegiéndoles demasiado se fomenta la inmoralidad.
(Honorable F. Actas de la Cámara de Representantes del Ecuador, 1895)[1]
Hace unos días se anunció la presentación de una obra de teatro denominada Sex on the llacta a llevarse a cabo en una prestigiosa institución cultural del Ecuador. En días posteriores se suspendió aduciendo “seguridad” y “para no herir susceptibilidades”[2]. Los personajes centrales que aparecen en el spot publicitario colgado en el internet representan a una pareja de “indígenas”. El varón vestido con un poncho rojo y una gorra, habla un mal castellano y casi siempre tiene una actitud sexual exacerbada. La mujer, a su vez, habla un castellano con acento serrano, quiere casarse de blanco y con anillo, “quiere superarse” teniendo un novio.
Más allá de si es o no una obra teatral cómica, lo central es la representación que en ella, y en otros programas televisivos protagonizados por esos mismos personajes, hacen de los pueblos e individuos indígenas. El indígena representado por estos personajes es libidinoso, ocioso, débil, malicioso, con ganas de blanquearse, a veces tonto, a veces dotado de una sagacidad para escalar socialmente y para aprovecharse de otras personas. La mujer indígena, a su vez, se representa como necesitada de marido para superarse y dejar de lado su identidad.
Hace más de un siglo un Honorable de la Cámara Nacional de Representantes del Ecuador, argumentaba en contra de una ley sobre la contribución personal de indígenas dictada un año antes. Más allá de la ley, lo importante es la imagen que se tenía de los indígenas en aquella época. Él es representado como un niño, incapaz, inmaduro, sin voluntad, sin capacidad de discernimiento, propenso a la inmoralidad, un animal manso, pero también desgraciado, inculto, materialista. Dichos epítetos muestran la dimensión discursiva de la dominación étnica cotidiana y colonial que pesaba sobre los indígenas de aquella época (Guerrero, 2010). Esquemas mentales de representación colonial y machista de los indígenas que, más de un siglo después, parecen persistir en algunos ámbitos de la vida artística, política y social del Ecuador.
Las formas y esquemas de representación, las afirmaciones que un grupo social hace sobre otros grupos sociales e individuos que lo conforman no son hechos aislados. No representan la consciencia o intención individuales, sino que las preceden y son producto de las formas en las que está constituida una sociedad particular y dentro de las cuales los individuos nacen (Hall, 2013). Los esquemas de representación tienden a naturalizar los fenómenos sociales, las relaciones sociales que se establecen entre grupos sociales distintos. Entonces que los indígenas sean libidinosos, propensos a la inmoralidad, ocioso, violento, incivilizado, etc., es de sentido común, es “normal”, para ciertos grupos sociales que dominan material o simbólicamente a los pueblos indígenas. Pero no lo son si pensamos en las estructuras de dominación que subyacen a dichos discursos.
Sex on the llacta no es entonces el desvarío de un dramaturgo aislado sino el reflejo de una sociedad construida sobre el racismo, la dominación y la explotación de los pueblos indígenas de este país. De una sociedad, en la que desde hace más de un siglo se han producido y reproducido ideologías racistas sobre los pueblos dominados, tanto en la vida cotidiana, como en los medios de comunicación e incluso en la misma institucionalidad estatal. Pero el problema no es solamente la representación sesgada de los indígenas por medio de una descripción de una “realidad”. Es también la producción de una conciencia social racista imperceptible sobre la cual se sustentan prácticas sociales concretas de discriminación y explotación. Como el indígena es “salvaje”, “incivilizado” hay que “modernizarlo”, sacarlo del “atraso” por las buenas o por las malas, o sea por medio de una educación productora de dominación o de la aplicación de la coerción del Estado.
Cierto es que el racismo directo y abierto de años atrás se ha ido superando poco a poco en las sociedades. Pero queda aún otro racismo, de baja intensidad, soterrado, oculto en las entrañas mismas de las sociedades. Racismo que no se dice, pero que se hace o se piensa, de forma imperceptible. Racismos que se oculta en los discursos cotidianos y oficiales. Y en esto los medios de comunicación son fundamentales ya que por medio de ellos se producen representaciones, imágenes, descripciones, explicaciones y marcos para mirar el mundo social, para actuar sobre él. Ideologías racistas que a través de los medios se enraízan en las sociedades creando hábitos, prácticas y pensamientos ocultos que llegan a formar parte del sentido común de la gente.
