Trabajo colaborativo entre La Línea de Fuego, Acapana, Radio Periférik y mutantia.ch
Entrevista con Alberto Acosta
La situación caótica que viven Ecuador y el mundo respecto al cononavirus (covid-19), para Alberto Acosta, puede dar paso a un repensar de muchos paradigmas que tenemos establecidos en el día a día, en lo que llamamos “normalidad”. Si bien las medidas adoptadas por el gobierno ecuatoriano, como pagar la deuda en lugar de destinar esos fondos a la emergencia sanitaria, dejan ver las costuras de un sistema social y económico que desde hace mucho ha estado a punto de romperse. Ahora esas costuras son más visibles, como ha sido costumbre, los menos favorecidos son los que tienen su existencia pendiendo de un hilo, sea por enfermedad o por hambre.
La crisis sanitaria pone en evidencia que la normalidad como la conocemos tendrá un destino trágico si no se hace algo al respecto, es ahí donde el problema se vuelve una oportunidad, en opinión de Acosta. ¿Cuál sería la oportunidad?
¿Cuál es la capacidad Estado para soportar crisis como ésta?
Alberto Acosta: En temas gruesos y generales, estamos viendo que el sistema de salud del Ecuador y de muchos otros países en el planeta no estaba preparado para una pandemia como ésta, eso es evidente. Además, ya desde el gobierno anterior, no sólo desde este gobierno, había un proceso que no fortaleció realmente al sistema de salud pública. En el gobierno de Correa, por ejemplo, se abrió la posibilidad de una cobertura universal, con lo cual estoy de acuerdo, pero no mejorando el sistema de salud pública, sino transfiriendo los pacientes, porque había el dinero, al sistema de salud privada. Y ahí tenemos un problema serio, que es el hecho de que ya desde tiempo atrás y cada vez más aceleradamente se fue fortaleciendo el proceso de comercializar la salud. La salud dejó de ser un derecho para transformarse en una mercancía. Ese es el meollo de todo este asunto. Y en este escenario, cuando aparece la emergencia del coronavirus, nos encontramos desguarnecidos en muchos países del planeta y en el Ecuador.
Esa es una primera constatación general, una segunda, a mi modo de ver, es el hecho de que todos los sistemas de salud pública en general, sean o no, en mayor o menor medida, mercantilizados, todos apuntan a la lógica curativa y no se ha hecho esfuerzos para mejorar la lógica preventiva. Esto es muy grave para el Ecuador, que tiene una Constitución que habla de plurinacionalidad, de buen vivir y de sumak kawsay, que propugna la recuperación de los saberes ancestrales para fortalecer el sistema de salud en el Ecuador. Entonces, estamos en un momento muy complejo, con un sistema de salud público que fue desarticulado ya desde el año 2009 en adelante y eso se ha fortalecido últimamente. Y a todo eso se suma las limitaciones financieras.
¿Estas limitaciones financieras indican que el gobierno ecuatoriano no tiene los recursos necesarios para hacer frente a la crisis?
Acosta: El gobierno ecuatoriano, acaba de reconocer la ministra que renunció recientemente, que no tiene los recursos financieros suficientes. Y el gobierno pagó 320 millones de dólares de los Bonos Global 2020, deuda externa contratada en condiciones muy onerosas por el gobierno de Correa. En realidad, para atender la deuda pública externa e interna, en un mes, a más de lo pagado hace pocos días, se requerirían unos 900 millones de dólares que bien harían falta para atender el tema de la salud.
¿Cómo acentúa este virus las desigualdades socioeconómicas? ¿Por qué aquellos con menor poder adquisitivo son más propensos no sólo de contagiarse, pero también de morir?
Acosta: Primero hay que tomar en cuenta el tema desde una perspectiva coyuntural. Es razonable y, en principio, estoy totalmente de acuerdo con las medidas que se van adoptando en Ecuador y en otros países del planeta, en donde asoma con mucha fuerza esto de la cuarentena. Quédate en casa, sí, pero la pregunta es: ¿quién puede quedarse en casa y sobrevivir? Lo difícil que es para muchas personas que incluso pueden tener ahorros o un ingreso asegurado, permanecer en cuarentena dentro de una casa que es pequeña o no es funcional.
