Publicado en La Izquierda Diario
Enero 26 de 2017
Antes de las elecciones alertábamos de la fuerte división de la clase dominante norteamericana. La élite del poder se dividió amargamente, con la mayoría apoyando a Hillary Clinton, la candidata favorita de las facciones política y corporativa, mientras que la facción militar se reunió alrededor de la elección de Donald Trump.
Esto no significa que la elite corporativa es monolítica. Por ejemplo, a la industria petrolera no le gusta que las guerras o tensiones geopolíticas perturben sus negocios a largo plazo (véase Rusia y Libia). Boeing quiere vender aviones a Irán. Por otro lado, una parte considerable de las multinacionales que se benefician de la segmentación del proceso de producción a nivel mundial se preocupan menos por esas guerras o maniobras geopolíticas, siempre y cuando creen nuevos mercados o faciliten el acceso a la mano de obra barata. Por el momento, Trump logró contener y contentar a este sector de la clase dominante con una mezcla de amenazas y promesas de jugosos negocios: lo primero fue aplicado a la industria automotriz no solo norteamericana sino mundial (Toyota, BMW, etc.) que a riesgo de ver rotas sus esenciales cadenas de producción en el extranjero estuvo dispuesta al comienzo a jugar el juego de producción nacional del nuevo presidente.
Por otro lado, mientras la baja de impuestos corporativos es un elemento central del proteccionismo reforzado de la “Trumpeconomics”, este elemento está estrechamente ligado a un tercero: la desregulación de las finanzas que promete jugosos dividendos a los bancos norteamericanos, como ya se pudo ver en el último trimestre donde los tiburones de las finanzas tuvieron ganancias extraordinarias. Liquidando las tibias regulaciones impuestas al sector financiero después de la crisis de 2007/8, Trump busca darle una ventaja comparativa al sector financiero norteamericano, que se prepara para captar los capitales y ahorros de los hogares, aumentados por la baja de impuestos y por la promesa de rendimientos fabulosos.
Pero junto a esta división del mundo de negocios, la división política decisiva durante las elecciones y a posteriori es la batalla entre el sector neocon/intervencionista liberal o mal llamado “humanitario” y los realistas en política exterior. El primer campo es representado por la CIA y el segundo por los militares. La derrota de Hillary fue una derrota para el sector que, después del fracaso de las operaciones militares en Irak y Afganistán de la era Bush, está a la vanguardia de la provocativa belicosidad del imperialismo norteamericano.
Así es que, durante casi seis años, la CIA ha participado en una campaña para el cambio de régimen, el financiamiento y el armamento de milicias fundamentalistas islámicas con el objetivo de derrocar al presidente sirio, Bashar al-Assad, el único aliado árabe de Rusia en Oriente Medio. En 2013, las declaraciones trucadas de que el gobierno sirio había llevado a cabo ataques con armas químicas fueron utilizadas como pretexto para lanzar una guerra aérea a gran escala contra Assad. El expresidente Obama, frente a la oposición popular en EEUU, las divisiones dentro del establishment militar y la oposición de los aliados de Washington de la OTAN, salvo Francia, detuvo la agresión aérea en el último minuto.
A su vez, hay pocas dudas que las negociaciones estaban en marcha entre la campaña de Clinton y la administración Obama, con un estado de planificación muy avanzado, para una escalada militar masiva de los EE.UU. en Siria a ser lanzado después de la esperada victoria electoral de la candidata demócrata, que tenía el apoyo público de las secciones dominantes de la establishment de inteligencia. Durante la campaña, Clinton reiteradamente pidió la imposición de “zonas de exclusión aérea ” y otras medidas que plantean un riesgo directo de conflicto militar con las fuerzas rusas que operan en Siria. Esta política belicosa con Rusia tenía su otro foco caliente en Ucrania, donde la participación de la CIA es moneda corriente.
La caótica transferencia de poder mostró una agudización del conflicto entre Trump y la comunidad de inteligencia. El primero públicamente discutió las evaluaciones de la segunda sobre el hackeo ruso; la venganza contra él fue fabricar un expediente falso sobre un supuesto episodio de relaciones con prostitutas por parte de Trump en Rusia, con un vergonzoso episodio de “lluvia dorada”. A pesar del carácter poco sólido de toda la historia, el mismo podría ser una advertencia de que quienes escribirán el guión de la realidad serán las fuerzas del establishment y no él. Por ahora Trump no ha llegado a un modus vivendi con éste sector del “estado profundo” norteamericano.
Mientras los militares han obtenido tres puestos en el nuevo gabinete y esperan ser recompensados en su medida, la comunidad de inteligencia es la fracción más reacia a ser convencida por la nueva visión de las prioridades de la política exterior norteamericana. Así, mientras es probable que Trump aumente la retórica de conflicto contra algunos países extranjeros, es cauto a comprometerse a iniciar ninguna guerra seria (cuestión que gusta a los militares), a la vez que estos y la poderosa industria de armamentos esperaban el lanzamiento de una inútil arma de maravilla militar para la cual Trump promete billones (la Guerra de las Galaxias de Reagan redux).
Por el contrario, para los neocon y sus lazos con la comunidad de inteligencia el repudio a la doctrina de la “promoción de la democracia” y de las revoluciones coloridas que la acompañaban, que estaba en el corazón del programa de política exterior de estos como quedó claro en el discurso de asunción de Trump en Washington, no son de su agrado.
El abandono de la fracasada política exterior de los últimos años y sus implicancias geopolíticas, que tuvo su más rotundo revés en Siria donde por primera vez en un conflicto regional los EE.UU. son dejados de lado en la resolución del mismo, como muestran los acuerdos de Rusia con Turquía e Irán, hacia un decisivo unilateralismo económico que plantea la agenda del nuevo presidente no solo generará enormes conflictos externos en especial con China y Alemania, sino que arriesga exacerbar también las disputas al interior de la clase dominante norteamericana.
* Comité de redacción de Révolution Permanente