Pero la sociedad también es en cierto sentido lo que es el Estado. Entender las sociedades latinoamericanas implica mirar como se han construido los estados nacionales en la historia en relación a los pueblos indígenas. Como indica el sociólogo peruano Aníbal Quijano, la estructuración del poder en las sociedades latinoamericanas se sostuvo en la clasificación social en términos de raza a partir de la conquista de América. Clasificación que colocó a la población europea en la cúspide de la escala social, y a su vez, a los indígenas y negros, por su diferencia racial, en los escalones más bajos de la misma. La racialización de los pueblos indígenas y afro-descendientes constituyó a su vez un proceso sobre el cual se construyeron los estados-nación en América, con diferencias regionales, pero compartiendo un hecho central: el desconocimiento de la existencia de pueblos y naciones indígenas (kichwas, aymaras, guaraníes, mapuches, mayas, shuar, etc.) en los territorios colonizados. Los estados –nación se construyeron sobre la dominación, explotación, discriminación racial de los pueblos indígenas y afros de América.
Aunque hasta la actualidad las sociedades latinoamericanas se hayan transformado en múltiples aspectos, las estructuras estatales siguen aún respondiendo en gran medida a ese patrón de poder colonial y capitalista. Patrón dónde los indígenas y otros pueblos dominados no tienen cabida como pueblos organizados, mucho menos como sujetos sociales auto-determinados. Estructuras políticas y discursivas que producen y reproducen aún patrones de dominación racial, mismos que se vuelven prácticas concretas en la sociedad.
Los estados-nación han construido representaciones descripciones e imágenes de los pueblos indígenas con la finalidad de facilitar la dominación y el despojo de sus territorios. Los indígenas al ser considerados bajo el pensamiento colonial como pueblos sin historia e incivilizados, debían ser o eliminados o asimilados a la historia universal moderna europea. Los indígenas eran considerados población ignorante y sin cultura por lo que el Estado tenía la obligación de desarrollarlos bajo los conceptos modernos de orden y progreso. En el extremo los pueblos indígenas dada su condición de salvajes incivilizados han sido directamente eliminados como en Norteamérica o en el cono sur.
Sex on the llacta también es de alguna manera el reflejo de la forma como el Estado colonial y los gobiernos de turno han tratado históricamente a los pueblos indígenas organizados. Es necesario recordar que “los estados afirman, definen, determinan y estructuran, en modo sustancial, las formas aceptadas y aceptables de la actividad social” (Linsalata, 2014: 21). Esto quiere decir, que pueden conformar lo que ocurre en la sociedad no solamente desde la coerción directa, sino a través de la inculcación de modelos de acción y pensamiento desde los cuales se entienden la sociedad.
El Presidente de la República muchas veces ha reproducido esos patrones coloniales y racistas al referirse a las organizaciones indígenas que se han opuesto a la política estatal. “Emplumados”, “emponchados”, “ponchos dorados”, “infantiles”, “violentos”, “fracasados” entre otros epítetos discriminatorios han sido lanzados algunas veces por el Presidente cuando las organizaciones indígenas han decidido movilizarse para reclamar sus derechos y territorios. El Presidente y por medio de él el Estado sigue pensando a través de los esquemas mentales del siglo pasado, aunque se hayan superado algunos e incorporado nuevos, como la del “indio aceptado”.
La “inclusión” de los pueblos indígenas como sujetos políticos depende del grado de sumisión que tengan hacía el Estado y gobierno. El indígena es útil entonces sólo cuando muestra su lado pintoresco, folclórico, su “identidad”, mientras más exótica mejor. Pero no cuando se levanta, reclama, contradice, propone, es decir cuando muestra su lado político, su condición de sujeto social con capacidad y derecho a auto-determinar su historia como pueblo. Pareciera que aún hoy los indígenas son buenos solo para ser los bufones del poder -como muchas veces se ha podido ver en las sabatinas en la relación que se entabla entre el Presidente y su traductor indígena kichwa-. El indígena es aceptado solo para que le ponga el poncho y la blusa multicolor al poder, es aceptado solo si es sumiso al Estado, al gobierno, al poder. El indígena es aceptado, si, pero a condición de que se doblegue, a condición de que abandone su carácter de sujeto político.