¿Qué pasa de las personas sin hogar, los habitantes de los barrios populares y quienes no tienen un empleo formal?
Acosta: Ellos son otro grupo más desprotegido, los que viven en condiciones realmente infrahumanas, en los tugurios. Hasta el año 2016, según el Programa Nacional de Vivienda Social, la situación actual de la vivienda en Ecuador, el 45% de los 3,8 millones de hogares ecuatorianos habitan en viviendas inadecuadas. Los 1,37 millones de hogares con déficit cualitativo residen en viviendas cuya tenencia es insegura, construidas con materiales inadecuados, con carencia de servicios sanitarios básicos o con problemas de hacinamiento. Y esa situación no ha cambiado; es más con las tendencias recesivas desde el 2015 debe haberse agravado. Imaginémonos cuál es la realidad de cientos de miles de compatriotas que no tienen casa.
El grupo más desprotegido, los que viven en las calles y en los portales. Tengamos presente esa realidad. Y luego, ¿cuántas personas en el Ecuador tienen un ingreso estable? Sabemos que más del 60% de la población económicamente activa, alrededor de 5 millones de personas, no tienen un empleo adecuado. Eso quiere decir que la mayor cantidad de personas que están en ese grupo enorme de la población, viven del día a día. Son vendedores ambulantes, son albañiles, son sastres, son costureras, son chóferes, son personas que brindan atención en distintos ámbitos y servicios.
Por ejemplo, en algo muy sencillo, la gente que vive de servir los almuerzos en fondas pequeñas. Toda esa gente se queda este rato totalmente desprotegida. Entonces esto, por un lado, desnuda la realidad de la injusticia social, de la inequidad, de las desigualdades sociales, de una manera brutal, y por otro lado, esto va a conducir a un incremento de la pobreza. Bien anticipa ya la CEPAL—en estimaciones preliminaries—que el impacto del coronavirus podría provocar un incremento de 35 millones de pobres en América Latina, esto sin considerar el impacto de la grave recesión económica mundial en marcha desde antes del aparecimiento del coronavirus.
Los científicos señalan dos factores de riesgo, el uno es la edad y el otro son las condiciones pre-existentes. ¿Es posible hablar de un tercer factor, que sería el estado socioeconómico de los individuos?
Acosta: Sin lugar a dudas. Imaginémonos esos problemas de edad y esas condiciones preexistentes en estos grupos que acabamos de mencionar. Estos cientos de miles, millones de personas que viven en condiciones realmente complicadas. Yo creo que ese es un asunto que tiene que quedar absolutamente claro. Entonces, este rato hay que movilizar la mayor cantidad posible de recursos financieros a la salud. A pesar de que el sistema de salud puede tener muchas deficiencias, pero ese es el sistema que tenemos en la actualidad; no tenemos otro sistema.
Pero simultáneamente tendríamos que garantizar el tema de la alimentación, porque lo grave es que la gente a lo mejor no se va a morir de la enfermedad, pero va a terminar muriéndose de hambre. Y eso incluso ya ha provocado provocar algunos conatos reclamos de pequeños comerciantes en los mercados que reaccionan indignados, y eso puede generar mayores dificultades. Todo eso nos remite a la necesidad de tomar medidas no sólo de corto plazo, sino en el mediano y largo plazo. El mensaje para la sociedad y el mundo es sumamente claro, hay muchas amenazas y, por eso mismo, hay que reflexionar y tomar decisiones que nos permitan dar respuesta a la crisis actual, suspendiendo, por ejemplo, el pago de la deuda externa. La salud, la vida es primero, la deuda es después.
Y, simultáneamente, al tiempo que atendemos temas como la soberanía en temas de salud, en temas alimentarios, hay que abordar incluso la soberanía en temas energéticos y económicos. Precisamos un golpe de timón para no volver a la normalidad. La normalidad es el problema, de ahí surge el problema.
Respecto a esta normalidad, se trata de un círculo vicioso, porque las personas empobrecidas tienden a desarrollar condiciones de salud crónicas, de acuerdo a un estudio, entre 5 y 15 años antes que sus pares privilegiados. Entonces, ¿qué tiene que ver esta normalidad de la que nos está hablando con la crisis de trabajo y el capitalismo que vivimos actualmente en el mundo?
