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TRUMP: NO ES UNA REVOLUCIÓN. TODAVÍA. Por Mike Davis*

20 noviembre 2016

Hay que resistir la tentación de sobreinterpretar la elección de Trump como un 18 Brumario o como un 1933 norteamericano. Los progresistas que creen haber despertado en otro país deberían calmarse, tomarse un buen trago y reflexionar sobre los resultados de la actual elección en los estados oscilantes.Los datos, ni que decir tiene, son incompletos. Los sondeos a pie de urna más afamados, como Pew y Edison, difícilmente son infalibles en sus calas de opinión, y la última palabra sobre la participación electoral y su composición tendrá que esperar a los informes del Current Population Survey en los próximos uno o dos años. Sin embargo, lo que se sabe a escala de condados autoriza a hacer algunas observaciones pertinentes.

1. La participación se consideró inicialmente más baja que en 2012, pero las últimas informaciones indican el mismo porcentaje de votantes (cerca de un 58%), si bien con una cuota menor para los grandes partidos. Los partidos minoritarios, encabezados por los Libertarios, incrementaron su voto, pasando del 2 al 5 por ciento del total.

2. Con las salvedades de Iowa y Ohio, Trump no arrasó en los estados clave. Consiguió aproximadamente lo mismo que Romney, amalgamando menos votos en los barrios con más votos en las áreas rurales para lograr el mismo resultado global. Su margen combinado de victoria en Wisconsin, Michigan y Pensilvania fue milimétrico, apenas 107.000 votos.

3. La gran sorpresa de la elección no fue un gigantesco desplazamiento de voto blanco de clase obrera hacia Trump, sino más bien su éxito a la hora de retener los votos de Romney, incluso mejorando ligeramente los rendimientos de éste entre los evangélicos, para quienes las elecciones se veían como una última batalla. Así pues, el populismo económico y el nativismo se combinaron con, pero no desplazaron a, la agenda social conservadora tradicional.

4. El factor clave para arrastrar el voto Republicano fue el cínico pacto de Trump con los conservadores religiosos tras la derrota en las primarias de Cruz. Les ofreció manos libres para confeccionar la plataforma del partido en la Convención y luego hizo equipo con uno de sus héroes populares, Pence, de Indiana, un católico nominal que lleva una megaiglesia evangélica. Lo que estaba en juego para los partidarios del derecho a la vida, huelga decirlo, era el control de la Corte Suprema y una última ocasión para tumbar [la sentencia] Roe vs Wade. Eso podría explicar por qué Clinton, que, a diferencia de Obama, se permitió identificarse con los abortos en avanzado estado de gestación, quedó 8 puntos por debajo de él entre los latinos católicos.

5. La defección hacia Trump de los votantes de clase obrera blancos de Obama fue un factor decisivo sobre todo en los bordes lacustres de los condados industriales de Michigan, Ohio y Pensilvania –Monroe, Ashtabula, Lorain, ambos Eiries, etc.—, que están experimentando una nueva ola de fugas de empleo hacia México y el Sur de los EEUU. Esta región es el epicentro más visible de la revuelta contra la globalización.

En otras áreas deprimidas –los condados carboneros del sureste de Ohio, el otrora cinturón de la antracita en el este de Pensilvania, el Valle Kanawha de la Virginia occidental, el piamonte textil y las villas de manufactura mobiliaria de las Carolinas y los Apalaches en general—, el realineamiento pro-Republicano de los trabajadores manuales en la política presidencial (pero no siempre en la política a escala local y estatal) era ya el status quo. Los medios de comunicación han tendido a confundir estos viejos y nuevos estratos de “Demócratas perdidos”, magnificando así el logro de Trump.

6. Yo he sido incapaz de encontrar datos fiables sobre la participación de blancos no universitarios en los estados clave o a escala nacional. De acuerdo con la narrativa dominante, Trump movilizó simultáneamente a abstencionistas y votantes Demócratas reconvertidos, pero las variables son independientes y sus pesos no están claros en estados como Wisconsin o Virginia (que Clinton retuvo por estrecho margen), en donde otros factores, como la abstención negra y la dimensión del hiato de género, fueron probablemente más importantes.

7. Una cohorte crucial de mujeres blancas Republicanas con instrucción universitaria parecen haberse inclinado por Trump en la última semana de campaña, luego de haber oscilado en anteriores sondeos. Eso ha sido atribuido por varios comentadores, incluida Clinton, a la intervención por sorpresa de[l jefe del FBI] Comey  y a la revitalización de las sospechas sobre la honradez de Clinton. La desaprobación del comportamiento de violador de Trump, además, fue contrabalanceada por la antipatía causada por Bill Clinton, Anthony Weiner y Alan Grayson (el acosador de mujeres que fue el oponente Demócrata de Rubio en Florida). Resultado: Clinton logró sólo ganancias modestas, a veces, ninguna, en los barrios rojos cruciales de Milwaukee, Filadelfia y Pittsburgh.

