A pocos minutos del informe presidencial del 24 de Mayo, las élites, encerradas en algún sauna de la Cámara de Comercio, decidieron que el Lerdín ya no daba más, que era necesario un cuasi Presidente, que, aunque enano, dé la talla. Y ahí nomás se encargaron de redactar el decreto que le da más poderes al ex rupturita, Roldín.
Yo, que tengo la misma edad que Don Diego Oquendo, les tengo dicho a los verdugos de mis hijos: si ven que desvarío constantemente, si quedo en ridículo tres veces por semana y antes que cante el gallo; por dios, ya no me dejen hablar cualquier cosa, quítenme la computadora, bloquéenme el facebook y el twitter. Hay que envejecer con dignidad.
¡Los banqueros unidos jamás serán vencidos! Precarizar el trabajo dicen. Retroceso de derechos de cien años, gritan. ¿Seguridad Social? Ni que esas fantasías sirvieran para algo. Y esperen nomás. Nuestra venganza será implacable con la otra ley urgente.
Desde pequeño aprendió a amar gobiernos que adoran lo privado. Tenía un retrato inmenso de León Febres Cordero en su alcoba, pintado en el tumbado; así, antes de dormirse, le dedicaba dos aleluyas a su ídolo.
He pecado, padrecito. Le juro, por diosito, que es más fuerte que yo. No puedo evitarlo. Siempre que el presidente, su vice y sus ministros aparecen en las noticias y en el Facebook que me abrieron por la cuarentena, algo dentro de mí se vuelve turbulencia.