Acosta: La normalidad que estamos viviendo evidentemente ya parte de una situación de tremenda desigualdad. Esa cifra que me acaba de dar, los problemas que sufren que abordan estos grupos marginados, desprotegidos, empobrecidos, se agudiza con la pandemia, y se agudiza también con las medidas adoptadas. No digo que las medidas no sean necesarias, lo que pasa es que hay que pensar en cómo atender a esa gente que no puede acogerse a las medidas planteadas por el gobierno, que ya plantean de plano una suerte de inequidad de clase. Son medidas que benefician a un grupo de la sociedad, los que podemos quedarnos en la casa, los que podemos sobrevivir sin mayor problema 1, 2, 3, quizás 4 semanas. Pero, ¿y el resto qué?
¿Cuáles serían los efectos económicos a mediano plazo para estos grupos?
Acosta: En primera instancia, una mayor exposición al riesgo del contagio. Eso es evidente, están mucho más expuestos al riesgo del contagio. Y todas las personas que están en los niveles de mayor peligrosidad, pueden sufrir mayormente esta realidad. Ya vamos a ir viendo como las cifras de contagiados y las cifras de afectados—porque una cosa es estar infectado y otra es ser afectado—, va a irse reflejando también en términos de clase y lo mismo será la mortalidad. Y eso comienza a aparecer en distintas partes del planeta.
Es cierto que esta enfermedad está golpeando por igual a ricos y pobres. Todos están afectados y pueden ser infectados. Si, al parecer los primeros infectados que llegaron al Ecuador eran gente con ciertas comodidades que venían del exterior, pero serán seguramente ellos, los que tienen más recursos, los que seguramente podrán enfrentar de mejor manera el coronavirus en los hospitales privados. Y los que no tienen tendrán que volcarse al sistema público con todos los problemas. En mediano y largo plazo la evolución dependerá incluso de cómo salimos de la crisis, si con más autoritarismo y más neoliberalismo, o con más democracia, más comunidad y un replanteamiento del modelo existente. Fundamental es si logramos entender que la normalidad es el problema, o si creemos que la normalidad tiene que volver. Eso determinará cuál es el futuro.
Y en ese sentido, una pregunta no tan catastrófica, ¿es esta crisis una oportunidad de lograr un cambio estructural?
Acosta: Sin lugar a dudas. La palabra crisis, en chino, tiene dos kanjis, dos signos. El uno es el riesgo y el otro es la oportunidad. Siempre en las crisis hay riesgos y oportunidades. Creo que este momento es una oportunidad para replantearnos lo que estamos viviendo y lo que estamos haciendo. ¿Qué es lo que están planteando este rato como alternativa? ¿Qué es lo que estamos viendo en los medios y las redes sociales? La cantidad de mensajes que nos dicen, por ejemplo, si ya habríamos estado explotando el oro habríamos tenido ingresos abundantes porque el precio el oro ha subido; esta aseveración, que esconde una de las mayores aberraciones de la normalidad que debemos superar, es una barbaridad. U otros, que dicen que hay que incrementar las tasas de extracción de petróleo, lo cual también es una irresponsabilidad, porque lo mismo están pensando todos los países que venden petróleo y eso va a aumentar la oferta y van a caer los precios, y se va a producir lo que se conoce como el crecimiento empobrecedor. Y luego, hay gente que dice que hay que dar paso a una mayor flexibilización laboral y flexibilización ambiental. Y todo en el marco de crecientes medidas represivas, más autoritarismo. Las medidas que se están tomando, el mismo toque de queda, que no digo que no sea necesario, pero son respuestas que vienen desde arriba, verticales, autoritarias; quizás en este momento indispensables.
Vistos los riesgos, ¿cuáles serían las oportunidades?
Acosta: La de replantearnos el modelo económico, la modalidad de acumulación del país, y de dar paso a una construcción de la sociedad desde lo comunitario. Fortalecer los lazos comunitarios, incluso para atender los problemas de la salud y alimentación, para ser mucho más solidarios, para rescatar aquello que es vital en el mundo indígena que es la reciprocidad y la relacionalidad, es decir todo está vinculado con todo. Y eso nos llevaría necesariamente a plantear respuestas que tengan en la mira, para empezar a caminar con ese rumbo alternativo, simultáneamente la justicia social y la justicia ecológica. La una es impensable sin la otra.