8. Un quinto de los votantes de Trump –aproximadamente 12 millones— manifestaron una actitud desfavorable hacia él. No puede sorprender que los sondeos erraran tanto. “No hay precedentes”, escribía el Washington Post, “de un candidato que gane la Presidencia con menos votantes que ven de manera favorable al futuro Presidente, o a su venidera administración, que el perdedor.”

Muchos de esos que han votado con una pinza en la nariz podrían ser evangélicos que votaron por la plataforma programática, no por el hombre, pero otros deseaban el cambio en Washington a cualquier precio, aun si significara poner un coche bomba en el Despacho Oval.

9. Hasta el Cato Institute parece creer que la elección la ha perdido Clinton, no la ha ganado Trump. Clinton quedó lejos de los resultados de Obama en 2012 en condados clave del Medio Oeste y de Florida. A pesar de sus denodados esfuerzos de última hora, el presidente no logró comunicar su popularidad (más alta que la de Reagan en 1988) a su vieja adversaria. Y lo mismo vale para Sanders.

Aun cuando sus datos son discutibles y tal vez hayan sido mal interpretados por David Atkins en el American Prospect, los sondeos a pie de urna realizados por Edison para el New York Times sugieren que Trump logró sólo unas mejoras ínfimas entre los blancos, tal vez de un 1%, pero “consiguió sus resultados óptimos entre los negros (7 puntos más), entre los latinos (8 puntos más) y entre los asiático-americanos (11 puntos más).

10. Tanto si eso termina confirmándose como si no, sólo la baja participación negra en Milwaukee, Detroit y Filadelfia explicaría ya la derrota de Clinton en el Medio Oeste. En el sur de Florida, un esfuerzo masivo consiguió mejorar el voto Demócrata, pero eso se vio mitigado por la reducida participación (por mucho, de votante negro) en las áreas de Tallahassee, Gainesville y Tampa.

11. Para ser justos, no toda esta reducida participación negra fue un boicot a Clinton. La supresión del voto jugó desde luego un papel importante, aun cuando no convenientemente medido. “Algunos estados”, dice un estudio, “tienen emplazamientos de sufragio cerrados a una escala masiva. En Arizona, casi todos los condados redujeron los centros de votación. En Lousiana, el 61% de parroquias redujo los centros de votación. En nuestra limitada muestra de los condados de Alabama, hubo un 67% de centros de votación cerrados. En Texas, el 53% de los condados de nuestra limitada muestra redujo los centros de votación”. Hay pruebas también de que la discriminación de votantes con requisitos de identificación –la joya de la Corona de la contrarrevolución de Scott Walker— redujo significativamente el voto en los distritos de bajos ingresos de Milkwaukee.

12. Una explicación alternativa de los bajos rendimientos de Clinton en Wisconsin y Michigan es la alienación de los votantes milenials de Sanders: en ambos estados, el total de Jill Stein fue mayor que el margen de la derrota de Clinton. El voto Verde fue también significativo en Pensilvania y Florida  (49,000 y 64,000 respectivamente). Pero Gary Johnson, que ganó 4.151.000 votos a escala nacional, a pesar de su ignorante desorientación en política internacional, probablemente dañó mucho más a Trump que a Clinton.

13. Desde la insurgencia en 2004 de Howard Dean, los Demócratas progresistas han bregado cuesta arriba contra los funcionarios del Partido a favor de una estrategia completa en 50 estados que invierta en la construcción de base social en distritos rojos que, de otro modo, sucumben a la manipulación. El fracaso sistemático del Comité Nacional Demócrata, por ejemplo, para comprometerse a fondo con los Demócratas de Texas –un estado que ahora es minoría mayoritaria— viene siendo desde hace mucho tiempo un escándalo público.

14. La campaña de Clinton, larga de fondos y obviamente corta de cerebros, tuvo un diseño desastroso. No visitó, por ejemplo, Wisconsin luego de la Convención, a pesar de andar advertida de que los ardidos seguidores de Scott Walker se habían alistado al completo en las filas de Trump.

Análogamente, Clinton desdeñó el consejo del Secretario de Agricultura Tom Visack para que constituyera un “consejo rural” como el que tan bien había servido a Obama en sus primarias del Medio Oeste y en las campañas presidenciales. En 2012, Obama consiguió añadir un 46% del voto de las pequeñas ciudades a su mayoría urbana en Michigan y el 41% en Wisconsin. Los desoladores resultados de Clinton fueron, respectivamente, del 38% y del 34%.

14. Irónicamente, puede que Trump se haya visto favorecido por el magro respaldo que le prestaron los [hermanos multimillonarios] Kochs y otros megadonantes conservadores, que cambiaron sus prioridades e invirtieron en afianzar las mayorías Republicanas en el Congreso. La carta de Comey al Congreso fue el equivalente de 500 millones de dólares de publicidad anti-Clinton, mientras que los Republicanos que competían por plazas menores locales recibieron un inesperado salvavidas financiero.

