BIENVENIDOS AL MANICOMIO
Chris Hedges <www.Truthdig.com>
Traducido por Silvia Arana
Cuando las civilizaciones comienzan a extinguirse pierden la cordura. Que los glaciares se derritan en el Ártico. Que suba la temperatura. Que el aire, el suelo y el agua se contaminen. Que desaparezcan los bosques. Que los mares se queden sin vida. Que las guerras inútiles se desencadenen una tras otra. Que las masas se hundan en la pobreza más extrema y en la carencia de trabajo mientras que las élites se emborrachan de hedonismo acumulando vastas fortunas mediante la explotación, la especulación, el fraude y el saqueo. Al final, la realidad queda al descubierto. Vivimos en una época donde las noticias consisten en el embarazo de Snooki, el video sexual de Hulk Hogan y la negativa de Kim Kardashian de que ella es la mujer desnuda cocinando huevos en una foto que circula por internet. Los políticos, incluyendo el presidente, aparecen en los shows televisivos nocturnos haciendo chistes y basan sus campañas electorales en temas como la creación de una colonia en la Luna. “En los momentos donde se pasa a la página siguiente, cuando la Historia reúne a todos los locos, ¡se abre el Salón Épico del Baile! ¡Sombreros y cabezas giran en el torbellino! ¡Calzones por la borda!”, escribió Louis-Ferdinand Celine en De castillo a castillo.
El afán de la élite en bancarrota por acumular más y más riqueza en el ocaso del imperio, como señaló Karl Marx, es la versión de la sociedad modera del fetichismo primitivo. Este afán, a medida que hay menos y menos recursos para explotar, conduce a una represión creciente, a un mayor sufrimiento humano, a un colapso de la infraestructura y finalmente, a la muerte colectiva. Son los que niegan la realidad, aquellos de Wall Street o de la élite política, aquellos que nos entretienen e informan, aquellos que carecen de la capacidad de cuestionar los excesos los que garantizarán nuestra auto-destrucción. La Organización Mundial de la Salud calcula que en Estados Unidos una de cuatro personas sufre de ansiedad crónica, trastornos emocionales o depresión -lo cual me parece que es una reacción normal a la marcha hacia el suicidio colectivo. Bienvenidos al manicomio.
Cuando los elementos más básicos de sostén de la vida son meras mercancías, la vida deja de tener un valor intrínseco. La extinción de las sociedades “primitivas”, aquellas que se caracterizaban por el animismo y el misticismo, que valoraban la ambigüedad y el misterio, que respetaban el rol central de la imaginación humana, eliminó el único contrapeso ideológico a la ideología capitalista auto-destructiva. Los que mantienen las creencias premodernas, como los pueblos originarios de América, cuyas vidas están estructuradas alrededor de la comunidad y el auto sacrificio -y no en la acumulación y explotación salarial- no pueden ser abarcados dentro de la ética de la explotación capitalista, del culto al individuo y de la ambición de expansión imperial. Lo prosaico se enfrentó contra lo alegórico. Y mientras nos precipitamos al colapso del ecosistema planetario debemos recuperar esa visión antigua de la vida si queremos sobrevivir.
La guerra contra los pueblos originarios de América, como las guerras coloniales alrededor del mundo, fueron libradas para erradicar no solo a la gente sino también a una ética diferente. Las viejas formas de la comunidad humana eran antiéticas y hostiles al capitalismo, a la primacía del estado tecnológico y a las demandas del imperio. Esta lucha entre los sistemas de pensamiento no pasaron desapercibidas para Marx. Los Cuadernos Etnográficos de Karl Marx consisten en una serie de observaciones derivadas de lecturas sobre historia y antropología. Marx tomó apuntes sobre las tradiciones, prácticas, estructura social, sistemas económicos y creencias de numerosas culturas indígenas a las que se quería destruir. Marx no solo observó detalles arcanos sobre la formación de las sociedades de los indígenas americanos sino que también señaló que “las tierras eran propiedad común de las tribus, mientras que las casas colectivas pertenecían al conjunto de sus habitantes”. Escribió que los aztecas poseían “propiedad comunal de las tierras; la vida se desarrollaba en casas ampliadas compuestas de varias familias relacionadas”. Continuó: “… hay razones para creer que practicaban el comunismo en la vida doméstica”. Los indígenas americanos, especialmente los iroqueses, proporcionaron el modelo de gobierno para la unión de las colonias de América del Norte, y también fueron esenciales en la visión del comunismo de Marx y Engel.
