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jueves, noviembre 21, 2024

CONVIVENCIA VS LA PASIÓN DE LA SANCIÓN. por Jorge G. León Trujillo

 

No basta vivir junto a los demás, es menester construir sistemas de vivir con los demás, convivir. Se entiende que para algo positivo en el cual el otro no es un enemigo, sino precisamente un miembro de una comunidad en la cual podemos todos confiar e inclusive juntos mejorar nuestras vidas, empezando por vivir en paz, convivir debería así tener una connotación de una construcción de alegría y de seguridad conjunta. 

 Todas las sociedades buscan o tienen pautas de convivencia,  sin ella no es posible tejer relaciones sociales; sin embargo, en unas sociedades hay más convivencia que en otras y hay coyunturas en las cuales la convivencia se descompone y decae.  De hecho, la convivencia va junto con la búsqueda de cierto orden social que permite colaboración entre unos y otros para garantizar o sustentar la vida, así como la seguridad que es la indispensable condición de existencia. Sin paz no hay vida.

 Hay diversos modos de lograr cierto orden social. Hay pueblos que tienen autoridades y normas muy jerárquicas, con órdenes que se imponen y conllevan amenazas y sanciones visibles y eficaces. Sus habitantes necesitan la imposición o la presencia de la autoridad para comportarse. Otro sistema de orden se lo logra con normas morales o costumbres por las que las personas interiorizan el sentido de la amenaza ante lo indebido. Las personas han interiorizado un sentido de culpa que no necesariamente les lleva a vivir con alegría y en franco convivir. Pero es un orden que funciona. También hay otro orden social dado por la experiencia acumulada de vida  que lleva a crear acuerdos tácitos o compromisos de normas y prácticas de vida por ser estas útiles o convenientes o positivas para todos, pues evitan conflictos y contribuyen a resolver mejor las necesidades. Este sistema crea más confianza en el otro y en si mismo, el valor de sí justifica el valor del otro, favorece la colaboración, no es la sanción la prioritaria.

 En el norte de Sucumbíos, en la Amazonía ecuatoriana, los campesinos antes dejaban las puertas abiertas, pues decían que todos eran igual de pobres y si alguien necesitaba algo podía entrar a prestarle al vecino. Esta confianza era posible porque se consideraba la igualdad del otro y predominaba el sentido de la responsabilidad en que el otro devolvería el bien prestado, con transparencia.

Tras de este orden social, con un gran sentido de convivencia, en que uno estaba más a gusto consigo mismo y con los otros, se percibe la confianza en el otro y la reciprocidad que se concreta en iguales derechos y obligaciones de unos con otros. Yo te presto tu me prestas, te ayudo me ayudas, cuento contigo cuentas conmigo.  A menor confianza, en cambio, más muros físicos y mentales se construye uno para protegerse de los demás, y añora policías, sanciones, castigos  y manos duras.

Hace 10 años, siguiendo el buen ejemplo de otros países, Ecuador también optó por promover la “convivencia” como el modo corriente de vida en los establecimientos escolares con la esperanza que luego se difunda en una sociedad que veía más amenazada su seguridad. El Código de Convivencia debía promover un buen vivir, compañerismo, respeto, confianza, igualdad de trato, de derechos y responsabilidades mutuas, entre todos quienes hacían la institución educativa.

No era nada fácil crear un acuerdo para ello cuando se trata de cambiar una cultura de imposición y privilegios para unos y de sanciones para otros. Maestros y padres prefieren la salida fácil del orden de la sanción y la autoridad lograda, porque se impone. La razón era así la perdedora, la imposición busca obediencia, no explica el sentido de la norma o de lo que conviene; la comprensión con la razón, en cambio, favorece que uno vea su conveniencia y termine adhiriendo a ella. La pasión por la sanción ante todo lo anula. Ahora, ese Código que debía encarnar convivencia positiva para todos, tiende a ser el Código de la Sanción, del orden impuesto no del construido entre todos y para todos. El ministerio quiere que sea un reglamento, devaluando el sentido del Código y, siguiendo la visión de disciplinar la sociedad, se privilegia la lista de faltas y sanciones. Los entes escolares, los Central Técnico, en nombre de la convivencia tendrán mañana su propio Código sancionador interno, sin que ley alguna o juez sea necesario.

 La “disciplinarización” de la sociedad, el garcianismo moreno del siglo XXI, deshace así la convivencia para que reine el simple orden de la culpabilidad interna o del castigo ejemplarizador. Sin embargo, no es sólo el poder político que busca ahora este orden, son las cabezas de maestros y padres, que prefieren esta salida fácil y de buena consciencia, antes que el esfuerzo de construir otra cultura de paz, de confianza que necesariamente exige mas esfuerzo, paciencia y presencia al otro.

 Gana un orden con poca convivencia cimentado, no en la razón, sino en la amenaza o represión y en la fuerza de la autoridad. Hasta cuando esta no esté más ahí. Orden de hoy desorden de mañana, pierde la convivencia, todos perdemos.

 

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