Indígenas y campesinos también son parte de los grupos vulnerables, junto a otros habitantes de las ciudades, pero ellos están más alejados. ¿Cuál es el acceso que tienen a la salud pública?
Acosta: Bueno, habría que empezar por destacar que los márgenes de pobreza en el campo y en los grupos indígenas son más altos que en las ciudades. Esas cifras las puede buscar en el INEC, ahí está toda la información: pobreza por ingresos, pobreza por necesidades básicas insatisfechas, pobreza múltiple. Vamos a notar que hay una tremenda diferencia entre el campo y la ciudad. En el campo es mucho más agravada esta situación de pobreza y de marginación y en los grupos indígenas.
La pobreza ahoga la vida campesina y rural. Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos la pobreza siempre ha sido mucho mayor en la ruralidad que en el mundo urbano. Por ejemplo, en el año 2019 la pobreza por ingresos se ubicó en 25,0% a nivel nacional, 17,2% a nivel urbano y 40,0% a nivel rural. Por su parte, la pobreza extrema llegó a 8,9% a nivel nacional, 4,1% en ciudades y 18,7% en la ruralidad. En cuanto a pobreza multidimensional, la tasa fue de 38,1% a nivel nacional, 22,7% a nivel urbano y 71,1% a nivel rural: es decir, 7 de cada 10 habitantes del campo son pobres. Si bien las pequeñas unidades productivas de menos de cinco hectáreas –sobre todo a cargo de mujeres– satisfacen un 65% de la canasta de alimentos de consumo básico, en el campo la desnutrición infantile es mayor que en las ciudades: un 38% de la niñez de 0 a 5 años la padece en las zonas rurales y un 40% en los territorios indígenas (con 26% de promedio nacional); una infamia para un país tan biodiverso y repleto de potencialidades. Eso nos demuestra cuál es la realidad en el campo, en donde existen condiciones de una grave desigualdad en la tenencia de la tierra. En Ecuador persiste una marcada desigualdad en la distribución de la propiedad en general, y de tierra en particular. Algunas estimaciones con información primaria del INEC indican que, en 2017, el índice de Gini de distribución de la tierra supera los 0,8 puntos. Por su parte, en términos superficiales, el 2,3% de las unidades productivas es propietaria del 42% de la tierra cultivable, con propiedades de más de 100 hectáreas, orientadas mayormente a la exportación. Mientras que el 63% de las unidades productivas agrícolas, sobre todo de indígenas y campesinos, poseen el 6% de la superficie, y la gran mayoría poseen menos de una hectárea. Si esto se registra en el ámbito de la concentración de la tierra, en lo que se refiere al agua la situación es un más inequitativa, con una tendencia cada vez más acelerada a concentrar el líquido vital en las actividades agroindustriales exportadoras y no en la producción de alimentos.
Es un tema de mucho cuidado, porque gran parte de los indígenas en otra época podían autoabastecerse y podían sostener, de alguna manera, un nivel de más autosuficiencia y podían de una forma distanciarse de este mundo enloquecido por la acumulación del capital, que es donde está surgiendo el coronavirus. Ahora los indígenas están cada vez más atados a la lógica del mercado y a pesar de que producen alimentos, padecen hambre. Porque producen alimentos cada vez más en términos de monocultivos para atender el mercado de las ciudades. Han perdido gran parte de la capacidad para tener esa chacra con múltiples productos, biodiversas en extremo, con las cuales podían atender sus necesidades de alimentación e incluso medicinales. Entonces, yo rescataría este punto clave y medular, el tema de la salud, vinculado al tema de la alimentación y, por supuesto, ingresos mínimos que habría que garantizar a la gente.
¿Cómo se relacionan el concepto crecimiento empobrecedor y la extracción de materias primas?