Marx, a pesar de depositar una fe ingenua en el poder del estado para crear la utopía de los trabajadores y de subestimar la importancia de las fuerzas sociales y culturales fuera de las económicas, tuvo una aguda conciencia de que algo esencial para la dignidad e independencia humana se había perdido con la destrucción de las sociedades premodernas. El Concejo Iroqués de los Gens, en el que los indígenas se reunían para ser escuchados como lo habían hecho los antiguos atenienses, era como lo señaló Marx, una “asamblea democrática donde todos los participantes hombres y mujeres tenían una opinión frente a todos los temas que se trataban allí”. Marx valoró la participación activa de las mujeres en los asuntos tribales, diciendo: “Las mujeres tenían permitido expresar sus deseos y opiniones a través de un orador escogido por ellas. Una decisión autorizada por el Concejo. La unanimidad era un ley fundamental de acción entre los iroqueses”. Las mujeres europeas de la época carecían de un poder equivalente tanto en el continente como en las colonias.
La reconstrucción de esta antigua visión de la comunidad, basada en la cooperación y no en la explotación, tendrá un valor tan crucial para nuestra supervivencia como lo tendrá un cambio de nuestros patrones de consumo, cultivar productos locales y acabar con la dependencia de los combustibles fósiles. Las sociedades premodernas de Sitting Bull y Crazy Horse -aunque no fueron idílicas y realizaron actos crueles incluyendo mutilación, tortura y ejecución de cautivos- no subordinaron lo sagrado a lo técnico. Los dioses que veneraban no eran entidades separadas de la naturaleza.
La filosofía europea del siglo XVII y la Ilustración exaltaban la separación de los seres humanos y el mundo natural, una creencia también impulsada por la Biblia. Para la sociedad industrial de la Ilustración, el mundo natural y las culturas premodernas que vivían en armonía con él solo valían para ser explotados. Descartes, por ejemplo, sostuvo que el deber de la humanidad era la completa explotación de la materia para cualquier uso. En el lenguaje religioso de los puritanos, la naturaleza virgen era considerada satánica. Debía ser evangelizada y sometida. La implantación del orden técnico dio como resultado, sostiene Richard Slotkin en La regeneración mediante la violencia, la primacía “del industrial arribista del oeste, del especulador, del banquero sin solvencia”. Señala Slotkin que David Crockett y luego, George Armstrong Custer fueron los “héroes nacionales al definir aspiraciones nacionales en términos de cuántos osos mataron, de cuántas tierras se apropiaron, de cuántos árboles talaron, de cuántos indígenas y mexicanos dejaron muertos en el polvo”.
El proyecto demente de la expansión capitalista sin fin, del consumo sin límites, de la explotación irracional y del crecimiento industrial está ahora en fase de implosión. Los estafadores corporativos son tan ciegos a las ramificaciones de su furia auto-destructiva como lo fueron Custer, los especuladores del oro y los magnates del ferrocarril. Se apropiaron de las tierras indígenas, mataron a sus habitantes, sacrificaron las manadas de búfalos y talaron los bosques. Sus herederos hacen guerras en el Medio Oriente, contaminan los mares y los sistemas acuíferos, arruinan el aire y el suelo y juegan a la ruleta con los recursos mientras que la mitad del planeta se hunde en la miseria más abyecta. El Libro de las revelaciones define este afán obtuso por las ganancias como cederle la autoridad a la “bestia”.
La combinación del avance tecnológico con el progreso humano conduce a la auto-veneración. La razón hace posible el cálculo, los avances científicos y tecnológicos de la civilización industrial, pero la razón no nos conecta con las fuerzas vitales. Una sociedad que pierde la capacidad de valorar lo sagrado, que carece del poder de la imaginación, que no puede sentir empatía, tendrá garantizada su propia destrucción. Los indígenas americanos comprendían que hay poderes y fuerzas que nunca podremos controlar y a las que debemos respetar. Sabían, como lo sabían los antiguos griegos, que la soberbia es la maldición fatal del género humano. Esta es una lección que probablemente tendremos que aprender por experiencia propia con el costo de un tremendo sufrimiento.
