UNA HISTORIA DE MACHOS
a dios rogando y con la constitución rolando…
Hugo Palacios (el búho) Lalineadefuego <www.lalineadefuego.info>
Había una vez un señor con verbo a flor de piel; aunque su verbo era elocuente no siempre argumentaba con sensatez. Había una vez un señor que durante muchas noches soñó que era mujer. Este mismo señor, en este mismo sueño, que se volvió recurrente, se veía de 14 años, luchando en las calles de algún barrio popular, estudiando como podía, alimentándose como no debía, soportando las peleas cotidianas de su madre con su nueva pareja, viendo impotente cómo este señor la golpeaba cada que llegaba tomado. Cada insulto, cada puñete, cada puntapié eran un porrazo en el alma de la muchacha. Sólo lloraba, corría a su cama y se tapaba los oídos durante largos minutos, hasta que sólo escuchaba los sollozos lejanos de su madre.
En ese instante, el señor con verbo a flor de piel, despertaba espantado, repitiéndose que esto era sólo un sueño, que él nunca pasó por eso, que estas cosas no pasan en el país. Que habría que estar loco para semejante realidad. Transpiraba como condenado cada que se despertaba del sueño y topaba sus partes, a ver si seguía siendo el hombre que realmente decía ser. Y sí, era él; el mismo señor con verbo a flor de piel que tenía que vestirse y perfumarse, pues su trabajo era de suma importancia para los destinos de la patria. Tenía un alto cargo de elección popular, un ejemplo debía ser para todos los que lo veían por la televisión, defendiendo la vida y los altos cielos, y los derechos de los que nacen y de los que están por nacer, porque así es la vida, así es Dios, así es la moral, así es el fútbol, así son los votos…
Ya para acostarse rezaba con la dignidad que su alto cargo le otorgaba, pidiendo no soñar más con esas imágenes violentas, rogaba que para ser una prueba ya era suficiente, que su sabia legislación y la Constitución le confería el derecho a tener un sueño tranquilo. Y se dormía. Y nuevamente esa chica de catorce años se le encarnaba y volvía a ser testigo de la triste realidad que despierto negaba. Pero esa noche la pesadilla rebasó todo límite. Ella estaba sola en su casa, de pronto su padrastro llega embrutecido por el alcohol y con toda la carga que su vida miserable le impuso, se avalanzó contra ella, que era él, y la violó sin contemplaciones y la amenazó con matarla si hablaba. Despertó sobresaltado, con un nudo en la garganta y revolviéndose adolorido, como si en realidad hubiera pasado.
Nuevamente se arreglaba para ir a su sagrado trabajo, donde hoy tenían que aprobar una ley para despenalizar el aborto en mujeres que hayan sido víctimas de violación. Mientras viajaba en su auto recordaba la pesadilla y se repetía: “no, esas cosas son imposibles de creer, ante todo está la vida del feto, y yo como hombre, porque lo soy, responsable, votaré para que esas pobres mujeres no cometan la estupidez de matar una vida; no es culpa del feto, tal vez ellas provocaron la situación”.
Por la noche, mientras festejaba interiormente por su voto salvador de vidas, el sueño lo venció y se quedó dormido en el sillón en donde el noticiero se llenaba de festejos por la ley y sobre todo, se llenaba de publicidad. Despertó abruptamente, pues sentía una inmensa mano apretando su cuello. Sólo era sueño, gracias a Dios. Se paró frente al espejo y no lo podía creer: era ella, con signos de haber sido maltratada por siglos y con una barriga de seis meses. Y él, que ahora era más ella, se quedó arrodillada frente a su imagen, y mientras golpeaba con su puño el espejo no sabía si quedarse con el sueño o la realidad.