Acosta: El crecimiento empobrecedor es un concepto que fue acuñado ya en los años 50 por un profesor de la Universidad de Columbia, Jagdish Bhagwati. Él demostró que cuando caen los precios de las materias primas, es normal que los países exportadores de materias primas traten de equilibrar sus ingresos aumentando la tasa de extracción o la tasa de producción de esas materias primas. Sea petróleo, minerales o productos agrícolas. Y eso, a la postre, lo que produce es un incremento de la oferta, que va a generar mayores presiones sobre los precios. Y muchas veces venden más, más volumen y obtienen menos precios y, a la postre, podrían obtener menos ingresos. Entonces esto se agrava porque se está perdiendo reservas, se está perdiendo patrimonio, a más de los termendos destrozos ambientales y sociales que provoca el extractivismo. Yo diría que ese es el meollo del crecimiento empobrecedor, que es un riesgo latente. Y frente a eso, por ejemplo, se conformó la organización de países exportadores de petróleo (OPEP), para proteger los precios, controlando la extracción de crudo.
¿Se puede aplicar el mismo principio para el sector agrícola?
Acosta: Lo mismo sucede cuando, sobre todo, los precios de los productos agrícolas caen. Lo que se busca es incrementar el área de explotación. Lo que Ecuador ha venido haciendo permanentemente con el banano. Caen los precios del banano en el mercado internacional, en ocasiones se intenta incrementar la producción para sostener los ingresos. O se afecta a los pequeños y medianos productores, que no encuentran ya dónde colocar la fruta, porque los exportadores no tienen interés de comprarles. Entonces es un círculo vicioso pernicioso que se agrava por el hecho de que, por ejemplo, en el caso de los bananos, cuando cae el precio de la fruta los grandes exportadores ya no les compran a los pequeños y medianos productores, quedan varias plantaciones abandonadas, que son caldo de cultivo de la sigatoka, plaga que destroza las plantaciones. Y eso obliga a incrementar los ritmos de fumigación con más y más tóxicos en las otras plantaciones bananeras. Eso ocasiona problemas a los trabajadores, problemas a las comunidades aledañas, problemas que luego se traducen en contaminación de los ríos. Esa es la tragedia del Ecuador, y no nos olvidemos de la realidad dura que viven los trabajadores y trabajadoras de las plantaciones de banano, que atraviesan situaciones realmente complicadas por no tener acceso a salud adecuada, a la seguridad social, a un ingreso mínimo establecido por ley, a condiciones adecuadas para su trabajo… inclusive hay situaciones extremas de esclavitud, como los trabajadores y las trabajadoras de la Hacienda Furukawa.
¿Cuál es el escenario económico mundial que podemos esperar el resto de este año?
Acosta: Es un escenario que ya venía desde antes prefigurando una recesión internacional. Las economías más desarrolladas, entre comillas lo de desarrolladas, tenían ya muchas dificultades para sostener ritmos de crecimiento que permitan dar las respuestas esperadas. Europa no lograba recuperarse. Japón arrastra una larguísima recesión. Los mismos Estados Unidos con tasas de crecimiento cada vez más bajas y cada vez mayores dificultades para crecer. China, ya antes de estos problemas, comenzó a dar señales de una situación compleja. Los ritmos de crecimiento chino empezaron a llegar ya a un límite insostenible para lo que había sido hasta hacía pocos años el auge de esta economía tan grande; tengamos presente el gigantismo de este crecimiento económico chino: en tres años -2011, 2012, 2013- China consumió 6.515 millones de toneladas de cemento, 1,5 veces más cemento que los Estados Unidos en todo el siglo XX.
En ese escenario, las condiciones se van agudizando aceleradamente ahora. Hay respuestas que habría que ver qué es lo que van a provocar. Por un lado, los EEUU apuestan por bajar las tasas de interés para alentar el consumo y quizás también la inversión. Por otro lado, Rusia y Arabia Saudita no se ponen de acuerdo y bajan los precios del petróleo. Eso nos golpea a nosotros, sí, pero beneficia a los países que importan petróleo. En EEUU pierden los que están produciendo a través del fracking, pero es favorable a la economía norteamericana en su conjunto en la medida que tienen a bajar los precios de los derivados de petróleo.