En La tempestad de William Shakespeare, el náufrago Próspero llega a una isla, de la que se convierte en amo y señor indiscutido. Esclaviza al “monstruo” primitivo Calibán. Usa las fuentes de poder mágico personificadas en el espíritu de Ariel, quien está hecho de fuego y aire. Las fuerzas desatadas en la naturaleza virgen de la isla, como lo percibió Shakespeare, podrían motivarnos al bien si tuviéramos la capacidad de auto-control y reverencia. Pero también podrían empujarnos hacia lo monstruoso dado que hay pocas restricciones para evitar el saqueo, la violación, el asesinato, la codicia y ambición de poder. Más tarde, Joseph Conrad, en su retrato de los puestos de avanzada del imperio, también expuso la misma intoxicación con la barbarie.
El antropólogo Lewis Henry Morgan, que en 1846 fuera “adoptado” por los sénecas, una de las tribus que conformaba la Confederación Iroquesa escribió en La sociedad antigua sobre la evolución social entre los indígenas americanos. Marx señaló aprobatoriamente en los Cuadernos Etnográficos la insistencia de Morgan en la importancia histórica y social de la “imaginación, esa gran facultad que tan significativamente ha contribuido a la elevación de la humanidad”. La imaginación, como el especialista en Shakespeare Harold C. Goddard lo señaló “no es el lenguaje de la naturaleza ni el lenguaje del hombre, sino ambos al mismo tiempo, el medio de comunión entre los dos… la imaginación es el discurso elemental en todos los sentidos, el primero y el último, del hombre primitivo y de los poetas”.
El estado corporativo va extinguiendo constantemente todo lo concerniente a la belleza y la verdad, lo compenetrado con esas fuerzas que tienen el poder de transformarnos. Arte. Educación. Literatura. Música. Teatro. Danza. Poesía. Filosofía. Religión. Periodismo. Ninguna de estas disciplinas es considerada lo suficientemente valiosa como para ser apoyada o subvencionada por el estado corporativo. Son condenadas como poco prácticas, incluso en nuestras universidades. Pero es solamente a través de lo poco práctico, que es el motor de nuestra imaginación, que podremos ser rescatados como especie. El mundo prosaico de los eventos noticiosos, la recolección de datos científicos, de hechos, las estadísticas del mercado de valores y el registro estéril de sucesos pasados como historia no nos permitirán comprender el discurso elemental de la imaginación. Nunca comprenderemos el misterio de la creación, ni el sentido de la existencia, si no recuperamos este antiguo lenguaje. La poesía le muestra al hombre su alma; dice Goddard “como un espejo le muestra su rostro” . Y es justamente nuestra alma lo que la cultura del imperialismo, de los negocios y de la tecnología quieren destruir.
Walter Benjamin sostuvo que el capitalismo no es solo una formación “condicionada por la religión” sino un “fenómeno esencialmente religioso”, aunque haya dejado de buscar la conexión de los seres humanos con las fuerzas vitales misteriosas. El capitalismo, como observaba Benjamin, hizo un llamado a las sociedades humanas a embarcarse en una búsqueda incesante y fútil de dinero y mercancías. Esta búsqueda, alertó Benjamin, perpetúa una cultura dominada por la culpa, un sentido de insatisfacción y autodesprecio. Esclaviza a sus seguidores a través del salario, la sumisión a la cultura mercantil y la servidumbre de la deuda. El sufrimiento ocasionado en los indígenas americanos, una vez que se completó la expansión hacia el oeste, fue luego infligido en otros, en Cuba, las Filipinas, Nicaragua, República Dominicana, Vietnam, Irak, Afganistán. En el capítulo final de este triste experimento en la historia de la humanidad nos tocará a nosotros ser sacrificados al igual que lo fueron aquellos en los márgenes del imperio. Hay cierta justicia en esto. Nos beneficiamos como nación de esta visión demente, permanecimos pasivos y silenciosos cuando debíamos haber denunciado los crímenes cometidos en nuestro nombre, y ahora que el juego se acabó, nos hundiremos todos juntos.