¿Y qué? Ya lo sabes o por lo menos lo intuyes desde hace mucho, pero te niegas a aceptarlo. Si alguien topa ese tema, siempre con bromas y demás, sonríes con una mueca prefabricada, miras para otro lado y no sabes qué hacer, excepto rascarte el bigote de abajo hacia arriba por eternos segundos.
Te pusiste como loco cuando la Corte Constitucional aprobó el matrimonio civil igualitario. Tenía que haberte grabado: eras un clown sin nariz que pretendía hablar, pero no lograba articular una sola frase coherente. Puteaste frente al televisor, te indignaste como nunca, porque quieren acabar con la familia tradicional, con tu familia tradicional. “Se van a casar entre hombres” –murmuraste en la cena con un asco infinito. Hubo un silencio fúnebre. Claro, todos en casa sospechan que soy gay, aunque haya disimulado trayendo una amiga que se hizo pasar por mi novia para que respires por algún tiempo como varón y no con la vergüenza de tener en tu propio techo un hijo que no es como tú.
El fin de semana vas a una marcha convocada por ese grupito, cómo es que se llaman… “Con mis hijos no te metas”. Demasiado tarde papá, ya se metieron. Jamás te confronté como debía por miedo, porque estoy seguro que me botarías de la casa. Pero ya no más. Ya no más. Esto es lo que soy, te guste o no: tu hijo gay, súper gay ¿Cómo te sientes con eso? Ráscate el bigote. ¿Así que vas a marchar con ese tumulto de odiadores gratuitos? ¿Así que vas a obedecer lo que te ordena la Iglesia, tu pastor y tu moral prestada? ¿Así que gritarás con puño en alto que con tus hijos no se metan? ¿Cómo es la vida, no? Justo a ti te tocó un varón que no parece, a ti: el macho de machos, el gritón postragos, el buen puñete, el puteador en horas pico, el ejemplo de padre, de marido y de hombre.
Y las tías, las primas y toda la familia que ahora disparan su rabia contra lo que no entienden, contra aquello que les da miedo. La familia, tan bella, tan sensible, tan tolerantes, tan cristianos, tan aleluyas los domingos y amén, amén los miércoles y los jueves. Con mis hijos no te metas. ¿Cómo crecerán esos hijos? Llenos de odio, de fanatismo, de ignorancia. Y seguro que la tía Laura los tiene en la mejor de las escuelas, el roce social que necesitan y los lleva a misa los domingos para que aprendan de amor, del prójimo, de ser buenos, puros, castos y virtuosos. ¿Será que siguen yendo donde ese cura que mira tan raro a los niños y que según él es porque dejad que los niños vengan a mí?
¿Te imaginas a tu hijo, el primero, el orgullo de la familia tradicional marchando por el Orgullo gay? Seguro que querías vernos a todos apoyando la causa de los cómo es que se llaman… Pro-Vida. Pro-vida, angelitos por conveniencia, santos de paredes para fuera, militantes de biblia empolvada. A ver, ¿cuál de tus líderes políticos piensa como tú? Déjame ver… ¿el Moreno, el Correa, el Lasso, el Nebot? Hechos de la misma moral por conveniencia, curuchupas con olor a naftalina que quieren darnos lecciones de lo que es correcto o no.
Perdón que te lo diga por escrito. Me incomoda tu mirada de odio, me fastidia que te rasques el bigote como si te lo quisieras arrancar de la bronca, de lo malo que es dios al ponerte esa prueba antinatura. Espero que me sigas queriendo como yo a ti. Y me voy con mi gente, a seguir defendiendo nuestros derechos, de los que nos quieren privar tus curitas, tus pastores, tus politiqueros añejos y demás “gente de bien”.
Hasta pronto, papá. Te ama, tu hijo, el gay.
También rechazo la coptación de algunos grupos LGBT por parte del correato y afines. Resultaba patético escuchar en la marcha del “orgullo gay” el estribillo del correato (yo lo ví):
“Alerta que camina….”