De todas maneras, el escenario es muy complicado. Ya se sabía que eso iba a pasar y ahora con el coronavirus esto se acelera. Es una desaceleración de la economía mundial que debería dar lugar a una reflexión para hacer de esa desaceleración una oportunidad para no volver a la misma lógica de la normalidad, que es la causa de todos estos problemas. Ese es el punto medular para mí. ¿Qué es lo que van a buscar? que crezca nuevamente la economía, volver a extraer cada vez más recursos naturales, volver a demandar mano de obra cada vez más barata. Todo en la lógica de acumulación del capital, incrementando los márgenes de mercantilización de espacios que son cada vez más insospechados. Se mercantiliza la información, se mercantiliza el ADN, se mercantiliza el carbono—tenemos el mercado de carbono—, se mercantiliza el clima. Entonces con esta lógica de la normalidad, seguiremos agudizando el colapso climático.
Usted habla de un colapso climático, ¿qué podemos hacer para evitarlo?
Acosta: Yo no hablo de cambio climático, eso es un error. Cambios climáticos han habido a lo largo de la historia de la tierra, desde siempre. Lo que vivimos ahora es un colapso climático provocado por el antropoceno, aunque en realidad es por el capitaloceno y el faloceno, entonces el gran reto es cómo logramos una manera planificada, inteligente, social y ambientalmente sustentable, una desaceleración de la economía mundial. Liberándonos, en primer lugar, de la religión del crecimiento económico. Bien decía un economista inglés, asesor de varios presidentes de EEUU, Kenneth Boulding: creer que la economía puede crecer permanentemente en un mundo finito es propio de locos y de economistas.
Primera tarea, liberarnos del crecimiento económico visto como una religión. Segunda tarea fundamental, tenemos que dar paso a una desmercantilización de la naturaleza, porque eso nos permitiría reencontrarnos con la naturaleza: ahí aparece como un imperativo la vigencia plena de los derechos de la naturaleza. Tercer punto clave, tenemos que dar paso a la redistribución de los ingresos y de la riqueza. Un cuarto paso, para mi modo de ver, importantísimo, es el hecho de la desconcentración y descentralización de la producción, e incluso de las ciudades. Las ciudades tienen que ser repensadas íntegramente. Seguir construyendo ciudades tan gigantescas es seguir generando condiciones para este tipo de problemas. En este punto, la gran transformación debe ser pensada e instrumentada desde los barios y las comunidades. Y un quinto punto es la democratización de la sociedad, un proceso de democratización radical. Todo eso podría abrir la puerta para pensar en clave del buen vivir o de los buenos convivires.
¿Y todo eso se relaciona con la oportunidad que puede significar esta crisis, pero también con la amenaza?
Acosta: Es una amenaza y una oportunidad. El coronavirus es, este rato, un grave flagelo, pero puede ese flagelo transformarse en una condición mucho más complicada, porque a partir de eso se pueden fortalecer las lógicas autoritarias o las neoliberales, mercantilizadoras, las lógicas de flexibilización laboral, las lógicas estas de forzar la normalidad, para que vuelvan nuevamente a dinámicas que nos tendrán en una permanente situación de angustia.
La pandemia del coronavirus termina con un universo de falsas promesas, pero también nos abre oportunidades. Si aprovechamos de esta compleja coyuntura y hacemos -figurativamente hablando- algo de silencio, podemos escuchar a los nuevos mundos respirar. Debemos profundizar el paso hacia el pluriverso, “un mundo donde quepan muchos mundos”, viviendo todos con dignidad. La crisis, entonces, podría abrir los senderos de una nueva esperanza para la construcción de una democracia radical que incluya siempre y en todo momento como prioridad indiscutible: la vida de seres humanos y de la naturaleza.
Fotografía: Corriere Salentino.
No deja de sorprenderme Alberto Acosta Espinosa y también me sorprende que siga siendo entrevistado por este medio y otros no correistas, siendo uno de los culpables del ascenso del correato.
Y lo que más me sorprende es su afirmación:
“Y el gobierno pagó 320 millones de dólares de los Bonos Global 2020, deuda externa contratada en condiciones muy onerosas por el gobierno de Correa. En realidad, para atender la deuda pública externa e interna, en un mes, a más de lo pagado hace pocos días, se requerirían unos 900 millones de dólares que bien harían falta para atender el tema de la salud.”
Precismente Correa de quien Acosta fue complice, se endeudó onerosamente porque dejo de pagar unilataralmente la deuda externa y tuvo que recurrir a los Chinos y al mercado internacional con bonos con alto interés precisamente por ello y lo sorprendente es que Acosta sugiera que Moreno haga algo similar.