28 abril 2015
Proclamar cariño hacia los ancianos es tarea relativamente sencilla. Basta con darles un trato condescendiente, besos en la mejilla, cederles el asiento, ponerlos en sitio visible en los actos políticos y sociales. Hacerlo así calma conciencias y puede hasta dar réditos políticos.
Otra cosa es valorarlos y mostrarles respeto. Inclinarse sinceros y reverentes ante trayectorias de vida ricas en esfuerzo y realizaciones, que no por pasadas dejan de ser importantes. Aprovechar el aporte que la sabiduría cosechada en años de trabajo y lucha puede ofrecer hasta el último día de la vida. Disfrutar su presencia.
Cuando los jóvenes no valorar a sus mayores, los ponen al nivel de una naranja de la que se exprime hasta la última gota de su dulzura y luego, se lanza al tacho de la basura.
Quienes han trabajado por décadas y por décadas han velado por los que vienen después, merecen vivir su postrera adultez contando con el cariño de los suyos, pero también con su valoración y respeto. Gozando de los réditos de su trabajo, pulcramente administrados por un sistema de jubilación concebido y sostenido para garantizar su bienestar y dignidad.
La nación, la gran familia que nos cobija, no puede ser ingrata e inconsecuente con sus padres y abuelos. El estado, la cabeza que debe pensar en todos y todas, no puede, no debe, ver a los fondos de jubilación como una bolsa de dinero para meterle mano a fin de satisfacer apetitos o necesidades inmediatas. Deshacer el compromiso de aportar a dicho fondo un porcentaje fijo y establecido por ley, para reemplazarlo con la ambigüedad de una garantía a ser cumplida a discrecionalidad del gobernante de turno, no solo que es una medida regresiva y por tanto inconstitucional sino que es éticamente insostenible. Tampoco lo es limitar el monto de las pensiones de quienes por largos años aportaron bastante de sus ingresos para obtener una pensión que les garantice una vejez sin estrecheces.
Peor es, sin embargo, pretenden justificar esas decisiones con el discurso de la modernización, del progreso, del desarrollo o del interés de las mayorías. Eso es ya faltarles el respeto a los adultos mayores. Es tan irrespetuosos como cuando en su momento se hizo dar paso a un costado a todos aquellos médicos, maestros y otros profesionales, ancianos y expertos, sin otra razón que su edad, para ceder sus puestos de trabajo a jóvenes. Entonces no se entendió la potente combinación de juventud y experiencia para el recambio generacional. Más fácil resultó desechar a los viejos. Ahora esos jubilados miran con desconfianza la sostenibilidad de su sobrevivencia bajo nuevas reglas de juego en cuya discusión a nadie siquiera le interesó su parecer.
Quienes hoy deciden de esa manera seguramente piensan que no envejecerán nunca. ¿Cómo podrán dormir por las noches? No lo sé. ¿Cómo podemos dormir los que presenciamos tal infamia? Solo en la confianza en que estamos haciendo algo por remediarla.
[1] Abogado y profesor universitario. Coordinador del Centro de Derechos Humanos de la PUCE