En los comicios anticipados del 20 de agosto de 2023, parece que las izquierdas ecuatorianas se han quedado sin un candidato que las exprese y les provea de una identidad ética y política, pues, una vez más, se han camuflado entre presidenciables y vicepresidenciables a los que se podría denominar “prestados”.
José Saramago escribió la novela “Ensayo sobre la lucidez” que trata sobre el triunfo total y reiterado del voto en blanco en una ciudad capital. Narra el comportamiento de los gobernantes y funcionarios ante el inédito suceso. La ficción del novelista portugués y el triunfo de la anulación del voto en las elecciones seccionales 2023 en Calacalí, nos mueven en la búsqueda de los sentidos del armazón social y político vigente. El artículo hace un paralelismo entre los entretelones de la novela y los aprendizajes del caso de Calacalí, que levantó de categoría al voto nulo.
Ni la pandemia ni la crisis económica han sido obstáculo para quienes quieren gobernar este pequeño país del sur de América durante los próximos cuatro años. Las aspiraciones presidenciales son un disparate: 12 candidaturas admitidas y tres en trámite hasta la fecha de este informe. La campaña para las elecciones de febrero de 2021 será en condiciones peculiares: sin tarima ni multitudes o grandes concentraciones por la emergencia sanitaria y en un escenario de descontento social, corrupción y hastío, caldo de cultivo para la demagogia y el populismo. Todo indica que las redes sociales serán el caballo de la batalla en estas elecciones y que los candidatos echarán mano de ejércitos de trolls, las noticias falsas, cadenas de desprestigio y descalificación, memes y cadenas de mensajes por whatsapp. Se prevé mucha campaña sucia y menos debate de ideas y propuestas para sacar adelante al país.
Ecuador vive una convocatoria a elecciones que cercenó de raíz el derecho constitucional de los ciudadanos y de los sujetos políticos a presentar acciones de corrección e impugnaciones. Un presupuesto de USD 114,3 millones que insulta a la realidad de un país económicamente desahuciado. Un calendario electoral que inobserva los requerimientos de sus principales actores, los partidos políticos, exceptuando a las organizaciones correístas ahora coligadas en UNES (Centro Democrático y Fuerza Compromiso Social). Procesos de democracia interna, en algunos casos ingeniosos y, en otros, atropellados y hasta dudosos en los nombramientos de directivas y precandidatos. Alianzas electorales sin programa que refiera algo más que la unidad de acción por no dividir la captación de votos. Un sistema informático que no garantiza la ansiada transparencia en el proceso y un deseo algo pervertido de buscar a toda costa contratos con empresas extranjeras para que auditen al máximo al órgano del control del Estado, como si una empresa, por más “eficiente” y “laureada” que sea, pudiera avalar a la Contraloría y sus informes. Terrible, pero cierto. La institución electoral se brutalizó a tal punto que hasta la soberanía se entrega como un cheque en blanco.
La renovación etaria de los liderazgos políticos no conduce en sí misma a un cambio en la cultura política del país o al interior de los partidos y movimientos; como tampoco asegura mejores prácticas para la consolidación de una democracia moderna, totalmente distinta al membrete que se usa en Ecuador.
Reflexiones en torno al vaciamiento de contenido del término "minga" y sus profundas raíces culturales. "El “presta mano” de la minga que opera bajo el principio de comunidad no jerarquizada por las leyes del mundo occidental fue usado como distractor de responsabilidades en el espacio legislativo, donde los votos se cotizan no solo en dólares, sino y sobre todo con la apertura vertiginosa de “oportunidades”", sostiene Alfredo Espinosa Rodríguez.
¿Novelería o integración consciente al convivir democrático?
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09 febrero 2015
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