Con el desarrollo biotecnológico, el coronavirus es parte de una familia de tecnologías de poder que han aparecido en los laboratorios desde el siglo XX. No es el primer virus donde se aplica la biopolítica y el discurso del pánico global. Las plagas bíblicas guardan estrechos sentidos religiosos y políticos para el control de las poblaciones dentro de los discursos del orden social.
Cada año mueren cerca de 800 mil personas a causa del HIV y otras dolencias relacionadas. Por dengue se aniquilan 700 mil personas anualmente para el cual ya existe vacuna. Debido al coronavirus se han extinto 3 mil seres humanos. La normalización de las muertes por HIV es espeluznante y la del dengue tiene incluso una clara raigambre connotación de clase, porque ataca principalmente a poblaciones pobres como los territorios latinoamericanos. Sin embargo de estos dos ejemplos, el coronavirus es el primero que ha pasado del ser humano a su mundo virtual como una pandemia.
El coronavirus ha sido el elemento de disuasión más fuerte usado contra las movilizaciones de Hong Kong y China. Del mismo modo, los gobiernos de Europa y Latinoamérica están usando el virus como una estrategia política para disuadir la atención del público, crear pánico y regresar a los estados de emergencia.
Las industrias farmacéuticas y de salud se benefician económicamente de estas enfermedades, por el destino del dinero público y privado que ahora recae en sus manos. En definitiva, el sector de la salud se ha convertido en un agente del orden público y en un seleccionador en la marea migratoria.
La estrecha relación entre la creación y el manejo de las enfermedades globales, medicamentos, vacunas y la mercantilización de la salud, apunta a objetivos imperiales el diagnóstico epidémico y la presunción azarosa de una catástrofe global.
El peligro del coronavirus radica en la anatomopolítica: una política de control insertada en el organismo, pero sobre todo contagiado en el espectro mediático. Como diría Foucault: la vida, el cuerpo y la subjetividad se han conformado como objetos de poder.
No está negado el aparecimiento de nuevas enfermedades, la reanimación de otras ya solucionadas y el uso de diferentes mecanismos para aplacar la ebullición social.
“Las industrias farmacéuticas y de salud se benefician económicamente de estas enfermedades, por el destino del dinero público y privado que ahora recae en sus manos. En definitiva, el sector de la salud se ha convertido en un agente del orden público y en un seleccionador en la marea migratoria”.
*Abogado, licenciado en Filosofía y magíster en Sociología. Actualmente, docente de la Universidad de Cuenca.