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martes, noviembre 5, 2024

Adiós general: Chile termina con la Constitución de Pinochet

La Línea de FuegoPor Claudio Pizarro y Sergio Jara / Tomado de El Desconcierto

Fueron cuatro décadas y en ellas pasaron muchas cosas. El fin de la Constitución de 1980 marca un hito en varios aspectos: cierra la transición pactada de un modelo administrado por la clase política y abre un nuevo período en la historia con un fuerte componente ciudadano. Un hecho inédito en nuestra vida republicana, que desató celebraciones en todo Chile.

Fueron cuatro décadas que comenzaron con un plebiscito hecho a la medida, el 11 de septiembre de 1980, sin padrón electoral, libertad de prensa y acceso al conteo de votos. La carta fundamental escrita entre cuatro paredes, atribuida al ideólogo del régimen y fundador de la Unión Demócrata Independiente (UDI), Jaime Guzmán, no sólo sentó las bases de un modelo centrado en el mercado y la propiedad privada, sino que prolongó la presencia del dictador por otros nueve años más.

Fue el mismo fundador de la UDI quien reveló que el espíritu de la Constitución era una suerte de camisa de fuerza para que, en caso de que llegasen “a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría”, explicó con convicción maquiavélica sobre uno de los pilares del modelo: el sistema binominal.

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No sólo eso. La arquitectura del régimen, a través de la carta fundamental, abría las puertas al modelo neoliberal y creaba diversos mecanismos para limitar el accionar político, como los quórum de reforma a la Constitución, el Tribunal Constitucional y las Leyes Orgánicas Constitucionales, que se transformaron en verdaderos cerrojos para impedir el sano desenvolvimiento democrático, impidiendo modificaciones en temas claves como las fuerzas armadas, concesiones mineras, reformas al Banco Central o en materia de educación.

La Constitución, ni antes ni hoy, pese a sus innumerables reformas, ha considerado tópicos que en la actualidad parecen ineludibles, como el derecho al agua, siendo nuestro país el único en el mundo donde está privatizada. O el reconocimiento de los pueblos originarios que, en rigor, ni siquiera son mencionados en nuestra carta fundamental. Ni tampoco el mundo de las diversidades sexuales que carecen de representación en sus derechos, sólo por nombrar algunas temáticas que han sido invisibilizados durante décadas, y que con la nueva Constitución pretenden tener un espacio de expresión y reconocimiento.

La Constitución, en rigor, fue un escollo que se prolongó más allá del régimen militar y amplió sus tentáculos con el retorno de la democracia. Las denominadas leyes de amarre fueron las últimas hebras de una camisa de fuerza que, luego del triunfo del NO en el año 1988, permitieron obstruir el libre ejercicio de la democracia.

Fue así como los gobiernos de la denominada “transición” se transformaron en administradores de un modelo heredado, previamente pactado con ellos mismos, garantizando perpetuar ciertos enclaves autoritarios, como la inclusión de senadores designados y vitalicios, la habilitación de tribunales militares, la inamovilidad de los comandantes en jefe de las fuerzas armadas y el otorgamiento a estas últimas del 10 por ciento de las ventas totales del cobre, entre otras regalías y cortapisas.

Pero lo más controversial de esta democracia pactada fue la vigencia de una ley de amnistía que impedía alcanzar justicia y verdad, transformando cualquier intento, tal como lo dijo el presidente Patricio Aylwin, en una lucha por una “justicia en la medida de lo posible”.

De ahí en más, la transición fue desnudando todas las precariedades del modelo: un deficiente sistema de salud, niveles crecientes de endeudamiento, pensiones que no daban abasto y un sistema de educación basado en el lucro. Las advertencias no fueron pocas. Los informes del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) repetían cada año que las desigualdades traerían conflictividad social, y los movimientos sociales venían manifestando el descontento cada cierto tiempo.

Pero no lo vieron venir, pese a las cifras desoladoras de un país paradigmático. Ninguna nación creció como lo hizo Chile en el vecindario, ostentando, a su vez, una brecha tan abismal entre ricos y pobres. Porque aquí, el 1 por ciento de la población ostenta el 26,5 por ciento de la riqueza, mientras el 50 por ciento de los trabajadores gana menos de 380 mil pesos (menos de 500 dólares). Tenemos los medicamentos más caros de Latinoamérica, el porcentaje más alto de ricos de la región y el 94 por ciento de las mujeres en nuestro país se jubila con la mitad del sueldo mínimo.

El estallido social finalmente llegó, sin previo aviso, desnudando al jaguar. “No fueron 30 pesos, sino 30 años”, fue el lema de las movilizaciones. Plaza Italia pasó a llamarse Plaza Dignidad, y la efervescencia terminó por convencer a la clase política de que la única salida viable era un plebiscito constitucional. La presión social fue sostenida y la respuesta policial también. Hubo muertos y miles de heridos. El mismo lugar donde empezó todo, hoy fue el escenario de una celebración histórica.

