Los acontecimientos criminales de las últimas semanas en Ecuador, el espíritu xenófobo que se está instaurando y la corrupción estamental revelan el sentido de fracaso y desconfianza social respecto de un Estado incapaz de apaciguar los acuciantes problemas que nos agobian. Ahí, en esos hechos, los postulados constitucionales se muestran como lo que son: simples papeles que el gobernante de turno no sabe cómo articular para definir su gobernabilidad.
Las instituciones del Estado no son ajenas a tales acontecimientos, aunque se diga que no tienen nada que ver con la criminalidad, pues si son parte de la red estatal, su función legal es sostener dicha articulación con propósitos administrativos y conducción de sus políticas hacia los fines que persigue nuestro máximo estatuto; ¿o no es que en aquel se apela a enriquecernos como sociedad para vivir en diversidad y armonía para alcanzar el buen vivir?
Lograr ese buen vivir en diversidad y armonía es la obligación del Estado y sus instituciones, pero dicho postulado resulta letra muerta frente a una realidad que carcome la consciencia de los ecuatorianos, pues resulta que éste es incapaz de al menos apaciguar las tensiones sociales, como por ejemplo el chantaje de los transportistas o la delincuencia común, el narcotráfico en sus distintos niveles: desde lo micro hasta sus mandos medios y de élite, no se diga el sistema financiero que, a decir de muchos analistas, está infestado del lavado de dólares.
Resulta que el Estado no se volvió anacrónico, nació anacrónico desde sus artificiales raíces, en cuyo rizoma los poderes económicos y políticos han hecho el caldo de cultivo de la dominación y el enriquecimiento ilícito. El Estado ha sido y es la presa en que los dominadores y sus políticos aliados se han abalanzado para tomar de él la mejor parte posible, tal cual lo hizo la partidocracia durante largo tiempo y la autodenominada Revolución Ciudadana del Siglo XXI los últimos 11 años.
Atada a la más profunda corrupción de la historia del país, dicha Revolución fue o es el ícono de representación de la criminalidad, la xenofobia que echa raíces y la corrupción; solo basta recapitular los discursos del entonces Presidente en el marco del Estado de Propaganda que instauró en el país y al que fuéramos subsumidos (3000 presos al inicio y 3000 narcotraficantes al final de su gestión fueron liberados).
Pero hay un crimen imperdonable: el haber anulado la ontología política de la izquierda con todo el desparpajo, la hipocresía y el un cinismo jamás visto en la historia del Ecuador y de América. El correísmo hizo trizas la ontología política de la izquierda, donde ni aun la academia tiene respuestas teóricas ni las organizaciones sociales oposiciones prácticas.
Decía que las instituciones del Estado no son ajenas a la criminalidad, el espíritu xenófobo que ya hecha raíces y la campante corrupción. Todos los ministerios que conforman el gabinete presidencial y demás funciones, son responsables del estado en que vive el Estado. En este consejo de gobierno se deberán mirar las caras para decirse así mismos ¿qué estamos haciendo?, pero como la imaginación no tiene límites a la hora de estructurarse, se puede decir que “meando fuera del pilche” u obedeciendo órdenes destempladas o interesadas desde distintos niveles públicos y privados de la economía, la política e incluso la cultura.
Ahí tenemos una retahíla de ministerios e instituciones del Estado creadas para sostener una militancia clientelar, cuyas unidades burocráticas se convirtieron en eslabones de todas las nulidades que Carl Jung arguye al Estado Totalitario, unidades que se multiplicaron y multiplicaron en los años del correato la conducta de su führer, creando micropoderes que el actual gobierno no puede desarmar.
Ahí, un Ministerio de Cultura con un ministro que hasido como una garrapata a la piel del país, blinda su corrupción con una imagen copiada de Julio Cortázar, haciéndole creer al país y la autoridad que le sostiene, que es el ícono de un boom literario que sobrevive a expensas de la nostalgia, que pretende hacernos llorar son su discurso engañoso que tapa la falsificación de su título de bachiller y licenciado en comunicación. ¿Ícono Raúl Pérez Torres?… la que nos parió.
Ahí, un Ministerio de Cultura, con una sarta de ministros que circularon por sus pasillos y donde destacaron Paco Velasco con su supina ignorancia, otrora azuzador de un rebelión pequeñoburguesa arribista desde la fenecida (por quien sabe qué intereses) Radio La Luna y Ramiro Noriega, supuesto Einstein criollo de la lingüística (parafraseando el culto a Chomsky), actual rector de la Universidad de las Artes, recompensado por el correísmo por favores, quien sabe de qué tipo; un ser incapaz de regresar a ver el territorio, creyendo hacernos creer que debemos ser la esencia de Francia.
Velasco y Noriega no fueron (no son) polos opuestos, son el par de una misma moneda con que se compra y se vende el Estado colonial que vivimos, son consecuencia del piramidalismo que creo un poder histórico, que nos condujo al fracaso, más allá de los intentos desestabilizadores en que se mueven aun los corruptos y criminales de antes y los de ahora, haciendo ingobernable el país, porque lo de acá es ya aberrante, es crónica roja y no tiene significación social ni cultural, que es lo mismo.
El Estado ecuatoriano es un fracaso, de pésimos gobiernos, donde cabe el enunciado de la Mariana de Jesús, otro ícono de la colonización, pero al fin un enunciado profético que desata todas las imaginaciones y todas las realidades, como por ejemplo el nefasto sistema de ingreso a las universidades públicas a nombre de la eficiencia; un sistema que acumula jóvenes arrastrados a truncar sus sueños y al abismo atroz del desempleo (y quien sabe otras mañas), ampliando el margen de este ejército.
Una Asamblea Nacional subsumida en la corruptela diezmera (y otros casos que aun no se conocen); el caso de las asambleístas de Sofía Espín, Norma Vallejo y Ana Galarza revela que este desastre es imputable tanto a la izquierda como a la derecha gubernamental de este tiempo. No cabe duda, hasta el Buen Vivir aristotélico y el Sumal Kawsay andino, fueron subsumidos en la corruptela conceptual; ahí tenemos a un René Ramírez Gallegos, cuyos ensayos sobre este tema no pasó de tener herramientas intuitivas, bibliográficas y conveniencias econométricas para armar su trampa racista como se prevé en su guía de trabajo La felicidad como medida del Buen Vivir en Ecuador. Entre la materialidad y la subjetividad (URl), publicado por la Secretaría Nacional de Planificación y desarrollo -Senplades- en el 2017.
¡Carajo!. Este el país del engaño, en que pueden conjugarse crimen, cultura y Estado.