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martes, diciembre 24, 2024

DESARROLLO EXTRACTIVISTA Y RACISMO. por Andrés Vallejo Espinosa

DESARROLLO EXTRACTIVISTA Y RACISMO

por Andrés Vallejo Espinosa

El pasado 18 de marzo, Martín Pallares escribía en su columna de diario El Comercio (www.elcomercio.com/politica/Racistas-fin-Cuentas_0_665333541.html) una protesta contra la nota racista aparecida en el pasquín El Ciudadano en que se insinuaba que el alcohol era la motivación de los dirigentes indígenas y, por extensión, de sus bases, para marchar, y no la defensa de la vida, el agua y la dignidad. En su texto, Pallares señalaba que aún después del reconocimiento logrado por el movimiento indígena en los noventa, atrevimientos como el de El Ciudadano nos mostraba que seguimos siendo los mismos: racistas al fin.

 

Lo paradójico es que, solo unos días antes en el mismo El Comercio, aparece otra columna, no por menos burda menos racista. Me refiero al artículo titulado “El nuestro, país de prodigios” (http://www.elcomercio.com/rodrigo_fierro/pais-prodigios_0_663533790.html) del respetado doctor Rodrigo Fierro. En él se hace una reseña de algunos éxitos y avances científicos nacionales, y se los contrasta con la existencia de lo que el autor considera culturas “rezagadas”. Lo prodigioso para el doctor Fierro es que estas sigan coexistiendo con el presente científico.

 

Empieza Fierro describiendo el “país de prodigios” en vivimos, en el que coexisten “decenas de nacionalidades, algunas inciertas, que cubren espacios de tiempo que van desde el neolítico a la era del conocimiento, la actual”. Las improbables “existencias” de aquellas, según el autor, “transcurren empantanadas en edades pretéritas”, incluso más pretéritas, parece implicar, que las de los ilustrados Maldonado y Espejo que vivieron en el siglo XVIII y que son los precursores de nuestra modernidad.

 

Solo un esquema mental y una concepción del progreso profundamente colonial y darwiniana pueden obrar el cronológico prodigio, este sí, de imaginar a personas que interactúan en el mismo espacio como habitando tiempos diferentes. Lamentablemente, este no es un problema del doctor Fierro. El mismo esquema mental –a pesar de las loas al multiculturalismo y la adopción constitucional del sumak kawsay– sigue siendo el rector de nuestros derroteros de desarrollo.

 

Algunas semanas antes el mismo autor publicó una columna (“Las luces del alba”, www.elcomercio.com/columnistas/luces-alba_0_646735441.html) en que justamente reflexionaba sobre el camino que toman algunos proyectos políticos latinoamericanos. Como lo hicieron los racistas prohombres argentinos del siglo XIX, el doctor Fierro representa a nuestra sociedad debatiéndose en “una lucha feroz entre la civilización y la barbarie”, entre “la simpleza y la ingenuidad del hombre primitivo y las complejidades del pensamiento humano evolucionado” (sic). Para él, los “saberes ancestrales” son obsoletos frente al advenimiento del conocimiento científico. Esta frase tan extendida –saberes ancestrales– revela y refuerza la creencia de que los conocimientos tradicionales o locales no evolucionan; son los mismos, idénticos, que los que tenían los ancestros prehistóricos de quienes ahora los usan. Porque si el objetivo es señalar que la base de esos conocimientos viene del pasado, el mismo es el caso de todo conocimiento.

 

Pero lo que podría achacarse a un enaltecimiento del método científico para sacralizar un tipo de saber (el suyo), enseguida devela su vena de vulgar racismo. Para el autor, no solo los saberes, sino también las lenguas, son de dos tipos: las “modernas”, como el español y el inglés (?!), y las “arcaicas”, de las que pone como ejemplo al quichwa. ¿En qué clasificación o teoría que no sean sus propios prejuicios basa el doctor tal distinción? Del artículo se desprende que quien habla y piensa en una lengua “arcaica” solo es capaz de un entendimiento similarmente arcaico, “apenas destellos que no lograrán iluminar ningún camino”, y que no se deberían seguir enseñando.

 

No es necesario explicar cómo terminó la “feroz lucha entre la civilización y la barbarie”, en la Argentina, en los Estados Unidos, en la Amazonía ecuatoriana, o en cualquiera de los muchos sitios donde se la ha invocado: con el exterminio cultural o físico de millones de “bárbaros” y el expolio y devastación de sus territorios.

 

El resurgimiento del racismo en el momento actual no es coincidencia. Se da en un contexto en que se busca abrir nuevos de esos territorios para el “desarrollo” nacional y el capital multinacional. El racismo, recordémoslo, se ratificó como política de estado durante el desarrollismo de los setenta, cuando había que justificar la colonización del Oriente. En la misma vena de los argumentos del doctor Fierro y del actual discurso oficial, cuando le preguntaron sobre el destino de las poblaciones indígenas que vivían en los futuros territorios petroleros, el general Rodríguez Lara contestó, “ya no hay problema indígena; todos nos volvemos blancos cuando aceptamos los objetivos de la cultura nacional” (Whitten 1990:256). Le siguió el desplazamiento, colonización y exterminio de los pueblos que ahí habitaban. Algunos de estos sí pertenecen al pasado, pues como en el caso de los tetetes que ocupaban el margen norte del río Aguarico, fueron aniquilados por completo.

 

Hoy atestiguamos la reedición de este secular maridaje entre racismo y saqueo; el contexto es la apertura de nuevos bloques petroleros (como el 31) y la inauguración de la minería a gran escala en territorios indígenas y áreas protegidas. No quiero implicar que el racismo se produzca por la necesidad del colonialismo interno, no. El racismo es un fenómeno complejo y, en este país como bien sabemos y a pesar de los importantes cambios que señala Martín Pallares en su artículo, ha estado vigente todo el tiempo. El mencionado contexto lo que permite y necesita es que el racismo reaparezca en el discurso oficial y, ahora de manera explícita, en las páginas de los medios.

 

Sorprende e indigna que un medio público como El Ciudadano utilice sus páginas y nuestros recursos para que periodistas mercenarios publiquen panfletos racistas. Mucho más preocupa, o debería preocupar, que un respetado científico tenga espacio en un periódico que se tilda de serio para argumentar ideologías caducas, ofensivas y peligrosas.

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