Un triunfo abrumador

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Desde temprano, el ambiente en el país se veía proclive a un abultado triunfo del Apruebo. Los conteos de votos en el extranjero aparecieron a primera hora en redes sociales y mostraban resultados sobre el 90 por ciento. En Chile, Piñera votaba a las 8:40 de la mañana en un colegio del sector oriente, evitando funas y protestas en su contra. Largas filas en distintos locales de votación y muchos jóvenes completaban el cuadro. El Apruebo caminaba hacia un triunfo abrumador.

Los primeros conteos oficiales comenzaron a aparecer cerca de las 21 horas y ratificaron lo que desde temprano se respiraba en el aire: el Apruebo se imponía con cerca del 80 por ciento en todo el país, tocando casi el 90 por ciento en comunas de ingresos medios o bajos. Solo en el sector oriente de la capital había una tendencia al Rechazo. Antes, desde las 18 horas, un grupo de personas comenzaba a tomar la Plaza de la Dignidad y se registraban los primeros enfrentamientos con Carabineros.

No durarían mucho. Rápidamente, columnas de personas que caminaban desde Vicuña Mackenna, la Alameda y el Parque Forestal, desbordarían el lugar y provocarían el retiro de las fuerzas policiales. Todo podía verse en vivo y directo desde un celular en cualquier parte del mundo por Galería Cima, como se hizo costumbre desde el 18 de octubre.

A las 22:25 horas, con el 76,5 por ciento de las mesas escrutadas y las principales ciudades del país con sus avenidas y plazas repletas de chilenos y chilenas celebrando, el Apruebo se consolidaba con un 78,1 por ciento a nivel nacional y el Rechazo se quedaba en 28,1 por ciento. En la previa, Piñera se había dirigido al país en un tono que, para analistas y políticos, parecía querer apropiarse del triunfo.

“La inmensa mayoría de los chilenos queremos cambiar, reformar la Constitución”, dijo el Presidente, quien hace solo un año declaraba que estábamos en guerra y no tenía entre sus planes cambiar la Constitución que instauró Pinochet. Piñera no aparecería de nuevo ante las cámaras ni en ninguna celebración pública la noche que el Apruebo abrumó.

Pueblo soberano

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El resultado del Plebiscito 2020 encerró a la derecha en su peor derrota en años, y sembró dudas sobre el camino que tomará ahora. En la oposición, en cambio, las reacciones fueron de alegría, aunque dejando en claro que el triunfo les pertenece a todos esos ciudadanos y ciudadanas que la noche del 25 de octubre celebraron en las calles y en sus casas.

“Se va llenando Plaza Dignidad -dijo por sus redes sociales la diputada del Partido Comunista (PC), Camila Vallejo-. Celebremos con alegría y tranquilidad este triunfo aplastante. Estamos venciendo y está siendo hermoso”.

“Hoy celebramos un gran triunfo del pueblo soberano, el pueblo habló claro, quiso apruebo y convención constitucional. Quiso dejar atrás la Constitución de Pinochet, de la dictadura y abrir un nuevo ciclo histórico y democrático para nuestro país”, complementó el senador frenteamplista Juan Ignacio Latorre. “Se requiere unidad, unidad social y política, grandes alianzas para las transformaciones que vienen para el Chile del futuro”, agregó.

En tanto, Carlos Maldonado, del Partido Radical, destacó que “hoy ha ganado Chile, las fuerzas democráticas que se expresaron en las calles de nuestro país desde octubre. Hoy Chile ha tomado su futuro en las manos. Recuperamos la soberanía de cada hijo e hija de esta tierra”.

Fuad Chahín, de la Democracia Cristiana, agregó que “es un día que nos llena de emoción. Hace exactamente un año tuvimos la marcha más grande de nuestro país, dónde la ciudadanía nos dio una potente señal. Hoy día, un año después, nuevamente el pueblo nos da no solo un mensaje, sino un mandato. Los jóvenes, cuando hay grandes causas, se movilizan. Nosotros, los dirigentes políticos, no podemos negar este mandato. Es un momento de celebración, pero también de compromiso, tenemos que responder a nuestros compatriotas”.

Desde el Partido por la Democracia (PPD), Heraldo Muñoz hizo un llamado similar: “Este es el primer día del futuro, hemos tenido una victoria que no es de los que están acá, es del pueblo movilizado, que ha constituido con dolor y rabia un triunfo repleto de esperanza. Eso es lo que la ciudadanía ha dicho. Es un mensaje que tenemos que recibir con humildad, porque no supimos desafiar al poder. Ahora hay una nueva oportunidad para recuperar la confianza (…) tenemos que enfrentar la Convención Constitucional unidos, es un desafío al que nos tenemos que comprometer desde mañana”.

“Hoy ha ganado Chile, las fuerzas democráticas que se expresaron en las calles de nuestro país desde octubre. Hoy Chile ha tomado su futuro en las manos. Recuperamos la soberanía de cada hijo e hija de esta tierra”.

–Carlos Maldonado, Partido Radical

La Línea de FuegoFotografía: Agencia Uno

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