Y no se trata solamente de un desliz o de la “forma de ser” del presidente ecuatoriano, sino que se trata también de un discurso que busca inculcar a la población una cierta representación o imagen de lo indígena. De ahí, que estos discursos proferidos por el Presidente y desde el Estado hayan sido lanzados en medio de las movilizaciones indígenas buscando siempre deslegitimarlos frente a la población, y tener un efecto político específico. Se puede decir que dichos epítetos tiene una dimensión pedagógica hacia la sociedad: le enseñan quién es quién en la estructura de la sociedad, quiénes mandan y quiénes obedecen, quiénes son sujetos y quiénes objetos.
El efecto de las palabras del Presidente no se reduce a las coyunturas de disputa política, sino que se expanden a la sociedad, se vuelven marcos de referencia para el resto de la gente. Al ser el Estado y el Presidente representantes del poder político frente a la sociedad, sus palabras, acciones y prácticas tienen el peso de las estructuras del poder donde se originan. Tienen el peso de siglos de dominación racial o étnica que siguen fluyendo subterráneamente por la sociedad y el Estado y se materializan en las palabras del Presidente y en las prácticas estatales que se enlazan a esos discursos. Tienen el poder de fortalecer o debilitar los esquemas racistas de representación de la sociedad.
No es casual que junto a esos discursos racistas del gobierno, el Estado haya actuado en contra de las organizaciones indígenas contrarias al régimen. La criminalización de la protesta, la eliminación de las autonomías indígenas estatales, y sobre todo la negativa rotunda a entablar debate político serio con las propuestas indígenas son una continuidad de los discursos racistas selectivos del Presidente. A nivel social, esto tiene su correlato en la folklorización de propuestas políticas construidas por el movimiento indígena como la plurinacionalidad que ha devenido en interculturalidad acrítica, o en simple adorno de la Constitución; en la despolitización del Sumak Kawsay para convertirse en simple cliché político; o en la exacerbación de los insultos racistas en la redes sociales hacia los dirigentes del movimiento indígena.
Es necesario entonces cuestionar, no solamente los reflejos visibles de esta sociedad-Estado, como son los diversos programas radiales, televisivos que reproducen los esquemas racistas de representación para “hacer reír” a la gente. De igual forma, las prácticas cotidianas donde dichos esquemas emergen a la superficie y se hacen visibles de muchas formas y que se sostienen también por los discursos estatales. Como dijo un pensador famoso, hay que ir a las raíces, al subsuelo donde nacen y germinan esas formas discriminatorias de tratar a los pueblos indígenas.
El Estado es también responsable de lo que sucede en la sociedad. Esta es un reflejo de lo que el Estado “piensa” acerca de los pueblos indígenas. Por eso, Sex on the llacta es parte de una continuidad social y virulenta de “emplumados, emponchados, infantiles, salvajes”. Es la continuidad de lo que el Estado está haciendo con el pueblo Shuar en la Amazonía al despojarles de sus territorios para la minería bajo el argumento de que no son de propiedad ancestral, recordando nuevamente la imagen de las tierras baldías como se pensaba hace cuarenta años. Sex on the llacta es la imagen de una sociedad y un Estado que no han logrado romper totalmente con las representaciones de finales del siglo XIX. Pero la suspensión de sus funciones también muestra la constante lucha de los pueblos por superar la dominación. Que se haya suspendido dicha obra es un paso adelante en la lucha de los pueblos indígenas por dejar de ser representados como hace más de un siglo.
Referencias
Guerrero, Andrés (2010). “Una imagen ventrílocua: el discurso liberal de la ‘desgraciada raza indígena’ a fines del siglo XIX”. En Administración de poblaciones, ventriloquía y transescritura, 99 – 160 pp. Quito – Lima: FLACSO – IEP Instituto de Estudios Peruanos.
Hall, Stuart (2013). “Los blancos de sus ojos: ideologías racistas y medios de comunicación”. En Eduardo Restrepo, Catherine Walsh y Victor Vich (comps.). Stuart Hall. Sin garantías. Trayectorias y problemáticas en estudios culturales, 304 – 310 pp. Quito: UASB – Pontificia Universidad Javeriana – Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar – Instituto de Estudios Peruanos – Corporación Editora Nacional.
Linsalata, Lucía (2014). Valor de uso, poder y transformación social. Entender la descomposición vislumbrar las posibilidades No 3. En línea: https://horizontescomunitarios.files.wordpress.com/2014/02/vupts.pdf
[1] Archivo citado por Andrés Guerrero (2010). Administración de poblaciones, ventriloquía y transescritura.Quito – Lima: FLACSO – IEP.
[2] http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/cultura/7/la-obra-sex-on-the-llacta-se-suspendio-por-segurida
* Máster en Sociología en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Artículo publicado en Semana 56