15. Mi énfasis en el carácter contingente y frágil de la coalición de Trump, sin embargo, necesita acompañarse de una alerta sobre los contenidos tóxicos de sus políticas. Como he sostenido en otra sitio, Trump es menos bala perdida y oportunista de lo que suele decirse. Su campaña pulsó sistemáticamente todas las teclas del nacionalismo blanco alt-right, cuyos padrinos son Pat Buchanan y el Goebbels en potencia de Stephen Bannon.

Trump –así nos consuela el Presidente Obama— es “no-ideológico”. De acuerdo, pero Buchanan-Bannon tienen toneladas de ideología, y esa ideología es el fascismo. (Para quienes creen que eso es una exageración y que el fascismo es passé, por favor vayan a la página web de Buchanan y echen un vistazo a sus columnas más populares. Una culpa a Polonia del estallido de la II Guerra Mundial, y otra sostiene, en substancia, que los negros deberían pagar reparaciones a los blancos.)

16. David Axelrod sostiene que a los Republicanos les ha bastado una semana para “atar de pies y manos” a Trump, y Robert Kuttner se muestra de acuerdo. Tal vez.

Ciertamente, Trump buscará honrar su compromiso con los cristianos y darles la Corte Suprema: un objetivo que Mitch McConnell podría facilitar con su “opción nuclear” en el Senado. Análogamente, Peabody, Arch y las otras compañías carboneras conseguirán nuevos permisos para destruir la Tierra, los inmigrantes serán sacrificados a los leones y Pensilvania será bendecida con una ley del derecho a trabajar. Y, huelga decirlo, bajadas de impuestos.

Pero en seguridad social, medicare, gasto en infraestructuras financiado con déficit, aranceles, tecnología, etc., es casi imposible imaginar un matrimonio perfecto entre Trump y los Republicanos institucionales que no deje huérfanos a sus seguidores de clase trabajadora. La banca hipotecaria todavía domina el universo.

17. Por lo tanto, no resulta difícil imaginar un escenario futuro en el que la extrema derecha termine dividiéndose o sea expulsada de la administración y se mueva rápido para consolidar una tercera fuerza política en torno a la base ampliada que ha ganado merced a la demagogia de Trump. Otra posibilidad: que las incendiarias políticas de Trump en materia de comercio y sus contradictorias políticas interiores suman al país en una nueva depresión, y Silicon Valley salga finalmente a la palestra para salvar al centroizquierda del Partido Demócrata.

Pero cualquiera que sea la hipótesis, tendrá que tomar en cuenta la real revolución operada en la política norteamericana que es la campaña de Sanders. La movilidad, o descendente o bloqueada, de los estudiantes graduados y licenciados, especialmente los procedentes de la clase obrera y de la población inmigrante, es la mayor realidad social emergente, no la larga agonía del Rustbelt. Digo esto sin desconocer que el impulso que ha ofrecido al nacionalismo económico la pérdida de 5 millones de puestos de trabajo industriales a lo largo de la última década, más de la mitad de los cuales en el Sur.

Pero el trumpismo, evolucione comoquiera, no puede unificar el malestar económico de los milenials con el los viejos trabajadores blancos, mientras que Sanders mostró que el núcleo del descontento puede llegar a cobijarse bajo el paraguas de un “socialismo democrático” que reavive las esperanzas que el New Deal depositó en una Carta Económica de los Derechos. Con el establishment Demócrata en provisional desbandada, la oportunidad real de un cambio político transformador (un “realineamiento crítico”, en un léxico ahora arcaico) pertenece a Sanders y a Warren. Démonos prisa.

Traducción para www.sinpermiso.info: Antoni Domènech

profesor del Departamento de Pensamiento Creativo en la Universidad de California, Riverside, es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. Traducidos recientemente al castellano: su libro sobre la amenaza de la gripe aviar (El monstruo llama a nuestra puerta, trad. María Julia Bertomeu, Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 2006), su libro sobre las Ciudades muertas (trad. Dina Khorasane, Marta Malo de Molina, Tatiana de la O y Mónica Cifuentes Zaro, Editorial Traficantes de sueños, Madrid, 2007) y su libro Los holocaustos de la era victoriana tardía (trad. Aitana Guia i Conca e Ivano Stocco, Ed. Universitat de València, Valencia, 2007). Sus libros más recientes son: In Praise of Barbarians: Essays against Empire (Haymarket Books, 2008) y Buda’s Wagon: A Brief History of the Car Bomb (Verso, 2007; traducción castellana de Jordi Mundó en la editorial El Viejo Topo, Barcelona, 2009).
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/trump-no-es-una-revolucion-todavia 
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